lunes, 11 de diciembre de 2023

OBISPO COADJUTOR PARA ROMA ¿UNA HIPÓTESIS ABSURDA?

Esto se trata de una hipótesis. Por lo absurda que se muestra, estaría tentado a decir que no es más que una fantasía. El problema es que en los últimos años las fantasías más estrambóticas se han hecho realidad.


La semana pasada planteábamos la posibilidad real de la candidatura del cardenal Pietro Parolin para suceder a Francisco. Días después, se publicó un informe del padre Claude Barthe sobre este inquietante personaje. Probablemente usaría hábito coral y volverían los zapatos rojos, pero sería la consumación de la ruptura entre la nueva iglesia conciliar y la iglesia de siempre. La peor opción: un lobo vestido de etiqueta.

Por su parte, Il Giornale, publicó un artículo sobre el cardenal Mateo Zuppi, otro de los aspirantes al solio petrino, en el que, a pesar de su progresismo de aspavientos, se pronuncia claramente sobre algunos temas centrales a la fe.

Esta es la situación en la que estamos: discutiendo si es preferible un papa hereje al 30% o al 60%, porque sabemos que no tendremos un pontífice plenamente católico, y por tal entiendo aquél que conserve, confirme y enseña la fe de los Apóstoles, esa fe a la que la Iglesia adhirió inquebrantablemente hasta la debacle del Vaticano II.

El problema es que la Iglesia se ha acostumbrado a lo absurdo (contrario a la lógica y a la razón), a lo descabellado y al disparate. Todos lo ven pero callan. Quienes deberían hablar en primer término, los obispos, se esconden y el mayor gesto de valentía que hacen es no mencionar los dislates pontificios en sus homilías. Asustados, saben lo que les pasará si hablan. Nosotros, los laicos, damos aquí y allá algunos alaridos pero, a pesar de las declamaciones pontificias, la Iglesia sigue siendo absolutamente clerical. Nuestras voces no tienen más efecto que el necesario testimonio.

Todo esto, ya conocido por los lectores del blog, viene a cuento porque alguien planteó una hipótesis -no sabemos con qué fundamento- que es disparatada. Afirma que Francisco designaría un obispo coadjutor para Roma. Es decir, nombraría un obispo coadjutor que lo ayudara en el gobierno no ya de la diócesis de Roma —para lo cual tiene al cardenal vicario y a un batallón de obispos auxiliares— sino de la Iglesia universal. Una picardía peronista más. Y algunos se atreven a poner nombre a ese coadjutor: Tucho Fernández. Es decir, Tucho sería vice-papa oficial, y papa de facto. ¡Es un disparate!, dije. Sí, un disparate un poco más grave que haber nombrado ese mismo personaje prefecto del dicasterio de Doctrina de la Fe.

Se trata no más que de una hipótesis absurda pero que, paradójicamente, tiene cierta lógica dentro de los hechos que estamos viendo y de la mente de Francisco. Su bronquitis se muestra más testaruda que lo acostumbrado y cuando desaparezca, si es que desaparece, vendrá otra enfermedad y otra, que finalmente lo llevará a la tumba. Bergoglio sabe, como saben quienes lo rodean, que su fin está cercano; sabe que está débil y cansado, y sabe que los buitres y los jotes ya están volando en círculos sobre Santa Marta porque huelen un cadáver. Sabe también que será en esas semanas o meses previos a su muerte cuando quienes se disputan su sucesión comenzarán a posicionarse y él, en su debilidad, no podrá hacer mucho por espantarlos. Y es por eso que en los últimos tiempos, su círculo cercano se ha estrechado cada vez más y ahora sólo lo rodean jesuitas y argentinos, aquellos en los que cree que puede confiar.

Acerquemos más la lupa. El cardenal Víctor Fernández fue bautizado en los inicios del pontificado como il coccolato, el mimado del pontífice, y cada vez está más mimoso. Bergoglio confía ciegamente en él y ese es el motivo que explica que haya cometido, y siga cometiendo, errores estratégicos tan groseros como la expulsión de Mons. Strickland de su diócesis y del cardenal Burke de su apartamento, y haya sumado la semana pasada la prohibición al obispo Strickland, por imperium pontificio, de celebrar misa en su antigua diócesis. Los progresistas están furiosos porque en poco tiempo han perdido varios casilleros merced a las torpezas del Tucho; los conservadores sonríen con placer, y no sería raro que pusieran en el camino del coccolato algunas cáscaras de banana más para que siga tropezando él, y con él el mismo Bergoglio. La avidez del poder y de notoriedad propia del necio es incalculable, y por eso mismo, no sería extraño que fuera el cardenal Fernández quien susurrara la idea de un coadjutor a los debilitados oídos pontificios.

Pero además de la probable mano de Tucho, están también los jesuitas. Nunca en la historia de la Iglesia un papa tuvo un obispo coadjutor. Pero seamos sinceros: esta hipotética rareza sería del mismo calibre que la figura de “papa emérito” que Benedicto XVI sacó de la galera. Desconozco las implicancias canónicas que tendría, y supongo que levantaría una gran polvareda, pero lo cierto es que detrás está un SJ: el cardenal Gianfranco Ghirlanda, canonista de cabecera del pontífice argentino y autor del armado jurídico de todas sus trapisondas. Ya dimos cuenta en este blog del proyecto que se estaría preparando para cambiar las reglas del cónclave —en el que intervendrían también laicos— y de las congregaciones generales previas, que estarían vetadas a los cardenales de más edad.

Insisto: se trata de una hipótesis. Por lo absurda que se muestra, estaría tentado a decir que no es más que una fantasía. El problema es que en los últimos años las fantasías más estrambóticas se han hecho realidad.


Wanderer


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