Su último ataque al Evangelio en presencia de desafortunados incrédulos fue perpetrado el domingo 19 de enero de 2014, cuando el Sumo Hereje asistió a una reunión con refugiados extranjeros en la parroquia romana del Sagrado Corazón. Los refugiados incluían tanto musulmanes como cristianos, y Francisco, dirigiéndose a ambos, dijo que por las dificultades que soportaron, deberían encontrar consuelo en sus respectivas religiones:
Compartir nuestra experiencia de llevar esa cruz, para expulsar la enfermedad de nuestro corazón que amarga nuestra vida: es importante que hagáis esto en vuestros encuentros. Los que son cristianos, con la Biblia, y los musulmanes, con el Corán. La fe que te inculcaron tus padres siempre te ayudará a seguir adelante.
(Antipapa Francisco, Discurso a los refugiados en la Basílica del Sagrado Corazón, Roma, 19 de enero de 2014)
Entonces, ¿por qué Francisco obstaculiza la evangelización de los infieles? ¿Por qué evita toda oportunidad de predicar el verdadero Evangelio a aquellos que no son parte de la Iglesia Católica?
La respuesta es simple: no cree que la Iglesia Católica sea la única Iglesia verdadera ni la única religión verdadera. No cree en estas palabras de Cristo: “El que creyere y fuere bautizado, será salvo; mas el que no creyere, será condenado” (Mc 16,16); y asimismo, “Cualquiera que se rebela y no persevera en la doctrina de Cristo, no tiene a Dios” (2 Jn 9). Bergoglio no cree todo esto porque no es católico sino adherente a la religión modernista del Vaticano II, que antepone al hombre a Dios.
En 1907, el Papa San Pío X expuso y refutó el error modernista del indiferentismo. Lea la siguiente cita y pregúntese si esto no le suena inquietantemente familiar:
En el sentimiento religioso se descubre una cierta intuición del corazón; merced a la cual, y sin necesidad de medio alguno, alcanza el hombre la realidad de Dios, y tal persuasión de la existencia de Dios y de su acción, dentro y fuera del ser humano, que supera con mucho a toda persuasión científica. Lo cual es una verdadera experiencia, y superior a cualquiera otra racional; y si alguno, como acaece con los racionalistas, la niega, es simplemente, dicen, porque rehúsa colocarse en las condiciones morales requeridas para que aquélla se produzca. Y tal experiencia es la que hace verdadera y propiamente creyente al que la ha conseguido.
¡Cuánto dista todo esto de los principios católicos! Semejantes quimeras las vimos ya reprobadas por el concilio Vaticano.
Cómo franquean la puerta del ateísmo, una vez admitidas juntamente con los otros errores mencionados, lo diremos más adelante. Desde luego, es bueno advertir que de esta doctrina de la experiencia, unida a la otra del simbolismo, se infiere la verdad de toda religión, sin exceptuar el paganismo. Pues qué, ¿no se encuentran en todas las religiones experiencias de este género? Muchos lo afirman. Luego ¿con qué derecho los modernistas negarán la verdad de la experiencia que afirma el turco, y atribuirán sólo a los católicos las experiencias verdaderas? Aunque, cierto, no las niegan; más aún, los unos veladamente y los otros sin rebozo, tienen por verdaderas todas las religiones. Y es manifiesto que no pueden opinar de otra suerte, pues establecidos sus principios, ¿por qué causa argüirían de falsedad a una religión cualquiera? No por otra, ciertamente, que por la falsedad del sentimiento religioso o de la fórmula brotada del entendimiento. Mas el sentimiento religioso es siempre y en todas partes el mismo, aunque en ocasiones tal vez menos perfecto; cuanto a la fórmula del entendimiento, lo único que se exige para su verdad es que responda al sentimiento religioso y al hombre creyente, cualquiera que sea la capacidad de su ingenio. Todo lo más que en esta oposición de religiones podrían acaso defender los modernistas es que la católica, por tener más vida, posee más verdad, y que es más digna del nombre cristiano porque responde con mayor plenitud a los orígenes del cristianismo.
(Papa San Pío X, Encíclica Pascendi, n. 13; subrayado agregado).
Ahora llegamos a otra fuente desbordante de males, la cual tiene a la Iglesia actualmente afligida: nos referimos a la indiferencia, es decir, la opinión perversa que, por el trabajo fraudulento de los no creyentes, se expandió en todas partes, y según la cual es posible en cualquier profesión de Fe lograr la salvación eterna del alma si las costumbres se ajustan a la norma de los justos y honestos. Pero no será difícil para usted quitarle a las personas confiadas a su cuidado un error tan pestilente en torno a algo claro y evidente. Como el apóstol afirma (Efes. 4: 5) que existe “un Dios, una fe, un bautismo”, temen aquellos que sueñan que navegando bajo la bandera de cualquier religión podría igualmente aterrizar en el puerto de la felicidad eterna, y considerar que por el testimonio del Salvador mismo (Lc 11:23) “están en contra de Cristo, porque no están con Cristo”, y que desafortunadamente se dispersan solo porque no recolectan con él; por lo tanto “Todo el que quiera salvarse, ante todo es menester que mantenga la fe Católica; el que no la guarde íntegra e inviolada, sin duda perecerá para siempre” (Credo de San Atanasio). San Jerónimo, al encontrar a la Iglesia dividida en tres partes debido al cisma, tenaz como era con el propósito sagrado, cuando alguien intentaba atraerlo a su facción, constantemente respondía en voz alta: “Estoy con quien esté unido a la Cátedra de san Pedro” (San Jerónimo, Ep. 58). Entonces, alguien equivocadamente, entre aquellos que no están cerca de la Iglesia, se atrevería a buscar razones para alentar a regenerarse también en el agua de salud; a lo que San Agustín respondería oportunamente: “Incluso la ramita cortada de la vid tiene la misma forma, pero ¿qué forma se beneficia si no vive de la raíz?” (San Agustín, Sermón 162 A).
(Papa Gregorio XVI, Encíclica Mirari Vos, n. 13)
Condenado: 15. Todo hombre es libre para abrazar y profesar la religión que juzgue verdadera, guiado por la luz de su razón. “Todo hombre es libre de abrazar y profesar la religión que, guiado por la luz de la razón, considere verdadera”.Condenado: 16. Los hombres pueden, dentro de cualquier culto religioso, encontrar el camino de su salvación y alcanzar la vida eterna.
(Papa Pío IX, Syllabus de los errores, nn. 15-16)
Para Francisco, esta es solo una ocasión más para asegurar que los que están fuera de la Iglesia Católica no verán la necesidad de entrar nunca, a pesar de que la Santa Fe Católica enseña dogmática e infaliblemente que no hay salvación fuera de la Iglesia, el Arca de la Salvación, así como nadie se salvó del diluvio excepto los que estaban dentro del Arca de Noé, como enseñó el Papa Pío IX en términos muy claros:
La fe nos ordena que mantengamos que fuera de la Iglesia Apostólica Romana, ninguna persona puede ser salvada, porque nuestra Iglesia es el único arca de salvación, y quien no entre en ella, perecerá en las aguas del diluvio.
(Papa Pío IX, Alocución Singulari Quadam)
Asimismo, el Concilio de Florencia fue bastante inequívoco en su proclamación dogmática sobre la necesidad de morir unidos a la Iglesia Católica como condición sine qua non para la salvación:
[Este concilio] Firmemente cree, profesa y predica que nadie que no esté dentro de la Iglesia Católica, no sólo paganos, sino también judíos o herejes y cismáticos, puede hacerse partícipe de la vida eterna, sino que irá al fuego eterno que está aparejado para el diablo y, sus ángeles (Mt 25,41), a no ser que antes de su muerte se uniere con ella; y que es de tanto precio la unidad en el cuerpo de la Iglesia, que sólo a quienes en él permanecen les aprovechan para su salvación los sacramentos y producen premios eternos los ayunos, limosnas y demás oficios de piedad y ejercicios de la milicia cristiana. Y que nadie, por más limosnas que hiciere, aun cuando derramare su sangre por el nombre de Cristo, puede salvarse, si no permaneciere en el seno y unidad de la Iglesia Católica
(Concilio de Florencia, Decreto Cantate Domino; subrayado agregado).
Ya en julio del 13, el antipapa argentino les había dicho a los refugiados musulmanes que la observancia del Ramadán les traería “abundantes frutos espirituales”, y a los judíos se niega a predicarles a Cristo porque cree que siguen siendo el Pueblo Elegido de Dios y tienen su propia alianza válida con el Todopoderoso, junto con la alianza instituida por Cristo.
Incluso para los ateos, ya ha insinuado la salvación si "hacen el bien", y a los católicos les dijo que no deben preocuparse por el Juicio Final, sino que deben esperarlo con "gozo".
Esto es abominable. Esto es malvado. ¡Esto es el anticristo! Las palabras de San Pablo, Apóstol de los gentiles, tal vez nunca hayan sido más aplicables que ahora:
Pero si nosotros, o un ángel del cielo, os anunciare un evangelio diferente del que os hemos anunciado, sea anatema. Como antes dijimos, ahora lo repito: Si alguno os anuncia un evangelio diferente del que habéis recibido, sea anatema. Porque ¿acaso persuado ahora a los hombres o a Dios? ¿O busco complacer a los hombres? Si todavía agradara a los hombres, no sería siervo de Cristo.
(Gálatas 1:8-10)
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