Así que he tenido que colocar el teléfono en modo avión para poder escribir unas líneas sobre la nueva enciclopedia bergogliana: “Amoris laetitia” – La “alegría del amor”. Una enciclopedia que quiere ser un “Evangelio de la Familia”: de la “familia bergogliana”, evidentemente.
Los Cuatro Evangelios de Jesucristo, inspirados por el Espíritu Santo, tienen – según la Biblia de Jerusalén en español – algo más de 76.000 palabras. El nuevo “Evangelio Bergogliano” (que podemos considerar un “apócrifo” del siglo XXI), supera las 60.000 palabras, mucho más que los tres sinópticos juntos.
Una verborrea confusa y, sobretodo, generadora de confusión que ha dejado a todos los comentaristas –incluso a quien escribe– en la inseguridad de si valía la pena leerlo entero; e incluso si valía la pena escribir algo sobre ello.
Decimos “evangelio” porque así lo califica su autor: el “Evangelio de la Familia” (AL 60, 63, 76, 200, 201). Y calificamos como “apócrifo” porque así son llamados los textos en que se mezclan noticias y doctrinas verdaderas, con errores, mentiras y absolutas herejías; en los primeros tiempos de la Iglesia eran infatuaciones gnósticas o nicolaitas; por lo que sus autores se “escondían” bajo el anonimato, y “escondían” sus escritos, de ahí el uso del término griego “escondido” para calificar esos escritos: apókryphos (todo escondido). Pero siempre han existido “apócrifos” incluso públicos, es decir textos, habitualmente cargados de verborrea, en los que aparecen, como en ciertas sopas, alimentos sabrosos y nutritivos junto con verdaderos venenos flotando o semi-flotando en el caldo atractivo y nauseante.
El domingo tuve que ir atrás de una oveja desgarrada hacía 21 años, que desde cuatro meses buscaba; ella, como la samaritana, ha tenido cinco “maridos” y el que actualmente tiene no es su marido… (cf. Jn 4, 17-18) Y yo pensaba: “¿Puedo decirle a esta mujer adúltera y concubina, madre soltera e “in civitate peccatrix” (Lc 7, 37), que ni siquiera ha tenido el cuidado de cubrir sus desnudeces con una ropa decente para recibir un sacerdote en su casa, pero cuya conversión Dios quiere, y yo también, que ahora ya nada es pecado, que puede comulgar sin cambiar de vida?” En conciencia, no. Hay que acordarse de San Juan Evangelista y su “non licet tibi” ante el concubinato adulterino de Herodes, que le costó la cabeza (cf. Mc 6, 18). Dios quiere la santificación de esta “samaritana”, no su perdición eterna en el infierno, pero quien nos creó sin nuestra colaboración, no nos salva sin nuestra cooperación, como bien dijo San Agustín: “Qui creavit te sine te, non salvavit te sine te” (Serm. de verbis Apostolis 169, XI, n. 13;PL 38, 923).
Dios desea de todos los hombres actos de virtud, de integridad, ¡de santidad! ¡De progreso rumbo al encuentro gozoso con él! De abandono del pecado, para quienes no han conservado la inocencia. “¡No os engañéis! Ni los impuros, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los homosexuales, ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los ultrajadores, ni los rapaces heredarán el Reino de Dios” (1 Cor 6, 9-10), si no cambian de vida, claro. ¡Y es posible cambiar de vida! Pero no es posible ir al cielo sin repudiar la vida pecaminosa.
Esa misma enseñanza, el Apóstol de las Gentes la transmite, en fin de vida, a su discípulo Timoteo, hablando de los falsos doctores de la ley que “han caído en vana palabrería” (1 Tim 1, 6) y pretenden ser “maestros de la Ley”; la Ley, dice el Apóstol “es buena, con tal que se la tome como ley”, y no ha sido instituida para los justos, sino para los “prevaricadores y rebeldes”, que él enumera: “impíos, pecadores, irreligiosos y profanadores, parricidas, matricidas, asesinos, adúlteros, homosexuales…” Para estos, según el Apóstol, debe ser aplicada la Ley, pues esos tales “se oponen a la sana doctrina” (1 Tim 1).
¡Qué diferencia con Francisco y su última y “verborraica” vana palabrería…!
Qué dicen los glosadores de “Amoris laetitia”
Los comentarios en la prensa “internetica” son tan numerosos que no hemos tenido tiempo de cotejarlos todos.
Ya el primero, el cardenal Schönborn, al presentar el indigesto texto en la “Sala Stampa” del Vaticano, no teme afirmar que el documento viene a superar “la artificiosa, exterior, neta división entre [uniones] «regulares» e «irregulares»”. Más o menos como si el papa pudiese derogar alguno de los mandamientos, o inventar un nuevo sacramento. Y el cardenal valido, en una exégesis típicamente “bergogliana” (no católica) aplica una frase de S. Pablo sobre otro asunto totalmente diferente: “Dios sujetó a todos en desobediencia, para tener misericordia de todos” (Rm 11, 32). Un error de interpretación que no se permitiría en el primer curso de teología de un seminario; y más un seminario dominico (en el cual Schönborn estudió). ¡Nada que ver! Nos recuerda ciertos pastores protestantes, con los que hemos tenido que “dialogar” (sic!), para los cuales cualquier frase vale en cualquier sentido sin relación con nada. Porque el Magisterio multisecular para ellos no existe; ni la interpretación auténtica dada por la Iglesia a lo largo de veinte siglos. Y eso parece que tampoco existe para Schönborn, glosando a Francisco. Para el cardenal privado del pontífice, con el nuevo texto “hay en primer lugar un suceso lingüístico… algo ha cambiado en el discurso eclesial”. ¿Qué ha cambiado? Los comentaristas laicos, izquierdistas, divorcistas y etc., no dejan de alegrarse porque el Francisco los protege en sus aberraciones morales.
Antonio Socci, un vaticanista aguzado, reporta algunos titulares de la prensa italiana no católica. Para “La Repubblica”, el texto de Bergoglio significa “es posible la comunión para los divorciados recasados”; en “Il Corriere della Sera” el título es “El papa abre los sacramentos a los recasados”.Estos piensan como Schönborn; es decir como Francisco.
No sólo, también el periódico de la Conferencia Episcopal Italiana, “Avvenire” declara con euforia, a respecto del “Evangelio apócrifo bergogliano”: “Cuando el cardenal Kasper habló del «documento más importante en la historia de la Iglesia en el último milenio» algunos pensaron que fuese exagerado… Ahora con el texto delante, debemos decir: el texto de Francisco tiene el sabor de un texto fuerte y revolucionario”. Dejando de lado los errores de redacción, que no pasarían en un curso elemental (repetición de palabras, uso impropio, etc.), el sentido es claro: hay un cambio de 180 grados en la doctrina familiar bergogliana, en relación a la doctrina familiar católica. Un cambio “revolucionario”, como no existió en los últimos 1.000 años. Kasper fue más lejos, en los últimos 17 siglos. El mismo uso del calificativo “revolucionario” indica que Francisco ha querido revolver, producir una mudanza muy radical, instaurar un nuevo estado de cosas contrario a un orden existente; podemos usar la expresión italiana “revolución copernicana”, es decir poniendo boca abajo, patas arriba lo que estaba erguido según la ley humana y divina. En este caso, el matrimonio como fue querido e instituido por Dios.
Y Socci comenta acertadamente: “la exhortación apostólica es un gesto claro de desafío a dos mil años de magisterio católico. Y en los ambientes católicos (traumatizados) domina un silencioso desconcierto”.
Psicológicamente surge el desconcierto en el alma humana, delante de ciertas aberraciones extremadamente escandalosas, y provocan el silencio de los justos: Jesús calló delante de Caifás, porque no tenía sentido comentar las insensateces del Sumo Sacerdote, legítimo heredero de Aarón, pero prevaricador: “Jesus autem tacebat” (Mt 26, 63).
La lectura del documento “en discontinuidad” con el magisterio multisecular, es la que hacen también personajes muy en boga. Por ejemplo el propagandista de Francisco, padre Antonio Spadaro, director de la conocida (antes prestigiosa) revista “Civiltà Cattolica”, o el singular Enzo Bianchi (fundador de una vida mixta y con ciertos trazos selváticos, de hombres y mujeres, e interconfesional, católicos y no católicos, que se autodenomina “prior” de la llamada “Comunidad de Bose”). Lo mismo repican el profesor de teología Alberto Melloni, en el “Corriere della Sera”: o la revista “Famiglia Cristiana”, y tantos otros “bergoglianos”.
Es el certero análisis de Tomasso Scandroglio y Luisella Scrosati en “La Nuova Bussola Quotidiana”. Todos los fanáticos bergoglianos dan por descontado que “ha habido un cambio radical en los criterios de la moral, lo que equivale a negar dos mil años de tradición”. La “discontinuidad”, todos lo sabemos, fue el término utilizado por el papa Benedicto XVI en su primer saludo a la Curia Romana, en diciembre de 2005, refiriéndose a las interpretaciones de los textos del Vaticano II.
La tal “hermenéutica de la discontinuidad y de la ruptura”, según el papa recién elegido, “ha contado con la simpatía de los medios de comunicación y también de una parte de la teología moderna”, y en aquel entonces (hace 11 años…) “podría acabar en una ruptura entre Iglesia preconciliar e Iglesia posconciliar”. Para estos “discontinuos” no hay que quedarse en el texto, porque este refleja de modo imperfecto “el espíritu”. Ese “espíritu” del Concilio Vaticano II, como el “espíritu” de Bergoglio “deja espacio a cualquier arbitrariedad”. Es lo que estamos viendo en la exégesis, desgraciadamente mayoritaria, de “Amoris laetitia”.
Los análisis imparciales de “Amoris laetitia”
El ya citado vaticanista Socci reporta el comentario de un periodista “bergogliano”: “Francisco cierra las cuentas con el Concilio de Trento”. Y comenta: “Ningún papa tiene el poder de renegar la Ley de Dios y el Magisterio constante de la Iglesia. En realidad, Bergoglio, con su documento, cierra también las cuentas con el Evangelio. Porque las palabras de Jesús sobre la indisolubilidad del matrimonio son clarísimas”. E irónicamente, publica la foto de Enrique VIII, el inmoralísimo, adultero y concubinario fundador de los “hermanos separados” anglicanos, con unas palabras inspiradas en la pastoral propuesta por “Amoris laetitia”: “Después de un itinerario de acompañamiento y de discernimiento, su párroco le ha dicho que puede continuar su historia con Ana Bolena”.
Es la consecuencia linear de las normas indicadas por “Amoris laetitia”: Enrique VIII tenía razón, y el mártir S. Tomás Moro fue un idiota que se dejó matar por una “pervivencia indiscriminada de formas y modelos del pasado” (AL32) .
También para el profesor norteamericano Maike Hickson “el papa se aparta de la enseñanza de la Iglesia en su nueva exhortación” e indica “afirmaciones graves y profundamente graves” de materias tratadas por Francisco que no fueron discutidas en los dos Sínodos. La “colegialidad” bergogliana es sólo en un sentido…
Igualmente el canonista estadounidense Edward Peters señala “el mal uso de la enseñanza conciliar” que Francisco utiliza en sus citas, lo que es un error craso de seriedad en el “Evangelio apócrifo berbogliano”; por cierto, en continuidad con todos los apócrifos heréticos que han existido desde el amanecer de la Iglesia. Como especialista en el derecho de la Iglesia, Peters afirma no encontrar referencias canónicas en el texto; sin embargo, se deja abierta la puerta para considerar que la uniones entre homosexuales puedan ser consideradas una forma de “matrimonio” (AL 251), en abierta contradicción con toda la doctrina católica, enseñada en los Evangelios de verdad (no en los apócrifos…).
Semejante es el comentario sintético de Gloria TV, reproduciendo un cuidadoso artículo de “Voice of the Family”: “Francisco prepara el camino para que las personas que viven en relaciones adúlteras reciban la Santa Comunión sin un verdadero arrepentimiento y enmienda de vida”. Y en siete puntos señala los principales errores doctrinales y pastorales del documento: Es una exposición confusa de la doctrina católica sobre el pecado mortal; es preocupante el uso de citas truncadas de Juan Pablo II; olvida el papel de los padres en la educación de los hijos; abre la puerta a nuevas “situaciones familiares” como si la única no fuese la del hombre y la mujer unidos indisolublemente; apoya la ideología de género; a pesar de la extensión (superando los tres evangelios sinópticos y casi el total de los cuatro evangelios) no habla del mal del aborto; y concluye “el documento no da una exposición clara y fiel de la doctrina católica”, y se presenta “como una amenaza a la integridad de la fe católica y el auténtico bien de la familia”.
Paremos por aquí. Los análisis son abundantes y de personas de peso. Desgraciadamente, faltan análisis serios de cardenales, obispos y otras autoridades que deberían llamar al orden los desmanes doctrinales bergoglianos. Al menos no nos han llegado noticias; si han existido han sido tan discretos que no los conocemos.
Los comentaristas avestruces
No falta quien, como el padre José Granados, vicepresidente del Instituto Pontificio Juan Pablo II para los Estudios sobre el Matrimonio y la Familia, declare ingenuamente: “Amoris laetitia sólo puede interpretarse a la luz de la tradición católica”. No es exactamente lo que afirman algunos intérpretes oficiales, como Schönborn con su idea de superación de conceptos trasnochados, los obispos españoles que la consideran “realista y positiva”, o el cardenal Cañizares que afirma sin condiciones “recoger fielmente la gran tradición de la Iglesia Católica”, dando la impresión el anciano purpurado de que no ha leído el texto. Y un largo etcétera.
Los ingenuos que se niegan a ver los errores clamorosos siempre han existido. Porque es más cómodo. Es lo opuesto de lo que muestran los observadores imparciales, enamorados de la Iglesia de Cristo, y que se niegan a pactar con ningún tipo de desvío moral, y menos en clérigos y personas consagradas.
El “valor magisterial” de “Amoris laetitia”
Pero el mismo hecho de decir que hay enseñanzas que son infalibles es la afirmación perentoria de que hay otras enseñanzas que son falibles. Es decir, sujetas a error. Los canonistas sabemos bien que, doctrinalmente, no necesitamos estudiar los antiguos textos del Vaticano I, sino que basta leer el motu proprio de Juan Pablo II Ad tuendam Fidem (AAS 90, 1988, 457-461), el cual modificó algunos cánones del Derecho Canónico (tanto del código latino como del oriental). Fue glosado ampliamente por un documento del entonces Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, card. Ratzinger (Nota doctrinaria ilustrativa de la fórmula conclusiva de la Profesión de Fe, en “L’Osservatore Romano”, 30/6/1998).
Resumamos.
1. Todo católico tiene obligación de prestar una adhesión de fe católica que excluya cualquier duda, a las enseñanzas del Papa (o de un Concilio aprobado por el Papa), propuestas claramente como infalibles por una declaración solemne, y basadas en la Revelación (Escritura y Tradición); por ejemplo, la presencia de Cristo en la Eucaristía. La negación de esas verdades constituye un pecado de herejía, y también un delito de herejía automáticamente sancionado con la excomunión; lo que se dice, en lenguaje técnico “latae sententiae”: negó, está excomulgado (canon 750 § 1).
2. También tenemos obligación los católicos de prestar una adhesión firme y definitiva a las declaraciones del Papa (o del Concilio aprobadas por el Papa), con la solemnidad de una afirmación infalible, pero no basadas en la Escritura o en la Tradición, sino que declaradas verdaderas por su relación con la Revelación (Escritura y Tradición) por un vínculo histórico o lógico. Por ejemplo, que sólo los varones pueden recibir la ordenación sacerdotal. La negación de estas verdades constituye un pecado de herejía, pero no un delito castigado con una pena latae sententiae; por lo tanto, no hay una excomunión inmediata pero si pecado y delito (canon 750 § 2).3. En tercer lugar está el “magisterio auténtico”, es decir el que el Papa (o el Concilio en comunión con él) presenta sobre asuntos de Fe y Moral, como siendo verdaderos, o al menos seguros. Es decir, todo lo que el papa habla o publica sobre Fe y Moral. Pero esto no es infalible; por lo tanto, es falible. El fiel católico no necesita creer que todo lo que el Papa enseña es verdad, pues, diría el Perogrullo, que lo falible puede ser erróneo. No se le pide al bautizado una adhesión incondicional, sino tan sólo un “religioso obsequio del entendimiento y de la voluntad”; es decir no discutir en público ese concreto asunto de fe o de moral, a no ser que haya razones muy graves (canon 752).
La mayoría de las enseñanzas de los Papas, desde S. Pedro a Francisco están en este caso; muchísimos de los documentos conciliares, desde Nicea al Vaticano II lo están también. Y la prueba de ello es que ningún teólogo serio, ningún pontífice, ningún obispo, ha querido jamás que los fieles consideremos como infalible lo que no es enseñado como infalible. Juan Pablo II apenas usó contadas veces del poder de la infalibilidad; el Vaticano II afirmó abiertamente no declarar nada nuevo con carácter de infalibilidad, sino solo repetir verdades infalibles ya reconocidas como infalibles por la Iglesia, siendo el resto “magisterio auténtico”, al cual debe prestarse “religioso obsequio del entendimiento y de la voluntad”. Querer pedir más es, como dice la expresión vulgar, “ser más papista que el Papa”.
Recordemos: todas estas tres formas de adhesión al magisterio se refieren a las enseñanzas de doctrina, no a las normas pastorales. Las directivas de actuación nunca jamás entran en la categoría de infalibles, pues son indicaciones que parecen sabias en determinado momento y después, o en otro lugar, pueden no serlo.
El caso más “escandaloso” es la “norma pastoral” del Primer Concilio de Jerusalén, en que los Apóstoles recomendaron a los paganos convertidos “abstenerse de la sangre” de los animales (Act 15, 29), lo que absolutamente no vigora “infaliblemente” para ningún fiel: la morcilla, el chorizo y otras cosas que los alemanes incluyen entre las “Delikatessen” no están vetadas a ningún católico (¡salvo en días de abstinencia!).
Las enseñanzas bergoglianas pastorales, a respecto del trato con los concubinarios (hoy llamados eufemísticamente “recasados”), con los adúlteros (denominados “matrimonio irregular”), con los homosexuales (llamados nuevas “situaciones familiares”), son opiniones a las cuales, en el mejor de los casos podríamos prestar un “religioso obsequio del entendimiento y de la voluntad”; si no fuese clamorosamente erróneo, como tantos comentaristas autorizados publican sin ser refutados por ningún bergogliano. Pero ni a eso estamos obligados, porque la norma pastoral no es enseñanza doctrinal.
El card. Burke, de conocida posición, ha dicho algo semejante en entrevista al “National Catholic Register”. Para el prelado que ha sido, entre otras cosas, Prefecto del Supremo Tribunal de la Signatura Apostólica, y fue defenestrado por Francisco debido a “diferencias doctrinales”, el reciente “Amoris laetitia” proclama “lo que personalmente él [Bergoglio] piensa” del matrimonio. E intenta salvaguardar su autor, invitando a “interpretar el texto de Amoris laetitia a la luz del Magisterio”. Trabajo ímprobo, insano… diríamos imposible. Sería necesario expurgarlo de tantos párrafos inconsistentes y contraproducentes, que para un pastor de almas es más fácil ignorarlo, tanto en su doctrina como en su propuesta pastoral.
No hace mucho el card. Müller, Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, intentaba defender a Francisco contra quienes lo acusan de hereje. Puntualizaba (como hemos hecho arriba) que el hereje es quien niega abiertamente alguna verdad revelada, que es presentada por la Iglesia como tal (ya lo explicamos, canon 750). Y sintetizando el valor de las palabras de Bergoglio declaraba “no ser el magisterio del papa y de los obispos superior a la Palabra de Dios”. Sin embargo reconocía que algunas enseñanzas bergoglianas son “unglücklich, missverständlich oder vage”, es decir que según el card. Müller, el que debería ser “maestro de la Fe” (“Lehrer des Glaubens”), usa expresiones desafortunadas, engañosas o vagas… No da mucha seguridad saber que el capitán que sujeta el timón no conoce bien el rumbo del barco…
Todos sabemos como, en este pontificado, el padre Lombardi tiene que estar continuamente “al quite” (expresión española que, para los no conocedores del arte del toreo, quiere decir entretener al toro para que no ataque a un torero desgarbado e incauto) para intentar decir que Bergoglio no dijo lo que dijo, pero que quería decir lo que no dijo… Sin comentarios…
La comunión de los concubinarios adulterinos (llamados “recasados”)
Citamos sólo un texto del reciente documento, que ha hecho gastar más tinta a los periódicos que la caída de las Torres Gemelas, en Nueva York. La nota 351 del documento, en el número 305 del mismo.
El texto bergogliano dice: “un pastor no puede sentirse satisfecho sólo aplicando leyes morales a quienes viven en situaciones «irregulares»”. Traducimos: el párroco, el confesor, el obispo no puede aplicar leyes morales a los adúlteros y concubinos.
Y continúa: “A causa de los condicionamientos o factores atenuantes, es posible que, en medio de una situación objetiva de pecado —que no sea subjetivamente culpable o que no lo sea de modo pleno— se pueda vivir en gracia de Dios, se pueda amar”. La “situación objetiva de pecado” del concubinato adulterino puede no ser “subjetivamente” pecado, y por lo tanto los concubinarios adulterinos pueden estar en estado de gracia… sin saberlo.
Por ello Francisco dice que esa “situación objetiva de pecado”, pero no “subjetiva”: “también se pueda crecer en la vida de la gracia y la caridad, recibiendo para ello la ayuda de la Iglesia”. Es decir, la Iglesia debe ayudar a “crecer en la vida de la gracia” a quienes no están en estado de gracia, porque están en situación objetiva de pecado público (concubinato adulterino de una segunda unión). Aprendimos en el Catecismo que el pecador recupera la vida de la gracia por el sacramento de la penitencia, desde que haya propósito de enmienda en relación a los pecados; pero el adúltero concubinario no deja la situación de pecado, por ello no puede recibir válidamente la absolución. Por lo tanto, no puede “crecer en la vida de la gracia”.
Y para colmo, la nota 351 afirma literalmente: “En ciertos casos, podría ser también la ayuda de los sacramentos. Por eso, «a los sacerdotes les recuerdo que el confesionario no debe ser una sala de torturas sino el lugar de la misericordia del Señor»: Exhort. ap.Evangelii gaudium (24 noviembre 2013), 44: AAS 105 (2013), 1038. Igualmente destaco que la Eucaristía «no es un premio para los perfectos sino un generoso remedio y un alimento para los débiles» (ibíd, 47: 1039)”.
En el actual ambiente mundial de relajamiento moral y “ausencia de noción de pecado” (como ya denunciaba Pío XII), se debe dar la “ayuda de los sacramentos” (es decir, dar la absolución y permitir comulgar) a quienes están en “situación objetiva de pecado” por ser concubinos adulterinos públicos. Y por si dudas existiesen, añade Bergoglio que “la Eucaristía no es un premio para los perfectos”; lo que ha sido interpretado por la mayoría de los comentaristas como la apertura a la comunión para los recasados. Y sobre esta interpretación “de ruptura” ni el padre Lombardi ni Francisco se han preocupado de rectificarla. Sólo los “interpretes avestruces” dicen que debemos leerlo en continuidad con la Tradición…
El “Evangelio apócrifo bergogliano” se presta a numerosísimos comentarios y puntualizaciones. Aquí hemos intentado dar una visión general del modo como lo han glosado los defensores de Francisco, por lo tanto, se trata de lo que podríamos llamar una “interpretación auténtica”, empezando por las palabras del card. Shönborn en la Sala Stampa, al presentarlo oficialmente al público.
Y hemos señalado algunas acotaciones de observadores imparciales de la Iglesia. No nos interesa la opinión de los no católicos respecto de la ortodoxia de un documento sobre la familia en el mundo moderno.
Sin omitir la referencia a los que fingen ignorar la gravedad del momento presente, diciendo que basta interpretar el confuso texto en la línea de la Tradición; cosa que sus autores y propagandistas no quieren. Táctica de avestruz.
Prometemos que, en medio de nuestras obligaciones pastorales, encontrar tiempo para hacer algunas otras observaciones y, sobre todo, estudios Denzinger-Bergoglio para los puntos más controvertidos del documento, que puedan ayudar a los lectores a continuar creciendo en la Fe en la Santa Iglesia, Una Católica Apostólica y Romana.
Cristo es el sustentáculo de la misma, y jamás dejará que las puertas del Infierno prevalezcan contra ella (Mt 16, 18), como está escrito en letras de oro en la cúpula de San Pedro en el Vaticano: “portae inferi non praevalebunt adversum eam”. A lo largo de veinte siglos situaciones confusas han existido muchas: antipapas, papas indignos, de moral escandalosa, indiferentes a las herejías…
San Ambrosio y San Atanasio se honraban de constar en primer lugar en las listas de los obispos con los cuales los arrianos no tenían “comunión”; e incluso el Papa llego a contemporizar con los herejes negando la “comunión” a los dos impertérritos obispos íntegros.
Sin embargo los siglos pasaron, Dios suscitó almas santas que, como San Francisco de Asís, sustentaron la Iglesia impidiendo su ruina. Dios suscitará quien quiera, cuando quiera, donde quiera. Puede ser una humilde pastorcilla como Santa Juana de Arco; puede ser una Santa Catalina de Siena, iletrada hija de un comerciante… Lo seguro es que “non praevalebunt”.
Mientras no veamos en el horizonte un alma así, hagamos lo que nos enseñaron quienes nos precedieron en el signo de la Fe: caridad, castidad, práctica de los Mandamientos, vida de piedad, vida sacramental. Certeza absoluta de que “non praevalebunt”, aunque no sepamos cómo y cuándo, pues “de aquel día y hora, nadie sabe nada, ni los ángeles de los cielos, ni el Hijo, sino sólo el Padre” (Mt 24, 36). No obstante Él garantizó: “El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán” (Mt 24, 35).
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