Por Nathaniel Lamansky
La modernidad nos bombardea con oportunidades para enojarnos. Las noticias televisadas, las redes sociales y el periodismo digital capturan eventos de todo el mundo y los transmiten a la conciencia pública con perfecta rapidez. No sorprende que en un mundo pecaminoso, mucho de lo que vemos en nuestros teléfonos y televisores, nos enoje.
Lamentablemente, la ira que rodea y sigue a los “acontecimientos actuales” suele ser injusta y desenfrenada. Este enojo puede remediarse imitando mentalmente a una especie de santo campesino medieval en lo que respecta a las noticias globales. Este ejercicio de mentalidad exige una ordenación proporcionada de la ira y su expresión constructiva a través de la actividad, en lugar de la pasividad.
Antes de la llegada de las redes de noticias, la cantidad de información que la gente escuchaba sobre los acontecimientos mundiales era directamente proporcional a su proximidad geográfica a esos acontecimientos. Una ciudad entera podía asistir a escuchar a un comerciante contar historias de Oriente, ya que era una rara oportunidad de escuchar sobre esa parte del mundo; pero para las noticias locales, bastaba con sentarse en el café más cercano y estar atento. En general, la gente prestaba atención a lo que sucedía en sus propias comunidades.
Hoy, en una gran hazaña de ironía, las noticias locales y las noticias globales han cambiado en su percepción de importancia. ¿Cuántas personas se mantienen meticulosamente al tanto de los últimos acontecimientos en China, el Vaticano, Rusia o Washington, D.C. (y se enfurecen constantemente con lo que encuentran)? ¿Cuántas de estas mismas personas han tenido una conversación sustancial con sus vecinos recientemente, han sido voluntarios en su Iglesia o han aprendido la historia de su ciudad natal? Después de todo, nuestras propias comunidades tienen una mayor influencia en nuestras vidas.
Además, nuestras comunidades locales exigen nuestra atención porque cuando ocurren injusticias, en realidad, puede estar en nuestro poder el corregirlas. No es probable que la ira ante los asuntos globales los cambie; y cuando la ira se relega a una pasividad prolongada y amarga, puede convertirse en resentimiento pecaminoso. La ira justa, siempre que sea posible, busca una corrección constructiva, y esto sólo es posible dentro de nuestra esfera de influencia.
Jesús no dedicó su ministerio a predicar contra las injusticias en la ciudad de Roma; estaba demasiado ocupado expulsando a los prestamistas del Templo de Jerusalén. De hecho, Él nos instruyó en Mateo 24:6 cómo debemos reaccionar ante las noticias globales: “Y oiréis de guerras y rumores de guerras. Mirad que no os turbéis. Porque es necesario que estas cosas acontezcan, pero aún no es el fin”.
Cuando nos sentimos tentados a sentir ira por algo que está fuera de nuestro control, debemos seguir el ejemplo de algún campesino medieval santo y alegre. A él le resultaban poco útiles en la práctica trivialidades como las “noticias mundiales”, porque sus prioridades estaban organizadas en importancia de lo local a lo lejano. Después de todo, había que recoger la cosecha, había que reparar el tejado de la Iglesia y preparar las fiestas parroquiales que estaban a la vuelta de la esquina. ¿Por qué preocuparse por lo que está fuera de nuestro humilde trozo de tierra?
Además, hay un hecho que era tan cierto para la época medieval como lo es para nosotros hoy: las noticias son a menudo meros chismes glorificados, que apenas valen la inversión de energía que muchos dedican a ellas. Henry David Thoreau escribió en Civil Disobedience and Other Essays (Desobediencia civil y otros ensayos) que:
El periódico es una Biblia que leemos cada mañana y cada tarde, de pie y sentados, montando y caminando. Es una Biblia que todo hombre lleva en su bolsillo, que reposa sobre cada mesa y mostrador, y que el correo y miles de misioneros están continuamente dispersando.El pensamiento más amplio de Thoreau no es la ortodoxia Católica, pero su observación es increíblemente pertinente hoy, especialmente en lo que respecta a los pequeños dispositivos que tenemos en el bolsillo. Solía decirse que el diablo se sienta sobre nuestro hombro; hoy sabemos que él está en nuestro bolsillo, a veces fuera de nuestra vista pero rara vez fuera de nuestra mente. ¿Cómo se transformaría verdaderamente el mundo si dedicáramos esa misma energía a las Escrituras o a un pequeño libro de oración?
Este artículo no pretende indicar que todos los campesinos medievales fueran santos; ni tampoco quiere decir que prestar atención a los acontecimientos globales sea siempre inútil o inmoral. Leer las noticias con moderación para tener una conversación inteligente sobre la realidad puede ser bueno; sin embargo, esa debería ser una prioridad relativamente baja en comparación con la inversión en nuestras propias comunidades.
Además, consumir las noticias debería surgir de un espíritu de reflexión y consideración caritativa, no de rabia. Si estamos enojados por la situación en el mundo, entonces, en palabras del Padre Pío, “Oremos, tengamos esperanza y no nos preocupemos. La preocupación es inútil”. Debemos recordar ocuparnos con alegría de nuestros negocios, de nuestra familia y de nuestra comunidad como un simple y santo campesino de antaño. Dios sanará todas las cosas en Su tiempo; dediquemos nuestra energía a aquellos lugares donde podamos ser su instrumento y encomendemos el resto del mundo a su amorosa Providencia.
Crisis Magazine
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