QUINTA PARTE
DEL LIBRO INTITULADO
"VIDAS DE LOS HERMANOS"
CAPITULO III
DE DIVERSAS VISIONES EN LA MUERTE DE LOS HERMANOS
I. Hallábanse en el convento de Montpeller dos Hermanos gravemente enfermos, uno de los cuales se llamaba Fr. Pedro y el otro Fr. Benito, a los cuales, según costumbre de la Orden, visitaba el Prior frecuentemente. Un día, pues, que visitó a Fr. Pedro, le preguntó cómo estaba, y el enfermo contestó:
- Muy bien: como que estoy cierto que voy a Dios; y en prueba de ello os aseguro que el mismo día que yo, morirá Fray Benito.
Llegándose luego el Prior a Fr. Benito le preguntó también cómo le iba, el cual respondió que muy bien y añadió:
- Pensando ayer cuán bueno es disolverse y estar con Cristo, y anhelando yo ésto con vehemencia muy grande, e invocando a la Bienaventurada Virgen que me ayudará, fue súbitamente atraído mi espíritu con devoción tanta que ni quiero ni puedo pensar en otra cosa que en Cristo.
Oyó a los pocos días que los Hermanos acompañaban cantando a un difunto, y como preguntaste a su asistente quién era, y éste le respondiese que era Fr. Pedro, exclamó:
- Sacadme de aquí, Hermanos, porque el mismo día que él debo ir yo al Señor.
Y volviendo la Comunidad, al momento expiró, y con el compañero que el Señor le había dado fue entregado a la sepultura. El que esto escribió estuvo al enterramiento de ambos y oyó todo esto de boca de dicho Prior.
II. En el mismo convento hubo dos Hermanos gemelos, que habían nacido el mismo día, el mismo habían comenzado las primeras letras, el mismo habían emprendido el estudio de artes en París, el mismo entrado en la Orden de Predicadores, y el mismo, después de una santa vida, volaron al Señor. Uno de ellos, llamado Fr. Pedro, después de haber confesado generalmente sus pecados y recibido la Unción y devotísimamente robustecido en su alma con el cuerpo de Cristo, dijo al Prior:
- ¿A dónde queréis enviarme?
- Al Señor Jesucristo -respondió el Prior viendo que estaba muriendo
- ¿Y qué compañero me dais?
- Al mismo Señor Jesucristo que bajo el Sacramento has recibido.
Regocijado en su corazón y rostro pidió el Hermano y recibió el ósculo de paz a semejanza de los Hermanos que se marchan, y poco después voló a la paz eterna.
III. El hermano de éste, llamado Fr. Arnaldo, estando a punto de morir, se reunió junto a él la Comunidad, según es costumbre, recomendando al Señor su alma, y en estos momentos un Hermano por nombre Vicente, que en la misma enfermería se hallaba enfermo, vio claro, según le parecía, una procesión hermosísima de Bienaventurados que rodeaban al enfermo, entre los cuales estaba el Bienaventurado Domingo adornado de gloria admirable; todos los cuales al salir el alma de Fr. Arnaldo salieron también ellos, yendo delante el Bienaventurado Domingo. Uno de ellos dijo a Fr. Vicente:
- Prepárate, que también tú irás con nosotros al Señor.
Lo contó él a los Hermanos, y a los pocos días expiró.
El convento de Arlés
IV. En el convento de Arlés, de la misma provincia, hubo dos Hermanos enfermos, es a saber, Guillermo y Juan, el primero de los cuales siendo un día visitado del Prior y demás Religiosos, díjoles:
- Sé que muero de esta enfermedad, pero no solo, pues yo moriré la víspera de la Asunción de la Bienaventurada María y Fr. Juan al día siguiente.
Y preguntándole los Hermanos cómo lo sabía, respondió:
- Parecíame que me llevaban unos Religiosos blancos en una navecilla por el río, y que saliéndome al encuentro Fr. Juan me decía: Espérame, Hermano carísimo, que también yo quiero ir contigo.
Y en efecto; tal como lo predijo así se cumplió todo en aquella semana.
V. Otros dos Hermanos del mismo convento después de haber trabajado largo tiempo en la predicación, uno a otro, delante de los Hermanos Menores, en cuya casa estaban hospedados, se predijeron su muerte y el día, rogando que a ambos les diesen la misma sepultura. Pocos días después cayeron enfermos y allí mismo murieron y fueron sepultados en la casa de los mismos Hermanos Menores, en la ciudad de Vapinguo el día del Bienaventurado Lorenzo, como el señor se lo había revelado.
Los ocho ejemplos siguientes los refiere Fr. Español (1)
Fray Gil de Santarem
Fr. Gil Español, llamado Santo, varón de indudable autoridad y veracidad, envió escritas las cosas que siguen, a Fr. Humberto, Maestro de la Orden de quien fue compañero carísimo en el noviciado de París.
VI. Hubo en el convento de Santarén un Hermano llamado Fr. Pedro, médico, de mansedumbre admirable, que a los enfermos aconsejaba y ayudaba con gran voluntad, y a los Hermanos aliviaba cuanto podía en sus padecimientos. Estando, pues, un día con otros dos enfermos acostado después de comer, le vio uno de ellos por nombre Fr. Martín, converso, que poco a poco se elevaba de la cama hasta tocar en el techo de la enfermería, y que allí se había quedado por algún tiempo quieto hasta que otra vez, poco a poco, fue descendiendo. Después de Nona se llegó dicho Fr. Pedro a mí, que era el tercer enfermo, y en confesión me reveló algunas de las cosas que había visto. Yo le aconsejé que a nadie más lo revelara, porque frecuentemente y con facilidad se introduce la vanagloria en el corazón de los contemplativos y en especial si la excelencia de la visión se publica. Después que se hubo confesado y retirado, me llamó al instante Fr. Martín y me dijo:
- Fr. Gil, ¿Le dijo algo a usted Fr. Pedro de cómo se elevó por el aire?
Y yo le dije: ¿Cómo lo sabes tú?
Y él: Yo mismo le ví con mis propios ojos que se elevaba de la cama hasta el techo de la habitación.
Yo entonces le encargué que a nadie lo contara.
Cierta noche estando en oración Fr. Pedro ante un altar, súbitamente le cogió por un pie el diablo en figura de Hermano y le arrastró, hiriéndole en la pierna y causándole una llaga con tan fuertes dolores que, llevado a la enfermería, muy en breve murió con devoción grande, pasando del inefable consuelo que ya había gustado, al más inefable de que ya goza. El mencionado Hermano converso que le había visto elevarse, murió también a los pocos días. Los Hermanos que a su muerte estuvieron presentes vieron su rostro resplandeciente con claridad admirable, de tal suerte, que la habitación entera y el libro por el que el Prior leía la recomendación, sobre manera brillaban.
VII. Estando expirando el Subprior del mismo convento, se apareció a cierto Hermano, que descansaba en el dormitorio, el Prior muerto aquel mismo año, y con grandes clamores le llamó y le dijo:
- Levantaos, Hermanos, ¿por qué dormís? Id corriendo al Subprior que se muere.
Y levantándonos todos, despertados por él mismo, oímos el ruido de las tablas y rezando el Credo marchamos corriendo a la enfermería y hallamos que así era. Por donde se ve cómo los difuntos santos tienen cuidado de los vivos.
VIII. En el mismo convento, hallándose en los últimos instantes un Hermano converso por nombre Martín, dije yo a los que presentes estaban:
- Volved a este moribundo hacia el Oriente para que su espíritu se dirija al Señor.
Lo cual como él lo oyese, dijo:
- Fray Gil, no me muero ahora, iré al Señor después de ocho días.
Y al octavo día, que era la misma noche de la Natividad del Señor, cuando empezamos a cantar: Cristo nos ha nacido, oímos el sonido de las tablas y corriendo todos allá le hallamos, como había predicho, volando a Cristo.
IX. Otro Hermano converso llamado Fray Domingo, que estaba hidrópico, me rogó que lo llevase a otro lugar más retirado, como lo hice, y yendo yo después a la colación (2) que entre nosotros se tiene en la semana, una señora de hermosura admirable y gran honestidad, que vestía vestido candidísimo y en la cabeza traía un velo, se llegó al enfermo, se sentó en su cama hablándole dulcemente, y poco después se fue. Viniendo luego un Hermano a visitarle, le halló atónito y diciendo:
- ¡Qué maldad, que las mujeres entren en el claustro de los Predicadores, y, lo que es peor, sin estar presentes los Hermanos!
Al oír esto el Hermano emprendió a correr por la casa buscando a la mujer; pero volvió diciendo que no la había hallado; y cuando volvió estaba también yo allí; y oí toda la historia de la visión. La noche siguiente, que era vigilia de la Bienaventurada Águeda, comenzó con grandes clamores el enfermo a decir que quería morirse, y en medio de estos clamores, ante los Hermanos arrodillados y orando, expiró. De donde comprendimos que aquella mujer sería la Bienaventurada Águeda que como virgen venía a por el virgen, y como mártir de Cristo, quería presentar ante Cristo al afligido por Cristo. Y que él era virgen, lo sé porque fui su confesor.
Santa Águeda
X. Otro Hermano converso del mismo convento llamado Fr. Gonzalo, estando gravemente enfermo, hizo llamar a un Hermano dependiente suyo y le dijo:
- Si hubieras venido más pronto, hubieras oído a mi madre y hermana, que, como sabes, están difuntas.
Habían sido estas mujeres de vida santísima, y de la Orden grandes bienhechoras.
- Han venido aquí hace poco -continuó el enfermo- y les he dicho ¿Cómo os aparecéis visiblemente estando muertas? Y me contestaron: Por la Bienaventurada Virgen hemos obtenido del Señor el venir a visitarte. Y prepárate, que mañana morirás, y se te aparecerán muchos demonios; pero no temas, pues vendremos nosotras con muchos Hermanos Predicadores a ayudarte. Cuando veas a Nuestro Señor Jesucristo, no atiendas a nada más que a Él, y a Él te entregarás.
Esto dijeron; y a la mañana siguiente como tenía dicho, murió, aunque según el orden natural parecía increíble que muriera. Y al expirar, mostró con el movimiento corporal, que de hecho su espíritu entraba en el Señor.
XI. Fr. Fernando, antes chantre de la iglesia de Lisboa, persona de grande y venerable autoridad, después de haber vivido santa y laudablemente en el convento de Santarén por espacio de cuatro años, llegado al fin de su vida me llamó a mí, que era pariente suyo; y yendo yo solícito de la salud de su alma más que de la sanidad del cuerpo, le pregunté cómo estaba, y él me respondió:
- Las puertas del infierno están cerradas para mí; no bajaré a él.
Y diciendo esto no pronunció otra palabra. A su muerte el Prior lloraba, y yo me reía. Los Hermanos decían el salmo: No me arguyas, Señor, en tu furor; y yo decía el otro: Alabad al Señor de los cielos: y no era extraño que yo me alegrase viendo que aquel hombre, despreciadas tantas riquezas y delicias, en tan breve tiempo había merecido la gracia de gustar la vida eterna en la hora de la muerte. Porque indicio es de la eterna retribución la seguridad del ánimo al expirar.
XII. Hubo en el mismo convento otro Hermano, Martín de nombre, que siendo capellán del Obispo de Lisboa, con el mismo Obispo había tomado el hábito de nuestra Religión. Queriendo, pues, el Omnipotente Señor sacarle de este siglo, le mandó una fiebre continua, y la vigilia de la Ascensión, visitando yo, según costumbre, a los enfermos, en voz muy alta comenzó él a llamarme diciendo:
- Fr. Gil, mañana me muero.
Y levantando los ojos y las manos al cielo, dijo:
- Gracias te doy, Señor Jesucristo, porque me voy de este siglo el día de tu Ascensión, que yo siempre había celebrado con más alegría que las otras festividades.
Y considerando yo que según el curso natural de la enfermedad no podía ser esto así, pues aún tenía fuerzas y él solo se levantaba de la cama cuando era necesario, le dije que dentro de siete días no moriría; pero él sostenía con firmeza lo contrario; y recibidos devotamente los sacramentos, presentes los Hermanos y orando, a la mañana siguiente, como predijo, subió al Señor.
El convento de Santarém en Portugal
XIII. Habiendo caído gravemente enfermo en Zamora Fr. Pedro Ferrando, el cual se había formado santísimamente en la Orden desde niño y había sido doctor en muchos lugares de España, le vio un Hermano devoto sobre un altísimo monte y a su derecha e izquierda dos jóvenes en pie, en gran manera refulgentes. Y como al día siguiente me refiriera a mí, que me hallaba entonces en aquel convento, toda aquella visión que había visto, entendí que se moriría muy pronto Fr. Pedro, y yendo yo a verle y sentándome en su cama, le dije:
- Vos, qué iréis pronto a la patria del paraíso, saludad de mi parte a la Bienaventurada María y al Bienaventurado Domingo.
Y él, todo regocijado contestó:
- Habladme, Fr. Gil, habladme de esto, porque bueno es estar allá.
Al ver, pues, que su muerte se aproximaba volví a decirle:
- Hermano carísimo, os ruego que me ayudéis después de muerto.
Y él levantando las manos al cielo, como seguro ya del premio, dijo:
- Os prometo ayudaros con Cristo.
Y me contó que había visto a la Bienaventurada Virgen que le asistía, y a San Juan Evangelista, cada uno de los cuales le señala la frente con su corona.
-Esta visión -dijo- os la encomiendo a vuestra caridad, y os pido me digáis qué significa.
Yo, que conocía perfectamente su vida y conciencia, le respondí:
- Una de ellas se debe a vuestra virginidad, la otra a vuestra predicación y doctrina, pues porque sois virgen y doctor, ambas las habéis merecido con el auxilio de la Bienaventurada Virgen y del discípulo de Cristo.
Me pidió luego que hiciera venir a todos los Hermanos, en cuya presencia dijo:
- NO HAY ORDEN QUE DIOS TANTO AME, COMO LA VUESTRA. NON EST ORDO QUEM DOMINUS TANTUM DILIGAT. Perseverad en ella.
Y poco después:
- Cierto magnate odia a Sión; pero no temáis, Hermanos, que ningún daño os podrá hacer.
Y diciendo esto, delante de todos se durmió en el Señor (3).
XIV. Contó Fr. Raymundo de Lausana, varón santo y antiguo en la Orden, que en el convento de Lión había un Hermano llamado Juan, muy religioso y amable, el cual hallándose en agonía, presente el Prior y el mismo Fr. Raymundo dijo:
- ¿Qué haces aquí, bestia sanguinaria?
Y preguntándole el Prior dónde estaba:
- Aquí está un demonio -contestó- bajo la figura de una viejezuela; pero, gracias a Dios, no le temo, porque la verdadera fe me salva.
Y al poco descansó en el Señor.
XV. Contó el mismo Hermano que en el convento de Puy, en Provenza, otro Hermano de nombre Guillermo, sacerdote, puesto ya sobre la ceniza después de recibida la Extrema-Unción, despertando como de un pesado sueño, levantó la mano derecha, restregó los ojos, y presente toda la Comunidad dijo:
- Gozaos, Hermanos, porque hay gozo grande en los cielos y vosotros todos os veréis en aquel gozo. Ahora mismo está todo el coro lleno de ángeles que me esperan.
Y vuelto al Prior dijo:
- ¿No habéis visto al ángel que me ha dado el beso de la paz?
Preguntándole el Prior si tenía alguna cosa más que decirle, contestó:
- Ya no estoy bajo vuestra jurisdicción, el Señor cuidará de mí.
Dijo esto porque en su enfermedad le había tratado alguna vez duramente dicho Prior; y después de esto expiró en el Señor.
Esto oyó y escribió el mencionado Fr. Raymundo, por donde pueden aprender los Prelados y servidores cuánto deben guardarse de contristar a los enfermos, a los cuales visitan los ángeles y con obsequios consuelan.
XVI. En la Provenza hubo otro Hermano llamado Vigoroso, el cual habiendo servido por muchos años a Dios en la Orden de la Corona, obtenida licencia, entró después en la Orden de los Predicadores, que era la que más le gustaba, y en la cual aprovechando religiosamente, estudiando diligente, predicando fervoroso, confesando con gusto y discreción, grato a los Hermanos, humilde a Dios y obediente a los Prelados, batalló por el Señor más de quince años. Habiendo, por fin, enfermado gravemente en el convento de Burdeos, confesó generalmente sus pecados al Provincial, y al otro día por la mañana, como le dijese el Prior delante de dos Hermanos y del médico que no temiera, que saldría de aquella enfermedad, porque su pulso y la orina estaban mejor, según dicho de los mismos médicos, él respondió:
- Eso ni lo creo ni lo quiero.
Mandó entonces el Prior que salieran los circunstantes y conjurándole por Cristo que manifestara la causa de su afirmación:
- Ayer -dijo el Hermano- cuando después de la confesión os retirasteis, pidiendo yo al Señor perdón de mis pecados, aparecióseme Cristo y me dijo: Tu Prior oyó tu confesión, y yo te absolví de todo. No te dé pena porque te hayan servido con algún descuido; pronto vendrán mis ángeles que te servirán como quieras.
Murió el Hermano a los pocos días, y el Prior Provincial que esto había oído, lo refirió con todas sus circunstancias al Maestro General de la Orden.
XVII. Cuando Luis, Rey cristianísimo de los Francos, se preparaba para embarcarse en Aguasmuertas, puerto principal de su reino, llegaron al convento de Mompeller, próximo a dicho lugar, muchos Hermanos que le habían de acompañar en la expedición; uno de los cuales, llamado Fr. Pedro Normandino, cayó allí gravemente enfermo; y después de haber confesado generalmente sus pecados y recibido con devoción el Cuerpo de Cristo, puesto ya sobre la ceniza, como es costumbre de los moribundos, llamó con instancia al Subprior con quien se había confesado. Llegado que hubo este padre preguntóle el enfermo si había alguno con él (era tanta su debilidad que ya no veía). Y cuando oyó que estaban los dos solos dijo:
- Carísimo Padre, os diré lo que para mi consuelo y el de los Hermanos me ha demostrado el Señor, de tal modo que podáis contarlo después de mi muerte. Cuando hace poco decíais en el coro la Nona, se me abrió el cielo y me fue revelado el misterio de la Beatísima Trinidad y fui asegurado de mi salvación eterna.
Después de un corto espacio de tiempo, murió dicho Hermano y entró, cómo se cree, en el cielo. Esto escribió y me lo refirió a mí el Subprior mismo.
XVIII. Fr. Julián, de dulce memoria, Prior de Burdeos, yendo al Capítulo General de Inglaterra como Definidor por su Provincia, predijo en presencia de muchos su muerte, diciéndoles que los saludaba para no verlos más; y cuando murió en el convento de Beauvais, en Francia, una persona religiosa que aquel mismo día oraba en la iglesia de los Hermanos de Burdeos, que dista doce jornadas de Beauvais, le vio levantarse de la tierra en nube resplandeciente; y preguntándole dónde iba y cómo iba solo, respondió:
- Voy al Señor, y no temas verme ir solo, porque muy en breve traeré conmigo el convento entero.
La persona que esta visión tuvo, se fue llorando al Subprior de la casa y le contó lo que había visto y la muerte del Prior. Anotó el Subprior el día y la hora y se comprobó que entonces mismo, había en efecto, fallecido. En aquel mismo verano murieron el Lector y once Hermanos del mismo convento de Burdeos, como el Prior había anunciado.
XIX. En el convento de Marsella, hubo un Hermano llamado Pedro de Dijón, joven en gran manera puro y muy agraciado, a quien como le dijese una persona virtuosa haberle visto con ropas blancas y en la mano un cirio, marchar delante de una gran procesión de Santos, refiriéndolo él a un confidente suyo, añadió:
- Ahora creo, Hermano carísimo, que muy pronto me voy a morir; acuérdate de mí.
Consumado, pues, en breve, terminó su carrera, porque era a Dios amable su alma.
XX. Un Hermano en Inglaterra que estaba a punto de morir vio, según le parecía, en primer lugar una multitud de figuras negras y después un coro de Santos con vestidos blancos, los cuales iban de dos en dos procesionalmente, y sobre cada pareja una corona brillantísima sostenida en el aire. Repuesto algún tanto el Hermano, expuso la visión diciendo que los negros eran demonios; los blancos, Hermanos que venían a ayudarle, y la corona sobre cada pareja, el premio debido no a solo el predicador, más también al hermano que le acompaña. Había el dudado si ganaría el premio del predicador, aunque no había predicado, pero que gustosamente había acompañado a muchos predicadores. Después de ésto, arrobado su espíritu y otra vez vuelto en sí, dijo a los Hermanos que había sido llevado al cielo y visto un hermosísimo Evangelio según San Lucas, y añadió:
- Allá me voy a oírlo.
Y dicho esto, descansó en el Señor.
XXI. Fr. Gualterio, del convento Norwicense en Inglaterra, joven de elegante figura, y de mucha elocuencia y ciencia y bellísima índole, estando en la agonía y rezando los Hermanos alrededor suyo los salmos penitenciales y las letanías después de la Unción, dijo:
- Hermanos, el Señor me ha visto desde el principio de estos oficios, y me ha mostrado un lugar muy elevado donde después de Cristo Señor y de su Madre dulcísima he oído el canto sobremanera suave de las vírgenes que me ha llenado de consuelo.
Y poco después añadió:
- Desde ahora nada me podrá atemorizar, porque estoy firme en la verdadera fe y me he entregado todo a la Bienaventurada María.
Despidiéndose, pues, de los Hermanos, comenzó a murmurar el nombre de la Bienaventurada Virgen María, y como tocado de un sueño gratísimo; presentes los Hermanos y orando, se durmió en el Señor.
XXII. En otro convento de Irlanda hubo otro Hermano llamado Fr. Walter, hombre de gran sencillez y piedad, cuya muerte fue revelada anteriormente a otro Religioso del mismo convento. Habiendo, pues, caído enfermo al día siguiente, le preguntó un Hermano cómo estaba, y él contestó:
- Ahora bien, pues el horror a la muerte que hasta aquí tuve, por completo se fue de mí, porque se me apareció Nuestro Señor Jesucristo y me consoló diciéndome que el martes iría a Él (esto era un domingo). Pasada la medianoche del día siguiente, comenzó con gran devoción a decir en la cama la Misa por los difuntos, y cantando el prefacio, después de cierto intervalo, como si dijese el canon, añadió en alta voz:
- Per omnia saecula saeculorum, cantó luego el Pater Noster, y expiró. Era el amanecer del martes, como el Señor se lo había prometido. Esto contó y escribió el Prior de aquel convento.
XXIII. Fr. Enrique, polaco del convento Warstilaviense, hallándose ya a punto de morir, recibidos devotamente los sacramentos de la Eucaristía y Extrema-Unción, puesto en la agonía, clavó sus ojos en una cruz que ante él estaba y comenzó a cantar el final de aquella antífona:
- Seguro y alegre me llego a ti para que tú, también gozosa, me recibas a mí, discípulo de Aquel que pendió de ti. Y como el Hermano que le asistía (y esto nos escribió de su propia mano) le preguntase qué veía, dijo:
- Veo al Señor Jesucristo y sus Apóstoles.
Y preguntándole si sería asociado a su colegio, contestó:
- Si, y todos los Hermanos que cumplan con su Orden, serán en el orden de los Apóstoles colocados.
Y repitiendo esto, y mirando de nuevo a la cruz, comenzó a sonreír dulcemente y batir palmas, manifestando con los ojos y las manos el gozo de su espíritu. Pasado un poco de tiempo y presentes los Hermanos y orando, dijo:
- Aquí están los demonios herejes que quieren pervertir mi fe; pero yo creo que Padre, Hijo y Espíritu Santo son un solo Dios verdadero.
Y dicho esto entregó al Criador su espíritu.
XXVI. Raymundo de Lausana, hombre religioso y veraz, de quién varias veces se ha hecho mención, refirió que siendo el enfermero en Bolonia y pidiéndole la Unción un enfermo, por nombre Bonifacio, difirió dársela por no llamar a la Comunidad, y se fue a dormir. Pero volvió luego después de Maitines, y díjole entonces el enfermo:
- ¡Oh Hermano! ¿Qué has hecho? Si anoche hubiese recibido el Cuerpo del Señor estaría ahora en el palacio que he visto, donde estaba el Maestro Reginaldo y Fray Roberto y otros Santos Hermanos que han muerto, los cuales saliendo a mi encuentro y recibiéndome con mucho gozo, me hicieron sentar con ellos; pero estando yo gozando de su compañía entró Cristo Señor en el palacio y me dijo: - Es preciso que salgas de aquí, porque aún no me has recibido. Por donde comprendo que si anoche me hubieses dado la Comunión y la Unción, como te pedía, sin duda me hubiera quedado con los Santos, nuestros Padres, en aquel tan ameno palacio.
Notas:
1) El Beato Gil de Santarén.
2) Conferencia o conversación sobre cosas espirituales.
3) Hasta aquí la narración del Beato Gil de Santarén.
Capítulos anteriores:
Primera Parte:
Capítulo I
Capítulo II
Capítulo III
Capítulo IV
Capítulo V
Capítulo VI
Segunda Parte:
Capítulo I al XVII
Capítulo XVIII al XLIII
Tercera Parte:
Capítulo I al X
Capítulo XI al XX
Capítulo XXI al XXX
Capítulo XXXI al XL
Capítulo XLI Al XLIV
Primera Parte:
Capítulo I
Capítulo II
Capítulo III
Capítulo IV
Capítulo V
Capítulo VI
Segunda Parte:
Capítulo I al XVII
Capítulo XVIII al XLIII
Tercera Parte:
Capítulo I al X
Capítulo XI al XX
Capítulo XXI al XXX
Capítulo XXXI al XL
Capítulo XLI Al XLIV
Cuarta Parte:
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