lunes, 23 de julio de 2001

ADJUTRICEM POPULI (5 DE SEPTIEMBRE DE 1895)


ADJUTRICEM POPULI

A Nuestros Venerables Hermanos los Patriarcas, Primados,

Arzobispos, Obispos y otros Ordinarios en Paz

y Comunión con la Sede Apostólica.

La Auxiliadora más poderosa y misericordiosa del pueblo cristiano es la Virgen Madre de Dios. Cuán oportuno es concederle honores cada vez más esplendorosos e invocar su ayuda con una confianza cada vez más ardiente. Las abundantes bendiciones, infinitamente variadas y en constante multiplicación, que fluyen de ella por todo el mundo para el beneficio común de la humanidad, añaden nuevos motivos para invocarla y honrarla.

La devoción católica a María

2. Por tan magnánimos favores, los católicos, por su parte, no han dejado de corresponderle con la tierna devoción de corazones agradecidos; porque, si alguna vez hubo una época en que el amor y la veneración a la Santísima Virgen despertaron a nueva vida e inflamaron a todas las clases de la sociedad, es en estos días tan amargamente antirreligiosos. La prueba más clara de este hecho está en las sodalidades que en todas partes se han restaurado y multiplicado bajo su patrocinio; en los magníficos templos erigidos a su augusto nombre; en las peregrinaciones emprendidas por multitudes de almas devotas a sus santuarios más venerados; en los congresos cuyas deliberaciones se dedican al aumento de su gloria; en otras cosas de la misma naturaleza que son loables en sí mismas y auguran un buen futuro.

Devoción generalizada al Rosario

3. Es especialmente digno de mención y Nos complace sobremanera recordar que, de todas las formas de devoción a la Santísima Virgen, el más excelente método de oración, el Rosario de María, es el que goza de mayor estima y práctica popular. Esto, repetimos, es para Nos motivo de gran alegría. Si hemos empleado una parte tan grande de nuestras actividades en promover la devoción del Rosario, podemos ver fácilmente con qué benevolencia la Reina del Cielo ha acudido en Nuestra ayuda cuando le hemos rezado; y expresamos la convicción confiada de que Ella continuará estando a Nuestro lado para aligerar las cargas y las aflicciones que los días venideros traerán.

La extensión del Reino de Cristo

4. Es sobre todo para extender el reino de Cristo que buscamos en el Rosario la ayuda más eficaz. En muchas ocasiones hemos declarado que el objeto que actualmente absorbe Nuestra más ferviente atención, es la reconciliación con la Iglesia de las naciones que se han separado de ella. Reconocemos, al mismo tiempo, que la realización de Nuestras esperanzas debe buscarse principalmente en la oración y la súplica dirigidas a Dios todopoderoso. Esta convicción la volvimos a afirmar no hace mucho, cuando recomendamos que se elevasen oraciones especiales con esta intención al Espíritu Santo durante las solemnidades de Pentecostés; recomendación que fue adoptada en todas partes con la mayor buena voluntad.

5. Pero en vista de la importancia y la dificultad de tal empresa, y de la necesidad de perseverancia en la práctica de cualquier virtud, es bueno recordar el acertado consejo del Apóstol: “Sed constantes en la oración” (1), consejo tanto más oportuno cuanto que un comienzo auspicioso de la empresa será el mejor aliciente para la perseverancia en la oración. El próximo mes de octubre, por lo tanto, si vosotros y los vuestros nos acompañáis con devoción durante todo el mes rezando asiduamente a la Virgen Madre de Dios con el Rosario y las demás devociones acostumbradas, nada podrá favorecer más este proyecto ni sernos más grato. Tenemos las mejores razones para confiar a su protección nuestros proyectos y nuestras aspiraciones, y las mayores esperanzas de verlos realizados.

Jesús entregó a María a su Iglesia


6. El misterio del inmenso amor de Cristo por nosotros se revela con deslumbrante brillantez en el hecho de que el Salvador moribundo legó a Su Madre a Su discípulo Juan en el memorable testamento: “He aquí a tu hijo”. Ahora bien, en Juan, como ha enseñado constantemente la Iglesia, Cristo designó a todo el género humano, y en primer rango están los que se unen a Él por la fe. Es en este sentido que San Anselmo de Canterbury dice: “¿Qué dignidad, oh Virgen, podría ser más apreciada que la de ser la Madre de aquellos a quienes Cristo se dignó ser Padre y Hermano?” (2) Con un corazón generoso, María asumió y cumplió los deberes de su alto pero laborioso oficio, cuyos comienzos fueron consagrados en el Cenáculo. Con admirable solicitud alimentó a los primeros cristianos con su santo ejemplo, sus autorizados consejos, su dulce consuelo y sus fecundas oraciones. Fue, en verdad, la Madre de la Iglesia, la Maestra y Reina de los Apóstoles, a quienes, además, confió no poca parte de los misterios divinos que guardaba en su corazón.

7. Es imposible medir el poder y el alcance de sus oficios desde el día en que fue elevada a la altura de la gloria celestial en compañía de su Hijo, a la que le dan derecho la dignidad y el brillo de sus méritos. Desde su morada celestial comenzó, por decreto de Dios, a velar por la Iglesia, a asistirnos y a ayudarnos como Madre nuestra, de modo que la que estuvo tan íntimamente asociada al misterio de la salvación humana, está igualmente asociada a la distribución de las gracias que brotarán para siempre de la Redención.

María, Auxilio de los cristianos

8. El poder así puesto en sus manos es casi ilimitado. Cuánta razón tienen, pues, las almas cristianas cuando se dirigen a María en busca de ayuda como impulsadas por un instinto de la naturaleza, compartiendo confiadamente con Ella sus esperanzas futuras y sus logros pasados, sus penas y alegrías, encomendándose como niños al cuidado de una madre generosa. Con cuánta razón, también, todas las naciones y todas las liturgias sin excepción han aclamado su gran renombre, que ha crecido con la voz de cada siglo sucesivo. Entre otros muchos títulos, la encontramos aclamada como “nuestra Señora, nuestra Mediadora” (3), “la Reparadora del mundo entero” (4), “la Dispensadora de todos los dones celestiales” (5).

María y nuestra fe

9. Puesto que la fe es el fundamento, la fuente de los dones de Dios por los que el hombre se eleva sobre el orden de la naturaleza y es dotado de las disposiciones necesarias para la vida eterna, estamos en justicia obligados a reconocer la influencia oculta de María en la obtención del don de la fe y su saludable cultivo, de María que trajo a este mundo al “autor de la fe” (6) y que, a causa de su propia gran fe, fue llamada “bienaventurada”. “Oh Virgen santísima, nadie abunda en el conocimiento de Dios sino por ti; nadie, oh Madre de Dios, alcanza la salvación sino por ti; nadie recibe un don del trono de la misericordia sino por ti” (7).

10. No es exagerado decir que se debe principalmente a su guía y ayuda que la sabiduría y las enseñanzas del Evangelio se extendieran tan rápidamente a todas las naciones del mundo, a pesar de las dificultades más obstinadas y las persecuciones más crueles, y trajeran consigo un nuevo reino de justicia y paz. Esto fue lo que movió el alma de San Cirilo de Alejandría a dirigir la siguiente oración a la Santísima Virgen: “Por ti los Apóstoles anunciaron la salvación a las naciones; por ti la inestimable Cruz es honrada y venerada en todas partes; por ti los demonios han sido abatidos y la humanidad ha sido llamada de nuevo al Cielo; por ti toda criatura extraviada y esclavizada por los ídolos es llevada a reconocer la verdad; por ti los fieles han sido llevados a la capa del santo Bautismo y se han fundado iglesias en todos los pueblos” (8).

Siempre protectora de la fe católica

11. Es más, incluso, como afirma este mismo Doctor, ha sostenido y dado fuerza al “cetro de la fe ortodoxa” (9). Su preocupación constante ha sido que la fe católica se mantuviera firmemente arraigada en medio del pueblo, para que prosperara en su fecunda e indivisa unidad. Muchas y bien conocidas son las pruebas de su solicitud, manifestada de vez en cuando incluso de modo milagroso. En los tiempos y lugares en que, para dolor de la Iglesia, la fe languidecía en letárgica indiferencia o era atormentada por el azote nefasto de la herejía, nuestra grande y bondadosa Señora, en su bondad, estaba siempre dispuesta con su ayuda y consuelo.

12. Bajo su inspiración, fuertes por su poder, se levantaron grandes hombres -ilustres no sólo por su santidad, sino también por su espíritu apostólico- para rechazar los ataques de los malvados adversarios y reconducir a las almas por los caminos virtuosos de la vida cristiana, encendiéndolas con un amor ardiente por las cosas de Dios. Uno de estos hombres, un ejército en sí mismo, fue Domingo Guzmán. Poniendo toda su confianza en el Rosario de Nuestra Señora, se entregó sin temor a la realización de estas dos tareas con felices resultados.

Sede de la Sabiduría

13. Nadie dejará de notar cuánto redundan en la Virgen Madre de Dios los méritos de los venerables Padres y Doctores de la Iglesia, que gastaron su vida en la defensa y explicación de la fe católica. Porque de Ella, Sede de la Divina Sabiduría, como ellos mismos nos dicen con gratitud, ha corrido por sus escritos una fuerte corriente de la más sublime sabiduría. Y se apresuraron a reconocer que no por ellos mismos, sino por Ella, han sido superados errores inicuos. Por último, tanto los príncipes como los pontífices, guardianes y defensores de la fe -los primeros mediante guerras santas, los segundos mediante decretos solemnes- no han dudado en invocar el nombre de la Madre de nuestro Dios, y han encontrado su respuesta poderosa y propicia.

14. De ahí que la Iglesia y los Padres hayan expresado su alegría por María con palabras cuya belleza está a la altura de su verdad: “Dios te salve, voz de los Apóstoles siempre elocuente, fundamento sólido de la fe, sostén inconmovible de la Iglesia” (10); “Dios te salve, por quien hemos sido inscritos como ciudadanos de la Iglesia una, santa, católica y apostólica” (11); “Dios te salve, fuente que brota por designio de Dios, cuyos ríos se desbordan en olas puras e inmaculadas de ortodoxia, poniendo en fuga a las huestes del error” (12). “Alégrate, porque sólo tú has destruido todas las herejías del mundo” (13).

Madre de las naciones

15. El papel sin par que la Virgen ha desempeñado y desempeña admirablemente en el progreso, en los combates y en los triunfos de la fe católica, pone de manifiesto el designio de Dios. Debería llenar los corazones de todas las personas de bien con una firme esperanza de obtener aquellas cosas que ahora son objeto de nuestro deseo común. Confiad en María, implorad su ayuda.

16. Que la misma profesión de fe una los espíritus de las naciones cristianas en la paz y en la concordia, que el único vínculo de la caridad perfecta reúna sus corazones en su seno: tal es nuestra esperanza en la oración. Y que María, con su poderosa ayuda, nos conceda este don tan ardientemente deseado. Y recordando que su Hijo unigénito rogó tan fervorosamente a su Padre celestial por la unión más estrecha entre las naciones que Él ha llamado por el único Bautismo a la única herencia de salvación comprada por un precio infinito, ¿no procurará, por esa razón, que todos en su maravillosa luz se esfuercen como con una sola mente por la unidad? ¿Y no será su deseo emplear su bondad y providencia para consolar a la Esposa de Cristo, la Iglesia, mediante sus esfuerzos largamente sostenidos en esta empresa, así como para llevar a la plena perfección la bendición de la unidad entre los miembros de la familia cristiana, que es el fruto ilustre de su maternidad?

Amado vínculo de la cristiandad

17. La convicción y la confianza que calientan los corazones de los devotos son un indicio de que estas esperanzas pronto se harán realidad. María será el vínculo feliz que unirá, con fuerza pero con dulzura, a todos los que aman a Cristo, dondequiera que se encuentren, para formar una nación de hermanos que rindan obediencia al Vicario de Cristo en la tierra, el Romano Pontífice, su Padre común.

18. Aquí nuestra mente, casi por propia voluntad, se remonta a través de los anales de la Iglesia a los ejemplos ilustres de su antigua unidad, y se detiene con afectuosa consideración en el recuerdo del gran Concilio de Éfeso. La unidad absoluta de la fe, la participación en un culto idéntico, que en aquellos días unía a Oriente con Occidente, se manifestó en el Concilio con una fuerza sin igual, y brilló más allá de él con una belleza radiante cuando, después de que los Padres hubieron subrayado el dogma de que la Santísima Virgen es la Madre de Dios, la noticia de su procedimiento -difundida por el exultante populacho de la más devota de las ciudades- llenó a toda la cristiandad de transportes de alegría universal.

Nuestro amor católico a la unidad

19. Todo motivo que refuerce y aumente la confianza en el poder de nuestra poderosa y bondadosa Virgen Madre para obtener las cosas que pedimos, debe actuar como un poderoso incentivo que genere en nosotros ese ardiente celo de rezarle, un celo que Nosotros incitaríamos en cada corazón católico. Además, que cada uno considere por sí mismo hasta qué punto es conveniente y provechosa esta práctica para sí mismo, y hasta qué punto es aceptable y agradable a la Santísima Virgen. Porque, poseyendo como poseen la unidad de la fe, los católicos ponen así de manifiesto no sólo que valoran en su justo valor este precioso don, sino también que se proponen conservarlo con celosa tenacidad. No hay mejor manera de demostrar un sentimiento fraternal hacia sus hermanos separados que ayudarles por todos los medios a su alcance a recuperar éste, el mayor de todos los dones.

Madre de la Unidad y de la Concordia

20. Este afecto fraterno, verdaderamente cristiano y practicado desde que la Iglesia tiene memoria, ha buscado tradicionalmente una eficacia especial en la Madre de Dios, ya que Ella ha sido la principal promotora de la paz y de la unidad. San Germán de Constantinopla le dirige esta oración: “Acuérdate de los cristianos que son tus siervos; encomienda las oraciones de todos; ayuda a todos a realizar sus esperanzas; fortalece la fe; mantén a la Iglesia en la unidad” (14). Y hasta el día de hoy los griegos le suplican de esta manera: “¡Oh Virgen purísima, que tienes el privilegio de acercarte a tu Hijo sin temor a ser rechazada! Suplícale, oh Virgen santísima, que concedas la paz al mundo y que infundas en las iglesias de la cristiandad una sola mente y un solo corazón; y todos te engrandeceremos” (15).

Las Iglesias orientales y María

21. Hay otra razón especial por la que María estará favorablemente dispuesta a conceder nuestras oraciones unidas en favor de las naciones separadas de la comunión con la Iglesia: a saber, las prodigiosas cosas que han hecho por su honor en el pasado, especialmente en Oriente. A ellos se debe gran parte del mérito de propagar y aumentar la devoción a ella. De ellos han salido algunos de los más recordados heraldos y paladines de su dignidad, que han ejercido una poderosa influencia por su autoridad o por sus escritos: elogiadores famosos por el ardor y el encanto de su elocuencia; “emperatriz bien amada por Dios” (16). que imitaron a la Virgen purísima en el ejemplo de sus vidas, y le rindieron honor con pródiga generosidad; templos y basílicas construidos para su gloria con regio esplendor.

Los iconos de María

22. Y podemos añadir aquí un detalle que no es ajeno a Nuestro tema y que refleja más gloria sobre la Madre de Dios. Es bien sabido que, bajo las cambiantes fortunas del tiempo, un gran número de venerables imágenes de Nuestra Señora han sido traídas de Oriente a Occidente, encontrando la mayoría de ellas su camino a Italia y a Roma.

23. Nuestros antepasados las recibieron con profundo respeto y las veneraron con magníficos honores; y sus descendientes, emulando su piedad, continúan atesorando estas imágenes como tesoros altamente sagrados. Es un deleite para la mente descubrir en este hecho la aprobación y el favor de una madre enteramente dedicada a sus hijos. Porque parece indicar que estas imágenes han quedado entre nosotros como testimonio de los tiempos en que toda la familia cristiana estaba unida por lazos de absoluta unidad, y como tantas prendas preciosas de nuestra herencia común. Su sola contemplación debe invitar a las almas, como si la misma Virgen se lo pidiera, a recordar devotamente a aquellos a quienes la Iglesia católica llama con amoroso cuidado a la paz y a la alegría de que gozaron en otro tiempo, dentro de su abrazo.

María, Guardiana de la Unidad

24. Así pues, Dios nos ha dado en María a la más celosa guardiana de la unidad de los cristianos. Hay, por supuesto, más de un modo de ganar su protección mediante la oración, pero en cuanto a Nosotros, pensamos que el mejor y más eficaz camino hacia su favor está en el Rosario. En otra parte lo hemos señalado a la atención del cristiano devoto, y no es la menor de las ventajas del Rosario el medio pronto y fácil que pone en sus manos para alimentar su fe, y para alejarle de la ignorancia de su religión y del peligro del error.

25. El mismo origen del Rosario lo pone de manifiesto. Cuando esa fe se ejercita repitiendo vocalmente el Padrenuestro y el Avemaría de las oraciones del Rosario, o mejor aún en la contemplación de los misterios, es evidente cuán cerca estamos de María. En efecto, cada vez que rezamos devotamente el Rosario en súplica ante Ella, nos encontramos de nuevo cara a cara con la maravilla de nuestra salvación; contemplamos los misterios de nuestra Redención como si se desarrollaran ante nuestros ojos; y a medida que se suceden unos y otros, María se revela a la vez como Madre de Dios y Madre nuestra.

26. La sublimidad de esta doble dignidad, los frutos de su doble ministerio, aparecen a la luz cuando, en devota meditación, pensamos en la participación de María en los misterios gozosos, dolorosos y gloriosos de su Hijo. El corazón se inflama por estas reflexiones con un sentimiento de amor agradecido hacia Ella y, estimando todo lo que está por debajo de Ella como paja sin valor, se esfuerza con propósito varonil por mostrarse digno de tal Madre y de los dones que concede. La meditación de los misterios del Rosario, repetida a menudo con espíritu de fe, no puede menos que agradarle y que moverla, a ella, la más cariñosa de las madres, a mostrar misericordia hacia sus hijos.

Por nuestros hermanos separados

27. Por eso decimos que el Rosario es, con mucho, la mejor oración para defender ante Ella la causa de nuestros hermanos separados. Conceder una audiencia favorable pertenece propiamente a su oficio de Madre espiritual. En efecto, María no ha engendrado -ni podría engendrar- a los que son de Cristo sino en la misma Fe y en el mismo amor; porque “¿Cristo puede estar dividido?” (17). Todos deben vivir la vida de Cristo en una unidad orgánica para “dar fruto a Dios” (18) en el mismo cuerpo. Por lo tanto, cada una de las multitudes a las que el mal de los acontecimientos calamitosos ha sustraído a esa unidad, debe nacer de nuevo a Cristo de esa misma Madre a la que Dios ha dotado de una fecundidad inagotable para engendrar un pueblo santo. Y esto es lo que María, por su parte, anhela hacer. Adornada por nosotros con guirnaldas de su oración predilecta, obtendrá con sus súplicas ayuda en abundancia del Espíritu que vivifica. Dios quiera que no se nieguen a cumplir el ardiente deseo de su Madre misericordiosa, sino que, por el contrario, presten oído, como hombres de buena voluntad, con la debida consideración a su salvación eterna, a la voz, suavemente persuasiva, que les llama: “Hijitos míos, de quienes vuelvo a estar de parto, hasta que Cristo se forme en vosotros” (19).

La devoción al Rosario en Oriente

28. Conociendo el poder que posee el Rosario de Nuestra Señora, no pocos de Nuestros Predecesores pusieron especial cuidado en difundir la devoción por los países de Oriente -en particular Eugenio IV en la Constitución Advesperascente, promulgada en 1439, y más tarde Inocencio XII y Clemente XI-. Con su autoridad, se concedieron amplios privilegios a la Orden de Predicadores en favor de este proyecto. Los resultados esperados llegaron, gracias a la enérgica actividad de los hermanos de esa Orden, resultado del que dan testimonio muchas brillantes actas, aunque el tiempo y la adversidad han levantado desde entonces grandes obstáculos en el camino de nuevos progresos. Sin embargo, aún hoy el mismo celo por la devoción del Rosario, que citábamos al principio de esta Carta, sigue llenando los corazones de gran número de personas en aquellas tierras, hecho que, confiamos, será tan útil para la realización de Nuestras esperanzas como lo fue para suscitarlas.

29. Junto a esta esperanza, está el hecho gozoso, de igual importancia para Oriente y Occidente, y en consonancia con el anhelo que hemos expresado: a saber, el plan, Venerables Hermanos, que tomó forma en el célebre Congreso Eucarístico celebrado en Jerusalén, de construir un santuario en honor de la Reina del Santísimo Rosario en Patrás de Acaya, no lejos de los lugares donde en un tiempo el cristianismo, bajo su patrocinio, brilló brillantemente. Pues, como hemos sabido con gran placer por la comisión que se organizó con Nuestra aprobación para adelantar el proyecto y hacerse cargo de los trabajos, la mayoría de vosotros habéis enviado ya las contribuciones recogidas para este fin y habéis prometido continuar vuestra ayuda hasta que el proyecto se haya completado.

30. Sobre la base de esto se ha decidido comenzar el trabajo en una escala proporcionada al tamaño de la empresa, y hemos concedido permiso para la colocación de la primera piedra del santuario en una fecha temprana con ceremonias solemnes. El templo se erigirá como un monumento de eterna acción de gracias erigido en nombre del pueblo cristiano a su Auxiliadora y Madre celestial. Allí se la invocará sin cesar en los ritos griego y latino para que, cada vez más propicia, siga acumulando nuevos favores sobre las antiguas bendiciones.

Que todos se dirijan a María

31. Y ahora, Venerables Hermanos, Nuestra exhortación vuelve al punto de donde partió. Que todos, pastores y rebaños, acudan con plena confianza a la protección de la gran Virgen, especialmente el próximo mes. Que no dejen de invocar su nombre, con una sola voz suplicándole como Madre de Dios, en público y en privado, con la alabanza, con la oración, con el ardor de su deseo: “Muéstrate Madre nuestra”. Que su compasión maternal mantenga a toda su familia a salvo de todo peligro, la conduzca por el camino de la verdadera prosperidad y, sobre todo, la establezca en la santa unidad. Ella mira con bondad a los católicos de todas las naciones. Cuando el vínculo de la caridad los une, los hace más dispuestos, más y más decididos, a defender el honor de la religión que, al mismo tiempo, trae al Estado las mayores bendiciones. Que mire con la mayor compasión a las grandes e ilustres naciones que están alejadas de la Iglesia y a las nobles almas que no han olvidado su deber cristiano.

32. Que Ella despierte en ellos los más saludables deseos, fomente sus santas aspiraciones y las lleve a feliz término. En Oriente, que la extendida devoción que le profesan las naciones disidentes, así como los innumerables actos gloriosos de sus antepasados en su honor, les ayuden eficazmente. En Occidente, que el recuerdo de su benéfico patrocinio sirva de apoyo a sus disidentes; a través de los siglos, ella ha manifestado su aprobación y ha recompensado la admirable devoción mostrada por todas las clases.

33. Que los pueblos de Oriente y Occidente, y todos los demás dondequiera que se encuentren, se beneficien de la voz suplicante de los católicos unidos en oración, y de nuestra voz que gritará hasta Nuestro último aliento: Muéstrate Madre.

Dado en Roma, junto a San Pedro, el día cinco de septiembre del año dieciocho de Nuestro Pontificado.

LEON XIII


Notas:

1. Col. 4:2.

2. St. Anselm, Orat, 47.

3. St. Bernard, Serm. II in Adv.

4. St. Tharasius, Orat. in Praesentatione. 5. On Off. Graec., 8 Dec.

6. Hebr. 12:I.

7. St. Germ. Constantinop., Orat. II, in Dormitione B.M.V.

8. St. Cyril Alex., Homil. contra Nestor.

9. Ibid.

10. Ex hymno Graecorum.

11. St. John Damasc., in Annuntiatione Deigenitricis, n. 9.

12. St. German. Constantinop., Orat. in Praesentatione B.M. V.

13. In Officio B.M.V.

14. Orat. hist. in Dormitione Deiparae.

15. Men., 5 maii, Theotokion.

16. St. Cyril Alex., De fide, Ad Pulcheriam.

17. I Cor. I:13.

18. Rom. 7:4.

19. Gal. 4:19.
 

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