QUINTA PARTE
DEL LIBRO INTITULADO
"VIDAS DE LOS HERMANOS"
CAPITULO VI
DE LAS ASECHANZAS DEL DIABLO
I. Contó y escribió Fr. Raimundo de Lausana, ya nombrado, que estando a punto de morir en el convento de Lyón de Francia un Hermano llamado Fr. Pedro, dijo, oyéndolo el Prior y él mismo que allí estaba:
- ¿Qué haces aquí, bestia cruel?
Preguntóle entonces el Prior:
- ¿Qué es esto, Hermano?
- Que aquí está el demonio -contestó el moribundo- bajo la forma de una mala vieja; pero no podrá conmigo, porque la fe verdadera me salva.
Y poco después murió.
II. Cayó en Nápoles enfermo un novicio, al cual se le apareció el diablo transfigurado en ángel de luz y comenzó a persuadirle que no hablara ya con nadie, ni confesara un pecado que entonces le había venido a la memoria y que nunca había confesado. Hacíalo así el novicio, y viendo los Hermanos que no quería hablar ni contestar a cosa alguna, creyéronle seducido y llamaron a Fr. Nicolás de Juvenacio, hombre santo y literato, el cual con razones y ejemplos mostró al enfermo que aquel silencio era engaño del demonio que le había tendido un lazo para llevarle consigo al infierno. Por fin, a fuerza de razones y oraciones de los Hermanos, salió de las fauces de Satanás, habló, se confesó, descubrió el fraude diabólico y al poco murió en confesión santa.
III. Agonizando otro novicio en el convento de Bolonia y recibidos devotamente los sacramentos, apareciéronsele dos demonios en figura de ángeles buenos, y le dijeron:
- Estás tan mal dispuesto que no podemos recibirte en nuestro reino; pero si quieres seguir nuestro consejo, vendremos a ti dentro de pocos días y te llevaremos a la misma gloria que nosotros gozamos.
Contestó que así lo haría, y ellos le mandaron que guardara en lo sucesivo un tal silencio, que a nadie absolutamente hablara una palabra. Así lo prometió el enfermo, y ellos, al marchar, le trajeron a la memoria un pecado que por ciego olvido jamás había confesado. Visitóle enseguida un buen Hermano, familiar suyo, quién observando tan oficioso silencio y conociendo el ardid del maligno, le manifestó con razones y ejemplos de los santos, como los demonios, bajo especie de santidad trabajan por engañar a los fieles, singularmente en el trance postrero. Con esta exhortación, alentando al enfermo, mandó llamar a Fr. Enrique de Bradio, hombre santo, a quién confesó aquel pecado, y absuelto que fue más plenamente por la autoridad del Prior, después de referir por su orden la ilusión dicha del diablo, en presencia de muchos Hermanos, descansó tranquilamente. El que esto vió, lo contó.
IV. En el convento de Aviñón (Provenza), hubo un Hermano, por nombre Fr. Bertrán, predicador y cantor devoto, el cual descansando en su cama una noche de invierno comenzó a cantar para así: El crucificado se levantó de entre los muertos. Y de repente oyó esta voz:
- Mucho cuidado, Hermano, que no verás el tiempo en que se canta esto.
Refirió el caso a un Hermano bueno, que fue quien me lo dijo a mí; y enviado después a Orange donde había nacido, cayó enfermo, e hizo que le llevasen a la casa de los Hermanos Menores; y estando ya en peligro de morir, en presencia del confesor dijo:
- Por Dios, quitadme de encima de la cabeza estos quesos que me oprimen. (Había él reunido aquellos días muchos quesos para las necesidades de los Hermanos).
Repitió esto varias veces, con admiración de los presentes, que no veían queso alguno; pero el confesor, suponiendo lo que podría ser, le dijo:
- No temas, carísimo, si en algo faltaste buscando quesos, yo te absuelvo con la autoridad de Dios y de la Orden.
Calló un instante, y luego comenzó a pasar la mano por delante de la cara, como espantando moscas. Díjole su compañero:
- ¿Por qué haces eso, Hermano?
- Porque veo delante demonios -contestó.
El compañero cogió la cruz que allí había y se la entregó diciéndole:
- ¡Defiéndete con ella!
Tomóla el enfermo fuertemente, y santiguándose con ella comenzó a besarla, y llorando dijo:
- Tú eres la vara de dirección, la vara del reino (1) -y así otras cosas.
Puesta la cruz en lugar honesto, dijo otra vez:
- Estoy viendo al Bienaventurado Agustín.
Habíale tenido especial devoción y hacía de él memoria todos los días. Contestó el compañero:
- Grande Santo es y Padre, bien puede ayudarte.
Después comenzó a cantar, como podía, la Salve, y cantándola se fue al Señor; y fue sepultado con gran devoción por los Hermanos Menores y tres de los nuestros, los cuales nos contaron estas cosas.
V. En el convento de Marsella hubo un enfermo, llamado Fr. Esteban, joven de pocos años, velado como muerto por los Hermanos, el cual estuvo así en agonía toda la noche de la Exaltación de la Santa Cruz; cuando he aquí que de repente comenzó a extender los brazos y clamar:
- Mirad la cruz del Señor; yo la estoy viendo en el cielo mientras vosotros celebráis hoy su fiesta en la tierra.
Estupefacto el Prior cogió la cruz que, según costumbre, se coloca enfrente del que muere, y presentándosela le dijo:
- He aquí, hijo mío, la señal de la Cruz de Dios.
- No veo esa cruz -contestó el enfermo- sino la verdadera Cruz de Cristo levantada en los cielos.
Y como de nuevo le presentasen la misma cruz, insistía él diciendo lo mismo, increpaba a los que allí estaban y les decía:
- Pero, ¿no la véis rutilante? ¿no la veis?
Y vuelto luego al Prior, llorando, le dijo:
- He aquí como quiso engañarme el enemigo; llegóse a mí con una caterva de demonios para arrebatarme como a siervo suyo, y diciéndole yo que no quería nada con él, que era siervo y discípulo de Cristo, contestó:
- Eres más bien mío, porque tomaste ayer vino sin licencia y contra el consejo del médico.
Oyendo esto el Prior, que lo era Fr. Pedro de Casis, hombre muy religioso, dijo al enfermo:
- Confiésalo, hijo, con dolor de corazón y darás al diablo chasco grande.
Hízolo así y bendiciendo a Dios y cantando a la Bienaventurada María, se durmió en la paz. Contóme esto el mismo Prior.
VI. Hubo en el mismo convento otro Hermano llamado Guillermo, antiguo, y que al principio de la Orden había trabajado mucho, el cual la noche que murió, según me dijo un buen Hermano que le asistía, miraba frecuentemente y como aterrado a una pared inmediata. Supuso el enfermero que estaría allí la bestia cruenta que a Martín se apareció, y que se lee que estaba esperando en el brazo de la cruz; y preguntando al enfermo si veía alguna cosa maligna, hizo este seña con la cabeza que sí. Entonces el Hermano roció la pared y la cama con agua bendita, diciendo la oración; después de lo cual, alegre el enfermo, se inclinó humildemente. Más el servidor, no olvidando el miedo pasado del moribundo, le animó a la confianza en la misericordia de Dios y pasión de Cristo, y en auxilio de la Bienaventurada María, con que comenzó a llorar, y poco después con esta devoción expiró. Había predicado muy devotamente el domingo anterior sobre aquel verso del salmo: Me alegré en las cosas que me fueron dichas: Iremos a la casa del Señor.
Nota:
1) Son palabras del salmo cuarenta y cuatro.
Capítulos anteriores:
Primera Parte:
Capítulo I
Capítulo II
Capítulo III
Capítulo IV
Capítulo V
Capítulo VI
Segunda Parte:
Capítulo I al XVII
Capítulo XVIII al XLIII
Tercera Parte:
Capítulo I al X
Capítulo XI al XX
Capítulo XXI al XXX
Capítulo XXXI al XL
Capítulo XLI Al XLIV
Primera Parte:
Capítulo I
Capítulo II
Capítulo III
Capítulo IV
Capítulo V
Capítulo VI
Segunda Parte:
Capítulo I al XVII
Capítulo XVIII al XLIII
Tercera Parte:
Capítulo I al X
Capítulo XI al XX
Capítulo XXI al XXX
Capítulo XXXI al XL
Capítulo XLI Al XLIV
Cuarta Parte:
Quinta Parte:
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