Por la Dra. Carol Byrne
Joseph Ratzinger pensaba que el rechazo de la escolástica era “un paso justificado y necesario” (1) por las siguientes razones:
● Su “lógica cristalina” le parecía problemática (2)Dado que todas estas críticas eran el pan de cada día de los teólogos progresistas de mediados del siglo XX, está claro que Ratzinger estaba deseoso de unirse a la campaña de vilipendio de la Escolástica.
● Era demasiado “rígida”, “demasiado cerrada en sí misma” (3)
● Tenía que “despojarse de su coraza” (4)
● Estaba poseída por un “espíritu maligno” que producía “una estrecha ortodoxia escolástica” (5)
● Era “demasiado impersonal y prefabricada” (6)
● Era demasiado “alejada del mundo real” (7).
● Necesitaba que el Vaticano II “la sacara de su caja y la expusiera al aire fresco de la vida actual” (8)
● Su enfoque racional de la fe no lograba producir certeza (9)
● Su propia formación teológica procedía únicamente de “la Biblia y los Padres” (10)
Si tenemos en cuenta las razones, enumeradas anteriormente, por las que Ratzinger -según sus propias palabras- “quería salir del tomismo clásico” (aunque nunca estuvo en él) con vistas a “entrar en una conversación viva con la filosofía contemporánea” (11), la conclusión que se impone es que era un revolucionario que incitaba a otros a rebelarse también contra el sistema escolástico.
Ejemplos del “control del pensamiento” del Vaticano II
Examinemos cada uno de los puntos de Ratzinger.
En primer lugar, sus objeciones a la claridad: hace que esta cualidad admirable y esencial suene como algo indeseable y sin valor. Poco después del concilio Vaticano II, publicó un trabajo en alemán sobre la última sesión del Concilio (12). En él, mencionaba los documentos preparatorios que habían sido desechados -principalmente, hay que recordarlo, por su propia insistencia- precisamente porque se basaban en el pensamiento escolástico extraído de los Manuales.
Paradójicamente, se quejaba de que las claras formulaciones expresadas en estos documentos estaban aprisionadas en el núcleo interno del sistema escolástico, de modo que cuanto más brillaban con la luz de la claridad, más perdían el contacto con la realidad. Sin embargo, esto no tendría ningún sentido para una persona formada en los métodos escolásticos de razonamiento. Evitar la claridad es abrir la puerta a la ambigüedad, aunque Dios creó la mente humana específicamente para alcanzar el conocimiento de la Verdad mediante la aprehensión de la realidad.
Leyendo la publicación de Ratzinger, uno tiene derecho a expresar su asombro de que un prelado, que sirvió como prefecto de la CDF y ascendió a la posición de sumo pontífice, represente una situación en la que prevalece lo contrario de lo que es normal o esperado -aquí uno recuerda las aventuras de Alicia en “A través del espejo”- y donde la claridad, la objetividad y la verdad deben ser evitadas, y la realidad es discernible sólo en términos favorecidos por los teólogos progresistas.
En la misma publicación, Ratzinger criticó especialmente la enseñanza de la ética matrimonial basada en la Ley Natural, que él (y otros modernistas) consideraba una noción “anticuada”. Su enfoque de este último tema se tratará con más detalle más adelante.
La crítica de Ratzinger a la claridad no carece de importancia, teniendo en cuenta que la clave del “éxito” de los nuevos documentos del Vaticano II (que sustituyeron a los originales, claramente expresados) fue precisamente el hecho de que en ellos la doctrina no se expresaba con claridad, dejando el concepto de “realidad” abierto a diversas interpretaciones. No debe sorprender, por lo tanto, que en la Iglesia posterior al Vaticano II -de la que se ha desterrado la “tradición manualista”- la “realidad” signifique algo distinto para cada persona y para la misma persona en distintos momentos de su vida. Ello se debe a que los dirigentes de la Iglesia ya no hablan con una voz autorizada que conlleve alguna convicción aparte de la “preferencia personal”.
En cuanto a la connotación negativa de la Escolástica como sistema “rígido” y “cerrado”, de nuevo se da la imagen teórica. No hay motivos para creer, como sostenía Ratzinger, que esté “alejado del mundo real”; si parece “rígido”, es porque trata de verdades que son inmutables, y de conceptos que son verdaderos siempre, en todas partes y para todos; si parece “cerrado”, es sólo porque sus proposiciones están confinadas dentro de los límites del razonamiento lógico y de la doctrina ortodoxa. La universalidad y la racionalidad de la Escolástica son activos valiosos, por lo que puede considerarse que ha sido un movimiento intelectual importante e influyente en la historia del pensamiento occidental.
El verdadero problema lo plantea la “nueva teología”, que se abrió a la influencia de toda filosofía pasajera en su intento de ajustarse a las corrientes modernas de pensamiento. Y en la estela de esta apertura a una avalancha de ideas heterodoxas, la mayoría de los “líderes espirituales” de la Iglesia han cerrado sus mentes a las verdades de la Fe Católica contenidas y explicadas en la “Tradición Manualista”.
Igualmente fuera de lugar es la crítica de Ratzinger a la Escolástica como “impersonal y prefabricada”. Un punto relevante aquí es que la mayoría de los católicos de hoy no saben nada del escolasticismo tomista -entre otras cosas porque se lo han quitado- y no sabrían cuánta credibilidad conceder a las acusaciones hechas contra él, y mucho menos cómo contrarrestar tales críticas. Así que se convencen fácilmente de que deben creer todo lo que les dicen los “líderes” de la Iglesia que han contribuido a la desaparición de la Escolástica con sus críticas corrosivas y el uso de términos engañosos.
La expresión “impersonal” es uno de esos términos; se entiende comúnmente como carente de calor personal y empatía, incluso tendiendo a ser inhumano ante el sufrimiento humano. Todos los “papas conciliares”, desde Juan XXIII a Francisco, han capitalizado esta interpretación para contrarrestar la imagen “severa” y “prohibitiva” de la Iglesia, suavizando las rigideces de la Ley Moral y poniendo fin a los anatemas. Esta visión sesgada encuentra su expresión en la filosofía del “Personalismo”, y fue introducida en la vida de la Iglesia por Juan Pablo II, quien a su vez estaba imbuido de sus falsos principios.
Todos los documentos del Vaticano II fueron escritos desde un ángulo “personalista”, y este enfoque se ve en el tono “pastoral” del concilio. Todo lo “prefabricado”, como dogmas definidos con precisión o listas de pecados, está mal visto. El fallo del argumento es que, para que el modo de vida cristiano tenga sentido, no podemos prescindir de normas absolutas “prefabricadas”, y éstas se encuentran no sólo en la Ley Divina y Natural enumerada en el Decálogo, sino también en la ley de coherencia lógica y no contradicción que se encuentra en los Manuales.
Después del Vaticano II, los católicos privados de normas objetivas y absolutas fueron arrojados sobre sus emociones, y comenzaron a decir “siento” en lugar de “creo”, “elijo” en lugar de “obedezco”, “quiero” en lugar de “debo conformarme a la Santa Ley de Dios”. Es el triunfo de la voluntad sobre el intelecto, y la primacía de la emoción sobre la Verdad, y la fantasía subjetiva sobre la realidad.
Notas:
1) Lorenzo Prezzi y Marcello Matte, 'Interview with Cardinal Ratzinger' (Entrevista con el cardenal Ratzinger), 30 Days, abril 1994, p. 62.
2) J. Ratzinger, Milestones (Hitos), pág. 44.
3) Ibid.
4) J. Ratzinger, Christianity and the Catholic Church at the end of the millennium (La sal de la tierra: el cristianismo y la Iglesia Católica al final del milenio), San Francisco: Ignatius Press, 1997, pág. 73.
5) J. Ratzinger, The Nature and Mission of Theology: Essays to Orient Theology in Today’s Debates (La naturaleza y la misión de la teología: Ensayos para orientar la teología en los debates actuales), San Francisco: Ignatius Press, 1995: “Después de que el espíritu maligno de una estrecha ortodoxia escolástica fue expulsado, al final siete espíritus mucho más malignos regresan en su lugar”.
6) Lorenzo Prezzi y Marcello Matte, op. cit., pág. 62.
7) Ibid.
8) Ibid.
9) J. Ratzinger, Truth and Tolerance (Verdad y Tolerancia), trad. Henry Taylor, San Francisco: Ignatius Press, 2004, pág. 136
10) Benedicto XVI con Peter Seewald, Last Testament (Último Testamento), p. 134.
11) Ibid., pág. 78.
12) J. Ratzinger, Die letzte Sitzungsperiode des Konzils (La última sesión del Concilio), Colonia: JP Bachern, 1966, págs. 25-26.
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