miércoles, 10 de enero de 2024

QUINTA PARTE DEL LIBRO "VIDAS DE LOS HERMANOS" (CAPITULO IV)

Continuamos con la publicación de la Quinta Parte del antiguo librito (1928) escrito por el fraile dominico Paulino Álvarez (1850-1939) de la Orden de Predicadores.


QUINTA PARTE

DEL LIBRO INTITULADO

"VIDAS DE LOS HERMANOS"


CAPITULO IV

DE LAS REVELACIONES HECHAS EN LA MUERTE DE LOS HERMANOS

I. En el convento de Lyón hubo un Hermano llamado Guido, de mucha religión, Prior en otro tiempo de cierto monasterio antiguo de monjes que él con su santidad y celo había en gran manera reformado. Después de varios años de vida fructuosa en nuestra Orden, y cercano a la muerte, otro Hermano antiguo y religioso, vio en sueños un difunto en medio del coro, y en derredor de él multitud de Hermanos vestidos de blanco llenos de resplandores. Vio además un claustro bellísimo muy decorado y oyó que le decían refiriéndose al difunto: 

- Éste edificó el claustro. 

Despierto y recapacitando que Fr. Guido, que había reparado en lo material y en lo espiritual aquel claustro, estaba entonces enfermo, atribuyóle la visión y conjeturó que en breve moriría. Y al instante sonó una voz que le decía: 

- El sueño es verdadero; él habitará en Sión y descansará en Jerusalén.

Y poco después murió aquel Hermano.


II. El mismo religioso vio otra vez que estaba a la orilla de un río impetuoso, y que en medio del río había una nave, y en ella dos Hermanos muy agitados por las olas y en peligro de perecer; por donde asustado comenzó a clamar: 

- ¡Ay! ¡Ay! ¡Socorro a éstos que perecen! 

Y le fue respondido:

- No temas, que han de salir bien, porque tienen flor. 

Mirando él, vio que uno y otro tenían en la mano una flor; y en efecto, las olas se amansaron, y ellos, súbitamente desaparecieron. A los pocos días murieron en el convento dos jóvenes, los cuales cerca de la agonía padecieron tentaciones gravísimas, pero que las superaron porque conservaban la flor de la juventud y habían guardado para el Señor su fortaleza.


III. Habiendo caído en enfermedad mortal Fray Pablo de Venecia, varón honesto y predicador sobremanera agradable, el Hermano que en aquel convento enseñaba, hombre muy devoto, se quedó dormido después de Maitines y vio en sueños que cantaban una Misa en el coro y que después de la Aleluya dos ángeles iban con paso ligero hacia la enfermería. Despertó el Hermano y contó a los más antiguos la visión diciendo: 

- Creo qué Fr. Pablo va a morir muy pronto. 

Y así fue; pues cantándose aquel mismo día la Misa después de la Aleluya murió el enfermo y la visión fue cumplida.


IV. De dos Hermanos jóvenes y muy fervorosos, que mucho se querían, contó el Maestro Jordán que después de muerto uno se había aparecido al otro más luciente que el sol y le había dicho: 

- Hermano, así como lo oímos y frecuentemente lo hablamos, así mismo lo vi en la ciudad de nuestro Dios. 

Y esto dicho desapareció.


V. En Alemania, cierta Abadesa de la Orden del Cister y demás Religiosas del monasterio, rogaban mucho por un Hermano Predicador difunto llamado Alberto, el cual frecuentemente las había amonestado al bien. Una mañana que la Abadesa se quedó algo dormida creyó verle ante el altar, dispuesto a predicar al pueblo; pero que no estaba en tierra, sino en el aire. Y ella con el temor clamaba: 

-Que se cae Fr. Alberto porque no tiene apoyo. 

Pero apareciéndose otra persona venerable, dijo: 

- Este Hermano no se cae, ni puede caer, pues ya está confirmado. 

Consolada la Abadesa comenzó a escuchar lo que Fr. Alberto predicaba y oyó que decía: "En el principio era el verbo, etc. Hasta lleno de gracia y de verdad. Y añadió: “

- Esto vi yo con mis ojos.


VI. A Fr. Hermán Teutónico le pareció una noche en sueños que le perseguía un dragón disforme hasta Aldemberg, que es un monasterio de Religiosas cuya Priora era hija de Santa Isabel. Y siendo poco después enviado a predicar a aquel punto, anunció a los amigos y conocidos que, aunque sano y bueno, allí moriría. Llegado, pues, al lugar y dicha por la mañana la Misa, murió aquel mismo día por la tarde. Y pasando por allí a la misma hora unos peregrinos, vieron una cruz de oro, de gran magnitud y esplendor, sobre el techo de la iglesia de aquel monasterio; y llevados de tanta hermosura subieron al monasterio para verla más de cerca, pero no la vieron más. Y asombrados del prodigio, contaron a la Priora lo que habían visto.


VII. Predicando otro Hermano en el convento de Santa Inés de Madronich, en Alemania, dijo a la Abadesa una monja candorosa: 

- Preguntad qué Hermano acaba de morir en la casa de los Predicadores. 

Lo preguntó en efecto la Abadesa, y el Hermano contestó: 

-Ninguno. 

Y dijo la monja: 

- Pues uno ha muerto allí; porque en visión he visto un gran Padre de familias al cual se acercaban muchos Predicadores, y él daba a cada uno un denario. Llegó también enseguida un novicio de aquella casa, Y díjole el Padre de familias: “Mucho has tardado, hijo mío, más porque al fin has venido, tendrás el denario; pero conviene que esperes algún tiempo”. 

Vuelto el Hermano al convento, halló muerto un noble Prepósito, que habiendo caído enfermo y confesándose en la enfermedad, recibió el hábito de la Orden fuera y dispuso que al instante le llevasen al convento. Todo lo cual ignoraba por completo dicho Hermano.


VIII. En el convento Tudertino (Toscana), hubo un Prior de mucha observancia, el cual después de pedir repetidas veces al Provincial que le absolviese del oficio, viendo que nada alcanzaba, al despedirse de él, de rodillas en el camino, le dijo: 

- Puesto que vos no queréis absolverme, ruego al Señor que por su misericordia me absuelva.

Apenas llegó al convento cayó en una grave enfermedad, y los Hermanos llamaron al Provincial para que volviera, porque el Prior moría. Aquella misma noche había visto el Provincial que en las exequias de un Hermano se predicaba sobre aquellas palabras: “Sucedió que muriese el mendigo y fue por los ángeles llevado al seno de Abraham”. Y admirándose de la tan repentina enfermedad del Prior, y discurriendo sobre la visión volvió al convento, y así como lo había visto, lo predicó en sus exequias a los Hermanos y al pueblo, tomando aquel mismo tema, por ser dentro de la Dominica en que se lee aquel Evangelio.

Convento de Monpeller

IX. En el convento de Monpeller hubo un Hermano, llamado Guillermo, que enfermando gravemente llamó al Prior, y después de decirle que moriría pronto, le hizo confesión general y le rogó que antes que fuese levantado en el aire (porque así sucedería) le confirmase en la fe y estuviese presente a su muerte. Acostado el Prior en su lecho, sonó de repente un ruido en su celda y una voz que le dijo: 

- Levántate, levántate, que muere Fr. Guillermo. 

Y acudiendo el Prior con la Comunidad, halló al enfermo que estaba en la agonía, y como se lo había pedido, encomendó al Señor su alma. Y presentes todos y orando, al fin de la letanía expiró. Ninguno se halló que hubiese avisado al Prior, sino el espíritu bueno del Señor.


X. Fr. Guillermo, Lector en la Universidad de Cambridge, se apareció después de muerto a Fr. Benito, Subprior entonces de los Hermanos, según éste creyó ver, y venía con él un varón preclarísimo, ceñida la frente de preciosísima corona de oro. Preguntó el Subprior al difunto cómo estaba, y el que con él venía dijo: 

- Aquí le tienes revestido de una estola y seguro de la otra.


XI. Fr. Ivón, natural de Bretaña, Prior Provincial un tiempo de Tierra Santa, humilde, amable y devoto; orando una vez después de Maitines en la iglesia de los Hermanos, levantó los ojos a la lámpara del coro y vio una sombra como de un Hermano que estaba en pie, con hábito sucio y muy negro. Preguntóle quién era, y respondió la sombra: 

- Yo soy Fr. Fulano de Tal que acabo de morir, a quién tú mucho querías. 

Díjole Fr: Ivón: 

- ¿Cómo te hallas?

- Mal, muy mal -contestó- pues tengo que sufrir pena cruelísima por espacio de quince años. 

Preguntándole entonces Fr. Ivón cómo por tanto tiempo y tan duramente había sido castigado, el que tan religioso, devoto y fervoroso había vivido, replicó: 

- No preguntes cómo; pues según el juicio de Dios, que es justísimo, bien tengo merecida pena tanta. Pero te suplico que me ayudes. 

Aseguróle el Hermano que haría cuánto pudiera, y apenas amaneció el día, comenzó a ofrecer por el difunto el sacrificio y hostia saludable. Y cuando tenía ya en las manos la Hostia consagrada rogó al Señor con estas palabras: 

- Señor Jesucristo: si el Sultán de Babilonia tuviese en la cárcel a un esclavo suyo, y el camarero, en pago de veinte años de servicio prestado, todos los días al acostarse y al levantarse, le pidiera la libertad de ese cautivo, no hay duda que el Sultán accedería. Pues bien, Señor, vos sois más benigno que el Sultán de los sarracenos; yo soy vuestro camarero que os he servido devotamente por muchos años; el esclavo que tenéis cautivo es aquel, mi querido Hermano, ruégoos que en atención a mis servicios y por vuestra clemencia le deis libertad. 

Repitió estas palabras, no una, sino muchas veces y con abundantes lágrimas, y así acabó su Misa. A la noche siguiente, estando en oración después de Maitines, vio a dicho Hermano ante sí de pie con hábito blanco y hermoso, y preguntándole quién era, contestó: 

- Soy el Hermano de anoche. 

- ¿Cómo estás? -le dijo Fr. Ivón. 

- Bien por la gracia de Dios -contestó- pediste mi libertad al Señor, y me la dio; y ahora voy del purgatorio a la compañía de los espíritus bienaventurados. 

Y al momento desapareció.


XII. El varón religioso y veraz Fr. Guillermo de Militona, de la Orden de los Hermanos Menores, Maestro de Teología en París, contó a nuestros Hermanos que cierta noche había visto en sueños una tinaja de cristal llena de vino óptimo, la cual se había roto súbitamente, derramándose todo el vino. Contó esta visión a los Hermanos y Maestros Alejandro y Juan de Rupella, quién es la interpretaron diciendo que algún Maestro en Teología moriría en breve. Y en efecto, murió a los pocos días Fr. Guerrico de San Quintín, de la Orden de Predicadores, Maestro en Teología, el cual, como dijo Fr. Guillermo, era verdaderamente representado en aquella visión por la bondad de la sabiduría, profundidad de la modestia y claridad de la doctrina. Y como se doliese en gran manera de su muerte, porque le amaba tiernísimamente, se le apareció otra noche la Bienaventurada Virgen María, con indecible gloria en una parte del Capítulo, y en otra Fr. Guerrico con la capucha sobre los ojos, según antes acostumbraba a llevarla, al cual llamó la Virgen y le dijo: 

- Ven, Fr. Guerrico a mí, y escribe los nombres de los escogidos en el libro de la vida. 

Despertando dicho Fr. Guillermo se consoló de la muerte de su amigo y contó por su orden a los Hermanos lo sucedido.


XIII. A Fr. Nicolás de Juvenacio, Prior Provincial de la Provincia Romana, apareciósele (según creyó ver) Fr. Raón Romano, ya mencionado, hombre religioso y fervoroso, que tiempo antes había muerto, y le dijo: 

- Carísimo Hermano Fr. Nicolás, la Bienaventurada Virgen te manda que estés preparado, porque preparada te está la corona de la gloria. 

Lo contó él a los Hermanos más allegados, y a los pocos días murió con devoción grande.


XIV. Cuando Fr. Rolán, Doctor teólogo de París cayó enfermo en Bolonia, el Lector de los Hermanos vio en visión de la noche, al Bienaventurado Domingo que escribía a los tres Hermanos, Rolán, Rodulfo y Lamberto. Otra vez vio que Fr. Rolán estaba en un aposento hermosísimo y todo adornado de pinturas. Estas dos cosas refirió él a los Hermanos antes que ninguno de los tres dichos falleciera. A los pocos días fueron muriendo uno tras otro, primero Fr. Rolán,, después Fr. Rodulfo, que había sido Rector de la iglesia de San Nicolás, y por fin, Fr. Lamberto, que era Prior de los Hermanos, hombre discreto y devoto. Por aquellos días le pareció a Fr. Juan de Vicenza presenciar una conferencia sobre el amor de Dios en las escuelas de Bolonia, y que preguntando sobre el particular a Fr. Rodulfo, había dicho éste: 

- En la patria responderé perfectamente. 

Al Hermano que cuidaba de los enfermos le pareció que las camas de Fr. Lamberto y Fr. Rodulfo eran atadas con cordeles de seda encarnada y levantadas juntamente con los enfermos al cielo. Y de hecho murieron aquellos días y fueron llevados al Señor. Esto contaron los mismos que lo vieron.

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