QUINTA PARTE
DEL LIBRO INTITULADO
"VIDAS DE LOS HERMANOS"
CAPITULO VII
DE CÓMO SE DEBE SOCORRER A LOS DIFUNTOS
I. Fr. Bertrán (1), varón santo y compañero del Bienaventurado Domingo y primer Provincial de Provenza, casi todos los días decía la Misa por sus pecados. Observando esto en el convento de Montpellier Fr. Benito, varón bueno y prudente, preguntóle por qué celebraba tantas veces por sus pecados y no por los difuntos. Respondió Fr. Bertrán:
- Porque los difuntos por los cuales ruega la Iglesia, seguros están y es cierto que llegarán a la gloria. Más nosotros, pecadores, nos vemos en muchos peligros, y tambaleando.
Díjole el Hermano:
- Respondedme, Prior carísimo: si estuviesen aquí dos mendigos igualmente pobres, uno con todos los miembros sanos y otro sin ninguno, ¿a quién socorrerías primero?
Respondió:
- Al que menos pudiera valerse.
Dijo entonces Fray Benito:
- Así son los difuntos, los cuales ni tienen boca para confesarse, ni oídos para oír, ni ojos para llorar, ni manos para trabajar, ni pies para peregrinar, sino que solo ansían y esperan nuestro socorro. Los pecadores, por el contrario, pueden ser ayudados con todas esas cosas, además de nuestros sufragios.
Como ni por estas razones se aquietase el Prior, se le apareció la noche siguiente un difunto terrible que con un féretro de madera comenzó a golpearle, repitiendo esto, despertándole, aterrándole, atormentándole más de diez veces aquella noche. Apenas llegó la aurora, se levantó, llamó a Fr. Benito, y acercándose con lágrimas al altar, celebró entonces devotamente por los difuntos. Esto oyó de boca del mismo Fr. Benito el que lo escribió al Maestro de la Orden.
II. Un Hermano que andaba predicando, llegó a cierto pueblo y se hospedó en una casa, desde cuya solana, donde por la tarde descansaba, observó que en la casa inmediata había unos jóvenes que se habían reunido para acompañar a un difunto, los cuales velaban entregados a juegos obscenos. Púsose él a llorar amargamente la locura de aquellos perdidos, y apenas se acostó en su cama, se dejó ver uno que dijo:
- Vengo de parte de las almas del purgatorio a hacer presente a los poseedores de los bienes que ellas han dejado: Apiadaos de mí, apiadaos de mí, al menos vosotros, amigos míos, porque la mano del Señor me ha tocado.
Y al Hermano le dijo:
- Mañana predicarás sobre estas palabras, reprenderás los juegos execrables que has visto y exhortarás a los hombres a que socorran a las almas de los difuntos.
Al día siguiente, enterrado aquel muerto, refirió a los pueblos que habían concurrido, la embajada de las almas y predicó en tal forma que todos, desde el primero hasta el último, vertían abundancia de lágrimas, detestaron los juegos y cobraron fervor admirable para socorrer a los prójimos difuntos.
III. Fr. Raón Romano, ya mencionado, hombre de santidad máxima, dijo en una plática a los Hermanos que había entre ellos uno que nada temía tanto como morir con deuda a los difuntos. Y sucedió que, habiendo muerto un Hermano con esa deuda, después de largo tiempo se apareció triste y abrazado a otro confidente suyo, y preguntado cómo en tanto tiempo no había purgado, dijo:
- Porque no he recibido socorro alguno, como otros difuntos recibieron los sufragios que se les debían; y así pido y espero la misericordia de Dios y la vuestra.
IV. Paseando y rezando salmos por el claustro el Prior del convento de Clermont, un domingo de noche, cogióle por la mano un converso muerto aquellos días y le dijo:
- P. Prior: decid a los Hermanos que hacen muy mal en no pagar lo que me deben.
El Prior sintió la mano y conoció la voz, pero no vio a nadie, y estupefacto convocó a los Hermanos en el Capítulo, díjoles lo que había oído, y halló que muchos no habían pagado al difunto lo que le debían; por lo cual les encargó que no retardasen el socorrer al angustiado.
V. Un Hermano lombardo, predicador y celador de la Orden, hallándose un día muy triste, se fue por distraerse al río, donde al quererse bañar sin licencia, se ahogó no obstante la poca agua y su destreza en nadar. Un Hermano que mucho le quería, comenzó a encomendarle a Dios, haciendo por él frecuentes penitencias y derramando muchas lágrimas, hasta que cierta noche se le apareció en sueños el difunto con capa vil y la capucha rota, y preguntado cómo estaba, dijo:
- No estoy condenado, pero me quemo en horrible fuego.
Y le mostró los brazos, que sin licencia y por deleite había extendido para nadar, penetrados de fuego hasta los huesos.
- ¿Puedo yo -dijo el Hermano- aliviarte en algo?
- Puedes -contestó- orando, celebrando y encargando a los Hermanos que paguen la deuda y sobreañadan gracia.
Hízolo así el Hermano; rogó a los amigos especiales y a los Hermanos que con instancia le encomendaron en las oraciones, y poco después se le volvió a presentar él mismo con hábito hermoso y rostro agraciado, pero algo pálido, y preguntado cómo estaba, contestó que estaba bien, pero que aún esperaba lo mejor; y dijo muchas cosas del purgatorio y del paraíso. Esto mandó escrito dicho Hermano al Maestro de la Orden, con otras cosas que por no pertenecer a este título no fueron aquí puestas.
VI. Fr. Mateo, español, lector y predicador devoto, y entre los Hermanos muy religioso, lo mismo cuando estudiaba en París, que cuando enseñaba en su Provincia, nueve días después de su defunción aparecióse a un Hermano que estaba orando, y preguntándole el Hermano cómo le iba, respondió:
- Bien, porque voy ya purificado a Cristo.
Asombrado el Hermano replicó:
- ¿Pues, cómo has estado tanto tiempo en el purgatorio?
- Por negligencia de mis Hermanos -contestó- si hubiesen pagado al momento la deuda en tres días hubiera salido.
Notas:
1) El Beato Bertrán de Garriga.
Capítulos anteriores:
Primera Parte:
Capítulo I
Capítulo II
Capítulo III
Capítulo IV
Capítulo V
Capítulo VI
Segunda Parte:
Capítulo I al XVII
Capítulo XVIII al XLIII
Tercera Parte:
Capítulo I al X
Capítulo XI al XX
Capítulo XXI al XXX
Capítulo XXXI al XL
Capítulo XLI Al XLIV
Primera Parte:
Capítulo I
Capítulo II
Capítulo III
Capítulo IV
Capítulo V
Capítulo VI
Segunda Parte:
Capítulo I al XVII
Capítulo XVIII al XLIII
Tercera Parte:
Capítulo I al X
Capítulo XI al XX
Capítulo XXI al XXX
Capítulo XXXI al XL
Capítulo XLI Al XLIV
Cuarta Parte:
Quinta Parte:
Capítulo III
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