Por la Dra. Carol Byrne
El Movimiento Litúrgico, principalmente bajo la influencia de Jungmann, había convertido la liturgia en un campo de batalla de rivalidad entre Dios y el hombre para ver quién debía tener mayor gloria. El ganador de este tira y afloja se reveló en 1969 con la introducción de la misa novus ordo. Este nuevo rito de la misa era un artefacto enteramente creado por el hombre, cuyos diseñadores querían exaltar los valores humanos ("participación activa", "autoexpresión", "obra de manos humanas", "ofrendas del pueblo", etc.) a expensas de lo divino (el sacrificio de Cristo, el perdón de los pecados, la presencia real).
Esto revela dos aspectos notables de los reformadores que produjeron la nueva misa. No se tomaron a pecho las palabras de San Juan Bautista: "Es necesario que él [Cristo] crezca y que yo disminuya" (Jn 3:30). Y mostraron un disgusto fundamental, incluso repugnancia, por la naturaleza sagrada y autorizada de la tradición litúrgica.
San Juan Bautista:
'Cristo debe crecer y yo debo disminuir'
La consiguiente revolución de la liturgia ha producido, como era de esperar, efectos notables en la secularización de la Iglesia Católica. Lo ha conseguido trastocando el orden interno de las almas de aquellos cuya espiritualidad se había formado en los ritos tradicionales, haciéndoles perder el sentido de lo sobrenatural que sus antepasados en la Fe se esforzaron en fomentar.
La prueba de ello es que el nuevo centro de la liturgia es el pueblo y no Dios. Es un hecho incontrovertible que, en general, los católicos modernos hablan y ríen habitualmente en voz alta en la iglesia; ya no hacen la genuflexión ante el tabernáculo, y la costumbre de visitar la iglesia para rezar ante el Santísimo Sacramento ha caído en desuso. De hecho, ignoran a Jesús presente en el tabernáculo y prefieren saludarse entre ellos. No tienen inhibiciones para manipular los vasos sagrados, incluso las Hostias consagradas, o para desfilar en el santuario durante la misa, y se sienten cómodos con la vestimenta informal e impúdica en la iglesia. Todo esto y mucho más se produjo no por instigación de los laicos, sino con la connivencia y el estímulo del clero.
Sembrar mala hierba entre el trigo
"Un enemigo ha hecho esto", se nos dice, "mientras los hombres dormían" (Mat 13: 24-30). Sólo cuando "la brizna había crecido y había dado fruto" con el novus ordo, se hizo evidente que la Fe tradicional había sido sembrada por una "nueva comprensión" de la misa. El honor único que se le debía a Dios había sido prácticamente borrado del guión, y su lugar usurpado por el hombre, que debía ser el centro de atención y cuya participación se consideraba “esencial” para los ritos.
¿Quién sembró esta mala hierba antropomórfica entre el trigo en el campo de la liturgia? Aunque tuvo muchos ayudantes, y ciertamente no fue el primero en hacerlo, Jungmann, por el volumen de sus escritos, debería pasar a la historia como el principal difusor de la liturgia centrada en el hombre y despojada de misterio, asombro y reverencia.
Abajo la liturgia tradicional "alegórica"
El papel de Jungmann en este proceso de desacralización es de suma importancia. En su influyente obra sobre la historia de la misa, y amparándose en su investigación histórica, dedicó toda una sección al vilipendio de la liturgia medieval, que presentó como corrupta y decadente. Su verdadero propósito no parece haber sido el de ofrecer un relato exacto de los datos históricos según la norma de la verdad católica, sino el de introducir de contrabando sus propias ideas preconcebidas, que muchos liturgistas adoptaron sin más, sin argumentar.
El principal objetivo de Jungmann era el llamado "método alegórico" de interpretación litúrgica (1), que se había practicado desde el principio de la Iglesia, transmitido por los Padres de la Iglesia, los Santos y los Doctores, y que aún hoy sigue vivo entre los fieles a la Tradición Católica. En pocas palabras, no era sólo un medio para explicar lo que ocurría en la liturgia. Era una herramienta hermenéutica de discernimiento que ayudaba a los católicos anteriores al Vaticano II a captar algo del significado espiritual interno de la liturgia, tal como la inspiraba el Espíritu Santo. Servía como recordatorio de que las ceremonias y los ritos estaban imbuidos de un carácter sagrado, tan sagrado, de hecho, como para convertirse en sacrosanto a través del uso consagrado. Como expresó Dom Francis Gasquet (más tarde cardenal) en el siglo XIX:
"Un católico que ve en la liturgia viva de la Iglesia romana las formas esenciales que siguen siendo lo que eran hace 1.200, quizás casi 1.400 años, no puede dejar de sentir un amor personal por esos ritos sagrados que le llegan con toda la autoridad de los siglos. Cualquier manipulación grosera de esas formas debe causar un profundo dolor a quienes las conocen y las usan. Porque les vienen de Dios, por medio de Cristo y de la Iglesia. Pero no tendrían tal atractivo si no estuvieran también santificadas por la piedad de tantas generaciones, que han rezado con las mismas palabras y han encontrado en ellas firmeza en la alegría y consuelo en el dolor" (2).
En cuanto a la tradición "alegórica" de interpretación de la liturgia que tan bien había servido a la Iglesia desde sus inicios, Jungmann la torpedeó bajo la línea de flotación al someter sutilmente la liturgia al método de análisis "histórico-crítico". Este método había surgido en la época de la "Ilustración", generalmente hostil a la Iglesia (3) y también de la exégesis bíblica protestante. Al hacerlo, él y sus colegas rompieron la continuidad hermenéutica de la liturgia y se aislaron del pasado de la Iglesia. Pues la interpretación "alegórica" proporciona un puente epistemológico entre la antigüedad y la modernidad que permite a todas las generaciones de católicos entender la misa en el mismo sentido.
Cómo funcionaba el método "alegórico"
Siempre se ha reconocido que las características externas del culto católico -es decir, las palabras, las acciones, los cantos, la arquitectura y los accesorios- fueron instituidas para promover la gloria de Dios y la edificación de los fieles. El Concilio de Trento dijo que los "signos visibles de la religión y de la piedad" instituidos por la Iglesia elevan la mente de los fieles "a la contemplación de aquellas cosas más sublimes que están ocultas en este Sacrificio" (4).
Pero, como se trata de misterios que están más allá de la comprensión del intelecto humano, necesitamos alegorías que nos ayuden a entender algo de las verdades divinas contenidas en la liturgia. Con referencia a las ceremonias del culto, Santo Tomás de Aquino explicó: "las cosas de Dios no pueden manifestarse a los hombres sino por medio de semejanzas sensibles. Ahora bien, estas semejanzas conmueven más al alma cuando no sólo se expresan con palabras, sino que se ofrecen a los sentidos" (5).
En otras palabras, en la liturgia tradicional no hay nada meramente exterior. Cada detalle de las ceremonias y de la decoración expresa tanto las realidades superiores, sobrenaturales, como la vida interior, espiritual, para dirigir la mente de los fieles hacia lo que es invisible, divino y eterno.
"La Iglesia ha envuelto la celebración del adorable Sacrificio en un velo místico, con el fin de llenar los corazones y las mentes de los fieles con un temor religioso y una profunda reverencia, y para impulsarlos a una contemplación y meditación piadosas y serias" (6).Fue este "velo místico" el que Jungmann (y antes que él los líderes de la Reforma Protestante) (7) quiso arrancar como nada más que una cortina de humo mítica que oscurecía una realidad más mundana que, en opinión de algunos, sólo podía ser descubierta por la investigación histórica. Una vez aplicado a todo el ámbito de la liturgia, este método de crítica histórica impregna todo lo sagrado, desplaza el método de interpretación anterior y cambia finalmente la percepción de la Fe.
En el próximo artículo daremos ejemplos de los malos frutos del método "histórico-crítico" tal como se manifestaron en la liturgia reformada de Pablo VI.
Continúa...
Notas:
1) Puede ser útil saber que la palabra "alegoría" deriva de una combinación de dos palabras griegas: agoreuo: decir/hablar públicamente en el ágora -un lugar de reunión o asamblea- y allos: otro. El término vino a denotar cómo podemos explicar lo "otro", es decir, el significado superior o místico de un texto o ceremonia que no es inmediatamente evidente para el ojo o el oído.
2) Francis Gasquet y Edmund Bishop, Edward VI and the Book of Common Prayer, Londres: John Hodles, 1890, p. 183. Tras haber sido prior de la abadía de Downside, Gasquet fue elegido abad presidente de los benedictinos ingleses en 1900 y fue nombrado cardenal en 1914. Como miembro de la Comisión Pontificia para el estudio de la validez de las ordenaciones anglicanas (1896), contribuyó en gran medida a la redacción de la Bula Apostolicae Curae de León XIII, sobre la invalidez de las órdenes anglicanas.
3) En esta época se celebró el Sínodo de Pistoia, que, significativamente, propuso muchas reformas litúrgicas que prefiguran las del Vaticano II.
4) Sesión 22, capítulo 5.
5) Summa Teologica, II. I, q. 99 a. 3.
6) Padre Nicolás Gihr, The Holy Sacrifice Dogmatically, Liturgically and Ascetically Explained (El Santo Sacrificio explicado dogmática, litúrgica y ascéticamente), Friburgo: Herder, 1902, p. 336.
7) La interpretación alegórica de la Biblia y de la liturgia fue atacada durante el siglo XVI tanto por los humanistas como por los protestantes. Su objeción fundamental era la autoridad de la Iglesia Católica en materia de exégesis.
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