Por Mons. José María Arancedo
El próximo 4 de Agosto, Fiesta del Santo Cura de Ars, celebramos el día del Párroco. Estamos hablando de un sacerdote a quién la Iglesia le confía el cuidado pastoral de una parroquia. Cuál es la fuente, el origen de la vocación del sacerdote, como su tarea al frente de una comunidad? La única respuesta es la voluntad de Jesucristo, el Buen Pastor, que ha querido continuar su ministerio en la persona del sacerdote. Este es el sentido del sacramento del Orden Sagrado que Jesús ha instituido para actualizar su misión a través del ministerio sacerdotal. Esto significa que al sacerdocio no lo crea la Iglesia, sino que ella lo recibe del mismo Jesucristo. Desde esta mirada de fe, que surge de una escucha atenta de la Palabra de Jesucristo, comprendemos el valor del sacerdote, como presencia viva de Jesucristo al servicio de los hombres.
Cuando contemplamos al sacerdote desde Jesucristo aparece, por un lado, la grandeza e importancia de su vida y ministerio, porque está llamado a ser un “alter Christus”, otro Cristo para los hombres, pero también se manifiesta la distancia o desproporción entre su persona y Jesucristo. Nadie como el sacerdote experimenta aquel: “llevamos ese tesoro en recipientes de barro” de san Pablo, (2 Cor. 4, 7); pero la pequeñez del recipiente no quita valor a su ministerio porque la fuerza proviene del mismo Jesucristo. Por ello, él debe ser el primero en reconocer esta desproporción y trabajar en una identificación cada vez mayor con la persona y la vida de Jesucristo, a quién está llamado a hacer presente en el ejercicio de su ministerio. De esta perfección espiritual o santidad va a depender, en gran medida, la eficacia de su trabajo sacerdotal.
El sacerdote, como vemos, no baja del cielo sino que es un joven que ha vivido cerca de nosotros, pero que un día se ha sentido llamado por Jesucristo para seguirlo y continuar su misión salvífica. Por ello al sacerdote lo debemos definir como alguien que ha escuchado un llamado, para vivir una vida de intimidad con Jesucristo y ponerse al servicio de los hombres. Él ha sido, como dice la carta a los Hebreos: “tomado de entre los hombres y puesto al servicio de los hombres, en aquello que se refiere a Dios” (Heb. 5, 1). Si bien la llamada a seguir a Jesucristo como la respuesta es algo personal, la realidad del sacerdocio nos compromete a todos. No se trata de una profesión que alguien eligió para provecho personal, sino de una llamada para estar con Jesucristo al servicio de todos.
Este 4 de Agosto los invito a dirigir nuestra mirada de fe y de reconocimiento a la persona del Párroco, él es alguien que tiene la responsabilidad de conducir como pastor nuestra comunidad. Ante todo elevar nuestra oración por él, él la necesita; pero también demostrarle nuestro agradecimiento y el deseo de comprometernos con la tarea que la Iglesia le ha confiado. La alegría de un pastor es la vida y el crecimiento de su comunidad. También les diría, saber crear un clima de valoración y estima por la vocación sacerdotal, sea en las familias, grupos juveniles como en los colegios. Este clima es el que prepara esa necesaria disposición interior, que hace posible escuchar el llamado del Señor como un camino al servicio de mis hermanos. Reciban de su Obispo, que también fue párroco, junto a mi afecto y oraciones mi bendición en el Señor.
El próximo 4 de Agosto, Fiesta del Santo Cura de Ars, celebramos el día del Párroco. Estamos hablando de un sacerdote a quién la Iglesia le confía el cuidado pastoral de una parroquia. Cuál es la fuente, el origen de la vocación del sacerdote, como su tarea al frente de una comunidad? La única respuesta es la voluntad de Jesucristo, el Buen Pastor, que ha querido continuar su ministerio en la persona del sacerdote. Este es el sentido del sacramento del Orden Sagrado que Jesús ha instituido para actualizar su misión a través del ministerio sacerdotal. Esto significa que al sacerdocio no lo crea la Iglesia, sino que ella lo recibe del mismo Jesucristo. Desde esta mirada de fe, que surge de una escucha atenta de la Palabra de Jesucristo, comprendemos el valor del sacerdote, como presencia viva de Jesucristo al servicio de los hombres.
Cuando contemplamos al sacerdote desde Jesucristo aparece, por un lado, la grandeza e importancia de su vida y ministerio, porque está llamado a ser un “alter Christus”, otro Cristo para los hombres, pero también se manifiesta la distancia o desproporción entre su persona y Jesucristo. Nadie como el sacerdote experimenta aquel: “llevamos ese tesoro en recipientes de barro” de san Pablo, (2 Cor. 4, 7); pero la pequeñez del recipiente no quita valor a su ministerio porque la fuerza proviene del mismo Jesucristo. Por ello, él debe ser el primero en reconocer esta desproporción y trabajar en una identificación cada vez mayor con la persona y la vida de Jesucristo, a quién está llamado a hacer presente en el ejercicio de su ministerio. De esta perfección espiritual o santidad va a depender, en gran medida, la eficacia de su trabajo sacerdotal.
El sacerdote, como vemos, no baja del cielo sino que es un joven que ha vivido cerca de nosotros, pero que un día se ha sentido llamado por Jesucristo para seguirlo y continuar su misión salvífica. Por ello al sacerdote lo debemos definir como alguien que ha escuchado un llamado, para vivir una vida de intimidad con Jesucristo y ponerse al servicio de los hombres. Él ha sido, como dice la carta a los Hebreos: “tomado de entre los hombres y puesto al servicio de los hombres, en aquello que se refiere a Dios” (Heb. 5, 1). Si bien la llamada a seguir a Jesucristo como la respuesta es algo personal, la realidad del sacerdocio nos compromete a todos. No se trata de una profesión que alguien eligió para provecho personal, sino de una llamada para estar con Jesucristo al servicio de todos.
Este 4 de Agosto los invito a dirigir nuestra mirada de fe y de reconocimiento a la persona del Párroco, él es alguien que tiene la responsabilidad de conducir como pastor nuestra comunidad. Ante todo elevar nuestra oración por él, él la necesita; pero también demostrarle nuestro agradecimiento y el deseo de comprometernos con la tarea que la Iglesia le ha confiado. La alegría de un pastor es la vida y el crecimiento de su comunidad. También les diría, saber crear un clima de valoración y estima por la vocación sacerdotal, sea en las familias, grupos juveniles como en los colegios. Este clima es el que prepara esa necesaria disposición interior, que hace posible escuchar el llamado del Señor como un camino al servicio de mis hermanos. Reciban de su Obispo, que también fue párroco, junto a mi afecto y oraciones mi bendición en el Señor.
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