jueves, 5 de octubre de 2023

LA PERFECCIÓN DEL CLERO ( CXII)

El objetivo que se perseguía en el proceso de las Ordenes Menores era la perfección del clero en todas las etapas de su carrera eclesiástica, incluidos aquellos que no completaban el cursus completo.

Por la Dra. Carol Byrne


Llegamos ahora al tercer y más importante factor de las Órdenes Menores aclarado por el padre Bacuez – la perfección de quienes entraban en el estado clerical desde el momento en que recibían la Primera Tonsura – aunque no todos los candidatos procedieran al destino final del sacerdocio.

Esto requería que se separaran de los fieles comunes y de las influencias mundanas para entregarse a las cosas del Cielo, lo contrario de los objetivos del Vaticano II, que pregonaba la “igualdad con los laicos” y la “apertura al mundo”.

Durante siglos, antes del Vaticano II, la Iglesia enseñó consistentemente a través de numerosos Santos, Doctores y Papas que se requería un mayor grado de perfección (y, en consecuencia, una mayor carga de responsabilidad ante Dios) para quienes se encontraban en todos los grados de las Órdenes Clericales. Por lo tanto, a partir del siglo III se desarrolló (1) un patrón de ordenaciones secuenciales: el cursus honorum– que eventualmente se estandarizó como la forma habitual en que la Iglesia podía seleccionar, preparar, probar y promover candidatos dignos a cargos superiores.

El objetivo que se perseguía en este proceso era la perfección del clero en todas las etapas de su carrera eclesiástica, incluidos aquellos que no completaban el cursus completo.

Seamos claros

Es una situación familiar en la política del Vaticano II que cada vez que los progresistas introducían cambios contra-tradicionales, envolvían sus explicaciones en vaguedades, evasivas y engaños. Eso está claro ahora. Pero en 1972, pocos se habrían dado cuenta de las pistas de engaño de la Ministeria quaedam de Pablo VI por la que suprimía las Órdenes Menores.

Un sacerdote 'conservador' del Vaticano II dirige a unas animadoras en un ensayo de rutina

Porque, para justificar la conversión de las Órdenes Menores en “ministerios laicos”, tenía que evitar dar la impresión de que los ministerios litúrgicos de los primeros cristianos eran de naturaleza clerical, es decir, conferidos en ritos de ordenación por un obispo. En el documento, Pablo VI, utilizando términos genéricos, afirmaba que eran “confiados a los fieles” en “un rito especial” que implicaba oraciones pidiendo “la bendición de Dios”.

No dio ninguna indicación de que los fieles a quienes se les confiaban los ministerios litúrgicos fueran primero constituidos como clérigos, es decir, hombres ordenados por un obispo para desempeñar esas funciones. La evidencia más temprana de esto proviene de los escritos de los Padres de la Iglesia en la era postapostólica. El obispo del siglo III, San Cipriano, por ejemplo, menciona en la Epístola 32que cuando promovió a Aurelius como Lector, fue uno de varios grados de “ordenación clerical”.


Un catalizador de la revolución

Las evasivas de Pablo VI en esta cuestión dieron apoyo a los reformadores que habían creado y difundido la falsa noción de que, en los primeros siglos del cristianismo, el clero no tenía derechos exclusivos para ejercer los ministerios litúrgicos, ya que éstos pertenecían a laicos y mujer. El corolario de este argumento fue que a los laicos se les debería restaurar la justicia con reconocimiento oficial en un rito de “institución” –de ahí el tono revolucionario de Ministeria quaedam.

Este mal espíritu de descontento había sido identificado y condenado por el Papa Pío X, quien defendió la Doctrina de que la Iglesia era, por naturaleza, una sociedad desigual compuesta por la Jerarquía y el resto de los fieles (2), los gobernantes y los gobernados.

No sorprende que la “igualdad” fuera una de las consignas tanto de la Revolución Francesa como de la Revolución Bolchevique; y el cardenal Suenens y el padre Yves Congar identificaron al Vaticano II con estas revoluciones anticatólicas.


Una supresión perjudicial para el sacerdocio

Un sacerdote, ahora igual a los laicos, baila en una iglesia

Lo que se desprende muy claramente de la historia de las Órdenes Menores es que fueron instituidas para la perfección del clero, como el padre Bacuez explicó:
“Cada ordenación sucesiva exige en los candidatos signos adicionales de dignidad, al mismo tiempo que les confiere gracias adicionales. Así, cada ordenación proporciona un doble medio para progresar en la virtud. Por lo tanto, el seminario es un camino cuyo fin es la perfección y por el que la gracia divina les hace avanzar casi por necesidad” (3).
Este sistema inmemorial de ritos secuenciales de ordenación y gracias acumulativas, que había sido proporcionado por la Iglesia para un ministerio fructífero en el estado clerical, fue brutalmente terminado por Pablo VI en 1972. Uno de los pretextos dados en Ministeria quaedam para su supresión fue que no todos los receptores de las Órdenes Menores llegaban a ser diáconos o sacerdotes.

Así, se concluyó -por un non sequitur obvio- que todos los que no estuvieran en las Órdenes Mayores en adelante tendrían que ser simplemente miembros del laicado.

Pero en el sistema tradicional, incluso cuando un clérigo particular no completaba todos los grados que conducen al sacerdocio, todavía estaba en posesión de los poderes y gracias que le confería su ordenación para el cumplimiento de sus deberes. Y, a menos que fuera despedido de su cargo o solicitara permiso para regresar al estado laico, continuaba manteniendo su vínculo con la cadena de cargos relacionados con la Jerarquía.


El estatuto especial de los clérigos menores

Era bien sabido entre los fieles anteriores al Vaticano II que todos los miembros del clero eran elevados a una posición preeminente en la Iglesia y la sociedad. (Eso, por supuesto, fue antes de que la “participación activa” de los laicos distorsionara la venerable y establecida tradición del ministerio litúrgico como dominio exclusivo del clero).

San Pío X confiere el cardenalato al futuro Benedicto XV en una solemne ceremonia del pasado

En los albores del Movimiento Litúrgico, el padre Bacuez describió las Órdenes Menores así: (4)
“Las Órdenes Menores están muy por encima no sólo de todas las dignidades terrenales, sino también del ministerio levítico e incluso de las misiones de aquellos hombres extraordinarios a quienes Dios levantó en diversas épocas para la guía, protección o reforma de Su pueblo, Israel”.
Como la dignidad del sacerdote deriva principalmente de su poder sobrenatural para consagrar la Eucaristía y perdonar los pecados, se deduce lógicamente que aquellos que recibieron las Órdenes Menores participan, aunque sea mínimamente, del resplandor reflejado del sacerdote. El padre Bacuez da la razón de esto:
“Quien está investido de estas primeras Órdenes comienza a tener participación en los poderes del gran Sumo Sacerdote” (5).
Debemos notar el uso de la palabra “comienza”: significa que el hombre ordenado en Órdenes Menores ha sido promovido a una posición que no podría haber tenido como laico, posición que realmente le daba derecho, por primera vez en su vida, a participar de algunos de los poderes litúrgicos del sacerdocio de Cristo.

Los sacerdotes deben permanecer apartados de los laicos
para su propia perfección

Como era tradición establecida y universal que sólo un clérigo, ya sea en Órdenes Menores o Mayores, podía desempeñar adecuadamente un papel hierático distinto en el santuario como resultado de la Ordenación, se deduce que debía seguir un camino de perfección espiritual superior. El Concilio de Trento afirmó:
“Nada mejor instruye a otros en la piedad y el culto a Dios que la vida y el ejemplo de quienes se dedican al ministerio divino. ... A ellos, como a un espejo, los demás dirigen su mirada y encuentran en ellos una fuente de imitación. Es muy conveniente, por lo tanto, que los clérigos llamados al servicio de Dios orienten su vida y sus hábitos de manera que en el vestido, en el gesto, en el andar, en la palabra y en todo lo demás, no muestren más que seriedad, moderación y Religión”.
El fundamento de la enseñanza tradicional fue explicado por el padre Bacuez:
“La gloria de Dios y la santificación de las almas exigen que el ministro sagrado sea tanto más inmaculado, más santo, más ferviente cuanto más estrechas e íntimas son sus relaciones con la santidad misma” (6).
Pero la necesidad de esta perfección adquirida ya no es obvia hoy en día en la Iglesia post-Concilio Vaticano II, donde la distinción entre lo sagrado y lo profano ha sido deliberadamente borrada, donde las barandillas del altar que delimitan el lugar Santísimo han sido eliminadas, y donde a los laicos se les concede acceso sin restricciones al santuario.

Continúa...


Notas:

1) San Cipriano de Cartago (que murió en 258) en su Epístola 51 afirmó, en referencia al Papa Cornelio, que se convirtió en Obispo de Roma en 251, que “no fue uno que de repente alcanzó el episcopado, sino que, promovido a través de todos los oficios eclesiásticos... ascendió por todos los grados del servicio religioso hasta la elevada cumbre del Sacerdocio...".”.

2) Pío X, Vehementer nos, 1906, §8.

3) Louis Bacuez SS, Minor Orders, St Louis MO: B. Herder, 1912, pág. 136.

4) Ibid., pág. 158.

5) Ibid., pág. 160.

6) Ibid., pág. 145.


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