CARTA APOSTÓLICA
SACRO VERGENTE ANNO
CONSAGRACIÓN DE RUSIA
AL INMACULADO CORAZÓN DE MARÍA
Pío XII
Cuando el año santo se acercaba felizmente a su fin, y nos fue dado por disposición divina definir solemnemente el dogma de la Asunción al Cielo de la gran Virgen María, la Madre de Dios, en cuerpo y alma, muchos de todas las partes del mundo nos expresaron su más sentida exultación; entre ellos había quienes, al enviarnos cartas de agradecimiento, nos imploraban que consagráramos a todo el pueblo de Rusia, en la angustia del momento presente, al Corazón Inmaculado de la Virgen María.
Esta súplica Nos fue muy grata, pues aunque Nuestro paternal afecto abarca a todos los pueblos, se dirige especialmente a aquellos que, aunque en su mayor parte separados por los acontecimientos históricos de esta Sede Apostólica, conservan, sin embargo, el nombre cristiano y se encuentran en tal condición que no sólo les es muy difícil escuchar Nuestra voz y conocer las enseñanzas de la doctrina católica, sino que son inducidos por artes engañosas y perniciosas a rechazar incluso la fe y el nombre de Dios.
1. Recuerdo constante en la oración
Tan pronto como fuimos elevados al pontificado supremo, Nuestro pensamiento se dirigió a vosotros, que constituís un pueblo inmenso, distinguido en la historia por las obras gloriosas, por el amor a la patria, por la laboriosidad y el ahorro, por la piedad hacia Dios y la Virgen María.
Nunca hemos dejado de elevar Nuestras peticiones a Dios, para que os asista siempre con Su luz y ayuda divina, y os conceda todo lo que podáis alcanzar, junto con una justa prosperidad material, también aquella libertad por la que cada uno de vosotros pueda proteger su dignidad humana, conocer las enseñanzas de la verdadera religión y rendir el debido culto a Dios no sólo en el fondo de vuestra conciencia, sino también abiertamente en el ejercicio de vuestra vida pública y privada.
Porque sabéis que nuestros predecesores, siempre que han tenido la oportunidad, no han hecho otra cosa que mostraros su buena voluntad y ofreceros su ayuda. Sabéis que los apóstoles de los eslavos occidentales, los santos Cirilo y Metodio, que junto con la religión cristiana trajeron la civilización a los antepasados de los eslavos occidentales, se dirigieron a esta gran ciudad, para que su actividad apostólica fuera confirmada por la autoridad de los pontífices romanos. Y cuando hicieron su entrada en Roma, nuestro predecesor Adriano III, de feliz memoria, "salió a recibirlos con grandes honores, acompañado del clero y del pueblo"(2) y, después de haber aprobado y alabado su obra, no sólo los elevó al episcopado, sino que él mismo quiso consagrarlos con la solemne majestad de los ritos sagrados.
2. Un milenio después de los primeros encuentros
En cuanto a tus antepasados, los pontífices romanos, siempre que las circunstancias lo permitían, trataban de establecer o consolidar lazos de amistad con ellos. Así, en el año 977, nuestro predecesor Benedicto VII, de feliz memoria, envió a sus legados al príncipe Jaropolk, hermano del famoso Vladimir; Y al mismo gran príncipe Vladimir, bajo cuyos auspicios el nombre cristiano y la civilización brillaron por primera vez entre vuestro pueblo, le fueron enviadas legaciones por Nuestros predecesores Juan XV en 991 y Silvestre II en 999; lo que fue graciosamente correspondido por el mismo Vladimir, que a su vez envió embajadores a los mismos pontífices romanos. Y cabe destacar que en el momento en que este príncipe llevó a estos pueblos a la religión de Jesucristo, la cristiandad oriental y occidental estaban unidas bajo la autoridad del Pontífice romano, como cabeza suprema de toda la iglesia.
En efecto, no pocos años después, en 1075, vuestro príncipe Isjaslav envió a su hijo Iaropolk al Sumo Pontífice Gregorio VII; y este Nuestro predecesor de inmortal memoria escribió a este príncipe y a su augusta consorte lo siguiente: "Vuestro hijo, mientras visitaba los sagrados umbrales de los apóstoles, acudió a Nosotros, y como deseaba obtener ese reino por Nuestra mano como regalo de San Pedro, habiendo hecho profesión de fidelidad al mismo príncipe de los apóstoles, lo solicitó con devotas súplicas, asegurándoos sin duda alguna que su petición sería ratificada y confirmada por Vos, en caso de contar con el favor y la protección de la autoridad apostólica. Como estos votos y estas peticiones nos parecieron legítimos, tanto por vuestro consentimiento como por la devoción del peticionario, finalmente los aceptamos, y le entregamos en nombre de San Pedro el gobierno de vuestro reino, con esta intención y con este ardiente deseo, de que el bienaventurado Pedro por su intercesión ante Dios os guarde a Vos, a vuestro reino y a todas vuestras cosas, y os haga poseer ese mismo reino en toda paz y también con honor y gloria hasta el final de vuestra vida. ..." (3).
(3) También hay que señalar que Isidoro, el Metropolitano de Kiev, en el Concilio Ecuménico de Florencia, firmó el decreto que sancionaba solemnemente la unión de las Iglesias orientales y occidentales bajo la autoridad del Romano Pontífice para toda su provincia eclesiástica, es decir, para todo el reino de Rusia, y permaneció fiel a esta sanción de unidad hasta el final de su vida terrenal.
3. Admirables páginas de generosidad y amor
Y si entretanto y después, debido a una multitud de circunstancias adversas, la comunicación de una parte y de otra se hizo más difícil, y en consecuencia la unidad de las almas más difícil -aunque hasta 1448 no tenemos ningún documento público que declare a vuestra Iglesia separada de la Sede Apostólica- esto, sin embargo, en general, no debe atribuirse al pueblo eslavo, ni ciertamente a Nuestros predecesores, que siempre rodearon a estos pueblos con amor paternal, y cuando fue posible, se preocuparon de apoyarlos y ayudarlos en todo.
Omitimos no pocos otros documentos históricos que muestran la benevolencia de Nuestros predecesores hacia vuestra nación, pero no podemos dejar de mencionar brevemente lo que hicieron los Sumos Pontífices Benedicto XV y Pío XI cuando, después del primer conflicto europeo, especialmente en las regiones del sur de vuestro país, grandes multitudes de hombres, mujeres y niños y niñas inocentes fueron golpeados por una terrible hambruna y una extrema pobreza. Pues, por afecto paternal a sus compatriotas, enviaron a estas personas alimentos, ropa y mucho dinero recogido de toda la familia católica, para ayudar a todos los que estaban hambrientos e infelices, y aliviar de alguna manera sus calamidades. Y Nuestros predecesores proveyeron, según sus posibilidades, no sólo a las necesidades materiales, sino también a las espirituales; pues no contentos con hacer súplicas a Dios, Padre de las misericordias y fuente de todo consuelo (cf. 2 Cor. 1,3), quisieron también que se ofrecieran oraciones públicas por vuestra condición religiosa, tan alterada y perturbada por los negadores y enemigos de Dios, que se empeñan en erradicar de las mentes la fe y la noción misma de la Divinidad. Así, el Sumo Pontífice Pío XI decretó en 1930 que en la fiesta de San José, patrón de la Iglesia universal, "se eleven oraciones comunes a Dios..." en la Basílica Vaticana por "las infelices condiciones de la religión en Rusia" (4); y él mismo quiso estar presente, rodeado de una multitud muy numerosa y piadosa. Además, en el solemne discurso del consistorio exhortó a todos con estas palabras: "Debemos rezar a Cristo... Redentor de la humanidad, para que la paz y la libertad de profesar la fe sean devueltas a los infelices hijos de Rusia... y deseamos que según esta intención, es decir, para Rusia, se reciten aquellas oraciones que Nuestro predecesor León XIII, de feliz memoria, mandó que los sacerdotes rezaran junto con el pueblo después de la Santa Misa; los obispos y el clero regular y secular procuren con todo cuidado inculcar lo anterior a sus fieles o a cualquier asistente a la Santa Misa, y se lo recuerden a menudo" (5).
4. Imparcialidad del Sumo Pontífice
Confirmamos y renovamos de buen grado esta exhortación y este mandato, ya que la situación religiosa entre vosotros no es ciertamente mejor en la actualidad, y porque nos sentimos animados por el mismo afecto vivo y la misma preocupación por estos pueblos.
Cuando estalló el último terrible y largo conflicto, hicimos todo lo que pudimos, con la palabra, la exhortación y la acción, para que las diferencias fueran sanadas por una paz justa y equitativa, y para que todos los pueblos, sin diferencia de raza, se unieran amistosa y fraternalmente, y trabajaran juntos para lograr una mayor prosperidad.
Ni siquiera en ese momento salió de Nuestra boca una palabra que pudiera parecer injusta o dura para cualquiera de las partes en conflicto. Ciertamente, reprendimos, como es debido, toda iniquidad y toda violación del derecho; pero lo hicimos de tal manera que evitamos con toda diligencia todo lo que pudiera convertirse, aunque injustamente, en causa de mayor aflicción para los pueblos oprimidos. Y cuando desde algunos sectores se presionó para que aprobáramos de algún modo, verbalmente o por escrito, la guerra emprendida contra Rusia en 1941, nunca lo consentimos, como lo expresamos abiertamente el 25 de febrero de 1946, en el discurso que pronunciamos ante el Sagrado Colegio y en todas las representaciones diplomáticas ante la Santa Sede (6).
5. Por la libertad de las almas y por la justicia
Cuando se trata de defender la causa de la religión, de la verdad, de la justicia y de la civilización cristiana, no podemos ciertamente callar; porque a esto se dirigen siempre nuestros pensamientos e intenciones, para que no con la violencia de las armas, sino con la majestad del derecho, se gobierne a todos los pueblos; Y que cada uno de ellos, poseyendo la debida libertad civil y religiosa dentro de los límites de su propio país, pueda ser conducido a la concordia, la paz y esa vida de trabajo por la que los ciudadanos individuales puedan procurar lo necesario para la alimentación, la vivienda, el sustento y el gobierno de sus familias. Nuestras palabras y exhortaciones se han referido y conciernen a todas las naciones, y por lo tanto también a vosotros, que estáis siempre presente en Nuestro corazón, y cuyas necesidades y calamidades queremos aliviar según Nuestras fuerzas. Aquellos que no aman la mentira sino la verdad, saben que durante todo el curso del reciente y más amargo conflicto, hemos sido imparciales hacia todos los beligerantes, y lo hemos demostrado a menudo de palabra y de hecho; y hemos incluido en Nuestra más ardiente caridad a todas las naciones, incluso a aquellas cuyos gobernantes profesaban ser enemigos de esta Sede Apostólica, e incluso a aquellas en las que los negadores de Dios se oponen ferozmente a todo lo que es cristiano y divino, y tratan de borrarlo de las mentes de los ciudadanos. Porque por mandato de Jesucristo, que confió todo el rebaño del pueblo cristiano a San Pedro, Príncipe de los Apóstoles (cf. Jn 21,15-17) -cuyo indigno sucesor somos-, amamos a todos los pueblos con intenso amor y deseamos procurar la prosperidad terrenal y la salud eterna de cada uno. Por lo tanto, todos los pueblos, ya sea que estén en guerra entre sí por la fuerza de las armas, o en disputa a causa de desacuerdos graves, son considerados por Nosotros como hijos queridos; y nada más deseamos, nada más pedimos a Dios por ellos en la oración, sino su mutua concordia, la paz justa y verdadera, y una prosperidad cada vez mayor. En efecto, si algunos, engañados por la mentira y la calumnia, Nos profesan una abierta hostilidad, Nos animamos hacia ellos con mayor piedad y más ardiente afecto.
6. Condenación del error y caridad para los que se equivocan
Indudablemente hemos condenado y rechazado -como lo exige el deber de Nuestro oficio- los errores que los defensores del comunismo ateo enseñan y se esfuerzan por propagar en gran perjuicio y ruina de los ciudadanos; pero a los descarriados, lejos de rechazarlos, les deseamos que vuelvan a la verdad y sean conducidos al camino correcto. En efecto, hemos expuesto y reprobado esas mentiras, que a menudo aparecen bajo falsas pretensiones de verdad, porque os tenemos un afecto paternal y buscamos vuestro bien. Porque estamos firmemente convencidos de que sólo podéis obtener el mayor daño de esos errores, pues no sólo privan a vuestras almas de esa luz sobrenatural y de esos supremos consuelos que provienen de la piedad y del culto a Dios, sino que también os privan de la dignidad humana y de la justa libertad que se debe a los ciudadanos.
7. La poderosa protección de la Madre de Dios
Sabemos que muchos de vosotros guardáis la fe cristiana en el fuero interno de vuestra conciencia, que no os dejáis inducir en modo alguno a favorecer a los enemigos de la religión, sino que deseáis ardientemente profesar las enseñanzas cristianas, únicos y seguros fundamentos de la vida civil, no sólo en privado, sino si fuera posible, como corresponde a las personas libres, incluso abiertamente. Y sabemos también, con gran esperanza y consuelo, que amáis y honráis a la Virgen María, Madre de Dios, con el mayor afecto, y que veneráis sus sagradas imágenes. Nos consta que el mismo Kremlin se construyó como un templo -ahora desgraciadamente sustraído al culto divino- dedicado a María Santísima Asunta al Cielo; y esto es un testimonio clarísimo del amor que vuestros antepasados y vosotros tenéis hacia la gran Madre de Dios.
Ahora bien, sabemos que la esperanza de salvación no puede fallar allí donde las almas se dirigen con sinceridad y ardiente piedad a la Santísima Madre de Dios. Pues aunque los hombres se esfuercen, por impíos y poderosos que sean, en alejar del corazón de los ciudadanos la santa religión y la virtud cristiana, aunque el mismo Satanás trate de promover esta lucha sacrílega por todos los medios, según la sentencia del Apóstol de las Gentes: "... no tenemos que luchar contra la carne y la sangre, sino contra príncipes y potestades, contra los dominadores de este mundo de tinieblas, contra los espíritus malignos..." (Ef 6,12); pero si María interpone su válido patrocinio, las puertas del infierno no pueden prevalecer. Porque ella es la más bondadosa y poderosa Madre de Dios y de todos nosotros, y nunca se supo de nadie que no recurriera a ella en la súplica, y que no experimentara su poderosísima intercesión. Continuad, pues, como acostumbráis, venerándola con ferviente piedad, amándola ardientemente e invocándola con estas palabras, que os son familiares: "A ti sola se te ha concedido, Santísima y Purísima Madre de Dios, ser siempre escuchada" (7).
8. Un ferviente llamamiento a la paz
También junto con vosotros elevamos Nuestra petición, para que la verdad cristiana, el decoro y el apoyo de la convivencia humana, se fortalezcan y refuercen entre los pueblos de Rusia, y para que todos los engaños de los enemigos de la religión, todos sus errores y sus pérfidas artes sean rechazados por vosotros; para que las costumbres públicas y privadas vuelvan a ser conformes con las normas del Evangelio; para que, especialmente entre vosotros, los que se profesan católicos, aunque privados de sus pastores, resistan con intrépida fortaleza los asaltos de la impiedad hasta la muerte. Para que la justa libertad que se debe a la persona humana, a los ciudadanos y a los cristianos, sea restituida a todos, como es su derecho, y en primer lugar sea restituida a la Iglesia, que tiene el mandato divino de enseñar a todos los hombres en las verdades y virtudes religiosas; y por último, para que la verdadera paz brille sobre vuestra amadísima nación y sobre toda la humanidad, y para que esta paz, fundada en la justicia y alimentada por la caridad, dirija felizmente a todas las naciones a esa prosperidad común de los ciudadanos y de los pueblos que proviene de la mutua armonía de las almas.
Que nuestra amantísima Madre se complazca en mirar con ojos bondadosos también a los que organizan las filas de los ateos militantes y en dar todo el impulso a sus iniciativas. Que ella ilumine sus mentes con la luz que viene de lo alto, y dirija sus corazones a la salvación con la gracia divina.
9. Consagración de los pueblos de Rusia al Corazón Inmaculado de María
Por eso, para que nuestras oraciones y las vuestras sean más fácilmente atendidas, y para daros un singular testimonio de Nuestra especial benevolencia, así como hace unos años consagramos el mundo entero al Corazón Inmaculado de la Virgen Madre de Dios, así ahora, de manera especialísima, Consagramos todos los pueblos de Rusia al mismo Corazón Inmaculado, en la segura confianza de que, con el poderosísimo patrocinio de la Virgen María, se cumplirán cuanto antes los votos que nosotros, vosotros y todos los hombres de bien hacemos por la verdadera paz, la armonía fraterna y la debida libertad para todos, y en primer lugar para la Iglesia; para que, mediante la oración que elevamos junto a vosotros y a todos los cristianos, triunfe y se establezca firmemente en toda la tierra el reino salvador de Cristo, que es "el reino de la verdad y de la vida, el reino de la santidad y de la gracia, el reino de la justicia, del amor y de la paz" (8).
Y con suplicante invocación roguemos a la misma Clementísima Madre, para que asista a cada uno de vosotros en las presentes calamidades y obtenga de su divino Hijo para vuestras mentes aquella luz que viene del Cielo, e imparta a vuestras almas aquella virtud y fuerza, por la cual, sostenidos por la gracia divina, podáis vencer victoriosamente toda impiedad y error.
Roma, en San Pedro, 7 de julio de 1952, fiesta de los santos Cirilo y Metodio, en el decimocuarto año de Nuestro pontificado.
PIO XII
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