Por Monseñor de Segur (1820-1881)
Ni yo tampoco te digo que sea ninguna corrida de toros. Pero no siempre lo que es bueno, es útil y divertido. ¿Te divierte tomar quina cuando tienes fiebre? No; pero la tomas para ponerte bueno. ¿Te divierte estar trabajando todo el día de Dios para ganar un pedazo de pan, o para hacer algún ahorrito por si hace falta el día de mañana? Tampoco, y, sin embargo, cuando llega la hora, arrimas el hombro y sudas la gota gorda.
Pues, hijito, eso sucede con la confesión. Efectivamente, no es una cosa divertida, pero es un remedio necesario, y hay que tomarlo: es medicina para curar tu alma enferma, es tarea para ganar el cielo, es tesoro de perdón para que la muerte no te coja desprevenido.
¡Que es fastidioso el confesarse! ¡Cómo se conoce que vives en un tiempo en que no se habla más que de gozar, y en que pocos piensan en cumplir sus obligaciones! Ten valor, hijo mío; pórtate como un hombre que eres, y, por compasión de ti mismo, piensa un poco más en el Dios justiciero.
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