Por Monseñor de Segur (1888)
ULTIMO CAPITULO
Por el Corazón de María debe entenderse tanto el Corazón material de su cuerpo, como el Corazón espiritual de su alma, y lo que podríamos llamar su Corazón divino, es decir, el Amor eterno y substancial, el Espíritu Santo, del que la bienaventurada Virgen estuvo total y divinamente llena.
Bajo este triple punto de vista, el Corazón inmaculado de María es todo de Jesús, y tiene relaciones tan íntimas e indisolubles con el Corazón del Hijo de Dios, que esta unión les consuma a los dos en una especie de unidad; consummati in unum.
El Corazón material de Jesús viene todo entero del Corazón virginal de su Madre, la cual sola ha proporcionado al Verbo encarnado la substancia de su humanidad, y por consiguiente la substancia del más noble y principal órgano de esta humanidad adorable, que es su Corazón. La fe nos enseña que cuando el Padre celestial engendró en el tiempo, en el seno de la Virgen, a Aquél a quien engendra eternamente en los cielos, el Espíritu Santo, Espíritu de amor y de unión, obró este inefable misterio de la Encarnación del Verbo tomando la más pura flor de la sangre inmaculada de María para formar de ella el cuerpo adorable de Jesús. Ahora bien; todos saben que la sangre y el corazón forman una sola cosa en el cuerpo humano: el corazón es el principio, el origen de la sangre; la difunde por todos los miembros para vivificarlos; y la sangre vuelve a él fielmente como a su primer principio, para ser nuevamente difundida por el cuerpo. El Corazón divino del Niño Jesús fue, pues, formado todo de la substancia misma y de la sola substancia de la Virgen su Madre: si es obra del Espíritu Santo, es igualmente obra de María; y pertenece todo a su Madre lo mismo que a su divino Padre. Si San Agustín dijo y pudo decir “La carne de Cristo es la carne de María, caro Christi, caro Mariæ”, con no menos verdad se puede decir: No por efecto de una confusión, sino en virtud de una íntima unión, el Corazón de Jesús es el Corazón de María, y el Corazón de María es el Corazón de Jesús.
El Corazón espiritual de María y el Sagrado Corazón de Jesús no hacen igualmente más que un corazón a consecuencia de una indisoluble unión de espíritu, de voluntad, de sentimientos y de afectos. Si se ha dicho de los primeros cristianos que no tenían “más que un corazón y una alma, cor unum et anima una”, ¿con cuánta más razón se puede y debe decir del Hijo único de María y de esta su santísima Madre?
Si San Bernardo ha podido decir que, siendo Jesús su cabeza, el Corazón de Jesús es su corazón, y que así “no tiene verdaderamente más que un corazón con Jesús: ego vere cum Jesu cor unum habeo”; ¿con cuánta más verdad no puede decir la inmaculada Virgen María: “El Corazón de mi Cabeza y de mi Hijo es mi corazón, y no tengo con Él más que un mismo corazón?”
Por esto dijo un día a su querida hija y sierva Santa Brígida: “Sábete que he amado a mi Hijo tan ardientemente, y que Él me ha amado tan ciertamente, que Él y yo éramos como un sólo corazón; quasi cor unum ambo fuimus. Mi Hijo - añadió- era verdaderamente para mí como mi corazón; cuando Él sufría, era como si mi Corazón sufriese sus penas y tormentos. Su dolor era mi dolor, y su Corazón era mi Corazón”.
Esto mismo enseñó por su parte Nuestro Señor a la misma Santa Brígida, cuando apareciéndosele un día y conversando familiarmente con ella, le dijo: “Yo que soy Dios e Hijo de Dios desde toda eternidad, me hice hombre en el seno de la Virgen, cuyo Corazón era como mi Corazón: y por esto mi Madre y Yo hemos obrado la salvación del hombre, por decirlo así con un mismo Corazón, quasi cum uno corde”.
Así, pues, el Corazón de la santísima Virgen y su alma inmaculada, impecable, perfectamente santa, humilde, dulce y obediente, formaba una sola cosa con el Corazón y el alma de su adorable Hijo.
Finalmente, debe decirse con precisión todavía más absoluta, que el Corazón divino y eterno de Jesús, que es el Espíritu de amor y el Amor mismo, era verdaderamente el Corazón divino de María y el principio único de su vida, de sus pensamientos, de sus afectos y de todos sus movimientos.
El Espíritu Santo, que es en nosotros el Espíritu de Jesucristo, Spiritus Christi, lo era con plenitud en el alma de la Santísima Virgen, y la unía de una manera tan perfecta y divina a Jesús, y por Jesús al Padre celestial, que esta unión, que es la gracia, la alegría y la corona de la Madre de Dios, constituye un misterio insondable en cuyas santas profundidades sólo Dios puede penetrar, y en el cual veía San Buenaventura “algo infinito”.
Así, pues, el Corazón de María y el Corazón de Jesús son uno solo en el Espíritu Santo. ¡Oh, sean también uno solo en nuestro amor y en nuestros homenajes!
Sí, Jesús es el corazón y la vida de su bienaventurada Madre; y le comunica su vida divina con tal sobreabundancia, que es hasta imposible comparar esta vida de Jesús en María a la vida de Jesús en sus mayores Santos y en sus Ángeles más encumbrados. “Vivo yo -exclamaba San Pablo- o más bien no soy yo el que vivo, sino que Cristo vive en mí”.
“Vivo yo, nos dice desde lo alto del cielo la Reina de los Ángeles y de los Santos, la Madre de la vida, la celestial Madre de Dios; vivo yo, mas ya no soy yo, es Jesús, es mi Hijo, mi Señor y mi Salvador quien vive en mí, Vive en mi alma, en mi cuerpo, en todas las potencias de mi alma y en todos los sentidos de mi cuerpo”.
Jesús está enteramente vivo en María, es decir, todo lo que es comunicable en Jesús, vive en María: Su Corazón vive en su Corazón, Su alma en su alma, Su Espíritu en su espíritu.
“Lo que Dios ha unido no lo desuna el hombre”, dice Nuestro Señor. Habiendo Dios, en su plan divino, unido íntimamente a Jesús y María, el Corazón del Hijo y el Corazón de la Madre, no los separe nadie en su propio corazón. Al adorar al Corazón de Jesús, veneremos y bendigamos el Corazón de María; y al tributar ese culto de hiperdulía, es decir, de super-veneración al Inmaculado Corazón de la Madre de Dios, tributemos al Sacratísimo Corazón de su Hijo el culto de latría, es decir, de adoración propiamente dicha, que le deben el cielo y la tierra. En el cielo continuaremos eternamente este doble culto en unión de los Ángeles y Bienaventurados. ¡Qué dicha será bendecir allí a Jesús y María, contemplarles cara a cara, sentir nuestro corazón junto a su Corazón y embriagarnos de su santo amor!
¡Oh Corazón sacratísimo de Jesús! tened piedad de nosotros! Cor Jesu sacratissimum, miserere nobis!
¡Oh Corazón inmaculado de María, rogad por nosotros! Cor Mariæ inmaculatum, ora pro nobis!
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