martes, 11 de octubre de 2011
LA IGLESIA Y LA MISIÓN
En el mes de Octubre celebramos la fiesta de Santa Teresita y el Mes de las Misiones, por ser ella, junto a San Francisco Javier, Patrona de las Misiones. La Misión es parte central en la vida de la Iglesia, es más, ella existe para evangelizar. La razón última de la Misión está en la intimidad de Dios: “que tanto amó al mundo que le envío a su Hijo, no para condenarlo sino para salvarlo” (Jn. 3, 16).
Por Mons. José María Arancedo
El mismo Dios de la creación es el Dios de la misión. Jesucristo será, por ello, el primer misionero, y la Iglesia, nosotros, los continuadores de su misión. El nivel apostólico de la Iglesia, es decir, su fidelidad al mandato de Jesucristo, se verifica en su espíritu misionero. ¡Qué importante que revisemos en este mes la dimensión misionera de nuestra vida cristiana!
¿Quién es un misionero? Para ello debemos partir del Evangelio donde encontraremos la fuente y la respuesta a esta pregunta. No se trata de una tarea que nosotros decidimos y manejamos, en una suerte de mercado libre de predicadores. Para el Evangelio la Misión tiene una única fuente que es Jesucristo, y el misionero es alguien que necesita ser enviado. Así, san Pablo, nos dice: “cómo van a creer si nadie les predica, y cómo van a predicar si nadie los envía” (Rom. 10, 14).
Este texto nos permite conocer la realidad y la dinámica de la misión, es decir, por un lado la importancia de la predicación para despertar la fe y, por otro, la necesidad de ser enviados. Esto nos habla de la Iglesia, que es la comunidad fundada por Jesucristo y a quién hoy, en la persona de los apóstoles y sus sucesores, les ha dejado esta misión.
¿Cómo es un misionero? Ante todo es una persona que ha escuchado la Palabra del Evangelio y se ha convertido a ella, es decir, ha hecho de su vida un testimonio vivo de lo que ha creído. Es un testigo de lo que ha creído y lo trasmite, san Juan decía: “Lo que hemos visto y oído, se lo anunciamos también a ustedes, para que vivan en comunión con nosotros. Y nuestra comunión es con el Padre y con su Hijo Jesucristo” (1 Jn. 1, 3).
Esto significa que lo primero en el misionero es la intimidad de vida con aquello que predica. ¿Y qué predica? Esto es lo importante, no predica una doctrina más sino la Vida de una Persona, de Jesucristo. El misionero es un amigo íntimo y personal de Jesucristo, ante todo es un discípulo.
¿Cuál es la finalidad de la misión? La finalidad es presentar a Jesucristo a nuestros hermanos, para quienes él ha venido, y el primer signo de la misión es la comunión con la Iglesia. Esto es lo que nos decía san Juan, les predicamos el Evangelio para que ustedes: “vivan en comunión con nosotros”, y esta comunión ya “es con el Padre y con su Hijo Jesucristo”. La misión, por lo mismo, no puede estar desconectada de la vida de la Iglesia, tanto en el envío de los misioneros como en la comunión a la que la misión se ordena.
La fuerza de las primeras comunidades cristianas que conocían esta dinámica del Evangelio se manifestaba, precisamente, en la existencia de comunidades vivas que eran abiertas y receptivas de nuevos hermanos. Ser comunidades misioneras es un desafío actual para la Iglesia.
Reciban de su Obispo en este Mes de la Misión junto a mi afecto y oraciones, mi bendición en el Señor que vino “para que el mundo tenga Vida”.
Mons. José María Arancedo
Arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz
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