viernes, 29 de mayo de 2015

ENCUENTRO DE FRANCISCO CON UN GRUPO DE NIÑOS GRAVEMENTE ENFERMOS Y SUS FAMILIAS


ENCUENTRO DE FRANCISCO

CON UN GRUPO DE NIÑOS GRAVEMENTE ENFERMOS Y SUS FAMILIAS

Capilla de la Domus Sanctae Marthae

Viernes 29 de mayo de 2015


Buenas noches a todos.

Comencemos con una oración al Señor [recitación del Padrenuestro].

Cuando en la catequesis nos hablaban de la Santísima Trinidad, nos hablaban de un misterio: que sí, está el Padre, el Hijo, el Espíritu Santo, pero no se puede entender del todo. Es verdad, tenemos pruebas de que es verdad, pero entenderlo es otra cosa. Tenemos pruebas. También aquí, si miramos a Jesús, a la Eucaristía, Jesús está allí en ese trozo de pan, es verdad. Pero, ¿cómo es esto? No entiendo cómo puede ser... pero es verdad, es Él. Esto es un misterio, decimos. Y del mismo modo, si hacemos otras preguntas sobre la catequesis, no se pueden entender en profundidad, pero tenemos pruebas.

Hay también una pregunta, cuya explicación no se aprende en una catequesis. Es una pregunta que me hago a menudo y que muchos de vosotros, muchas personas se hacen: “¿Por qué sufren los niños?”. Y no hay respuestas. También esto es un misterio. Sólo miro a Dios y pregunto: “¿Pero por qué?”. Y mirando a la cruz: “¿Por qué está tu Hijo allí? ¿Por qué?”. Es el misterio de la cruz.

Pienso a menudo en la Virgen, cuando le entregaron el cuerpo muerto de su Hijo, cubierto de llagas, escupido, ensangrentado y sucio. ¿Y qué hizo la Virgen? ¿Se lo llevó?. No, lo abrazó, lo acarició. También la Virgen no comprendió. Porque en ese momento recordó lo que le había dicho el Ángel: “Será Rey, será grande, será profeta…”; y seguramente en su interior, con ese cuerpo herido en sus brazos, ese cuerpo que tanto sufrió antes de morir, seguramente en su interior quería decirle al Ángel: “¡Mentiroso! Me han engañado”. También ella no tenía respuestas.

Los niños, cuando van creciendo, llegan a una edad en la que no entienden bien cómo es el mundo, cuando tienen más o menos dos años. Y empiezan a hacer preguntas: “Papá, ¿por qué? ¿Mamá, por qué? ¿Por qué esto?”. Cuando el padre o la madre empiezan a explicarles, no escuchan. Tienen otro “¿por qué esto?” y otro “¿por qué aquello?”. Pero no quieren oír realmente la explicación. Con este “¿por qué?” sólo consiguen atraer la atención de mamá y papá. Podemos preguntar al Señor: “Señor, ¿por qué? ¿Por qué sufren los niños? ¿Por qué este niño?”. El Señor no nos dirá palabras, pero sentiremos su mirada sobre nosotros y esto nos dará fuerza.

No tengáis miedo de preguntar, incluso de desafiar al Señor: “¿Por qué?”. Quizá no os llegue ninguna explicación, pero su mirada de Padre os dará la fuerza para seguir adelante. Y os dará también esa cosa extraña de la que hablaba este hermano [se refiere a un testimonio dado por el padre de uno de los niños enfermos] en su doble experiencia: un sentimiento diverso, un sentimiento extraño. Y quizá este sentimiento de ternura hacia vuestro hijo enfermo sea la respuesta, porque esa es la mirada del Padre. No tengáis miedo de preguntar a Dios: “¿Por qué?”, de desafiarlo: “¿Por qué?”, tened siempre el corazón abierto a recibir su mirada de Padre. La única respuesta que Él os podrá dar será: “También mi Hijo sufrió”. Esa es la respuesta. Lo más importante es esa mirada. Y ahí está vuestra fuerza: la mirada amorosa del Padre.

Se podría decir: “Pero usted, obispo, ha estudiado tanta teología y no tiene nada más que decirnos”. No. La Trinidad, la Eucaristía, la gracia de Dios, el sufrimiento de los niños son un misterio. Y podemos entrar en el misterio sólo si el Padre nos mira con amor. Sinceramente, no sé qué decirle, porque admiro mucho su fuerza, su valentía. Usted ha dicho que le habían aconsejado abortar. Ha dicho: “No, déjenlo venir, tiene derecho a vivir”. Nunca, nunca se resuelve un problema descartando a una persona. Nunca. Esto sería seguir las reglas de la mafia: “Hay un problema, deshagámoslo...”. Nunca.

Yo os acompaño así como soy, como siento. Y, en verdad, la compasión que siento no es pasajera, no es pasajera. Os acompaño con el corazón en este camino, que es un camino de valentía, que es el camino de la cruz, y sin embargo un camino que me ayudará, me ayuda vuestro ejemplo. Y os doy las gracias por ser tan valientes. Muchas veces en mi vida he sido cobarde, y vuestro ejemplo me ha hecho bien, me hace bien. ¿Por qué sufren los niños? Es un misterio. Hay que invocar a Dios como un niño llama a su papá y le dice: “¿Por qué? ¿Por qué?”, para atraer la mirada de Dios, que nos dirá una cosa: “Mirad a mi Hijo, también a Él”.

El hecho de que en un mundo donde es habitual vivir según la cultura del descarte, se tira lo que no es fácil, vosotros lleváis tan bien esta condición, permitidme que os lo diga —no os halago, lo digo de corazón—, es heroico. Sois los pequeños héroes de la vida. He oído muchas veces la gran preocupación de padres y madres como vosotros y estoy seguro de que a vosotros os pasa lo mismo: que [mi hijo] no esté solo en la vida, que [mi hija] no esté sola en la vida. Quizá sea la única ocasión en la que los padres piden al Señor que tome primero al hijo, para que no se quede solo en la vida. Esto es amor.

Os agradezco vuestro ejemplo. No sé qué más decir, sinceramente, porque estas cosas me tocan profundamente. Yo también no tengo respuestas. “Pero tú eres el Papa, ¡deberías saberlo todo!”. No, para estas cosas no hay respuestas, sólo la mirada del Padre. Y entonces, ¿qué hago? Rezo por vosotros, por estos niños, por ese sentimiento de alegría, de dolor, todo mezclado, del que hablaba nuestro hermano. Y el Señor sabe calmar este dolor de modo particular. Dejad que sea Él quien dé a cada uno de vosotros el consuelo justo, lo que necesitéis.

Gracias por esta visita, gracias, gracias!

El padre Joannis [Monseñor Gaid, uno de los dos secretarios privados de Francisco, que acompañaba al grupo], que es muy especial, usted lo conoció y me sugirió que le contara una historia. Quizás le ayude a mirar al Señor. Había una vez un niño que estaba jugando. Su padre lo miraba desde la ventana del tercer piso y el niño intentaba mover una gran piedra, pero no podía, era muy pesada. Entonces el niño listo fue a buscar una herramienta de hierro para ayudarlo a moverla, pero no pudo. Entonces llamó a sus compañeros de juego y quiso moverla en grupo, pero no pudieron porque era una piedra muy pesada. Y quisieron moverla para jugar allí en ese lugar y finalmente el padre que estaba mirando desde la ventana bajó y con mucha fuerza y ​​con una barra de hierro empujó la piedra. Y el niño amonestó al padre: “Pero papá, ¿viste que no podía hacerlo?” — “Sí” — “¿Y no viniste antes?” — “Porque no me llamaste”.

No os olvidéis de esto: llamad al Señor. Él sabrá cómo venir, cuándo venir y éste será vuestro consuelo. Rezad también por mí. Gracias.

Oremos a Nuestra Señora: “Dios te salve, María...”

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