sábado, 30 de diciembre de 2023

QUINTA PARTE DEL LIBRO "VIDAS DE LOS HERMANOS" (CAPITULO II)

Continuamos con la publicación de la Quinta Parte del antiguo librito (1928) escrito por el fraile dominico Paulino Álvarez (1850-1939) de la Orden de Predicadores.


QUINTA PARTE

DEL LIBRO INTITULADO

"VIDAS DE LOS HERMANOS"

CAPITULO II

DE LA MUERTE FELIZ DE LOS HERMANOS

I. Contaba el Venerable P. Fr. Mateo, primero y último Abad de nuestra Orden, y después por largo tiempo Prior en París, que cuando Fr. Reginaldo, de santa memoria, antes Decano de Orleans, estaba próximo a la muerte, se le acercó él rogándole que permitiera administrarle la Unción, porque se aproximaba el trance supremo. Al cual contestó aquel Bienaventurado:

- No temo ese trance, sino más bien lo espero y vivamente lo deseo. Pues me ungió en Roma la Madre de Misericordia, y en ella confío y a ella con ansia me voy. Sin embargo, para que no parezca que menosprecio la Unción de la Iglesia, la quiero y la pido.

Y después de haberla recibido, puestos de rodillas los Hermanos y orando, se durmió en el Señor.


II. El Maestro Jordán, de bienaventurada memoria, escribió en su libro como sigue:
Cuando en París vistió nuestro hábito Fr. Everardo, Arcediano de Langres, varón de grandes virtudes, en el trabajo extremo, próvido en el consejo, cuanto más renombrado había sido antes en el siglo, tanto más edificante fue después con la pobreza. Yendo conmigo a Lombardía, por ver al Maestro Domingo, cayó enfermo en Lausana, donde antes había sido elegido Obispo, dignidad a la que había renunciado. Y como viese a los médicos que se ponían tristes y hablaban bajo, me dijo: 

- ¿Por qué me ocultan el fin de mi vida? No temo morir. Ocúltese el mal a los que recuerdan la muerte con amargura. No teme la disolución de casa terrena quien espera verla conmutada por otra no fabricada por el hombre, sino eterna en los cielos. 

Y terminó esta vida trabajosa, pronto sí, pero felizmente. Es para mí indicio de su gloria el ver que, en lugar de la pena que creí sufrir con su muerte, por ser él tan buen compañero y a la Orden tan útil, me sentí, por el contrario, penetrado de una tal alegría y devoción que comprendí no debía llorar al que había pasado a mejor vida.


III. Fray Conrado, varón religioso y Lector excelente, de cuya conversión se habla en la vida del Bienaventurado Domingo, habiendo anunciado su muerte y el lugar, y hallándose en Maderberth (Alemania) con fiebres continuas, díjole el Hermano que le servía:

- Fray Conrado, Cristo te llama, avísanos cuando venga con sus ángeles a visitarte.

Inclinó el enfermo la cabeza prometiéndoselo; y la víspera de la Bienaventurada Catalina, presente el Prior y los Hermanos, comenzó con dulce voz a cantar:

- Cantad al Señor un cántico nuevo,  Aleluya.

Nada más podía decir. Los ojos los tenía cerrados como un muerto. Y diciendo los Hermanos los siete salmos, abrió de repente los ojos y mirando a todos dijo:

- El Señor sea con vosotros.

Contestaron ellos:

- Y con tu espíritu.

Y él añadió:

- Que las almas de los fieles, por la misericordia de Dios, descansen en paz.

- Amén -respondieron.

Y como no contestase al Prior que le hablaba, empezó la comunidad el cántico de los grados, y al llegar al verso: "Este será mi descanso por los siglos de los siglos", levantando el brazo, apuntando con el dedo al cielo, la boca risueña e iluminado el rostro, expiró. Dijo entonces el Prior, llorando, al Hermano que le servía:

- De veras Fray Roberto, cumplió lo que le pediste.

- Postrémonos -dijo a los demás Religiosos- porque en verdad que está presente Nuestro Señor Jesucristo.

Y postrados sintieron muchos de ellos tal dulzura y devoción, cual ni explicar ni creer podían. Los que amortajaron al difunto afirmaron que durante muchos días habían percibido en sus manos una fragancia placidísima y maravillosa. Todo esto me lo contó a mí, Fray Gerardo, el mismo Fray Roberto, predicador bueno, que fue su servidor y a todo estuvo presente.


IV. Fray Pedro de Giocha, Prior de Dinán en la Bretaña francesa, que acostumbraba, hacía muchos años, quedarse en oración al concluir los Maitines, una noche después de retirarse a su cama oyó una voz que le decía:

- Levántate, no des a tu cuerpo descanso; no es ahora tiempo de dormir.

Y se levantó, lo dijo en secreto a su confesor, se postró con lágrimas ante el altar, y aquel mismo día cayó en una enfermedad de que al poco tiempo murió con muerte santa. Es en aquel país tenido como un santo de Dios por la eximia santidad de su vida.


V. Fray Guericio, del convento de Tours, que por mucho tiempo había sido cantor en la Orden, estando enfermo fue súbitamente arrebatado en delirio antes que recibiera los santos sacramentos; y doliéndose sobremanera el Prior de este descuido, reunida la Comunidad, después de mandar a todos que rogasen por el paciente, entraron con velas y la sagrada Comunión a la habitación del Hermano, el cual al ver la Comunidad, interiormente visitado del Señor, volvió en sí, se confesó muy devotamente con el Prior, recibió de sus manos la Eucaristía y después la Unción, concluido lo cual, en presencia de todos, sintiéndose cercano a la muerte, con voz dulce comenzó a cantar:

- Líbrame, Señor, de la muerte eterna... -Y poco después expiró.

VI. Fray Gualterio de Reims, hombre en gran manera amable y elocuente y celador grande de las almas, después de haber predicado largo tiempo con mucho fervor y fruto, cayó enfermo en el convento de Metz, y llegó al extremo de la vida. Recibidos los sacramentos de la Iglesia y exhortándole los Hermanos que le cercaban, a la confianza en el Señor, respondió:

- No temáis por mí; yo muero en la fe verdadera, y en la esperanza segura, y en la caridad perfecta, cual acá es posible.

Y a los pocos momentos subió a Cristo. Contaron esto los Hermanos que allí estaban.


VII. Fray Guillermo, oficial un tiempo de la curia de Sens, cuando recibió la Unción en el convento de Orleans, rogó a los Hermanos que no le hablasen de pecados, ni de las penas del infierno, ni de cosa alguna que inspirase temor, si no sólo de las alegrías del cielo y sus encantos. Cuando los vió que lloraban por la pérdida de un Religioso tan benemérito, tan útil, de todos querido y en la Orden persona veneranda, dijo:

- Hermanos, ¿por qué lloráis? Si voy a la gloria todos debemos alegrarnos; si al purgatorio por algunos momentos, lo tengo merecido. Lo que os aseguro es que al infierno no iré.

Llegó poco después otro Religioso que venía de afuera y no había oído las palabras anteriores, y acercándose al enfermo le preguntó:

- ¿Cómo está usted, Fr. Guillermo? 

- Muy bien -contestó.

Comenzó el Hermano a animarle y exhortarle a la paciencia y confesión; más él, puesto en cierta seguridad santa, dijo:

- Si lo hubiera dejado para esta hora, muy tarde sería.

Y poco después, lleno de admirable esperanza y consuelo, descansó en el Señor.


VIII. En el convento de Dijón, de la misma provincia, estando para morir Fr. Guillermo de Chalons, joven muy devoto, y hallando el Hermano médico que le faltaba el pulso, le dijo éste:

- Alégrate, buen Hermano, que pronto irás a Dios.

El joven enfermo que ésto oye, se llena de alegría extraordinaria y delante de los Religiosos en voz alta comienza a cantar:

- Gloria, alabanza y honor a Ti,  Rey Cristo Redentor -y los tres versos siguientes.

Algunos Hermanos que veían aquella rara piedad, presentáronle una cruz con leño del Señor, e incorporándose, con gran reverencia comenzó él devotísimamente a besarla, y otra vez en alta voz a cantar:

- ¡Oh cruz, salve, esperanza única! -y tan dulcemente que parecía voz angelical.

Después de este cántico no halló más palabras y se durmió en el Señor.


IX. Fray Nicolás, Lector en el convento del Langres, habiendo caído gravemente enfermo y esperando la muerte con cara risueña, le pidió con lágrimas a un Hermano que si había recibido del Señor algún consuelo, se lo dijese. A lo que contestó sin poderlo ocultar por el gran gozo:

- En verdad lo recibí, pues el mismo Señor Jesús me prometió acompañarme a la hora de mi muerte.

- Pues por el mismo Señor - dijo el otro- yo te ruego que con el dedo u otras señas me lo digas cuando le veas presente.

- Así lo haré con mucho gusto -contestó- si el Señor me lo permite.

Al tercer día, agravándose la enfermedad, se tocaron las tablas, corrieron a la enfermería los Hermanos, y esperando todos y orando, levantó el moribundo el dedo y lo dirigió a cierto sitio; y brillando sus ojos, con suavísimo canto empezó a decir:

- Veréis a Jesús en Galilea, como os he dicho, Aleluya.

Terminado lo cual expiró. Contáronme esto, llenos de gozo, los que presentes estuvieron.


X. Hubo en el convento de París un novicio muy devoto y de gran espíritu, al cual, después de administrarle todos los sacramentos, y perdida ya el habla, le pusieron los Hermanos en la boca un poco de caldo por medio de una vasija puntiaguda, con lo cual, vuelto en sí, abrió los ojos y dijo:

- ¡Qué hermoso lugar preparó el Señor para sus hijos!

Fr. Enrique Teutónico que allí estaba, al oír esto, hizo que le diesen otro poco, y abriendo otra vez los ojos el moribundo dijo:

- En paz y en el Señor dormiré y descansaré.

Por tercera vez le dieron unas gotas de caldo, y por tercera vez habló diciendo:

- A los que declinan en sus obligaciones, llevará el Señor con los obradores de iniquidad. ¡PAZ SOBRE ISRAEL! 

Y al instante, descansó en paz. Corriendo Fr. Enrique al salterio glosado, halló que la glosa decía sobre aquel verso: “por el nombre paz se entiende todo bien en la patria”.


XI. En el mismo convento hubo otro Hermano de Lombardía, llamado Fr. Santiago, el cual, atento a sí y al estudio, había llegado a tanta perfección que en su corazón y en su boca no llevaba sino a Jesús crucificado, afirmando no haber cosa más infeliz que no amar a tal Señor. Más, porque era acepto a Dios, no le faltó una tentación; pues habiéndole sobrevenido una enfermedad penosa, él que pensaba poder sobrellevar la misma muerte por Cristo, cayó en tal impaciencia, que nada le agradaba de cuanto le hacían, ni sufría la comida, ni la cama, y ni aún oír podía el nombre mismo del Señor Jesucristo que antes le era dulcísimo, sino que decía que el Señor le había engañado, pues en pago de sus servicios le oprimía con enfermedad tan violenta, que no era dueño ni de su cuerpo, ni de su espíritu. Más orando por él los Hermanos, poco a poco volvió a recobrar la paciencia, y callar en aquella tribulación, hasta el punto de tomar gustosamente lo que antes ni tocar quería, diciendo que todo para él era muy bueno. Fue tan larga su enfermedad que le consumió la carne y las fuerzas todas, sin poderse mover en la cama, sino por mano de otros, pareciendo imposible que en él pudiera habitar el alma. El benigno Jesús que no tenía olvidado a su pobre siervo, derramó con abundancia en las entrañas del afligido el óleo de su gozo, y comenzaron los huesos humillados a regocijarse en tal modo, que deseaba con deseo grande la muerte y se llenaba de alegría inefable cuando le hablaban de ella. Lo cual como oyese el Maestro Jordán, de santa memoria, que entonces había llegado, se fue sin detenerse al enfermo y sentado en la misma cama, dijo:

- No temas, carísimo, que muy pronto irás a Cristo.

A cuyas palabras, sostenido con la ayuda de Dios, se levantó súbitamente y echando el brazo por el cuello del Maestro, clamó:

- Saca, buen Jesús, de la cárcel el alma mía, para que alabe tu santo nombre.

Y cayendo otra vez en la cama, se durmió en el Señor. 

Sírvanos esto de ejemplo para no juzgar mal ni escandalizarnos cuando en la enfermedad vemos a algunos impacientes; que quizás sea dispensación de Dios y misericordia grande lo que parece ira.


XII. Hallándose en el último trance un novicio del convento de Strasburgo en Alemania, y encomendando ya los Hermanos su alma al Criador, abrió inesperadamente los ojos y dijo:

- Oíd, Hermanos carísimos, me pasa lo que a los compradores que en la plaza compran por bajo precio grandes cosas. Yo recibo el reino de los cielos, y en verdad que no sé los merecimientos.

Y dicho esto, descansó en paz.


XIII. Fr. Conrado, Prior de Constanza en Alemania, dio tal ejemplo de admirable paciencia en su enfermedad, aunque gravísima, que se le veía con la sonrisa en los labios decir despacio, devota y dulcemente, aquel cántico del Señor:

- Mi amado para mí, y yo para él, hasta que expire el día y las sombras se inclinen.

Dieciséis días antes de su muerte dijo a los Hermanos:

- Sabed que he de morir de esta enfermedad en la fiesta de Nuestra Señora.

Como así acaeció, pues murió a primeras vísperas de la Natividad de Nuestra Señora y fue sepultado en el día de la fiesta. Su última Misa y su último sermón habían sido de la virgen. 

Reunidos ante él los Hermanos, cuando ya poco le faltaba para morir, dijo:

- Sabed, Hermanos míos, que me muero fielmente, amigablemente, confiadamente y alegremente.

Y lo explicó así:

- Fielmente, porque muero en la fe de Jesucristo y de los sacramentos de la Iglesia. Amablemente, porque desde que entré en la Orden creo haber perseverado en el amor de Dios, y sobre todo, haber procurado siempre hacer lo que era de su mayor agrado. Confiadamente, porque sé que voy a Dios. Alegremente, porque paso del destierro a la patria, de la muerte al gozo sempiterno.

Al recibir el cuerpo del Señor decía abiertos los brazos:

- Este es mi Dios, a quién glorificaré. He aquí a Dios, mi Salvador; recíbele contenta, ¡oh alma mía! que es un amigo dulce, un consejero prudente, un amparo fuerte.

Pidió después a Fr. Rodulfo, que entonces hacía las veces de Provincial, que le absolviese de toda culpa y le impusiese la amargura de la muerte en satisfacción de todos los pecados:

- Creo -dijo- que lo podéis hacer.

Hecho lo cual, contestó:

- Ahora estoy bien. 

Y por último, dijo:

- Salva, Señor a tu siervo, Dios mío, que espera en Ti,  con la colecta Fidelium Deus - la cual terminada, al instante descansó en el Señor.


XIV. Fr. Benito Ponce, varón religioso y humilde, en la predicación fervoroso y en lágrimas abundante, el cual por mucho tiempo había predicado devotamente en España, Francia y Aquitania y más allá del mar en Siria, enviado a predicar desde el convento de Clermont, y habiendo celebrado Misa y predicado en cierta iglesia, llamó y rogó a su compañero y al capellán de dicha iglesia que cuanto antes le pusieran la Unción, porque moriría muy pronto. Y alcanzado esto a fuerza de instancias, pidió al compañero que le trajera pronto su libro y leyera las meditaciones de San Bernardo para más mover el afecto. Leyó, pues, su compañero el capítulo Del alma sellada con la imagen de Dios, que él escuchaba llorando mucho, y a los pocos momentos se fue aquella santa alma al Señor, de quien había tenido sed y a quien era muy amable.


XV. Hallándose próximo a la muerte, en el convento de Mompeller, un joven que cantaba muy bien, después de imponerle el sagrado óleo el Venerable y Santo Fr. Colón que allí estaba de Prior, rogóle que dijese aquella dulce antífona del Bienaventurado Juan Evangelista: 

- Recíbeme, Señor, para estar con mis hermanos, con quienes has venido a visitarme. Ábreme la puerta de la vida y llévame al lugar de tu convite. Pues tú eres el Hijo de Dios vivo que por mandato del Padre salvaste al mundo. A Tí rendimos gracias por los siglos de los siglos infinitos. Amén.

Cuando el enfermo, presentes los Hermanos y todos llorando,  cantaban dulcísimamente este cántico, al decir: A Tí rendimos gracias, descansó en el Señor.


XVI. En el convento de Aviñón, de la misma Provincia, fue Prior Fr. Nicolás, predicador sobre toda ponderación gracioso, el cual cercano a la muerte dijo a los Religiosos que presentes estaban:

- Mañana (fiesta del Bienaventurado Miguel), hace catorce años entré en la Orden de Predicadores, y confío en el Señor que mañana mismo entraré en la Orden de los Ángeles.

Murió, en efecto, como lo predijo, y fue honrosamente sepultado por un Cardenal y muchos Obispos. 

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