CUARTA PARTE
DEL LIBRO INTITULADO
"VIDAS DE LOS HERMANOS"
CAPÍTULO XXIV
DE LA TENTACIÓN POR FANTASÍAS
I. El año de la Encarnación del Señor mil doscientos treinta, predicando en Alemania el Maestro Conrado contra los herejes, por los cuales felizmente fue martirizado, uno de ellos, seducido por los demonios, invitaba a un Hermano Predicador, querido suyo, a que pasase a la herejía; y como por ningún ardid lograra convencerle, le dijo:
- Si yo te enseñare al mismo Cristo, y a su Madre, y a los apóstoles, y a los santos, todos en mi compañía, ¿me creerías?
El Hermano le respondió suponiéndole iluso:
- Si así fuera, no sin razón te daría fe.
Contento el hereje fijó la noche en que tendría lugar la realización de la promesa, llegada la cual, el Hermano, para no ser engañado por magia alguna, tomó en secreto y con reverencia el Cuerpo de Cristo en la píxide, como para llevarlo de viático, y lo guardo ante el pecho, debajo de la muceta o capilla. Vino, en efecto el hereje, y le condujo hasta una caverna del vecino monte, donde súbitamente apareció un gran palacio, iluminado todo y perfumado por dentro, y en derredor colocados tronos de oro, donde estaba sentado un rey en compañía de muchos otros, vestidos de blanco, que despedían vivos resplandores, y junto al rey una reina hermosísima. Como ésto viese el hereje, postrado en tierra adoró; pero el Hermano, acercándose más y descubriendo la píxide, presentó el Cuerpo de Cristo a la reina que estaba en su trono, y la dijo:
- Si eres la reina del cielo y tierra, aquí tienes a tu Hijo, adórale como a Dios.
Y al decir esto, toda aquella fantasía se desvaneció; tales tinieblas sobrevinieron que apenas podían salir. Convirtióse entonces el hereje a Cristo, y juntamente con el dicho Hermano, lo contó a Fray Conrado, Provincial de Alemania, el cual a su vez lo contó en repetidos casos a los Religiosos, callados los nombres del lugar y personas.
II. A otro Hermano del convento de París, que para más darse a la devoción había dejado el estudio, las escuelas y los sermones, y casi todo el tiempo lo pasaba en oración y lágrimas, aparecíasele el diablo en forma de la Bienaventurada Virgen y le revelaba muchas cosas y alababa mucho su estado, contándole esto el Hermano a Fray Pedro de Reims, le mandó Fr. Pedro que si otra vez se repitiera la aparición, le escupiera en la cara, porque aún dado caso, dijo, que sea la Virgen, no se indignará, sino que te excusará por respeto de tu obediencia. Más, si es el diablo, tan soberbio como es, no podrá sufrir el desprecio, y confuso huirá. Hízolo así el Hermano, e indignado el diablo contestó:
- Maldito seas tú, y quién te enseñó.
Con lo cual se retiró tan confuso que no volvió más a aparecer.
III. Refirió un Hermano devoto que, cierta noche después de Maitines, habiendo entrado en la celda con propósito de estudiar, lo mismo era mirar el libro que quedarse dormido. Visto que a pesar de refregarse continuamente la cara no podía echar de sí aquel sopor, dijo en un movimiento de impaciencia:
- Dios mio, ¿qué es esto? ¿cómo me vence el sueño, habiendo ya dormido más de lo acostumbrado?
Contestó una voz:
- Porque no están cerradas aún las puertas.
- ¿Y cómo se cierran esas puertas?
- De de la frente hasta el pecho -replicó la voz- y de una oreja a otra oreja.
Conoció el Hermano lo que esto quería decir; hizo al instante la señal de la cruz diciendo:
- Apartaos, de mí malignos, y escudriñaré los mandamientos de mi Dios.
Y la dormitación cesó.
Capítulos anteriores:
Primera Parte:
Capítulo I
Capítulo II
Capítulo III
Capítulo IV
Capítulo V
Capítulo VI
Segunda Parte:
Capítulo I al XVII
Capítulo XVIII al XLIII
Tercera Parte:
Capítulo I al X
Capítulo XI al XX
Capítulo XXI al XXX
Capítulo XXXI al XL
Capítulo XLI Al XLIV
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Capítulo I
Capítulo II
Capítulo III
Capítulo IV
Capítulo V
Capítulo VI
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Capítulo XVIII al XLIII
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