lunes, 7 de abril de 2025

LA ENFERMEDAD DE TERESA DE LISIEUX EN EL CARMELO

“Mi alma ha madurado en el crisol de las pruebas exteriores e interiores. Ahora como la flor fortalecida por la tormenta, levanto la cabeza y veo que se hacen realidad las palabras del salmo XXII: 'El Señor es mi Pastor, nada me falta”


DISPOSICIONES PREVIAS:

A partir de la Gracia de Navidad de 1886 Teresita comenzó a ser una nueva persona: “En poco tiempo Dios supo sacarme del estrecho círculo en el que yo daba vueltas y vueltas sin acertar a salir. Mi espíritu, liberado ya de los escrúpulos y de su excesiva sensibilidad comenzó a desarrollarse”. Teresita estaba descentralizada de su yo y situada más allá de los límites de su naturaleza (todo lo somático y corporal).

Comenzó un camino de crecimiento: conocimientos en el saber de las ciencias, y también lecturas espirituales (saber del espíritu) que le marcarían, como las charlas del abate Arminjon sobre el fin del mundo presente y los misterios de la vida futura. Todo ello dilató extraordinariamente su ser más profundo hasta encontrar el sentido personal de su existencia: “Quería amar, amar apasionadamente a Jesús y darle mil muestras de amor mientras pudiese…”.

Manifestó una apertura interior hacia la relación, la amistad: “Celina se había convertido en la confidente íntima de mis pensamientos. Desde la noche de Navidad ya podíamos comprendernos: la diferencia ya no existía, pues yo había crecido en estatura, y sobre todo en gracia”. Teresita se situó en un conocimiento más elevado que es el de la amistad, que corresponde al hábito innato de sabiduría de la persona, a su intimidad.

La armonía de su ser se manifestó en la práctica del bien sin luchas ni tensiones: “La práctica de la virtud se nos hizo dulce y natural. ¡Qué fino y transparente era el velo que ocultaba a Jesús de nuestras miradas… No había lugar para la duda, ya no eran necesarias la fe ni la esperanza: el amor nos hacía encontrar en la tierra al que buscábamos”.

“El camino por el que iba era tan recto y luminoso que no necesitaba más guía que a Jesús”. En el centro de la persona de Teresita había unos focos de luz crecientes en diversas dimensiones: hacia dentro en la compresión de su ser íntimo, hacia los demás en la vivencia de la amistad, y hacia Dios también como experiencia de relación y conocimiento del sentido personal del destino, su destino o misión en la vida.

“Porque yo era débil y pequeña, se abajaba hasta mí y me instruía en secreto en las cosas de su amor. Si los sabios que se pasan la vida estudiando hubieran venido a preguntarme, se hubieran quedado asombrados al ver a una niña de catorce años comprender los secretos de la perfección, unos secretos que toda su ciencia no pueden descubrirles a ellos porque para poseerlos es necesario ser pobre de espíritu...”

Estas últimas palabras las escribió Teresita en 1895, siendo monja carmelita descalza. Las citas anteriores reflejan una Teresita muy madura, libre de sí, feliz y fecunda en sus manifestaciones, distinta de la niña enfermiza de antaño. Son los frutos de la Gracia de Navidad y de la renuncia de Teresita a vivir desde los límites de su naturaleza para trascender a todos los conocimientos innatos de que dispone toda persona, que nos capacitan para advertir el cosmos, alcanzar las personas y conocer a Dios.

DATOS BIOGRÁFICOS ANTERIORES:

* 1 de mayo de 1887: Su padre, el señor Martín tuvo un primer ataque de parálisis, con una hemiplejía parcial importante. En marzo de ese año su hija mayor, María, había tomado el hábito de Carmelita Descalza. Su segunda hija, Paulina, ya era monja profesa en el mismo convento, y su tercera hija, Leonia, había entrado precipitadamente en las Clarisas de Alencón el año anterior. No es de extrañar las fuertes emociones de este hombre en la entrega a Dios de sus tres hijas mayores. Cuando la emoción de separación es más profunda y dolorosa se siente en la piel que está pegada a los huesos donde están adheridos los músculos. Al padecer una parálisis, la movilidad está rota por una afectación en los nervios que unen el cerebro con el resto del cuerpo a través de la médula espinal.

“¡Teresa, mi reinecita, entró ayer en el Carmelo…! Sólo Dios puede exigir tal sacrificio…No me tengáis lástima, pues mi corazón rebosa de alegría”. Palabras del Sr. Martín a sus amigos de Alençon.

Teresita vivía aún con su padre en la casa familiar de los Buissonnets. Asombraba su estado saludable manifestado en su comportamiento y espíritu abierto a lo bello, lo amable y grande. La vida tenía otro color a sus ojos. No decía una palabra acerca de la dolencia de su padre.

*29 de mayo. Pentecostés: Teresita obtuvo el permiso de su padre para entrar al Carmelo a los quince años.

En este tiempo encontramos a una Teresita resolutiva y con una fuerte determinación en su voluntad. El haber encontrado su ideal le dio un ánimo y libertad admirables: “…la llamada divina era tan apremiante, que si hubiera tenido que pasar por entre las llamas, lo habría hecho por ser fiel a Jesús…” (MsA V,49v)

Resistió a sus propias luchas interiores inherentes antes de exponer su petición a su padre. Tenía fortaleza y hablaba aun a través de las lágrimas, por encima de su naturaleza, defendiendo su causa con valentía: “¿Cómo hablarle de separarse de su reina, a él que acababa de sacrificar a sus tres hijas mayores…? ¡Cuántas luchas interiores no tuve que sufrir antes de sentirme con ánimos para hablar…! Sin embargo, tenía que decidirme. Porque el año anterior había recibido “mi gracia” (Ms AV, 50r).

“…Pero yo defendí tan bien mi causa, que papá, con su modo de ser sencillo y recto, quedó pronto convencido de que mi deseo era el de Dios; y con su fe profunda, me dijo que Dios le hacía un gran honor al pedirle así a sus hijas”. Seguramente el Sr. Martin ya se esperaba la partida de la última de sus hijas, pero en su frágil estado de salud el impacto fue más fuerte.

Recibió la florecilla blanca de manos de su padre que recordará siempre como imagen de ella misma. La flor simboliza la feminidad y el color blanco, la pureza o virginidad.

Teresita resistió incluso a los sentimientos de noche espiritual a raíz de la negativa de su tío Guérin: amargura, enorme tristeza. “Martirio sumamente doloroso”. ”Me encontraba en un triste desierto, o, mejor, mi alma parecía un frágil esquife, abandonado sin piloto a merced de las olas tempestuosas…” “noche profunda… ¡como si el mismo Dios me hubiera abandonado…!” Fortaleza espiritual admirable debido a su gran confianza en Dios: “Lo sé, Jesús estaba allí, dormido en mi barquilla…”.

Teresita fue capaz de vencer su timidez ante la audacia de hablar para solicitar su entrada en el Carmelo a los quince años ante el obispo de Bayeux y el mismo Papa León XIII: “la confianza llenaba mi corazón”.

Nuevas dificultades, reveses, oscuridad de la fe, y finalmente, permiso concedido por la autoridad eclesiástica en diciembre (1887) y atrasado por las mismas carmelitas para después de la cuaresma (1888 ): “al pensar en una espera tan larga, no pude contener las lágrimas”. A pesar de todo demostró un gran dominio de sus emociones pues no se quedó anclada en su sensibilidad sino que recapacitó enseguida, se restauró emocionalmente manifestándose incluso creativa para afrontar ese tiempo de espera: “…en doblegar mi voluntad, siempre a salirse con la suya; en callar cualquier palabra de réplica; en prestar pequeños servicios sin hacerlos valer; en no apoyar la espalda cuando estaba sentada, etc., etc…Con la práctica de estas naderías me fui preparando para ser la prometida de Jesús, y no sabría decir cuán dulces recuerdos me ha dejado esta espera…” (Ms A VI, 68v)

DATOS BIOGRÁFICOS EN EL CARMELO:

9 de abril de 1888: Entrada en el Carmelo: “Mi emoción no se tradujo al exterior”.

Madura y realista en el comienzo de su vida religiosa : “¡Las ilusiones! Dios me concedió la gracia de no llevar NINGUNA al entrar en el Carmelo. Ningún sacrificio me extrañó. Y sin embargo... mis primeros pasos encontraron más espinas que rosas... Sí, el sufrimiento me tendió sus brazos, y yo en arrojé en ellos con amor...” Esta cita nos da el tono psicológico y espiritual de su persona. Desde aquí hay que entender lo que supuso su andadura en el convento.

Relaciones personales dolorosas : “...nuestra Madre estaba enferma con frecuencia y tenía poco tiempo para ocuparse de mí. Sé que me quería mucho y hablaba muy bien de mí. Sin embargo, Dios permitió que, sin darse cuenta, fuese MUY DURA” (Ms. A VII, 70v). “La florecita trasplantada a la montaña del Carmelo tenía que abrirse a la sombra de la cruz”.

“… Reza por esta cañita tan débil que está en el fondo del valle; el menor soplo la hace doblarse”
(Carta 49 a su hermana María encargada de guiarla en sus primeros pasos en la vida carmelitana)

“Sí, yo deseo esas angustias del corazón, esos alfilerazos... A la cañita no le importa en absoluto el doblarse, no tiene miedo de romperse, pues ha sido plantada al borde de las aguas; en vez de quedarse allí en el suelo, cuando de dobla, sólo encuentra una onda bienhechora que la fortalece y le hace desear que una nueva tormenta vuelva a desatarse sobre su frágil cabeza. Toda su confianza reside en su debilidad, y no puede quebrarse porque, le ocurra lo que le ocurra, sólo quiere ver en ello la mano de Jesús…” (Carta 55 a su hermana Inés de Jesús)

Alfilerazos en el sentido de fuertes indelicadezas de trato, mal trato, por parte de algunas hermanas.

Firmaba sus cartas como “el granito de arena”; “pobre grano de arena”; “juguetito de Jesús”.

* 23 de junio de 1888: Fuga del Sr. Martín. Fue encontrado en El Havre. “ …nuestras amarguras del mes de junio. Esos recuerdos han quedado demasiado grabados en el fondo de nuestros corazones…. ¡Cuánto sufrimos… Y aquello no era más que el principio de nuestra tribulación… Entretanto, había llegado la fecha de mi toma de hábito”.

“…sufro mucho, pero creo que puedo soportar todavía mayores sufrimientos” (Ms. A, VII, 73v).

Por ese tiempo tomaba un vino reconstituyente que su padre le enviaba. Parecía que sólo necesitaba una ayuda para su estómago. Recordemos que esta pequeña afección la sufriría desde pequeñita. No se conocía ninguna enfermedad propiamente.

En noviembre su padre sufrió un nuevo ataque de parálisis: “Te aseguro que tu Reinecita estuvo muy preocupada…Tu Reinecita está siempre a tu lado con el corazón…el cariño se agranda cuando se ha sufrido tanto…” (Carta 66). Recordamos los términos usados en sus primeras cartas a su padre: “Mi querido Rey”; “papaíto querido”; “querido Rey mío”; “mi incomparable Rey”.

* 10 de enero de 1889 (16 años): Toma de hábito, atrasada por el estado de salud de su padre. Asistió el Sr. Martín. “...fue el triunfo de mi rey. Yo lo comparo a la entrada de Jesús en Jerusalén el Domingo de Ramos. Su gloria de un día, como la de nuestro divino Maestro, fue seguida por una pasión dolorosa, y esa pasión no fue sólo para él. Así como los dolores de Jesús atravesaron como una espada el corazón de su divina Madre, así también se desgarraron nuestros corazones ante los sufrimientos de aquel a quien más tiernamente amábamos en la tierra ...”.

* 12 de febrero (al mes después de la toma de hábito): El Sr. Martin sufrió una serie de alucinaciones preocupantes. Fue ingresado a una casa de salud de Caen. “No sospechaba entonces los (sufrimientos) que Dios me tenía reservados… No sabía que el 12 de febrero… nuestro padre querido bebería el más amargo, el más humillante de todos los cálices…” “¡¡¡No, ese día ya no dije que podía sufrir todavía más…!!!” “Mi deseo de sufrir se vio colmado”

Las razones de Teresa en su aceptación y amor al sufrimiento sólo se explican desde la fe: del deseo de complacer a Jesús y conformarse a Él en todo: “el sufrimiento es lo que más nos asemeja a Él” (Carta 59) y su deseo de salvar almas. Por eso resistió los embates de estos acontecimientos dolorosos de la enfermedad de su padre querido pues exteriormente no tenía manifestaciones somáticas de enfermedad.

“Mi alma también participó en los sufrimientos de mi corazón. La secuencia se hizo mi pan de cada día. Mas aunque estaba privada de todo consuelo, era la más feliz de todas las criaturas, pues veía cumplidos todos mis deseos...”

Admira la gran armonía en la unidad de su ser: naturaleza, sus manifestaciones corporales, corazón, alma y espíritu.

* 8 de septiembre de 1890. Profesión religiosa de Teresa (17 años): Agregó a su nombre: de la Santa Faz. (Resonancias espirituales profundas acerca del Siervo sufriente del Libro de Isaías).

* 24 de septiembre de 1890: Toma de velo. Ceremonia en el exterior de la capilla. Profunda decepción.

“¿Cómo decirte, Celina, lo que está pasando dentro de mi alma…? Se siente desgarrada, pero sé que esta herida está hecha por una mano amiga, ¡por una mano divinamente celosa… Tú sabes muy bien cómo deseaba volver a ver esta mañana a nuestro papá querido. Pues bien, ahora veo claramente que la voluntad de Dios es que no está aquí… Jesús me quiere huérfana, quiere que yo esté sola con él solo para unirse más íntimamente a mí … Apenas puedo sostener la pluma… La prueba de hoy es un dolor difícil de entender. Ves que se te ofrece una alegría, que es una alegría posible, una alegría natural, adelantas la mano…y no puedes coger ese consuelo tan deseado…” (Carta 120) Teresita sufría extremadamente en su corazón: heridas, desgarro, orfandad. Su tío Guérin se opuso al proyecto de Celina de llevar al Sr. Martín al Carmelo debido a su arriesgado estado de salud. Enseguida lo acepta y siente paz: “Celina, aceptamos de buen grado la espina que Jesús nos ofrece…¡Si al menos pudiese comunicarte la paz que Jesús ha infundido en mi alma en lo más recio de mis lágrimas!” (Carta 120)

Verdadera conmoción interior. Resistía gracias a la fe y al apoyo afectivo como confidente en su hermana Celina.

“El 24 tuvo lugar la ceremonia de mi toma de velo. Fue un día totalmente velado por las lágrimas...Papá no estaba allí para bendecir a su reina...El Padre (Pichon) estaba en Canadá... Monseñor, que iba a comer en casa de mi tío, estaba enfermo, y tampoco vino. Todo fue tristeza y amargura... Sin embargo, en el fondo del cáliz había paz, siempre la paz...” (Ms A VIII, 77v)

Octubre de 1890: Celina tiene episodios cardíacos de salud.

* 23 diciembre 1891 (18 años): Teresa soñaba con el corazón de la Madre Genoveva, Fundadora del Carmelo de Lisieux. “A ti te dejo mi corazón” (Ms A VIII, 79r). De ella había recibido siempre muchos consuelos y su recuerdo era para ella imborrable. Los sueños reflejaban muy bien el interior de la persona: El lenguaje simbólico del inconsciente pues la razón está anulada durante el sueño. Revela siempre un mensaje. En ese caso podemos suponer con probabilidad el deseo de Teresita de ser consolada.

Teresita soñaba normalmente con bosques (es la autoridad, su padre); con flores (feminidad); arroyos, mar (el agua ha sido siempre en la mitología signo de la profundidad, del mundo interior); cazando mariposas y pájaros (búsqueda de la trascendencia, de lo eterno)

* 10 de mayo de 1892 (19 años): El Sr. Martin, enfermo, es llevado de vuelta a Lisieux. “No acierto a expresarle, querida tía, lo feliz que me siento cuando pienso que mi querido papaíto está con ustedes, rodeado de cariño y de cuidados”. (Carta 146)

12 de mayo: Última visita del Sr. Martín al Carmelo. Sus únicas palabras: “al cielo”.

* 3 agosto: El P. Pichón propone a Celina un proyecto de vida apostólica en Canadá. Teresita tenía el corazón desgarrado. “¡¡¡Tengo el corazón destrozado…!!!” (Carta 168)

* 20 de febrero de 1893 (20 años ): Elección de la madre Inés como priora. “¡Qué dulce es para mí poder darte ese nombre…! Hace ya mucho tiempo que tú eres mi madre. Pero ese dulce nombre sólo en el secreto de mi corazón se lo daba yo a quien era a la vez mi ángel de la guarda y mi hermana. Hoy, Dios te ha consagrado…Hoy tú eres verdaderamente mi Madre y lo serás para toda la eternidad… Sí, ¡qué hermoso es este día para tu hija…!” (Carta 140). Este fue un importante acontecimiento de gran resonancia en la sensibilidad de Teresita (Alivio). “Y desde el día bendito de tu elección, Madre querida, sí, desde ese día volé por los caminos del amor… Ese día, ¡Paulina pasó a ser mi Jesús viviente…y se convirtió por segunda vez en mi mamá…” (Ms. A, VIII,81r). Recuperó la figura materna.

* 1894 (21 años): Teresa comenzó el ayuno de la Regla. Desayuno: nada por la mañana; comida a base de sopa, pescado o huevos/ legumbres abundantes/ postre (queso o frutas); cena o colación con pan tasado, mantequilla o queso, frutas o confituras. Nada caliente (ni sopa ni caldo).Teresita sí había observado todos esos años la abstinencia de carne.

Primavera 1894: Comenzó a sufrir de la garganta. Primeros síntomas de la enfermedad. Dos años antes de su hemorragia pulmonar, sor Teresa del Niño Jesús fue atacada por un dolor persistente de garganta (por cierto que tenía muy delicada la garganta y sufría de ella con frecuencia).

Junio: Voz tomada y dolor de pecho.

1 de julio
: Consultó al Dr. Francis la Néele, su primo político. No la auscultó.

Julio: “Sor Teresa del Niño Jesús no está peor, pero continúa con sus horas de dolor de garganta; le sobreviene por la mañana y por la tarde hacia las ocho y media, además está un poco ronca. En fin, la cuidamos lo mejor que podemos” (Carta de la Madre Inés a Celina).

La garganta en la simbología usada en la medicina de la persona (Palingenesia) es referencia siempre a una emoción de “algo que no se quiere o no se puede tragar”.

El dolor en el pecho es una dolencia que Teresita siempre tuvo en menor o mayor grado “Mi Teresita está enferma, estoy preocupada. Sufre frecuentes resfriados que le causan opresión” (Carta de Celia 8/01/1877 ).

29 de julio: Muerte de su padre.

El 2 de agosto, Celina reveló a sus hermanas el proyecto fundacional del P. Pichon en Canadá. Fuerte indignación unánime. No se dio cuenta.

14 de septiembre: Entrada de Celina en el Carmelo. Teresita estaba radiante de felicidad después de incomprensiones y reveses comunitarios. “Pero mi deseo más entrañable, el mayor de todos, el que nunca pensé que vería hecho realidad, era la entrada de mi Celina querida en el mismo Carmelo que nosotras… Vivir bajo el mismo techo, compartir las alegrías y las penas de mi compañera de infancia me parecía un sueño inverosímil” (Ms. A, VIII 82r).

10 de octubre: Ronquera preocupante de Teresita. Tose. Consejos del Dr. La Néele.

Otoño: Encuentra en los cuadernos de Celina textos de la Escritura decisivos para su “caminito”.

Diciembre: La madre Inés le manda que escriba sus recuerdos de infancia.

* 1895 (22 años): Año de la redacción del Manuscrito A.

Abril: “En el mes de abril de 1895 me hizo esta confianza: Moriré pronto… Cuando sor Teresa hablaba así, gozaba de una perfecta salud” (Testimonio de Sor Teresa de San Agustín. Procesos).

9 Junio: Ofrenda al Amor Misericordioso durante la Misa: “Este año, el 9 de junio, fiesta de la Santísima Trinidad, recibí la gracia de entender mejor que nunca cuánto desea Jesús ser amado”.

20 de julio: Leonia sale de la Visitación. Tercer intento frustrado.

* 10 de enero de 1896 (23 años): Teresita entrega el Manuscrito a la Madre Inés por su santo, que lo guarda sin leerlo.

Cuaresma: “Dios me concedió el consuelo de observar los ayunos de cuaresma en todo su rigor. Nunca me había sentido tan fuerte, y mis fuerzas se mantuvieron hasta Pascua” (Ms A, X, 5r)

Abril: Viernes Santo. Noche del 2 al 3: Primera hemoptisis nocturna que se repite a la noche siguiente. “El 4 de abril de 1896, después de una cuaresma en que había llevado toda la observancia, se vio acometida por hemorragias pulmonares. Acosada a preguntas, confesó haber sufrido mucho de hambre durante toda la cuaresma, por la noche, después de maitines. Creía que todas sufrían de igual modo a causa del ayuno. Le había salido una gruesa landre en el cuello, que el médico atribuyó a su extrema debilidad” (Cuaderno verde I, p.1) Una landre es un tumor del tamaño de una bellota, que se forma en los parajes glandulosos como el cuello, las axilas y las ingles.

“No se le permitió a un doctor auscultarla más que pasando la cabeza por la rejilla del oratorio. No pudo darse perfecta cuenta, y declaró que no había sido nada grave, que tal vez se le había roto algún pequeño conducto en la garganta, o que incluso, su accidente, sin ella se apercibiese, había provenido de la nariz” (C V. I, p.1)

“Me hizo prometer secreto sobre este triste acontecimiento (que ella llamaba ¡feliz!), para no afligir a la Madre Inés de Jesús…. La priora Madre María de Gonzaga, la hizo auscultar primero por el Dr. La Nèele, quien concedió importancia a este grave accidente, lo cual no impidió que fuera cuidada como se hubiera podido hacer” (Sor María de la Trinidad. Cuaderno rojo, pp. 64 y 97-98)

Pascua: Noche de la fe: “…la tormenta rugía muy fuerte en mi alma”… “¡qué extrañada se quedaría mucha gente si la prueba que desde hace un año vengo sufriendo apareciese ante sus ojos…!” (Ms C, X 4v, 1896) “las más densas tinieblas”.

Mayo: Sueño. La Venerable Ana de Jesús, Fundadora del Carmelo en Francia. (En el sueño es tiernamente amada con sonrisa y mirada de amor; es confirmada en su camino espiritual por el amor y la confianza: “Dios no te pide ninguna otra cosa. Está contento, ¡muy contento…!”. (Ms B, IX 2v).

Julio: Leve mejoría de sus tos seca y persistente. Reconstituyentes y sobrealimentación que le provocan indigestiones. Visita del Dr. De Cornière que “después de haberme honrado con una mirada, declaró que tenía buena cara” (Cta 192).

Septiembre: Redacción del Manuscrito B (segunda y primera parte). Fatiga, opresión, adelgazamiento y tos.

Noviembre: Mejoramiento que hace posible pensar por un momento en la partida de Teresa al Carmelo de Hanoi. La Comunidad hace una novena al Teófano Vénard para obtener su total curación. “En aquel entonces yo volvía a acudir a todos los actos de comunidad, incluso a los maitines. Pues bien, justamente durante la novena me puse otra vez a toser, y desde entonces voy de mal en peor” (CA 27.5.10). La Comunidad acostumbrada a los largos accesos de tos de Teresa no se intranquilizó, pues conocía la debilidad de su garganta. Como Teresita no se quejaba nunca, la priora le permitió seguir todos los actos de la vida conventual, desde el oficio divino en el coro hasta los fuertes trabajos de la colada.

Diciembre: Le aplican un vejigatorio, un medicamento, que aplicado a la piel, determina una secreción serosa, provocando un levantamiento de la epidermis. Es doloroso y deja una huella y una quemadura.

* Año 1897 (24 años): “Espero irme pronto allá arriba” (Carta 120 a Madre Inés)

Enero: “Su pecho delicado nos preocupa seriamente” (escribe sor Genoveva)

Marzo: Comienza la Cuaresma. Teresa intentaba ayudar. “En la última cuaresma, el año de su muerte, cuando ya estaba muy enferma, la Madre María de Gonzaga, para mitigarle el ayuno, la hacía tomar por la mañana un trocito de chocolate, pero ella, para atenuar esta dulzura, se metía en la boca, inmediatamente después, un trocito de madera de genciana. Ocultaba cuidadosamente esta mortificación, que yo no descubrí sino valiéndome de un ardid” (Sor María de la Trinidad, Cuaderno rojo).

Recaída definitiva: Gravemente enferma.

Abril: Las cartas familiares detallan: “fiebre todos los días a las tres”; “indigestiones todos los días”; “tos que no cede”; “expectoraciones de sangre”. Le aplican vejigatorios.

Mayo: Tose mucho. Accesos de fiebre. Remedios con jarabe, calmantes, vejigatorios. Libre de las recreaciones comunes y de todo oficio trabaja en la costura hasta junio.

Junio: Vivos dolores de costado. Agotada. Vomita la comida. Ataques de tos. Progreso rápido de la enfermedad. Angustias como si fuera a morir. Estado de debilidad. Falta total de apetito. Toma jarabes, vino de Séguin, bebida tónica; atropina; agárico blanco (para combatir los sudores nocturnos). Régimen lácteo.

Pasea por el jardín. Posa largamente para ser fotografiada por Celina (sor Genoveva)

Redacción del Manuscrito C.

Julio: Grave reaparición de las hemoptisis. Recetan ergotina. Pancreatina para facilitar la digestión de la leche pues la devuelve. Debilidad extrema. Se levanta todavía dos horas.

8 de julio: Confesión con el abate Youf. Se la instala en la enfermería. Fiebre alta. Ahogos (aspira éter). Diarrea. Manos adelgazadas. Dolores de costado. Dolor de estómago y en todos sus miembros. El pulmón derecho está destrozado, con varias cavidades.

Desolación de la Comunidad. Se coloca en la enfermería “la Virgen de la sonrisa”.

30 de julio: Se piensa que no pasará la noche. El Sr. Maupas le administra la Unción de los enfermos y la Comunión. Teresa se muestra jovial. Hemoptisis continua. Encendida en fiebre. Tratamiento con hielo.

Agosto: Grandes sufrimientos: “El sufrimiento exterior añadido a las pruebas del alma” (A sor Genoveva). Pesadillas espantosas durante la noche. Sudores nocturnos. Violentos dolores de costado, en la espalda y brazo derecho. Cesan las hemoptisis. El Dr de Cornière sale de viaje.

15 de agosto: El costado izquierdo se hace asiento de un dolor agudo. A los dos días es llamado el Dr. La Néele. Comprueba que la tuberculosis ha llegado al último grado: el pulmón derecho está perdido y una tercera parte del izquierdo tomada. Prescribe calmantes para los dolores intercostales. Teresa no puede moverse, tose durante horas, lo cual le ocasiona grandes dolores de cabeza. Adelgaza mucho. Los huesos le atraviesan la piel. Se desfallece ante el ruido más mínimo.

30 de agosto: Terribles dolores intestinales. Se teme la gangrena. “Es para volverse loca”. Ruega que no dejen a su alcance medicamentos tóxicos. Llaman al Dr. La Nèele: “Es horrible lo que la enferma padece”.

Septiembre: Sufrimientos atroces. El día 5 la visita el Dr. La Néele por última vez. Ya no tiene fuerzas para hacer la señal de la cruz. Se le hinchan los pies. Ahogos. Opresión, muy pálida.

22 de septiembre: Ya no puede hablar. Esputos purulentos.

29 de septiembre: Agonía. Estertor muy penoso, se ahoga. La Comunidad entorno a su lecho reza las preces de los agonizantes.

30 de septiembre: Muerte de Teresita. Era velada por la noche por su hna María y Genoveva. Estaba sumida en angustias indecibles. Las asombró incorporándose en su cama. A las 4:30 de la tarde, la Madre Inés le dio jarabe de morfina. Media hora más tarde ya no hablaba. Tuvo un estertor terrible durante dos horas. Daba pequeños gritos. Su rostro y manos estaban  congestionados. Mostraba una rojez violácea. Sus pies estaban helados. Su sudor era abundante. Su boca estaba seca. Sonreía a su hermana Genoveva. Su opresión era creciente. A las 7 de la tarde su respiración se tornó más débil. Se despidió de la Comunidad presente. Se quedó la Madre María de Gonzaga con las tres hermanas de Teresita. “Madre ,¿no es esto aún la agonía? ¿no me voy a morir?” “Sí, pobrecita mía es la agonía, pero tal vez Dios quiera prolongarla algunas horas”. “Pues bien, ¡adelante, adelante, adelante! No quisiera sufrir menos tiempo. Mirando al crucifijo: ¡te amo! ¡Dios mío, te amo!”. Cayó sobre las almohadas con la cabeza inclinada hacia la derecha. Se convocó aprisa a la Comunidad. Teresita levantó los ojos al cielo; con una mirada brillante por espacio de un credo. Su cara tenía un color de azucena por sí misma, lanzó algunos suspiros y expiró.

Imposible padecer tanto con tanto valor y entereza si no se ha vivido intensamente desde una convicción y conocimiento personal muy superiores que trasciende a la persona a una dimensión espiritual creciente hasta la máxima plenitud. Plenitud cristiana o santidad. Manifestación clara de una vida entendida como donación de amor total: el don total de su persona.

La naturaleza de Teresa era débil desde la cuna. Conocemos sobre sus frecuentes catarros. La enfermedad de su padre y las circunstancias ambientales de la época (enfermo mental en una casa de salud) fue de tal calibre y conllevó tal sufrimiento en la sensibilidad de Teresita que podemos pensar que el cúmulo de emociones tan fuertes produjo poco a poco la enfermedad de la tuberculosis pulmonar. Si añadimos además que el bacilo de la tuberculosis fue descubierto por Koch en 1882 cuando Teresa tenía 9 años, es fácil deducir que aún esta enfermedad estaba en proceso de estudio. El fuerte índice de mortandad así lo demuestra sobre todo entre los años 1886 y 1906. Alrededor de 150.000 víctimas anuales entre los 21 y 35 años de edad. Precisamente el departamento de Calvados, en la Normandía francesa era uno de los más afectados, donde estaba ubicada la ciudad de Lisieux. El clima húmedo del lugar y el régimen austero de vida favorecieron sin duda.

La tisis pulmonar como entonces se denominaba era difícil de diagnosticar. La afección aguda en las vías respiratorias podía tratarse como bronquitis, pleuresía, bronconeumonía, laringitis. Sólo la aparición de las hemoptisis hacía sospechar en la tuberculosis. El tratamiento a base de aceite de hígado de bacalao como reconstituyente; la creosota para estimular el apetito y moderar las secreciones bronquiales; los revulsivos como vejigatorios repetidos, cauterios, botones de fuego empleados para combatir la inflamación y congestión; el uso del ácido salicílico para bajar la fiebre; la ipecacuana para contrarrestar la hemoptisis abundante; las inyecciones igualmente subcutáneas de ergotina; el reposo absoluto y las bebidas heladas y aciduladas fue el tratamiento usado por el Dr. de Cornière entre los meses de mayo y julio de 1897. Aunque nunca diagnosticó la tuberculosis sí fue tratada como tal.

Sí que constata la falta de un diagnóstico de auscultación claro. Realmente pienso que se llegó tarde en este aspecto por eso los primeros síntomas de garganta, ronquera, tos, dolor de pecho, persistentes, no fueron vigilados y atacados con presteza, y la enfermedad siguió su curso.

Desde la medicina de la persona (Palingenesia de la persona) podemos deducir el influjo de las emociones sufridas por Teresita sobre todo desde el inicio de la enfermedad de su padre. Teniendo en cuenta además la nueva vida del convento que Teresa abrazó con el consiguiente mundo de relaciones. Los prioratos de la Madre María de Gonzaga y la Madre Inés. El encargo de maestra de novicias pero sin serlo oficialmente, con lo que conllevaba de prudencia y tacto. La propia búsqueda de su camino espiritual (el Caminito) frente a la espiritualidad reinante totalmente diferente.

Teresita sufría en la garganta ronquera y tos. Las manifestaciones corporales reflejaban emociones de algo que le costaba “tragar” y la enmudecía, que se localizaba en la garganta: el modo de proceder severo de la priora al inicio de su entrada en el convento; “los alfilerazos” de algunas hermanas. Y enseguida los ataques de parálisis padecidos por su padre. No digamos lo que supuso su ingreso en la casa de salud de Caen (sin ningún miembro de la familia a su lado, solo y tratado como un demente mental).

Las emociones de “miedo de perder a alguien querido” se localizan en los pulmones, según el método palingenesia de la persona. Ante un dolor físico intensísimo los dolores del costado pueden reflejar la necesidad de “ser acariciado”. La naturaleza sensible corporal se manifiesta en la persona pese a su madurez humana y espiritual. Teresa así lo demostró pues fue capaz en sus atroces sufrimientos de ser jovial, alegre y hasta con un sentido del humor que maravillaba. La máxima plenitud en el máximo dolor.

“Mi alma ha madurado en el crisol de las pruebas exteriores e interiores. Ahora como la flor fortalecida por la tormenta, levanto la cabeza y veo que en mí se hacen realidad las palabras del salmo XXII: 'El Señor es mi Pastor, nada me falta: en verdes praderas me hace recostar; me conduce hacia fuentes tranquilas y repara mis fuerzas'…” (Ms. A, I,2v)

Teresa del Niño Jesús de la Santa Faz
Doctora de la Iglesia




EX “OBISPO” LAICIZADO Y “CASADO POR IGLESIA” SERÁ PROTAGONISTA DE UNA SERIE DE TELEVISIÓN

Una nueva serie en la televisión española retratará la historia del apóstata “ex obispo católico” Xavier Novell, quien dejó el hábito por una escritora experta en erotismo.


Los medios de comunicación españoles informaron sobre una nueva serie de televisión que se basará en el escándalo provocado por un ex “obispo católico” en España.

El ex “obispo” de Solsona, Xavier Novell, pronto llegará a las pantallas con su aberrante historia de apostasía con la escritora erótica española Silvia Caballol, con quien contrajo un ilegal “matrimonio católico” en 2024.

Novell fue uno de los “obispos” más jóvenes de España en el momento de su “nombramiento” en 2010, pero el 23 de agosto de 2021, el falso papa aceptó la renuncia del “prelado” de 52 años, y los “obispos” españoles  afirmaron  que “Novell había ofrecido su renuncia por razones estrictamente personales” y que lo hizo en las condiciones del canon 401 §2 del Código de Derecho Canónico de la Iglesia.

Veamos que dice el mencionado canon:
401 § 1. Al Obispo diocesano que haya cumplido setenta y cinco años de edad se le ruega que presente la renuncia de su oficio al Sumo Pontífice, el cual proveerá teniendo en cuenta todas las circunstancias.

 § 2. Se ruega encarecidamente al Obispo diocesano que presente la renuncia de su oficio si por enfermedad u otra causa grave quedase disminuida su capacidad para desempeñarlo.
Su sorpresiva renuncia, que inicialmente fue un misterio para la feligresía, se aclaró cuando se  supo que Novell había renunciado para continuar su relación con Caballol y mudarse a convivir con ella.

Caballol es 14 años menor que Novell y divorciada con tres hijos de un matrimonio anterior, además, es una psicóloga y autora de obras que promueven contenidos eróticos y satánicos. Es decir, Novell no solo rompió sus votos sino que además lo hizo con una mujer que ya estaba casada anteriormente. 



Pero hay más información. Según Religion Digital, Silvia Caballol comenzó a tener relaciones con Novell cuando él era su paciente, lo que en el año 2021 la llevó ante una eventual expulsión del colegio de psicólogos. Y ¿quieres saber algo más? El ex marido pidió la revisión del juicio canónico que anuló su matrimonio, porque está convencido de que no fue imparcial, ya que Novell habría facilitado la nulidad. Como condimento adicional, el ex marido de Caballol es musulmán, pero debido a los ruegos de su madre (una mujer muy religiosa), Silvia pidió dispensa al obispado de Solsona, para poder casarse con su pareja, de religión musulmana.

Sigamos. La pareja se casó por lo civil en noviembre de 2021, en un momento en el que Novell todavía era obispo pero no podía ejercer el ministerio público. Por este solo hecho, en la verdadera Iglesia Católica le habría sido impuesta una gravísima sanción, pero esto no sucede dentro de la falsa iglesia conciliar.

Apenas ocho meses después de que se hiciera pública la “renuncia episcopal” de Novell, se anunció  en las noticias que Caballol acababa de dar a luz a dos hijas gemelas engendradas con Novell.

El escándalo fue todavía mayor cuando se supo que en abril del año pasado, Caballol afirmó en redes sociales que habían contraído “matrimonio católico” citando la intervención del falso “papa”. A nadie debería asombrar el “premio” otorgado por Jorge Bergoglio a esta “parejita de enamorados” que rompieron todo lo que se podía romper para concretar “su romántica historia de amor”.

“Xavier y yo, por fin, pudimos casarnos por la Iglesia, gracias a la misericordia del santo padre, que le concedió la secularización”, escribió.

La “carrera episcopal” de Novell estuvo marcada por contradicciones e inconstancia. Denunció abiertamente la maldad de la actividad homosexual, describiéndose a sí mismo como conservador y al mismo tiempo progresista, y su trayectoria en el seminario incluía la defensa de la ordenación femenina, el celibato clerical opcional y la absolución general.

También fue noticia por su acción política, pasando de prohibir a los sacerdotes ser políticamente activos en 2014 a  apoyar él mismo de forma destacada  la independencia de Cataluña en 2017.

7 DE ABRIL: SAN EGESIPO, AUTOR ECLESIÁSTICO


7 de Abril: San Egesipo, Autor eclesiástico

(✞ 181)

El glorioso y antiquísimo historiador de la Iglesia San Egesipo fue hebreo de nación; y habiéndose convertido a la fe y recibido el santo Bautismo, se juntó con los demás fieles cristianos de la Iglesia de Jerusalén, de la cual dice el evangelista San Lucas que la muchedumbre de hombres y mujeres que creían en el Señor eran un solo corazón y una sola alma, y que los que tenían haciendas las vendían y repartían el precio entre los pobres, conforme a la necesidad de cada uno, y que todos se reunían para alabar a Dios.

San Egesipo estaba lleno del espíritu de Jesucristo, y como había recibido la Doctrina celestial del Evangelio de mano de los discípulos de los Apóstoles, viendo que algunos monstruos infernales derramaban el veneno de la herejía, pretendiendo inficionar al pueblo de Dios y alterar las Tradiciones de la Iglesia, con celo apostólico levantó el grito contra aquellos apóstatas y herejes, publicando en una Historia eclesiástica, cual era la Doctrina de la Verdad de Cristo que de mano en mano había llegado a todas las Iglesias.

Para esto fue el santo Doctor a Roma donde conferenció con santísimos Obispos elegidos por los Apóstoles y discípulos del Señor, habiéndose informado muy particularmente de las creencias y prácticas de todas las principales Iglesias del Oriente y del Occidente, escribió en el año 133 los cinco libros de su Historia eclesiástica, de la cual nos conservó algunos ejemplares el sapientísimo Eusebio.

En ella comenzaba San Egesipo por referir la Pasión de nuestro Señor Jesucristo y después los sucesos más señalados de las primeras cristiandades, sus dogmas, sus costumbres piadosas y sus Tradiciones hasta los días en que él vivía; manifestando en esta historia escrita en lenguaje muy sencillo y lleno de verdad, como el estilo de los Apóstoles, que a pesar de haber sembrado los herejes sus pestilenciales errores en el campo del Señor, ninguna de las Iglesias había sido inficionada y había caído en el error, sino que todas conservaban con gran entereza la Doctrina eclesial que cien años antes había predicado a los hombres el divino Maestro.

Finalmente, después de haber pertrechado San Egesipo la casa de Dios con tan excelentes libros, y edificándola con sus santas y apostólicas virtudes, en el año 181 de Jesucristo, pasó de esta vida temporal a la vida eterna y gloriosa.


domingo, 6 de abril de 2025

IGLESIAS DESCRISTIANIZADAS POR NO PREDICAR LA PENITENCIA (3)

Pido al Señor que conceda a los lectores paciencia, esperanza y amor a la verdad, de modo que, asistidos por el Espíritu Santo, puedan leer este artículo, que tan grandes verdades de la fe contiene. Es un don que Dios quiere hacerles.

Por el padre José María Iraburu


La expiación por el pecado

Gran verdad de la fe, que hoy es apenas predicada y conocida

La necesidad de expiar por el pecado ha sido siempre comprendida por la conciencia religiosa de la humanidad, ya desde sus formas más primitivas. Pero aún ha sido mejor comprendida por los cristianos, con solamente mirar a Cristo en la cruz. “Dios probó su amor hacia nosotros en que, siendo pecadores, Cristo murió por nosotros”, por salvarnos (Rm 6,8).
“Estoy crucificado con Cristo, y ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mí… Vivo en la fe del Hijo de Dios, que me amó y se entregó por mí” (Gal 2,19-20)
¿Dejaremos que Él solo, siendo inocente, expíe por nuestros pecados o participaremos de su crucificada expiación? El hijo pródigo, cuando vuelve con su padre, quiere ser tratado como un jornalero más (Lc 15,18-19), y Zaqueo, al convertirse, da la mitad de su bienes a los pobres, y devuelve el cuádruplo de lo que a algunos hubiera defraudado (19,8). Está claro: hay espíritu de expiación en la medida en que hay dolor por el pecado cometido. Hay deseo de suplir en la propia carne “lo que falta a las tribulaciones de Cristo por su cuerpo, que es la Iglesia” (Col 1,24) en la medida en que hay amor a Jesús crucificado.

Es un gran honor el que Dios nos concede, dándonos la posibilidad de expiar por el pecado, gracias a Cristo, que nos ha hecho miembros de su Cuerpo. Un niño, un loco, no pueden satisfacer (satisfacere, hacer lo bastante, reparar, expiar) por sus culpas: a éstos se les perdona sin más. Pero la maravilla del amor de Dios hacia nosotros es que nos ha concedido la gracia de poder expiar con Cristo por nuestros pecados y por los de toda la humanidad.
Por supuesto que nuestra expiación de nada valdría si no se diera en conexión con la de Cristo. Pero hecha en unión a éste, tiene valor cierto, y nos configura a Él en su pasión. Como dice Trento: “Al padecer en satisfacción por nuestros pecados, nos hacemos conformes a Cristo Jesús, que por ellos satisfizo” (Rm 5,10; 1Jn 2,1s), “y de quien viene toda nuestra suficiencia” (2Cor 3,5). Verdaderamente, no es esta satisfacción que pagamos por nuestros pecados tal que no sea por medio de Cristo Jesús, en el que satisfacemos “haciendo frutos dignos de penitencia” (Lc 3,8), que de él tienen su fuerza, por él son ofrecidos al Padre, y por medio de él son aceptados por el Padre” (Denz 1692).
La expiación es castigo

En todo pecado hay una culpa que le hace merecer al pecador dos penalidades: una pena ontológica (se emborrachó, y al día siguiente se sintió enfermo), y una pena jurídica (se emborrachó, y al día siguiente perdió su empleo). Los cristianos al pecar contraemos muchas culpas, nos atraemos muchas penalidades, y nos hacemos deudores de no pocas penas jurídicas o castigos, que nos vendrán impuestas por Dios, por el confesor, por el prójimo o por nosotros mismos.

El Bautismo quita del hombre toda culpa y toda pena temporal o eterna. Quita también la pena jurídica por completo, pero no necesariamente la pena ontológica (un borracho, bautizado, sigue con su dolencia hepática). Ahora bien, la Penitencia, incluso la sacramental, borra del cristiano toda culpa, pero no necesariamente toda pena, ontológica o jurídica (STh III,67, 3 ad 3m; 69,10 ad 3m; 86,4 in c.et ad 3m). Por eso el ministro de la penitencia debe imponer al penitente una expiación, un castigo. Y por eso es bueno también que el mismo cristiano expíe, imponiéndose penas por sus pecados y los del mundo.
Santo Tomás enseña que “aunque a Dios, por parte suya, nada podemos quitarle, sin embargo el pecador, en cuanto está de su parte, algo le sustrajo al pecar. Por eso, para llevar a cabo la compensación, conviene que la satisfacción quite al pecador algo que ceda en honor de Dios. Ahora bien, la obra buena, por serlo, nada quita al sujeto que la hace, sino que más bien le perfecciona. Por tanto no puede realizarse tal substracción por medio de una obra buena a no ser que sea penal. Y por consiguiente para que una obra sea satisfactoria, es preciso que sea buena, para que honre a Dios, y que sea penal, para que algo se le quite al pecador” (STh Sppl. 15,1).
La expiación es medicina

La contrición quita la culpa, pero la satisfacción expiatoria ha de sanar las huellas morbosas que el pecado dejó en la persona. Esta función de la penitencia tiene una gran importancia para la vida espiritual. En efecto, por medio de actos buenos penales la expiación tiene un doble efecto medicinal: 1.–sana el hábito malo, con su mala inclinación, que se vio reforzado por los pecados, y 2.–corrige aquellas circunstancias y ocasiones exteriores proclives al mal que en la vida del pecador se fueron cristalizando como efecto de sus culpas. En una palabra, la expiación ataca las raíces mismas que producen el amargo fruto del pecado (STh Sppl. 12,3 ad 1m; +III,86, 4 ad 3m). Y adviértase aquí que la misma contrición tiene virtud de expiar, pues rompe dolorosamente el corazón culpable.

La perfecta conversión del hombre requiere todos los actos propios de la Penitencia. No basta, por ejemplo, que el borracho reconozca su culpa, tenga dolor de corazón por ella, y propósito de no emborracharse otra vez. La conversión (la liberación) completa de su pecado exige además que expíe por él con adecuadas obras buenas y penales (por ejemplo, dejando en absoluto de beber en Cuaresma), que le sirvan de castigo y también de medicina. Sólo así podrá destruir en sí mismo el pecado y las consecuencias dejadas por el pecado. Dicho de otro modo: Cristo salva a los pecadores de sus pecados no solamente por el reconocimiento del mismo, por la contrición y el propósito, sino también dándoles la gracia de la expiación penitencial. Por lo demás, notemos que en cualquier vicio arraigado, por ejemplo, en el que bebe en exceso, no es posible pasar del abuso al uso, sino a través de una abstinencia más o menos completa y duradera.

El cristiano está destinado a la expiación porque es sacerdote en Cristo, y por serlo, en el sacrificio eucarístico, ofrece la sangre de Cristo en expiación por sus propios pecados y por los de todo el mundo. En efecto, Jesucristo es a un tiempo sacerdote y víctima, y en la cruz ofreció su vida “por muchos, para el perdón de los pecados” (Mt 26,28). Y el cristiano, al participar de Cristo en todo, como miembro de su Cuerpo, participa ciertamente de este sacerdocio victimal (Lumen Gentium 10,34), y “completa” con la expiación de su propia sangre lo que falta a la pasión de Cristo para la salvación de su Cuerpo, que es la Iglesia (Col 1,24). En San Pablo se revela esta verdad grandiosa con grandiosa elocuencia:
“Cuando nosotros estábamos aún sin fuerza, Cristo murió por los pecadores”. Y así “Dios probó [demostró, garantizó] su amor por nosotros, en que, siendo pecadores, Cristo murió por nosotros… Siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo” (Rm 5,8-10).
Y el propio Cristo nos enseña: “Yo os he dado ejemplo para que vosotros también hagáis como yo he hecho” (Jn 13,15). Por tanto, “amad a vuestros enemigos y orad por los que os persiguen” (Mt 5,44). Ofreced continuamente vuestras vidas como expiación por los pecados vuestros, de vuestros amigos y de vuestros enemigos.
Pío XII: Es preciso que “todos los fieles se den cuenta de que su principal deber y su mayor dignidad consiste en la participación en el Sacrificio Eucarístico; y eso de un modo tan intenso y activo, que estrechísimamente se unan con el Sumo Sacerdote, y ofrezcan con Él aquel sacrificio juntamente con El y por El, y con El se ofrezcan también a sí mismos. Jesucristo, en verdad, es sacerdote… y es víctima… Pues bien, aquello del Apóstol, “tened en vuestros corazones los mismos sentimientos que tuvo Jesucristo en el suyo’’ (Flp 2,5), exige a todos los cristianos que reproduzcan en sí, en cuanto al hombre es posible, aquel sentimiento que tenía el divino Redentor cuando se ofrecía en sacrificio, es decir, que imiten su humildad y eleven a la suma majestad de Dios la adoración, el honor, la alabanza y la acción de gracias. Exige, además, que de alguna manera adopten la condición de víctima, abnegándose a sí mismos según los preceptos del Evangelio, entregándose voluntaria y gustosamente a la penitencia, detestando y expiando cada uno sus propios pecados. Exige, en fin, que todos nos ofrezcamos a la muerte mística en la Cruz junto con Jesucristo, de modo que podamos decir como S. Pablo: “Estoy clavado en la cruz juntamente con Cristo’’ (Gál 2,19) (enc. Mediator Dei 1947, 101).
¿Cuáles son los modos fundamentales de participar de la pasión de Cristo, y de expiar con él por los pecados propios y del mundo? El modo fundamental, desde luego, es la participación en la Eucaristía. Pero además de ello, hay tres vías fundamentales: las penas de la vida, las penas sacramentales impuestas por el confesor, y las penas procuradas por uno mismo en la mortificación. Así lo enseña Trento:
Es tan grande la largueza de la munificencia divina que podemos satisfacer ante Dios Padre por medio de Jesucristo no sólo con las penas espontáneamente tomadas por nosotros para castigar el pecado [penas de mortificación] o por las penas impuestas a juicio del sacerdote según la medida de la culpa [penas sacramentales], sino que también –lo que es máxima prueba de su amor– por los azotes temporales que Dios nos inflige y nosotros sufrimos pacientemente [penas de la vida]” (Dz 1693; +1713).
Penas de la vida

El cristiano participa de la cruz de Cristo aceptando las penas de la vida, enfermedad, sufrimientos morales, decadencia psíquica y física, problemas económicos, fatiga, prisa, trabajo duro, convivencia difícil, inseguridad, ignorancia, impotencia, muerte. Las penas de la vida son las más permanentes, desde la cuna hasta el sepulcro; las más dolorosas, mayores sin duda que cualquier penalidad asumida por iniciativa propia; las más humillantes, las que con elocuencia implacable nos muestran nuestra condición inerme de criaturas; las más providenciales, pues son inmediatamente regidas por la amorosa providencia de Dios; las más voluntarias, aunque pueda parecer otra cosa, pues su aceptación las hace realmente nuestras, y requiere actos muy intensos de la voluntad; y en fin, las más universales, ya que todos los hombres, conozcan o no a Jesucristo, todos las llevan de uno u otro modo sobre sus hombros.

Así como veneramos la cruz de Cristo, la besamos y ponemos en ella la esperanza de nuestra salvación, veneremos nuestra propia cruz, y conozcamos bien la virtualidad santificante que tiene para nosotros y para el mundo. Sepamos que la cruz nuestra es cruz de Cristo, pues somos sus miembros. Veamos en cada sufrimiento –incluso en aquellos que nos los hemos echado encima culpablemente– un peldaño en la escala ascendente hacia el cielo. Oremos y esforcémonos por aceptar y ofrecer todos y cada uno de nuestros sufrimientos.

La fe nos da aceptación y paciencia ante el dolor; nos hace reconocer que tendríamos que sufrir mucho más, y que el Señor “no nos trata como merecen nuestros pecados, ni nos paga según nuestras culpas” (Sal 102,10).

La esperanza nos hace sufrir con buen ánimo (Rm 8,18; 2Cor 4,17-18). 

Y sobre todo –la caridad nos da vivir la alegría de compartir la cruz con Cristo (Hch 5,41; Gál 6,14; Col 1,24; 1Tes 1,6; 1Pe 4,13). Los Apóstoles insisten mucho en la afirmación de esta gran verdad. Y los santos.
Santa Teresa. “Vuestra soy, para Vos nací. - ¿Qué mandáis hacer de mí? - Dadme muerte, dadme vida, - dad salud o enfermedad, - honra o deshonra me dad, -dadme guerra o paz crecida, - flaqueza o fuerza cumplida, que a todo digo que sí, - ¿Qué queréis hacer de mí?”
Algunos piensan que las penas impuestas, no pueden ser voluntarias ni meritorias. Ven, por ejemplo, el mérito de un ayuno voluntario, pero no ven el posible valor de cruz de una pobreza que hace necesario el ayuno. Es un error muy grave. Identifican la acción libre, voluntaria, con la acción espontánea, realizada por propia iniciativa. Dejan así sin explotar la mina preciosísima de los sufrimientos diarios, como si fueran materia sin valor. Olvidan que la cruz de Cristo fue “una pena de la vida”, “una pena impuesta”, no espontáneamente decidida por él, sino aceptada con un acto absoluta y máximamente voluntario (Jn 10,17-18; 14,31).

Algunos temen que la aceptación del dolor les lleve a una pasividad cobarde y estéril, y así justifican indirectamente su rebeldía contra la providencia de Dios, como si los males se vencieran mejor desde la amargura y el victimismo. El cristiano tiene en las penas la paz de la aceptación, y con paz y buen ánimo trabaja por superarlas. No hay en ello contradicción alguna: un enfermo, por ejemplo, con el buen ánimo de la aceptación, debe tratar de curarse. No hay contradicción… Incluso si a veces sabe que fue su voluntad culpable la que se atrajo esa pena. Y con buen ánimo se curará antes. Los médicos siempre lo dicen.

Otros, más o menos conscientemente, ven el sufrimiento como un mal absoluto, contra el cual todo es lícito: cualquier medio –el aborto o el divorcio, el terrorismo, la guerra o la huelga salvaje– todo es lícito si, al menos a corto plazo, muestra alguna eficacia para neutralizar la cruz. Esta es una atroz negación del Evangelio. “Nunca hagamos el mal para que venga el bien”, aunque venga sobre nosotros ignominia, ruina o muerte. Venzamos siempre “el mal con el bien” (Rm 3,8; 12,21).

En fin, otros hay que aceptan las penas limpias, pero no las sucias. Es decir, están dispuestos a aceptar aquellas penas que no proceden de culpa humana –una sequía, un terremoto–; pero se rebelan contra las que vienen de pecados –injusticias, calumnias, egoísmos, abusos–. Ante males así, amargura y sufrimiento eternos. Y así sucede que el mismo que puede dormir con el ruido de la calle, queda insomne por el ruido de la casa, aunque sea menor, porque éste le indigna, y aquél no. Y la misma mujer que sufre con paciencia que su hermana no pueda ayudarle en la casa porque está enferma, se desespera si ésta no le ayuda por pereza e irresponsabilidad.

Pues bien, todos –todos– los sufrimientos de la vida, sucios o limpios, deben ser cristianamente aceptados como cruz que son de Cristo. Lo que, por supuesto, no implica rendirse ante el mal causado por Prójimo egoísta, el Banco, la Clínica, la Empresa o por lo que sea. Nuestra cruz es cruz de Cristo (Mt 25,42-45; Hch 9,1-5). Y toda cruz, limpia o sucia, debe ser tomada cada día, para seguir fielmente a Jesús (Lc 9,23; 14,27).

Ninguna cruz en la Historia ha sido tan criminal y sucia como la de Cristo, pero Él la hizo voluntaria por la aceptación, para salvar al mundo al precio de su sangre. Y ciertamente podría haberla rechazado, concretamente en la hora del prendimiento. “¿Crees tú que no puedo invocar a mi Padre y me enviaría en seguida más de doce legiones de ángeles?” (Mt 2,53).

Penas sacramentales

El acto penitencial impuesto a cada uno en el Sacramento “hace participar de forma especial de la infinita expiación de Cristo, y por una disposición general de la Iglesia, el penitente puede íntimamente unir a la satisfacción sacramental todas sus demás acciones, padecimientos y sufrimientos” (Paenitemini 43). Por eso el confesor, al imponer la penitencia, puede añadir esta formidable oración:
“La pasión de nuestro Señor Jesucristo, la intercesión de la bienaventurada Virgen María y de todos los santos, el bien que hagas y el mal que puedas sufrir, te sirvan como remedio de tus pecados y premio de vida eterna” (NRP 104). Todo ello nos indica que las penitencias sacramentales, bien aplicadas, pueden tener un influjo sumamente benéfico sobre la vida espiritual del cristiano y de sus prójimo.
Por otra parte, en el Sacramento, “el objeto y la cuantía de la satisfacción deben acomodarse a cada penitente, para que así cada uno repare, el orden que destruyó y sea curado con una medicina opuesta a la enfermedad que le afligió. Conviene, pues, que la pena impuesta sea realmente remedio del pecado cometido y, de algún modo renueve la vida” (NRP 6; +Trento 1551: Dz 1692).
En la práctica, la aplicación de esta norma resulta difícil, sobre todo cuando el confesor no conoce personalmente a los penitentes, que es lo más frecuente: teme que una penitencia severa, enérgicamente medicinal, pueda resultar inconveniente o suscitar una reacción negativa. Por otra parte, los que necesitarían penitencias más graves suelen ser los menos capaces de asumirlas, y los que están más dispuestos, los que menos las merecen. Por eso el Episcopado Español propone que la obra penitencial expiatoria, “sin quitar nada al valor de ser impuesta por el ministro, pueda ser sugerida por el penitente o considerada por ambos” (Orientaciones 65, anexas a NRP). De este modo, además, las mortificaciones privadas pueden ser elevadas a la dignidad y eficacia de las penas sacramentales, que tienen especial fuerza para unir a la pasión de Cristo.
A veces hoy las penas sacramentales son meramente simbólicas, pues no hay proporción alguna entre la culpa y la pena, ni ésta tiene especial condición medicinal. Este proceder más cómodo es infiel a la voluntad expresa de la Iglesia. Es una deficiencia que está justificada cuando median circunstancias pastorales como las que aludíamos; pero es injustificable cuando procede de una falta de fe en el valor espiritual de la expiación.

En este sentido, las levísimas, casi inexistentes, penas que en nuestra época se imponen en el Sacramento de la Penitencia, contrastan notablemente con el peso y la fuerza medicinal de las penitencias aplicadas en la antigüedad, en la edad media, en el renacimiento y mantenidas por la Tradición hasta hace no mucho. Y esto hace pensar que la espiritualidad cristiana actual padece un déficit grave en la captación del misterio de la cruz y de la expiación cristiana por el pecado.

Penas procuradas (mortificación) para expiación propia o del prójimo

El cristiano expía con Cristo por los pecados asumiendo por iniciativa propia ciertas penalidades, que afligen alma o cuerpo, es decir, “con algún acto voluntario, además de las renuncias impuestas por el peso de la vida diaria” (Pablo VI, 
Paenitemini 59).

El Magisterio eclesial sobre el culto al Corazón de Jesús ha expresado en nuestro tiempo, entre otras grandes verdades, con especial fuerza esta necesidad de la mortificación voluntaria. Sin duda, “entregarse por completo a la voluntad de Dios” y “tolerar con paciencia las penalidades que sobrevinieren” lleva en sí la penitencia fundamental; pero es preciso además “castigarse espontáneamente” (Pío XI, enc. Miserentissimus Redemptor: AAS 20, 1928, 5).

Y esa multiforme expiación espontánea implicará por ejemplo, entre otras cosas, “mortificaciones externas del cuerpo”, “abstenerse, aunque cueste, de cosas agradables”, “de los espectáculos, de los juegos públicos y de las delicias del cuerpo, aun de las lícitas” (enc. Caritate Christi: Pío XI, 1932). Ésta ha sido siempre, por otra parte, la doctrina de la Iglesia, y muy universalmente predicada y practicada en la Cuaresma y otros momentos penitenciales de la Iglesia.
San Agustín decía: “El pecado no puede quedar impune, no debe quedar impune, no conviene, no es justo. Por tanto, si no debe quedar impune, castígalo tú, no seas tú castigado por él” (ML 38,139). Es la doctrina de Trento (Dz 1713), la de Juan XXIII en la encíclica Pænitentiam agere (1-VII-1962), la del concilio Vaticano II sobre los laicos (SC 105a; 110a; OT 2e; AG 36c) y especialmente sobre sacerdotes y religiosos (PO 12, 13, 16, 17; PC 7, 12b; AG 24, 40b). Y es también la enseñanza espiritual de la Liturgia de la Iglesia, cuando, por ejemplo, en los prefacios cuaresmales, nos habla del “ayuno corporal” o de las “privaciones voluntarias”.
La impugnación doctrinal de la mortificación voluntaria, hoy no infrecuente, apenas fue conocida en la antigüedad. Puede decirse que comenzó con Lutero, y en el s. XVII la continuó también, bajo otras premisas muy diversas, Miguel de Molinos:
“La cruz voluntaria de las mortificaciones es una carga pesada e infructuosa, y por tanto hay que abandonarla” (Denz 2238). Trento condenó el error de los que dicen que “en manera alguna se satisface a Dios por los pecados en cuanto a la pena temporal por los merecimientos de Cristo con los castigos espontáneamente tomados, como ayunos, oraciones, limosnas y también otras obras de piedad, y que por lo tanto la mejor penitencia es solamente la nueva vida” (1713).
Otros hay que únicamente impugnan la mortificación corporal, como si ésta implicara un dualismo antropológico hostil al cuerpo. Quienes así piensan son, precisamente, los que en realidad se ven afectados de una mala antropología dualista, como si el hombre fuera el alma, y el cuerpo algo ajeno y accidental, que no se hubiera implicado en el pecado ni en sus consecuencias.
“La verdadera penitencia –dice Pablo VI con más verdad– no puede prescindir en ninguna época de la ascesis física; todo nuestro ser, cuerpo y alma, debe participar activamente en este acto religioso. Este ejercicio de mortificación del cuerpo –ajeno a cualquier forma de estoicismo– no implica una condena de la carne, que el Hijo de Dios se dignó asumir; al contrario”, considera al cuerpo unido al alma, y no como objeto extraño a ésta (Paenitemini 46-48).
Por otra parte, todos los santos se han mortificado con penas voluntarias. Cristo, al comienzo de su vida pública, se retiró al desierto cuarenta días, en oración y ayuno total (Mt 4,1-2; como lo hizo Moisés, Dt 9,18). Y el Espíritu de Jesús ha iluminado y movido a todos los santos para que hicieran mortificaciones voluntarias, a veces durísimas.
Santa Teresa comenzó a mortificarse con mucho miedo, pensando que “todo nos ha de matar y quitar la salud. Como soy tan enferma, hasta que me determiné en no hacer caso del cuerpo ni de la salud, siempre estuve atada y sin valer nada. Vi claro que en muchas [cosas], aunque yo de hecho soy harto enferma, era tentación del demonio o flojedad mía; y que después que no estoy tan mirada y regalada, tengo mucha más salud” (Vida 13,7). Así, con grandes expiaciones penitenciales, han querido siempre vivir los santos, bien unidos a la cruz de Cristo. Y así han querido morir: San Pedro de Alcántara murió de rodillas, según nos cuenta la misma Santa (27,16-20), como también consta de San Juan de Dios. Y San Francisco de Asís quiso morir desnudo, postrado en tierra (Celano, II Vida 217). En fin, no acabaríamos si hiciéramos memoria de las penitencias de los santos cristianos. Y probablemente nuestros relatos no serían suficientes para persuadir a quienes se atreven a pensar que todos los santos estaban equivocados.
El Código de Derecho Canónico reciente afirma que “todos los fieles, cada uno a su modo, están obligados por ley divina a hacer penitencia; sin embargo, para que todos se unan en alguna práctica común de penitencia, se han fijado unos días penitenciales, en los que se dediquen los fieles de manera especial a la oración, realicen obras de piedad y de caridad, y se nieguen a sí mismos, cumpliendo con mayor fidelidad sus propias obligaciones y, sobre todo, observando el ayuno y la abstinencia” (1983, c. 1249).

La Conferencia Episcopal Española (7-VII-1984) precisó:
“A tenor del canon 1253, se retiene la práctica penitencial tradicional de los viernes del año, consistente en la abstinencia de carnes; pero puede ser sustituida, según la libre voluntad de los fieles, por cualquiera de las siguientes prácticas recomendadas por la Iglesia: lectura de la Sagrada Escritura, limosna (en la cuantía que cada uno estime en conciencia), otras obras de caridad (visita de enfermos o atribulados), obras de piedad (participación en la Santa Misa, rezo del rosario, etc.) y mortificaciones corporales. En cuanto al ayuno, que ha de guardarse el miércoles de Ceniza y el Viernes Santo, consiste en no hacer sino una sola comida al día; pero no se prohibe tomar algo de alimento a la mañana y a la noche, guardando las legítimas costumbres respecto a la cantidad y calidad de los alimentos”.
(Nota: En la entidad común del género humano, cuando en una ley se ofrecen tantas y tan variadas posibilidades de cumplimiento, normalmente la ley desaparece. No es tenida en cuenta.)

Oración, ayuno y limosna

La Iglesia ha visto siempre en la tríada tradicional oración-ayuno-caridad la formas fundamental para cumplir con el precepto divino de la penitencia” (
Paenitemini 60). Nuestro Señor Jesucristo enseñó en el Sermón del Monte, corazón de su evangelio, cómo hay que orar, ayunar y hacer limosna (Mt 6,1-18). Es doctrina clásica, enseñada en el Catecismo de la Iglesia (1434-1435; +2443-2449) y frecuente en las oraciones de la Liturgia:
“Señor, Padre de misericordia y origen de todo bien, que nos otorgas remedio para nuestros pecados por medio del ayuno, la oración y la limosna, mira con amor a tu pueblo penitente, y restaura con tu miseri­cordia a los que estamos hundidos bajo el peso de las culpas” (Or. 3 Dom. cuaresma).
La Sagrada Escritura, siempre enseñó el valor penitencial de la ascética triada: “Buena es la oración con el ayuno, y la limosna con la justicia” (Tob 12,8; +Jdt 8,5-6; Dan 10,3; Lc 2,37; 3,11). Jesucristo, en su gran penitencia en el desierto, confirma esta tradición ascética (Mc 1,13; +Ex 24,18), y la enseñó, como hemos visto, en el sermón del monte. En la Iglesia antigua, de hecho, oraciones, ayunos y limosnas vienen a formar el marco fundamental de la vida evangélica (Hch 2,44; 4,32-37; 10,2. 4. 31; 13,2-3; 14,23; 1Cor 9,25-27; 2Cor 6,5; 11,27).

Los Padres apostólicos exhortan igualmente a los fieles para que desarrollen sus vidas dentro de esas coordenadas penitenciales que hacen posible al hombre la verdadera metanoia (Dídaque 1,5-6; 7,4; 8; 15,4; Pastor de Hermas, comparación 5,3; +San Justino, I Apología 61,2).

La enseñanza de los Padres de la Iglesia se muestra de modo excelente en este texto de San León Magno:
“Tres cosas pertenecen principalmente a las acciones religiosas: la oración, el ayuno y la limosna, que se han de realizar en todo tiempo, pero especialmente en el tiempo consagrado por las tradiciones apostólicas [a la Penitencia], según hemos recibido. Pues por la oración se busca la propiciación de Dios, por el ayuno se apaga la concupiscencia de la carne, por las limosnas se perdonan los pecados (Dan 4,24). Al mismo tiempo, por todas estas cosas se restaura en nosotros la imagen de Dios, si estamos siempre preparados para la alabanza divina, si somos incesantemente solícitos para nuestra purificación, y si constantemente procuramos la sustentación del prójimo. Esta triple observancia, amadísimos, sintetiza los afectos de todas las virtudes, nos hace llegar a la imagen y semejanza de Dios y nos hace inseparables del Espíritu Santo. Porque en las oraciones permanece la fe recta; en los ayunos, la vida inocente, y en las limosnas, la benignidad” (Hom. 1ª sobre el ayuno en diciembre 4: BAC 291, 1969, 48; +4ª, 1; Hom. 10ª cuaresma; San Juan Crisóstomo: PG 51, 300).
Padres y Concilios dieron forma comunitaria a la vida del pueblo cristiano con oraciones (las Horas), ayunos (días penitenciales) y limosnas (diezmos y primicias), considerando que ese triple ejercicio establece el espacio espiritual más favorable para el crecimiento de la vida en Cristo.

El ayuno es restricción del consumo del mundo, es privación del mal, y también privación del bien, en honor de Dios. Hay que ayunar de comida, de gastos, de viajes, de vestidos, lecturas, noticias, relaciones, moviles digitales, espectáculos, actividad sexual (1Cor 7,5), de todo lo que es ávido consumo del mundo visible, moderando, reduciendo, simplificando, seleccionando bien.
En el más estricto sentido de la palabra, la vida cristiana ha de ser una vida elegante, es decir, que elige siempre y en todo. Lo contrario, justamente, de una vida mundanizada, obligada en todo por los condicionamientos sociales de la época, en la que las necesidades, muchas veces falsas, y las pautas conductuales, muchas veces malas, son impuestas por el ambiente. Y por eso únicamente en esta vida elegante del ayuno se puede desarrollar en plenitud la pobreza evangélica.
La oración hace que el hombre, liberado por el ayuno de una inmersión excesiva en el mundo, se vuelva a Dios, Creador del cielo y de la tierra, Salvador del mundo, y lo mire y contemple, lo escuche y le hable, lea sus palabras y las medite, se una con él sacramentalmente. Para el hombre atracado de criaturas, olvidado de Dios, sin un enérgico ejercicio del ayuno –el que sea– no es posible la oración; es el ayuno del mundo lo que hace posible el vuelo de la oración. Un pájaro no puede levantar el vuelo si sus alas están embarradas. Y a la contra: sin oración, sin amistad con el Invisible, no es psicológica ni moralmente posible reducir el consumo de lo visible. Es la oración la que libera al hombre de la mundanización, posibilitándole el ayuno y penitencia.

La limosna, finalmente, hace que el cristiano se vuelva al prójimo, le conozca, le ame, le escuche, y le preste ayuda, consejo, presencia, dinero, casa, compañía, afecto. Pero difícilmente está el hombre disponible para el prójimo si no está libre del mundo y encendido en Dios. El cristiano sin oración, cebado en el consumo de criaturas, no está libre ni para Dios por el ayuno, ni para los hombres por la limosna. Está preso, está perdido, está muerto.

Ya se ve, pues, por doctrina de Cristo y por la experiencia, cómo oración, ayuno y limosna se posibilitan y exigen mutuamente; forman un triángulo perfecto, en el que cada uno de los tres lados sostiene a los otros dos, y que abarca la vida del cristiano en todas sus dimensiones. Estos son los tres consejos evangélicos más adecuados para fomentar la vida de perfección en los laicos consagrados por el Bautismo. Por la triada penitencial se produce la conversión perfecta del hombre a Dios y la completa expiación por los pecados.

San Pedro Crisólogo (406-450) decía: “Tres son, hermanos, tres las cosas por las cuales dura la fe, subsiste la devoción, permanece la virtud: oración, ayuno y misericordia. Oración, misericordia y ayuno son tres en uno, y se dan vida mutuamente” (ML 52,320).

Santo Tomás de Aquino (1224-1274) enseña la penitencia, la conversión a la plena unión con Dios, por esta triple vía:
“La satisfacción por el pecado debe ser tal que por ella nos privemos de algo en honor de Dios. Ahora bien, nosotros no tenemos sino tres clases de bienes: bienes de alma, bienes de cuerpo, y bienes de fortuna o exteriores. Nos privamos de los bienes de fortuna por la limosna; de los bienes del cuerpo por el ayuno; en cuanto a los bienes del alma no conviene que nos privemos de ellos ni en cuanto a su esencia, ni disminuyéndolos en cantidad, ya que por ellos nos hacemos gratos a Dios; lo que debemos hacer es entregarlos totalmente a Dios, y esto se hace por la oración” (STh Sppl 15,3).
La Penitencia hoy, apenas predicada y conocida

Al menos si la comparamos con otras épocas de la Iglesia. En una alocución notable, Pablo VI, comentando la ley renovada de la penitencia, decía:
“No podremos menos de confesar que esa ley [de la Penitencia] no nos encuentra bien dispuestos ni simpatizantes, ya sea porque la penitencia es por naturaleza molesta, pues constituye un castigo, algo que nos hace inclinar la cabeza, nuestro ánimo, y aflige nuestras fuerzas, ya sea porque en general falta la persuasión [de su necesidad]. ¿Por qué razón hemos de entristecer nuestra vida cuando ya está llena de desventuras y dificultades? ¿Por qué, pues, hemos de imponernos algún sufrimiento voluntario añadiéndolo a los muchos ya existentes?… Acaso inconscientemente vive uno tan inmerso en un naturalismo, en una simpatía con la vida material, que hacer penitencia resulta incomprensible, además de molesto” (28-II-1968). Porque no se predica la penitencia, no hay disposición para vivirla debidamente; y no hay disposición porque tres fuertes cadenas –demonio, mundo y carne– sujetan al hombre en su pensamiento y acción.
El diagnóstico es muy grave, porque sin la peniten­cia queda distorsionada gravemente toda la espiritualidad cristiana, hasta quedar irreconocible. ¿No estará aquí la enfermedad más grave del cristianismo actual?

López Ibor, analizando El dolor en el mundo moderno, en su obra El descubrimiento de la intimidad, afirma que “la apetencia del hombre moderno es la de ser dichoso, buscando la dicha en la evitación del dolor y no en la profundización de su existencia” (Madrid, Aguilar 1958, 260). Y en la misma línea, F. J. J. Buytendijk (El dolor…, Rev. de Occidente, 1958, 20), observa que
“el hombre moderno se irrita contra muchas cosas que antes admitía serenamente. Se indigna contra la vejez, contra la enfermedad larga, contra la muerte, pero desde luego contra el dolor. El dolor no debe existir… Se ha originado una algofobia que en su desmesura se ha convertido en una plaga y tiene por consecuencia una pusilanimidad que acaba por imprimir su sello a toda la vida”…
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Las Iglesias que silencian la tríada penitencial se descristianizan

Hoy son muchas, sobre todo en Occidente. Bien sabemos hasta qué punto la sociedad actual dificulta el ayuno, estimulando sin cesar al hombre a un consumo de criaturas cada vez más ávido y cuantioso; cómo dificulta la oración, alejando de Dios el mundo secular, captando la atención del hombre de mil maneras, distrayéndole de Dios, y haciéndole gastarse en un activismo vacío; y cómo dificulta la limosna, al haber centuplicado sus “necesidades”, y cegado sus fuentes, que son la oración y el ayuno.
Pues bien, “si alguno tiene oídos, que oiga” (Mc 4,23). Esta es la palabra de Jesús: “Entrad por la puerta angosta, porque ancha es la puerta y amplio el camino que llevan a la perdición, y muchos entran por ellos. ¡Qué angosta es la puerta y que estrecho el camino que llevan a la vida! Y qué pocos dan con ellos” (Mt 7,13-14).
No ha cambiado el Señor de idea. La liberación de los cristianos quiere hacerla hoy Jesucristo, como siempre, por el camino de la penitencia, en oración, ayuno y caridad. No hay otro camino para salir de Egipto, atravesar el Desierto, y llegar a la Tierra Prometida. No hay otra salida para los cristianos empantanados en el mundo. Es lo de siempre: “Si no hiciereis penitencia, todos igualmente moriréis” (Lc 13,3.5).

Palabra de Cristo.


LA CONTEMPLACIÓN SACRA, EL ANTÍDOTO CONTRA EL SECULARISMO

¿Puede un laico simple, que vive su vida en el mundo secular, dedicarse a algún tipo de contemplación? ¿Debería un laico hablar de contemplación sacra?

Por el Prof. Plinio Corrêa de Oliveira


Cuando se habla de contemplación, una imagen que puede venir a la mente es la de un monje encapuchado, mirando hacia arriba en un santuario de una capilla o iglesia. O la de una monja con hábito, absorta en el Sagrado Corazón de Jesús, el Inmaculado Corazón de María, los Ángeles o los Santos. O un anacoreta en el desierto, viviendo en silencio, pobreza y aislamiento, haciendo mortificaciones, rechazando el mundo.

¿Puede un laico simple, que vive su vida en el mundo secular, dedicarse a algún tipo de contemplación? ¿Debería un laico hablar de contemplación sacra?

La terminología es un elemento relevante en cualquier estudio. Por lo tanto, para comprender el alcance de los temas que se tratarán aquí, es aconsejable aclarar primero qué significa exactamente la palabra contemplación y, luego, exponer cómo se entenderá el adjetivo sacro .

Significado especial de la contemplación

En palabras del teólogo Adolfo Tanquerey, "contemplar, en general, es mirar un objeto con admiración" (Compêndio de Teología Ascética e Mística , Porto, 6ª ed., P. 145).

Aquí encontramos parte de la respuesta a las preguntas formuladas anteriormente. Para esta definición destaca que es posible mirar los objetos de la vida temporal con admiración. Además, también es necesario considerar la posibilidad de una gracia auxiliar que pueda llevar tal acción a su cumbre, siempre que el objeto de contemplación sea apropiado.

La admiración es, por lo tanto, la clave para responder a la pregunta sobre la legitimidad de hablar de la contemplación con respecto a la esfera temporal.

La vocación de los llamados "monjes contemplativos" es extremadamente alta, y debemos referirnos a ellos con todo respeto y veneración. Quien sigue esta vocación debe tener nuestro pleno aliento.

Una vez, en 1952, viajando por Francia, pasé frente al famoso monasterio trapense de Notre Dame de Sept Fons, donde Dom Jean Baptiste Chautard (1858-1935) había sido abad. Quería descender del automóvil y entrar. No pude hacerlo debido a las circunstancias del viaje. Tal es el gran respeto que se debe dar a la contemplación monástica.

La admiración de las flores simples alrededor de una casa alpina puede llevarnos a Dios

Pero hay otro tipo de contemplación diferente de la espiritualidad propia de un recluso contemplativo, o incluso de un religioso no encerrado.

Lo que aquí se llama contemplación sacra corresponde a algo en cierto modo más general y, al mismo tiempo, más específico que el significado actualmente atribuido a la palabra contemplación. Algo más general porque su alcance abarca todo el universo. Algo más específico porque tiene caminos bien definidos, algunos de los cuales se presentarán a continuación, otros que pueden indicarse más adelante.

La sociedad temporal, una obra maestra de la creación visible

La sociedad temporal es la obra maestra de la creación visible. Aquí no estamos considerando la Iglesia, que debe verse desde una perspectiva diferente. Cuando Dios creó el orden natural, la obra maestra en su interior era la sociedad temporal. La sociedad temporal es, por lo tanto, un excelente objeto de contemplación.

¿De dónde viene el hecho de que la sociedad temporal es una obra maestra de Dios?

Viene en primer lugar de la nobleza del hombre. El hombre es el rey de la creación. La sociedad temporal, que está compuesta por estos "reyes", es más excelente que cada "rey" considerado individualmente. Cada hombre tiene la excelencia de su naturaleza, incluso con los efectos del pecado original. Pero el grupo de hombres que se convierte en sociedad es más excelente que cada hombre individual.

Contemplación correcta del orden temporal

La contemplación correcta del orden temporal debe, por lo tanto, tener su debido valor ya que fue instituida por el Creador principalmente para que los hombres, también a través de ella, puedan conocer, amar y servir a Dios.

La admiración de las cosas de la Creación es un tipo de meditación, para viejos y jóvenes, hombres y mujeres.

A través de la contemplación del orden temporal, un hombre eleva su alma en los pináculos de la doctrina, donde las cosas asumen un aspecto muy especial. Para hacer esto, es necesario tener el hábito de considerar desde esta altitud no solo los hechos de la vida pública, sino también los hechos de la vida privada.

El hombre debe tener una mirada habitualmente contemplativa y meditativa cuando mira las cosas para ser contemplativo de la vida terrenal. Es decir, debe ser una persona que mire la vida terrenal y pueda contemplarla.

Esta contemplación de la vida terrenal es especialmente adecuada para los laicos, inmersos como están en la vida temporal. A primera vista, no hay nada que contemplar en la vida terrenal. Es la vida cotidiana con todos sus aspectos prosaicos, la vida profesional con toda su rutina, el ocio con toda su dispersión, etc.

Sin embargo, las Sagradas Escrituras y, más tarde, Santo Tomás de Aquino (1) y San Buenaventura (2) dicen que en cada criatura del universo existe la imagen, semejanza o vestigio de Dios. En su Summa Theologiae, Santo Tomás llega a decir que en cada criatura se pueden encontrar rastros de la Santísima Trinidad.

La contemplación sacra es, por lo tanto, la contemplación de la imagen, semejanza o vestigios de Dios en el universo, es decir, en el mundo que nos rodea, en ciudades, familias, instituciones, arte, animales, plantas, en los detalles de cada objeto.

Incluso cuando estamos profundamente absortos en alguna ocupación, esta contemplación debería ser el segundo objeto de nuestra atención en una búsqueda continua para comprender el significado superior de cada cosa.

Una sociedad temporal totalmente cristiana

Podemos admirar todos los aspectos de la sociedad temporal.

Nuestra admiración sacra debe abarcar prácticamente todo: desde la naturaleza hasta las personas, los pueblos, la historia, pasando por todas las actividades humanas. Todo lo que es bello, bueno y verdadero es objeto de un espíritu contemplativo.

La contemplación sacra presupone un gran sentido del orden, con especial atención a los grupos, siguiendo el famoso pasaje del Génesis que expresa la apreciación de Dios del universo que acaba de crear: "Todas las cosas creadas son buenas, pero el todo es muy bueno" (Gen 1)

También presupone una alta sensibilidad a los contrastes, lo que lleva al análisis de lo que no es bueno.

Al final del camino, la contemplación sacra conduce al deseo de una civilización completamente cristiana: cristiana en la esfera religiosa y cristiana en la esfera temporal.

Pero debe ser auténticamente cristiana, donde el adjetivo cristiana no constituye, como tantas veces se ve hoy, una palabra de moda vacía, sin ningún significado. Llenos de amor, deseamos el cumplimiento de lo que pedimos en el Padre Nuestro: "Venga tu Reino". Y que llegue lo antes posible.

¡En este asunto, debemos querer todo, lo antes posible y para siempre! Todo corazón verdaderamente católico debería desear esto.

Notas:

1) En todos los seres creados existe un vestigio de la Santísima Trinidad. Cada efecto, en cierto grado, representa su causa, pero de diferentes maneras. Algunos efectos representan solo la causalidad, no la forma de la causa; como el humo representa el fuego. Esta representación se llama “huella”; pues una huella muestra que alguien ha pasado, pero no quién es. Otros efectos representan la causa en cuanto a la similitud de su forma: así, el fuego generado representa al fuego generador, y una estatua de Mercurio representa a Mercurio. Este tipo de representación es una imagen.
Ahora bien, las procesiones de las Divinas Personas se realizan según los actos del intelecto y la voluntad, como se ha visto anteriormente. Pues el Hijo procede del intelecto como Palabra, y el Espíritu Santo procede de la voluntad como Amor.
Por lo tanto, en las criaturas racionales, dotadas de inteligencia y voluntad, se encuentra la representación de la Trinidad como imagen, pues en ellas está la palabra concebida y el amor que procede de ella.
Pero en todas las criaturas hay una representación de la Trinidad como rastro, pues en cada criatura se encuentran cosas que necesariamente se refieren a las Personas Divinas como su causa. Pues toda criatura subsiste en su propio ser, tiene una forma que determina su especie y un orden en relación con los demás seres. Por lo tanto, como sustancia creada, representa la causa y el principio, y manifiesta así la Persona del Padre, que es el principio sin principio. Al tener una forma y una especie determinadas, representa al Verbo, como la forma de la obra de arte proviene de la concepción del artista. Y al estar ordenada a los demás seres, representa al Espíritu Santo, que es Amor, porque el orden del efecto en relación con algo más proviene de la voluntad del Creador.
Por eso San Agustín dice que la huella de la Trinidad se encuentra en toda criatura. (Santo Tomás de Aquino, Summa Theologiae, I, q.45, a.7, c.)

2) Las cosas visibles pueden considerarse de dos maneras: como algo absoluto, o como signos y señales que conducen a otras cosas. En la primera, al amar y reflexionar, el intelecto y el afecto se absorben en esa cosa; en la segunda, la apariencia visible los invita a ir más allá, porque aquí la criatura se considera como un signo que evoca algo más. San Buenaventura, I, s., d. 16a, 1q 2 ad 3, I, 281 b 282 a.