Es importante conocer y comprender esta enseñanza porque muestra que afirmar que un determinado hombre es el verdadero y legítimo Papa tiene consecuencias: Un católico debe entonces afirmar de él todo lo que la Iglesia Católica afirma del Papa, como lo que se presenta a continuación. La lista no es exhaustiva:
Papa San Zósimo
…la tradición de los Padres ha concedido tanta autoridad a la Sede Apostólica que nadie se atrevió a discutir su juicio y sí lo observó siempre por medio de los cánones y reglas, y la disciplina eclesiástica que aun rige ha tributado en sus leyes al nombre de Pedro, del que ella misma también desciende, la reverencia que le debe…
(Carta Quamvis Patrum traditio a los obispos africanos, Denz. 109)
Papa Pelagio II
Sabéis, en efecto, que el Señor clama en el Evangelio: Simón, Simón, mira que Satanás os ha pedido para cribaros como trigo; pero yo he rogado por ti a mi Padre, para que no desfallezca tu fe, y tú, convertido, confirma a tus hermanos [Lc. 22, 31 s].
Considerad, carísimos, que la Verdad no pudo mentir, ni la fe de Pedro podrá eternamente conmoverse o mudarse. Porque como el diablo hubiera pedido a todos los discípulos para cribarlos, por Pedro solo atestigua el Señor haber rogado y por él quiso que los demás fueran confirmados. A él también, en razón del mayor amor que manifestaba al Señor en comparación de los otros, le fue encomendado el cuidado de apacentar las ovejas [cf. Jn. 21, 15 ss]; a él también le entregó las llaves del reino de los cielos, le prometió que sobre él edificaría su Iglesia y le atestiguó que las puertas del infierno no prevalecerían contra ella [Mt. 16, 16 ss]. Mas como quiera que el enemigo del género humano no cesa hasta el fin del mundo de sembrar la cizaña encima de la buena semilla para daño de la Iglesia de Dios [Mt. 13, 25], de ahí que para que nadie, con maligna intención, presuma fingir o ‘argumentar nada sobre la integridad de nuestra fe y por ello tal vez parezca que se perturban vuestros espíritus, hemos juzgado necesario, no sólo exhortaras con lágrimas por la presente Carta a que volváis al seno de la madre Iglesia, sino también enviaros satisfacción sobre la integridad de nuestra fe…
(Carta Apostólica Quod ad Dilectionem; Denz. 246)
Papa San León IX
La Santa Iglesia edificada sobre la piedra, esto es, sobre Cristo, y sobre Pedro o Cefas, el hijo de Jonás, que antes se llamaba Simón, porque en modo alguno había de ser vencida por las puertas del infierno, es decir, por las disputas de los herejes, que seducen a los vanos para su ruina. Así lo promete la verdad misma, por la que son verdaderas cuantas cosas son verdaderas: Las Puertas del infierno no prevalecerán contra ella [Mt 16, 18], y el mismo Hijo atestigua que por sus oraciones impetró del Padre el efecto de esta promesa, cuando le dice a Pedro: Simón, Simón, he aquí que Satanás… [Lc 22, 31]. ¿Habrá, pues, nadie de tamaña demencia que se atreva a tener por vacua en algo la oración de Aquel cuyo querer es poder? ¿Acaso no han sido reprobadas y convictas y expugnadas las invenciones de todos los herejes por la Sede del príncipe de los Apóstoles, es decir, por la Iglesia Romana, ora por medio del mismo Pedro, ora por sus sucesores, y han sido confirmados los corazones de los hermnos en la fe de Pedro, que hasta ahora no ha desfallecido ni hasta el fin desfallecerá?
(Carta Apostólica en Terra Pax; Denz. 664)
Papa Bonifacio VIII
La Iglesia, pues, que es una y única, tiene un solo cuerpo, una sola cabeza, no dos, como un monstruo, es decir, Cristo y el vicario de Cristo, Pedro, y su sucesor, puesto que dice el Señor al mismo Pedro: Apacienta a mis ovejas [Juan 21, 17].
(Bula Unam Sanctam, Denz. 468)
Además, declaramos, proclamamos, definimos que es absolutamente necesario para la salvación que cada criatura humana esté sujeta al Romano Pontífice.
(Bula Unam Sanctam, Denz. 469)
Papa Eugenio IV
Asimismo definimos que la santa Sede Apostólica y el Romano Pontífice tienen el primado sobre todo el orbe y que el mismo Romano Pontífice es el sucesor del bienaventurado Pedro, príncipe de los Apóstoles, verdadero vicario de Cristo y cabeza de toda la Iglesia y padre y maestro de todos los cristianos, y que al mismo, en la persona del bienaventurado Pedro, le fue entregada por nuestro Señor Jesucristo plena potestad de apacentar, regir y gobernar a la Iglesia universal, como se contiene hasta en las actas de los Concilios ecuménicos y en los sagrados cánones.
(Bula Bula Laetentur Coeli, Denz. 1235)
Papa León X
Firmemente os adheriréis a la verdadera determinación de la Santa Romana Iglesia y de esta Santa Sede que no permite los errores.
(Bula Cuni Postquam; Denz. 1449)
Papa Benedicto XIV
El pesado ministerio del Supremo Apostolado, que nos fue conferido sin mérito alguno, requiere sobre todo dos elementos: primero, conducir a abrazar la Santa Religión a aquellos pueblos que nunca la han recibido o que después de haberla recibido, por una miserable y desgraciada desgracia, la perdieron; segundo, que la misma Religión adquirida sea mantenida diligentemente en aquellos lugares donde se conserva intacta por la Divina Providencia.
(Carta Apostólica Gravissimum Supremi; n. 4)
Papa Pío VI
¿Acaso han de ser llamados fanáticos tantos solemnes y tantas veces repetidos decretos de los Pontífices y Concilios, por los que son condenados los que nieguen que en el bienaventurado Pedro, príncipe de los Apóstoles, el Romano Pontífice, sucesor suyo, fue por Dios constituido cabeza visible de la Iglesia y vicario de Jesucristo; que le fue entregada plena potestad para regir a la Iglesia y que se le debe verdadera obediencia por todos los que llevan el nombre cristiano, y que tal es la fuerza del primado que por derecho divino obtiene, que antecede a todos los obispos, no sólo por el grado de su honor, sino también por la amplitud de su suprema potestad?
(Bula Super Soliditate; Denz. 1500)
¿Cómo, de hecho, se puede decir que la comunión con el jefe visible de la Iglesia se mantiene, cuando esta se limita a anunciar simplemente el hecho de la elección, y al mismo tiempo se toma un juramento que niega la autoridad de su primacía? En su calidad de jefe, ¿no le deben todos sus miembros la promesa solemne de la obediencia canónica, que solo puede mantener la unidad en la Iglesia y evitar los cismas en este cuerpo místico fundado por Cristo nuestro Señor?
(Carta Apostólica Quod Aliquantum; n. 73)
Papa Pío VII
De estos eventos, los hombres deben darse cuenta de que todos los intentos de derrocar a la “Casa de Dios” son en vano. Porque esta es la Iglesia fundada en Pedro, “Roca”, no meramente en nombre sino en verdad. Contra esto “las puertas del infierno no prevalecerán” [Mt 16:18] “porque está fundada sobre una roca” [Mt 7:25; Lc 6:48]. Nunca ha habido un enemigo de la religión cristiana que no haya estado simultáneamente en guerra malvada con la Sede de Pedro, ya que mientras esta Sede permaneció fuerte, la supervivencia de la religión cristiana estaba asegurada. Como San Ireneo proclama abiertamente a todos, “por el orden y la sucesión de los pontífices romanos, la tradición de los apóstoles en la Iglesia y la proclamación de la verdad nos ha llegado. Y esta es la demostración más completa de que es la misma fe que da vida, que se ha conservado en la Iglesia hasta ahora desde la época de los Apóstoles y se ha transmitido en verdad” [Adversus haereses, bk. 3, cap. 3].
(Encíclica Diu Satis, n. 6)
Papa Gregorio XVI
¿Podrá la Iglesia que es columna y fundamento de la verdad y a quien el Espíritu Santo como consta enseña siempre todas las verdades, mandar, conceder y permitir cosas que conduzcan a la ruina de las almas y a la deshonra y detrimento de un Sacramento instituido por Cristo?
(Encíclica Quo Graviora, n. 10)
La suma potestad que Cristo concedió a su Iglesia de disponer en materia de religión y regir la sociedad cristiana con absoluta independencia de la autoridad civil, la otorgó como claramente enseña el Apóstol escribiendo a los Efesios, en bien de la unidad. ¿A qué se reduciría esta unidad si no hay al frente de toda la Iglesia uno que la defienda y guarde, que una a todos sus miembros en una idéntica profesión de fe y los junte con un lazo de caridad, amor y unión? La sabiduría del divino Legislador exigía absolutamente que al cuerpo visible presidiera una cabeza con la que se quitara la ocasión de cisma.
(Encíclica Commissum Divinitus, n. 10)
Papa León XII
Pero si uno desea buscar la verdadera fuente de todos los males que ya hemos lamentado, así como los que pasamos por alto en beneficio de la brevedad, seguramente encontrará que desde el principio siempre ha sido un desprecio obstinado por la autoridad de la Iglesia. La Iglesia, como enseña San León el Grande, en un amor bien ordenado acepta a Pedro en la Sede de Pedro, y ve y honra a Pedro en la persona de su sucesor, el pontífice romano. Pedro todavía mantiene la preocupación de todos los pastores en la protección de sus rebaños, y su alto rango no falla incluso en un heredero indigno. En Pedro, como lo señala acertadamente el mismo Santo Doctor, el coraje de todos se fortalece y la ayuda de la gracia divina está tan ordenada que la constancia conferida a Pedro a través de Cristo se confiere a los apóstoles a través de Pedro. Está claro que el desprecio a la autoridad de la Iglesia se opone al mandato de Cristo y, en consecuencia, se opone a los apóstoles y sus sucesores, los ministros de la Iglesia que hablan como sus representantes. El que a vosotros oye, a mí me oye; y el que os desprecia, a mí me desprecia [Lc 10, 16]; y la Iglesia es el pilar y el firmamento de la verdad, como lo enseña el apóstol Pablo [1 Tim 3:15]. En referencia a estas palabras, San Agustín dice: “Quien esté sin la Iglesia no será considerado entre los hijos, y quien no quiera tener a la Iglesia como madre no tendrá a Dios como padre”.
Por lo tanto, venerados hermanos, tengan en mente todas estas palabras y, a menudo, reflexionen sobre ellas. Enseñe a su pueblo una gran reverencia por la autoridad de la Iglesia que Dios ha establecido directamente. No pierdas el corazón. Con San Agustín decimos que “a nuestro alrededor, las aguas del diluvio rugen, es decir, la multiplicidad de enseñanzas en conflicto. No estamos en el diluvio sino que nos rodea. Estamos presionados pero no abrumados, abofeteados pero no sumergidos.»
(Encíclica Ubi Primum)
Si cada uno de vosotros, a los pies del Crucifijo y a la luz de la fe, reflexiona sobre estas verdades con una mente clara, admitiréis fácilmente que las incitaciones de estos predicadores tienden a este fin: que separándoos del Romano Pontífice y de los Obispos unidos a él en comunión, os separéis de toda la Iglesia católica, y así dejéis de tenerla como madre. Porque, ¿cómo puede la Iglesia ser vuestra madre si no tenéis como padres a los pastores de la Iglesia, es decir, a los obispos? ¿Y cómo podéis gloriaros en nombre de los católicos si, separados del centro del catolicismo, es decir, de esta Santa Sede Apostólica y del Sumo Pontífice, en quien Dios estableció el origen de la unidad, rompéis la unidad católica? La Iglesia católica es una, no está desgarrada ni dividida; por lo tanto, tu «pequeña Iglesia» no puede tener ninguna relación con la católica.
(Exhortación Apostólica Pastoris Aeterni; n. 4)
Papa Pío IX
Todos los que defienden la fe deben tratar de implantar profundamente en sus fieles las virtudes de la piedad, la veneración y el respeto por esta Suprema Sede de Pedro. Que los fieles recuerden el hecho de que Pedro, el Príncipe de los Apóstoles, vive aquí y gobierna en sus sucesores, y que su cargo no falla incluso en un heredero indigno. Dejemos que recuerden que Cristo, el Señor, colocó la base inexpugnable de su Iglesia en esta Sede de Pedro [Mt 16:18] y le dio a Pedro mismo las llaves del reino de los cielos [Mt 16:19]. Entonces, Cristo oró para que su fe no fracasara, y le ordenó a Pedro que fortaleciera a sus hermanos en la fe [Lc. 22:32]. En consecuencia, el sucesor de Pedro, el Romano Pontífice, tiene una primacía sobre todo el mundo y es el verdadero Vicario de Cristo, jefe de toda la Iglesia y padre y maestro de todos los cristianos.
De hecho, una forma sencilla de hacer que los hombres profesen la verdad católica es mantener su comunión y obediencia al Romano Pontífice. Porque es imposible para un hombre rechazar alguna parte de la fe católica sin abandonar la autoridad de la Iglesia romana. En esta autoridad, el oficio de la enseñanza inalterable de esta fe vive. Fue establecido por el divino Redentor y, en consecuencia, la tradición de los Apóstoles siempre se ha conservado. Así que ha sido una característica común tanto de los antiguos herejes como de los protestantes más recientes, cuya desunión en todos sus otros principios es tan grande, atacar la autoridad de la Sede apostólica. Pero nunca en ningún momento pudieron, por ningún artificio o esfuerzo, hacer que este ver tolerara ni uno solo de sus errores.
(Encíclica Nostis et Nobiscum)
Esta cátedra [de Pedro] es el centro de la verdad y de la unidad católica, es decir, la cabeza, la madre y la maestra de todas las Iglesias a las que se debe ofrecer todo el honor y la obediencia. Todas las Iglesias deben estar de acuerdo con ella por su mayor preeminencia, es decir, aquellas personas que son fieles en todos los aspectos….
Ahora bien, sabéis bien que los más mortíferos enemigos de la religión católica han librado siempre una guerra feroz, pero sin éxito, contra esta Cátedra; no ignoran en absoluto que la religión misma no puede jamás tambalearse y caer mientras esta Cátedra permanezca intacta, la Cátedra que descansa sobre la roca que las orgullosas puertas del infierno no pueden derribar y en la que se encuentra la entera y perfecta solidez de la religión cristiana. Por lo tanto, por vuestra especial fe en la Iglesia y vuestra especial piedad hacia la misma Cátedra de Pedro, os exhortamos a dirigir vuestros constantes esfuerzos para que el pueblo fiel de Francia evite los astutos engaños y errores de estos conspiradores y desarrolle un afecto y una obediencia más filial a esta Sede Apostólica. Sed vigilantes en los actos y en las palabras, para que los fieles crezcan en el amor a esta Santa Sede, la veneren y la acepten con plena obediencia; deben ejecutar todo lo que la misma Sede enseña, determina y decreta.
(Encíclica Inter Multiplices)
Tampoco permitiremos nada en contra de la santidad del juramento por el que estábamos obligados cuando, por muy poco merecedores, ascendimos al asiento supremo del príncipe de los apóstoles, la ciudadela y el baluarte de la fe católica.
(Encíclica Qui Nuper, n. 3)
Para conservar para siempre en su Iglesia la unidad y la doctrina de esta fe, Cristo eligió a uno de sus apóstoles, Pedro, a quien nombró Príncipe de sus Apóstoles, Vicario suyo en la tierra y fundamento y cabeza inexpugnable de su Iglesia. Superando a todos los demás con toda dignidad de autoridad extraordinaria, poder y jurisdicción, debía apacentar el rebaño del Señor, fortalecer a sus hermanos, regir y gobernar la Iglesia universal. Cristo no sólo quiso que su Iglesia permaneciera como una sola e inmaculada hasta el fin del mundo, y que su unidad en la fe, la doctrina y la forma de gobierno permaneciera inviolable. También quiso que la plenitud de la dignidad, el poder y la jurisdicción, la integridad y la estabilidad de la fe dadas a Pedro fueran transmitidas en su totalidad a los Romanos Pontífices, los sucesores de este mismo Pedro, que han sido colocados en esta Cátedra de Pedro en Roma, y a quienes se les ha encomendado divinamente el cuidado supremo de todo el rebaño del Señor y el gobierno supremo de la Iglesia Universal.
…Hay otras pruebas, casi innumerables, extraídas de los testigos más fidedignos, que atestiguan clara y abiertamente, con gran fe, exactitud, respeto y obediencia, que todos los que quieren pertenecer a la verdadera y única Iglesia de Cristo deben honrar y obedecer a esta Sede Apostólica y al Pontífice Romano.
(Encíclica Amantissimus, nn. 2-3)
… no es bastante para los sabios católicos aceptar y reverenciar los predichos dogmas de la Iglesia, sino que es menester también que se sometan a las decisiones que, pertenecientes a la doctrina, emanan de las Congregaciones pontificias, lo mismo que a aquellos capítulos de la doctrina que, por común y constante sentir de los católicos, son considerados como verdades teológicas y conclusiones tan ciertas, que las opiniones contrarias a dichos capítulos de la doctrina, aun cuando no puedan ser llamadas heréticas, merecen, sin embargo, una censura teológica de otra especie.
(Carta Apostólica Tuas Libenter, Denz. 1684)
Tampoco podemos pasar en silencio la audacia de aquellos que, por no poder sufrir la sana doctrina [2 Tim. 4, 3], pretenden que «puede negarse asentimiento y obediencia, sin pecado ni detrimento alguno de la profesión católica, a aquellos juicios y decretos de la Sede Apostólica, cuyo objeto se declara mirar al bien general de la Iglesia y a sus derechos y disciplina, con tal de que no se toquen los dogmas de fe y costumbres.» Lo cual, cuán contrario sea al dogma católico sobre la plena potestad divinamente conferida por Cristo Señor al Romano Pontífice de apacentar, regir y gobernar a la Iglesia universal, nadie hay que clara y abiertamente no lo vea y entienda.
(Encíclica Quanta Cura, Denz. 1698)
Ya que el Romano Pontífice, por el derecho divino del primado apostólico, presida toda la Iglesia, de la misma manera enseñamos y declaramos que él es el juez supremo de los fieles (19), y que en todos las causas que caen bajo la jurisdicción eclesiástica se puede recurrir a su juicio (20). El juicio de la Sede Apostólica (de la cual no hay autoridad más elevada) no está sujeto a revisión de nadie, ni a nadie le es lícito juzgar acerca de su juicio (21). Y por lo tanto se desvían del camino genuino a la verdad quienes mantienen que es lícito apelar sobre los juicios de los Romanos Pontífices a un concilio ecuménico, como si éste fuese una autoridad superior al Romano Pontífice.
Canon
Así, pues, si alguno dijere que el Romano Pontífice tiene tan sólo un oficio de supervisión o dirección, y no la plena y suprema potestad de jurisdicción sobre toda la Iglesia, y esto no sólo en materia de fe y costumbres, sino también en lo concerniente a la disciplina y gobierno de la Iglesia dispersa por todo el mundo; o que tiene sólo las principales partes, pero no toda la plenitud de esta suprema potestad; o que esta potestad suya no es ordinaria e inmediata tanto sobre todas y cada una de las Iglesias como sobre todos y cada uno de los pastores y fieles: sea anatema.
(Primer Concilio Vaticano, Constitución Dogmática Pastor Aeternus, Capítulo 3)
Así los padres del cuarto Concilio de Constantinopla, siguiendo los pasos de sus predecesores, hicieron pública esta solemne profesión de fe: “La primera salvación es mantener la regla de la recta fe… Y ya que no se pueden pasar por alto aquellas palabras de nuestro Señor Jesucristo: “Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia” (22), estas palabras son confirmadas por sus efectos, porque en la Sede Apostólica la religión católica siempre ha sido preservada sin mácula y se ha celebrado la santa doctrina. Ya que es nuestro más sincero deseo no separarnos en manera alguna de esta fe y doctrina, …esperamos merecer hallarnos en la única comunión que la Sede Apostólica predica, porque en ella está la solidez íntegra y verdadera de la religión cristiana” (23). Y con la aprobación del segundo Concilio de Lyon, los griegos hicieron la siguiente profesión: “La Santa Iglesia Romana posee el supremo y pleno primado y principado sobre toda la Iglesia Católica …”
Para cumplir este oficio pastoral, nuestros predecesores trataron incansablemente que el la doctrina salvadora de Cristo se propagase en todos los pueblos de la tierra; y con igual cuidado vigilaron de que se conservase pura e incontaminada dondequiera que haya sido recibida. Fue por esta razón que los obispos de todo el orbe, a veces individualmente, a veces reunidos en sínodos, de acuerdo con la práctica largamente establecida de las Iglesias y la forma de la antigua regla, han referido a esta Sede Apostólica especialmente aquellos peligros que surgían en asuntos de fe, de modo que se resarciesen los daños a la fe precisamente allí donde la fe no puede sufrir mella …”
Así el Espíritu Santo fue prometido a los sucesores de Pedro, no de manera que ellos pudieran, por revelación suya, dar a conocer alguna nueva doctrina, sino que, por asistencia suya, ellos pudieran guardar santamente y exponer fielmente la revelación transmitida por los Apóstoles, es decir, el depósito de la fe. Ciertamente su apostólica doctrina fue abrazada por todos los venerables padres y reverenciada y seguida por los santos y ortodoxos doctores, ya que ellos sabían muy bien que esta Sede de San Pedro siempre permanece libre de error alguno, según la divina promesa de nuestro Señor y Salvador al príncipe de sus discípulos: “Yo he rogado por ti para que tu fe no falle; y cuando hayas regresado fortalece a tus hermanos” [Lucas 22:32].
Este carisma de una verdadera y nunca deficiente fe fue por lo tanto divinamente conferida a Pedro y sus sucesores en esta cátedra, de manera que puedan desplegar su elevado oficio para la salvación de todos, y de manera que todo el rebaño de Cristo pueda ser alejado por ellos del venenoso alimento del error y pueda ser alimentado con el sustento de la doctrina celestial. Así, quitada la tendencia al cisma, toda la Iglesia es preservada en unidad y, descansando en su fundamento, se mantiene firme contra las puertas del infierno.
(Primer Concilio Vaticano, Constitución Dogmática Pastor Aeternus, Capítulo 4)
El principal engaño utilizado para ocultar el nuevo cisma es el nombre de “católico”. Los iniciadores y partidarios del cisma reclaman presuntuosamente este nombre a pesar de su condena por nuestra autoridad y juicio. Siempre ha sido costumbre de los herejes y cismáticos el llamarse a sí mismos católicos y proclamar sus muchas excelencias para llevar a los pueblos y príncipes al error…
Pero para demostrar que son católicos, los neo-cismáticos apelan a lo que ellos llaman una declaración de fe, publicada por ellos el 6 de febrero de 1870, que insisten en que no contradice en nada a la fe católica. Sin embargo, nunca ha sido posible demostrarse como católico al afirmar aquellas declaraciones de la fe que uno acepta y guardar silencio sobre las doctrinas que uno decide no profesar. Pero sin excepción, todas las doctrinas que la Iglesia propone deben ser aceptadas, como la historia de la Iglesia en todo momento da testimonio.
Que la declaración de fe, que ellos publicaron, fue engañosa y sofisticada es probada también por el hecho de que ellos rechazaron la declaración o profesión de fe que les fue propuesta bajo Nuestra autoridad de acuerdo con la costumbre. Recibieron la orden de aceptarlo por Nuestro venerado hermano Antonio José Arzobispo de Tyana, Delegado Apostólico en Constantinopla, en una carta de advertencia enviada a ellos el 29 de septiembre del mismo año. Para que cualquier hombre pueda demostrar su fe católica y afirmar que es verdaderamente católico, debe ser capaz de convencer a la Sede Apostólica de esto. Porque esta visión es predominante y con ella los fieles de toda la Iglesia deberían estar de acuerdo. Y el hombre que abandona la Sede de Pedro solo puede estar falsamente seguro de que está en la Iglesia. Como resultado, ese hombre ya es un cismático y un pecador que establece una sede en oposición a la Única Sede del bendito Pedro del cual derivan los derechos de sagrada comunión para todos los hombres.
Este hecho fue bien conocido por los ilustres obispos de las Iglesias orientales. De ahí que en el Concilio de Constantinopla celebrado en el año 536, Mennas el obispo de esa ciudad afirmó abiertamente con la aprobación de los padres: “Seguimos y obedecemos a la Sede Apostólica, como Su Caridad se da cuenta y consideramos que están en comunión con ella. en comunión con nosotros, y nosotros también condenamos a los hombres condenados por ella”. Aún más clara y enfáticamente, San Máximo, abad de Crisópolis, y confesor de la fe, al referirse a Pirro el Monotelita, declaró: “Si no quiere ni ser ni ser llamado hereje, no necesita satisfacer a los individuos al azar de su ortodoxia, porque esto es excesivo e irracional. Pero así como todos los hombres se han escandalizado con él desde que el jefe de los hombres se escandalizó, también cuando uno se ha sentido satisfecho, todos los hombres sin duda estarán satisfechos. Debería apresurarse a satisfacer a la Sede Romana antes que a todos los demás. Porque cuando esta Sede haya sido satisfecha, todos los hombres de todas partes se unirán para declararlo pío y ortodoxo. Porque ese hombre desperdicia sus palabras, que piensa que los hombres como yo deben ser persuadidos y engañados cuando aún no ha satisfecho y suplicado al bendito Papa de la Santa Iglesia Romana. Desde la palabra encarnada de Dios mismo, así como desde las conclusiones y los cánones sagrados de todos los concilios santos, a la Sede Apostólica se le ha otorgado el mando, la autoridad y el poder de atar y desatar todas las iglesias santas de Dios en el mundo entero”. Por esta razón, Juan, obispo de Constantinopla, declaró solemnemente -y todo el Octavo Concilio Ecuménico lo hizo más tarde- “que los nombres de aquellos que fueron separados de la comunión con la Iglesia Católica, es decir, de aquellos que no estuvieron de acuerdo en todos los asuntos con la Sede Apostólica, no deben leerse durante los sagrados misterios”. Esto claramente significaba que no reconocían a esos hombres como verdaderos católicos. Todas estas tradiciones dictan que quien sea que el Romano Pontífice juzgue como cismático por no admitir ni venerar su poder expresamente debe dejar de llamarse católico.
Como esto no agrada a los neo-cismáticos, siguen el ejemplo de los herejes de épocas más recientes. Argumentan que la sentencia de cisma y excomunión pronunciada contra ellos por el Arzobispo de Tyana, el Delegado Apostólico en Constantinopla, fue injusta y, en consecuencia, carente de fuerza e influencia. También han afirmado que no pueden aceptar la sentencia porque los fieles pueden abandonar a los herejes si se les priva de su ministerio. Estos nuevos argumentos eran completamente desconocidos e inauditos para los antiguos Padres de la Iglesia. Porque “toda la Iglesia en todo el mundo sabe que la sede del bendito apóstol Pedro tiene el derecho de desatar nuevamente lo que los pontífices han atado, ya que esta Sede posee el derecho de juzgar a toda la Iglesia, y nadie puede juzgar su juicio”. Los herejes jansenistas se atrevieron a enseñar doctrinas tales como que una excomunión pronunciada por un prelado legal podría ser ignorada con el pretexto de la injusticia. Cada persona debe realizar, como dijeron, su propio deber particular a pesar de una excomunión. Nuestro antecesor de memoria feliz Clemente XI en su constitución Unigenitus contra los errores de Quesnell prohibió y condenó declaraciones de este tipo. Estas declaraciones apenas diferían en nada de algunas de las de John Wyclif, que previamente habían sido condenadas por el Concilio de Constanza y Martín V. A través de la debilidad humana, una persona podía ser injustamente castigada con la censura de su prelado. Pero todavía es necesario, como lo advirtió Nuestro predecesor San Gregorio Magno advirtió, “a los subordinados de un obispo que teman incluso una condenación injusta y no culpar imprudentemente al juicio del obispo en caso de que la falta que no existía, ya que la condenación fue injusta, se desarrolle por el orgullo de la ardiente reprensión”. ¿Pero si uno debe temer incluso una injusta condena del obispo, lo que debe decirse de aquellos hombres que han sido condenados por rebelarse contra su obispo y esta Sede Apostólica y desgarrar, como lo están haciendo ahora por un nuevo cisma, la prenda inconsútil de Cristo, que es la Iglesia?
…
Pero los neo-cismáticos dicen que no se trataba de doctrina sino de disciplina, por lo que el nombre y las prerrogativas de los católicos no pueden negarse a quienes objetan. Nuestra Constitución Reversurus, publicada el 12 de julio de 1867, responde a esta objeción. No dudamos que ustedes saben bien cuán vana e inútil es esta evasión. Porque la Iglesia católica siempre ha considerado cismáticos a los que se oponen obstinadamente a los prelados legítimos de la Iglesia y, en particular, al pastor principal de todos. Los cismáticos evitan cumplir sus órdenes e incluso niegan su propio rango. Como la facción de Armenia es así, son cismáticos incluso si aún no han sido condenados como tales por la autoridad apostólica. Porque la Iglesia consiste en las personas en unión con el sacerdote, y el rebaño siguiendo a su pastor. En consecuencia, el obispo está en la Iglesia y la Iglesia en el obispo, y quien no está con el obispo no está en la Iglesia. Además, como advirtió Nuestro predecesor Pío VI en su carta apostólica que condena la constitución civil del clero en Francia, la disciplina a menudo está estrechamente relacionada con la doctrina y tiene una gran influencia en la preservación de su pureza. De hecho, en muchos casos, los santos Concilios, han separado de la Iglesia, sin vacilaciones, por medio de sus anatemas, a quienes han infringido su disciplina.
Pero los neo-cismáticos han ido más lejos, ya que “cada cisma fabrica una herejía para justificar su retirada de la Iglesia”. De hecho, incluso han acusado a esta Sede Apostólica, como si hubiéramos excedido los límites de Nuestro poder al ordenar que se observaran ciertos puntos de disciplina en el Patriarcado de Armenia. Tampoco las Iglesias orientales pueden preservar la comunión y la unidad de fe con nosotros sin estar sujetas al poder apostólico en materia de disciplina. La enseñanza de este tipo es herética, y no solo porque la definición del poder y la naturaleza de la primacía papal fue determinada por el Concilio Ecuménico Vaticano: la Iglesia Católica siempre la ha considerado así y la ha aborrecido. Así los obispos en el Concilio ecuménico de Calcedonia claramente declararon la autoridad suprema de la Sede Apostólica en sus procedimientos; luego pidieron humildemente a nuestro predecesor, la confirmación y apoyo de San León para sus decretos, incluso aquellos que se referían a la disciplina.
…
En consecuencia, entonces, a menos que abandonen la tradición inmutable e ininterrumpida de la Iglesia, que está tan claramente confirmada por los testimonios de los Padres, los neo-cismáticos no pueden en modo alguno convencerse de que son católicos, incluso si se declaran así. Si no conociéramos a fondo los hábiles y sutiles engaños de los herejes, sería incomprensible que el régimen otomano siga considerando como católicos a personas que sabe que están separadas de la Iglesia Católica por Nuestro juicio y autoridad. Porque si la religión católica debe continuar segura y libre en el dominio otomano como lo ha decretado el emperador, entonces también debería permitirse la esencia de esta religión, por ejemplo, la primacía de la jurisdicción del Romano Pontífice. La mayoría de los hombres siente que la cabeza suprema y el pastor de la Iglesia deben decidir quiénes son católicos y quiénes no.
Pero los neo-cismáticos declaran que no se oponen en lo más mínimo a los principios de la Iglesia Católica. Su único objetivo es proteger los derechos de sus iglesias y su nación e incluso los derechos de su emperador supremo; falsamente alegan que hemos infringido estos derechos. De esta manera, temerariamente nos hacen responsables del desorden actual. Exactamente de esta manera los cismáticos acacianos actuaron hacia Nuestro predecesor San Gelasio. Y previamente los arrianos acusaron falsamente a Liberio, también nuestro predecesor, ante el emperador Constantino, porque Liberio se negó a condenar a San Atanasio, obispo de Alejandría, y se negó a apoyar la herejía. Porque como el mismo santo pontífice, Gelasio escribió al emperador Anastasio sobre este asunto, “Una característica frecuente de las personas enfermas es reprochar a los médicos que les recuerdan la salud mediante medidas apropiadas en lugar de aceptar desistir y condenar sus propios deseos dañinos”. Estos parecen ser los motivos principales sobre los cuales los neo-cismáticos obtienen su apoyo y solicitar el patrocinio de hombres poderosos para su causa, tan malvada como es. Para que los fieles no sean inducidos a error, debemos tratar con estos fundamentos más plenamente que si simplemente tuviéramos que refutar acusaciones injustas.
(Encíclica Quartus Supra, nn. 6-10, 12-13, 15-16)
Pero ustedes, queridos hijos, recuerden que en todo lo que concierne a la fe, la moral y el gobierno de la Iglesia, las palabras que Cristo dijo de sí mismo: «el que no reúne conmigo, dispersa» [Mt 12:30], puede ser Aplicado al Romano Pontífice que ocupa el lugar de Dios en la tierra. Por lo tanto, funda toda su sabiduría en una obediencia absoluta y una adhesión alegre y constante a esta Cátedra de Pedro. Por lo tanto, animados por el mismo espíritu de fe, todos ustedes serán perfectos en una forma de pensar y juzgar, fortalecerán esta unidad que debemos oponernos a los enemigos de la Iglesia …
(Carta apostólica por Tristissima; n. 419)
¿De qué sirve proclamar en voz alta el dogma de la supremacía de San Pedro y sus sucesores? ¿De qué sirve repetir una y otra vez las declaraciones de fe en la Iglesia católica y de obediencia a la Sede apostólica cuando las acciones desmienten estas hermosas palabras? Además, ¿no es la rebelión aún más inexcusable por el hecho de que la obediencia es reconocida como un deber? Nuevamente, ¿no se extiende la autoridad de la Santa Sede, como sanción, a las medidas que nos hemos obligado a tomar, o es suficiente estar en comunión de fe con esta Sede sin agregar la sumisión de la obediencia? ¿Qué no puede mantenerse sin dañar la fe católica?
… De hecho, venerados hermanos y amados hijos, se trata de reconocer el poder (de esta Ver), incluso sobre sus iglesias, no solo en lo que se refiere a la fe, sino también en lo que concierne a la disciplina. El que niega esto es un hereje; el que reconoce esto y se rehúsa obstinadamente a obedecer es digno de anatema.
(Encíclica Quae en Patriarchatu [1 de septiembre de 1876], nn. 23-24; en Acta Sanctae Sedis X [1877], pp. 3-37; nn. 433-434.)
Os felicitamos, pues, por el hecho de que, aunque sufráis, sin duda, por la defección de vuestros hermanos, separados de vosotros por el soplo de una pérfida enseñanza, no os turbáis por todo ello, e incluso sois estimulados por su error a recibir con mayor disposición y a seguir con más celo no sólo las órdenes, sino incluso todas las directrices de la Sede Apostólica; y al hacerlo, estáis seguros de que no podéis ser engañados ni traicionados.
(Carta Apostólica Didicimus Non Sine)
Papa León XIII
Solo a los pastores se les dio todo el poder de enseñar, de juzgar, de dirigir; a los fieles a quienes se les impuso el deber de seguir sus enseñanzas, de someterse con docilidad a su juicio y de dejarse gobernar, corregir y guiar por ellos en el camino de la salvación. Por lo tanto, es una necesidad absoluta que los fieles simples se sometan en mente y corazón a sus propios pastores, y que estos últimos se sometan con ellos a la Cabeza y al Pastor Supremo.
… [Es] dar prueba de una sumisión que dista mucho de ser sincera para establecer algún tipo de oposición entre un pontífice y otro. Aquellos que, frente a dos directivas diferentes, rechazan la presente para aferrarse al pasado, no están dando prueba de obediencia a la autoridad que tiene el derecho y el deber de guiarlos; y de alguna manera se asemejan a quienes, al recibir una condena, desearían apelar a un consejo futuro, o a un Papa que esté mejor informado.
(Carta apostólica Epístola Tua)
Y así, en circunstancias tan difíciles, si los católicos Nos escuchan como deben, fácilmente entenderán los deberes de cada uno, ya en lo que toca a las ideas, ya en lo que se refiere a los hechos. Y por lo que toca a las ideas, es de toda necesidad estar firmemente penetrados, y declararlo en público siempre que la ocasión lo pidiese, de todo cuanto los Romanos Pontífices han enseñado o enseñaren en adelante.
…Conviene que cada cual se atenga al juicio de la Sede Apostólica, sintiendo lo que ella siente.
(Encíclica Immortale Dei, n. 52)
Tratándose de determinar los límites de la obediencia, nadie crea que se ha de obedecer a la autoridad de los Prelados y principalmente del Romano Pontífice solamente en lo que toca a los dogmas, cuando no se pueden rechazar con pertinacia sin cometer crimen de herejía. Ni tampoco basta admitir con sincera firmeza las enseñanzas que la Iglesia, aunque no estén definidas con solemne declaración, propone con su ordinario y universal magisterio como reveladas por Dios, las cuales manda el Concilio Vaticano que se crean con fe católica y divina. Pero esto también debe ser considerado entre los deberes de los cristianos, el dejarse regir y gobernar por la autoridad y dirección de los Obispos y, ante todo, por la Sede Apostólica.
Muy fácil es, por lo tanto, el ver cuán conveniente sea esto. Porque lo que se contiene en la divina revelación, parte se refiere a Dios y parte al mismo hombre y a las cosas necesarias a la salvación del hombre. Ahora bien: acerca de ambas cosas, a saber, qué se debe creer y qué se ha de obrar, corno dijimos, prescribe la Iglesia por derecho divino, y, en la iglesia, el Sumo Pontífice.
Por lo cual el Pontífice, por virtud de su autoridad debe poder juzgar qué es lo que se contiene en las enseñanzas divinas, qué doctrina concuerda con ellas y cuál se aparta de ellas, y del mismo modo señalarnos las cosas buenas y las malas: qué es necesario hacer o evitar para conseguir la salvación; pues de otro modo no sería para los hombres intérprete fiel de las enseñanzas de Dios ni guía seguro en el camino de la vida.
(Encíclica Sapientiae Christianae, n. 24)
Es, pues, incuestionable, después de lo que acabamos de decir, que Jesucristo instituyó en la Iglesia un magisterio vivo, auténtico y además perpetuo, investido de su propia autoridad, revestido del espíritu de verdad, confirmado por milagros, y quiso, y muy severamente lo ordenó, que las enseñanzas doctrinales de ese magisterio fuesen recibidas como las suyas propias.
(Encíclica Satis Cognitum, n. 9)
Jesucristo, pues, dio a Pedro a la Iglesia por jefe soberano, y estableció que este poder, instituido hasta el fin de los siglos para la salvación de todos, pasase por herencia a los sucesores de Pedro, en los que el mismo Pedro se sobreviviría perpetuamente por su autoridad. Seguramente al bienaventurado Pedro, y fuera de él a ningún otro, se hizo esta insigne promesa: “Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia”. “Es a Pedro a quien el Señor habló; a uno solo, a fin de fundar 1a unidad por uno solo”.
“En efecto, sin ningún otro preámbulo, designa por su nombre al padre del apóstol y al apóstol mismo (Tú eres bienaventurado, Simón, hijo de Jonás), y no permitiendo ya que se le llame Simón, reivindica para él en adelante como suyo en virtud de su poder, y quiere por una imagen muy apropiada que así se llame al nombre de Pedro, porque es la piedra sobre la que debía fundar su Iglesia”.
Según este oráculo, es evidente que, por voluntad y orden de Dios, la Iglesia está establecida sobre el bienaventurado Pedro, como el edificio sobre los cimientos. Y pues la naturaleza y la virtud propia de los cimientos es dar cohesión al edificio por la conexión íntima de sus diferentes partes y servir de vínculo necesario para la seguridad y solidez de toda la obra, si el cimiento desaparece, todo el edificio se derrumba. El papel de Pedro es, pues, el de soportar a la Iglesia y mantener en ella la conexión y la solidez de una cohesión indisoluble. Pero ¿cómo podría desempeñar ese papel si no tuviera el poder de mandar, defender y juzgar; en una palabra: un poder de jurisdicción propio y verdadero? Es evidente que los Estados y las sociedades no pueden subsistir sin un poder de jurisdicción. Una primacía de honor, o el poder tan modesto de aconsejar y advertir que se llama poder de dirección, son incapaces de prestar a ninguna sociedad humana un elemento eficaz de unidad y de solidez.
“¿Qué es decir contra ella? ¿Es contra la piedra sobre la que Jesucristo edificó su Iglesia? ¿Es contra la Iglesia? La frase resulta ambigua. ¿Será para significar que la piedra y la Iglesia no son sino una misma cosa? Sí; eso es, a lo que creo, la verdad; pues las puertas del infierno no prevalecerán ni contra la piedra sobre la que Jesucristo fundó la Iglesia, ni contra la Iglesia misma”. He aquí el alcance de esta divina palabra: La Iglesia apoyada en Pedro, cualquiera que sea la habilidad que desplieguen sus enemigos, no podrá sucumbir jamás ni desfallecer en lo más mínimo.
“Siendo la Iglesia el edificio de Cristo, quien sabiamente ha edificado su casa sobre piedra, no puede estar sometida a las puertas del infierno; éstas pueden prevalecer contra quien se encuentre fuera de la piedra, fuera de la Iglesia, pero son impotentes contra ésta” (78). Si Dios ha confiado su Iglesia a Pedro, ha sido con el fin de que ese sostén invisible la conserve siempre en toda su integridad. La ha investido de la autoridad, porque para sostener real y eficazmente una sociedad humana, el derecho de mandar es indispensable a quien la sostiene.
La unión con la sede romana de Pedro es … siempre el criterio público de un católico … “No se debe considerar que sostienen la verdadera fe católica si no enseñan que la fe de Roma debe ser sostenida”.
(Encíclica Satis Cognitum, nn. 12-13)
Porque Aquel que es el Espíritu de la Verdad, en tanto que procede del Padre, que es eternamente Verdad, y del Hijo, que es la Verdad sustancial, recibe de cada uno tanto Su esencia como la plenitud de toda verdad. Esta verdad se comunica a su Iglesia, protegiéndola con su poderosa ayuda para que nunca caiga en error, y ayudándola a fomentar cada vez más los gérmenes de la doctrina divina y hacerlos fructíferos para el bienestar de los pueblos. Y dado que el bienestar de los pueblos, para los cuales se estableció la Iglesia, requiere absolutamente que este oficio continúe durante todo el tiempo, el Espíritu Santo perpetúa la vida y la fuerza para preservar y aumentar la Iglesia. “Le pediré al Padre, y Él te dará otro Paráclito, para que pueda permanecer contigo para siempre, el Espíritu de la Verdad” (Juan XIV, 16, 17).
(Encíclica Divinum Illud, n. 5)
…La Iglesia ha recibido de lo alto una promesa que la guarda contra toda debilidad humana. ¿Qué importa que el timón de la barca simbólica haya sido confiado a manos débiles, cuando el Piloto Divino se para en el puente, donde, aunque invisible, Él está observando y gobernando? ¡Bendita sea la fuerza de su brazo y la multitud de sus misericordias!
(Alocución a los Cardenales, 20 de marzo de 1900.)
En la Iglesia Católica el cristianismo está encarnado. Se identifica con esa sociedad perfecta, espiritual y, en su propio orden, soberana, que es el cuerpo místico de Jesucristo y que tiene como cabeza visible al Romano Pontífice, sucesor del Príncipe de los Apóstoles. Es la continuación de la misión del Salvador, la hija y la heredera de Su redención. Ha predicado el Evangelio, y lo ha defendido al precio de su sangre, y fuerte en la asistencia divina, y de esa inmortalidad que se le ha prometido, no tranza con el error, sino que permanece fiel a los mandatos que ha recibido para llevar la doctrina de Jesucristo a los límites más extremos del mundo y hasta el fin de los tiempos y protegerla en su integridad inviolable.
(Carta Apostólica Annum Ingressi)
Esta es nuestra última lección para ustedes: recíbanla, grabenla en sus mentes, todos ustedes: por el mandamiento de Dios, la salvación no se encuentra en ninguna otra parte que no sea la Iglesia; El instrumento fuerte y efectivo de la salvación no es otro que el Pontificado Romano.
(Alocución para el 25 aniversario de su elección, 20 de febrero de 1903.)
Papa San Pío X
De hecho, solo un milagro de ese poder divino podría preservar a la Iglesia, el Cuerpo Místico de Cristo, de la imperfección en la santidad de Su doctrina, la ley, y terminar en medio del diluvio de corrupción y lapsos de sus miembros. Su doctrina, ley y fin han producido una abundante cosecha. La fe y la santidad de sus hijos han dado los frutos más saludables. Aquí hay otra prueba de su vida divina: a pesar de un gran número de opiniones perniciosas y de una gran variedad de errores (así como del vasto ejército de rebeldes), la Iglesia permanece inmutable y constante, “como pilar y fundamento de la verdad”, al profesar una doctrina idéntica, al recibir los mismos sacramentos, en su constitución divina, gobierno y moralidad …
(Encíclica Editae Saepe, n. 8)
Ellos [los modernistas] aprenderán muchas cosas excelentes de un maestro tan grande [como el cardenal John Henry Newman]: en primer lugar, a considerar sagrado el Magisterio de la Iglesia, a defender la doctrina transmitida inviolablemente por los Padres y, lo que es más importante para la salvaguardia de la verdad católica, a seguir y obedecer con la mayor fe al Sucesor de San Pedro.
(Carta Apostólica Tuum Illud)
… El primer y más grande criterio de la fe, la prueba última e inatacable de la ortodoxia es la obediencia a la autoridad docente de la Iglesia, que es siempre viva e infalible, puesto que fue establecida por Cristo para ser columna et firmamentum veritatis, “columna y cimiento de la verdad” (1 Tim 3,15).
Jesucristo, que conocía nuestra debilidad, que vino al mundo para predicar el Evangelio sobre todo a los pobres, eligió para la difusión del cristianismo un medio muy sencillo, adaptado a la capacidad de todos los hombres y adecuado a cada época: un medio que no requería ni conocimientos, ni investigación, ni cultura, ni racionalización, sino sólo oídos dispuestos a escuchar y sencillez de corazón para obedecer. Por eso San Pablo dice: fides ex auditu (Rom 10,17), la fe no viene por la vista, sino por el oído, de la autoridad viva de la Iglesia, sociedad visible compuesta de maestros y discípulos, de gobernantes y gobernados, de pastores y ovejas y corderos. El mismo Jesucristo ha impuesto a sus discípulos el deber de escuchar las instrucciones de sus amos, a los súbditos de vivir sometidos a los dictados de los gobernantes, a las ovejas y a los corderos de seguir con docilidad las huellas de sus pastores. Y a los pastores, a los gobernantes y a los maestros les ha dicho: Docete omnes gentes. Spiritus veritatis docebit vos omnem veritatem. Ecce ego vobiscum sum usque ad consummationem sæculi (Mt 28,19-20): “Id y enseñad a todas las naciones. El Espíritu de la verdad os enseñará toda la verdad. Y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días, hasta la consumación del mundo”.
De estos hechos se desprende hasta qué punto están extraviados los católicos que, en nombre de la crítica histórica y filosófica y de ese espíritu tendencioso que ha invadido todos los campos, ponen en primer plano la cuestión religiosa propiamente dicha, insinuando que mediante el estudio y la investigación debemos formar una conciencia religiosa en armonía con nuestro tiempo, o, como ellos dicen, “moderna”. Y así, con un sistema de sofismas y errores falsean el concepto de obediencia inculcado por la Iglesia; se arrogan el derecho de juzgar los actos de la autoridad hasta ridiculizarlos; se atribuyen la misión de imponer una reforma, misión que no han recibido ni de Dios ni de ninguna autoridad. Limitan la obediencia a las acciones puramente exteriores, aunque no se resistan a la autoridad ni se rebelen contra ella, oponiendo el juicio defectuoso de algún individuo sin competencia real, o de su propia conciencia interior engañada por vanas sutilezas, al juicio y al mandamiento de quien por mandato divino es su legítimo juez, maestro y pastor.
[…]
No os dejéis engañar por las sutiles declaraciones de otros que no dejan de pretender que quieren estar con la Iglesia, amar a la Iglesia, luchar por ella para que no pierda a las masas, trabajar por la Iglesia para que llegue a comprender los tiempos y así recuperar al pueblo y apegarlo a ella. Juzgad a estos hombres según sus obras. Si maltratan y desprecian a los ministros de la Iglesia e incluso al Papa; si intentan por todos los medios minimizar su autoridad, eludir su dirección y desconocer sus consejos; si no temen levantar el estandarte de la rebelión, ¿de qué Iglesia hablan estos hombres? No, ciertamente, de esa Iglesia establecida super fundamentum Apostolorum et Prophetarum, ipso summo angulari lapide, Christo Jesus: “sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo piedra angular el mismo Cristo Jesús” (Ef 2,20). Por eso debemos tener siempre presente aquel consejo de San Pablo a los Gálatas “Pero, aun cuando nosotros mismos, o un ángel del cielo os predicase un Evangelio distinto del que os hemos anunciado, sea anatema” (Gal 1,8).
(Discurso Con Vera Soddisfazione, 10 de Mayo de 1909)
Cuando uno ama al Papa, no se detiene a debatir sobre lo que aconseja o demanda, a preguntarse hasta qué punto se extiende el riguroso deber de la obediencia y marcar el límite de esta obligación. Cuando uno ama al Papa, no arguye objeciones diciendo que éste no ha hablado lo suficientemente claro, como si se viera obligado a repetir en el oído de cada individuo su voluntad, tan a menudo claramente expresada, no solo viva la voz, sino también por cartas y otros documentos públicos; uno no pone en duda sus órdenes con el pretexto, fácilmente promovido por quien no desea obedecer, de que no emanan directamente de él, sino de su séquito; uno no limita el campo en el que puede y debe ejercer su voluntad; uno no opone a la autoridad del Papa la de otras personas, sin importar lo instruidas que sean, que difieren en la opinión del Papa. Además, por grande que sea su conocimiento, carecen de su santidad, porque no puede haber santidad donde hay desacuerdo con el Papa.
(Discurso a los sacerdotes de la Unión Apostólica, 18 de noviembre de 1912; en Acta Apostolicae Sedis 4, 1912, pág. 695)
Papa Benedicto XV
… [Siempre que una autoridad legítima haya dado una vez una orden clara, no permita que nadie la transgreda, porque no suceda que se le encomiende a sí mismo; pero deje que cada uno someta su propia opinión a la autoridad de quien es su superior, y le obedezca como un asunto de conciencia. Nuevamente, ningún individuo privado, ya sea en libros o en la prensa, o en discursos públicos, asuma la posición de un maestro con autoridad en la Iglesia. Todos saben a quién se le ha dado la autoridad de enseñanza de la Iglesia por parte de Dios: él, entonces, posee el derecho perfecto de hablar como lo desee y cuando lo considere oportuno. El deber de los demás es escucharlo con reverencia cuando habla y llevar a cabo lo que dice.
(Encíclica Beatissimi, n. 22)
Papa Pío XI
Pues, el Magisterio de la Iglesia, el cual, por designio divino fue constituido en la tierra a fin de que las doctrinas reveladas perdurasen incólumes para siempre y llegasen con mayor facilidad y seguridad al conocimiento de los hombres aun cuando el Romano Pontífice y los Obispos que viven en unión con él, lo ejerzan diariamente, se extiende, sin embargo, al oficio de proceder oportunamente con solemnes ritos y decretos a la definición de alguna verdad, especialmente entonces cuando a los errores e impugnaciones de los herejes deben más eficazmente oponerse o inculcarse en los espíritus de los fieles, más clara y sutilmente explicados, puntos de la sagrada doctrina.
(Encíclica Mortalium Animos, n. 9)
… Por todo lo cual, a fin de que ninguna ficción ni corrupción de dicha ley divina, sino el verdadero y genuino conocimiento de ella ilumine el entendimiento de los hombres y dirija sus costumbres, es menester que con la devoción hacia Dios y el deseo de servirle se junte una humilde y filial obediencia para con la Iglesia. Cristo nuestro Señor mismo constituyó a su Iglesia maestra de la verdad, aun en todo lo que se refiere al orden y gobierno de las costumbres, por más que muchas de ellas estén al alcance del entendimiento humano. Porque así como Dios vino en auxilio de la razón humana por medio de la revelación, a fin de que el hombre, aun en la actual condición en que se encuentra, pueda conocer fácilmente, con plena certidumbre y sin mezcla de error, las mismas verdades naturales que tienen por objeto la religión y las costumbres, así, y para idéntico fin, constituyó a su Iglesia depositaria y maestra de todas las verdades religiosas y morales; por lo tanto, obedezcan los fieles y rindan su inteligencia y voluntad a la Iglesia, si quieren que su entendimiento se vea inmune del error y libres de corrupción sus costumbres; obediencia que se ha de extender, para gozar plenamente del auxilio tan liberalmente ofrecido por Dios, no sólo a las definiciones solemnes de la Iglesia, sino también, en la debida proporción, a las Constituciones o Decretos en que se reprueban y condenan ciertas opiniones como peligrosas y perversas.
Tengan, por lo tanto, cuidado los fieles cristianos de no caer en una exagerada independencia de su propio juicio y en una falsa autonomía de la razón, incluso en ciertas cuestiones que hoy se agitan acerca del matrimonio. Es muy impropio de todo verdadero cristiano confiar con tanta osadía en el poder de su inteligencia, que únicamente preste asentimiento a lo que conoce por razones internas; creer que la Iglesia, destinada por Dios para enseñar y regir a todos los pueblos, no está bien enterada de las condiciones y cosas actuales; o limitar su consentimiento y obediencia únicamente a cuanto ella propone por medio de las definiciones más solemnes, como si las restantes decisiones de aquélla pudieran ser falsas o no ofrecer motivos suficientes de verdad y honestidad. Por lo contrario, es propio de todo verdadero discípulo de Jesucristo, sea sabio o ignorante, dejarse gobernar y conducir, en todo lo que se refiere a la fe y a las costumbres, por la santa madre Iglesia, por su supremo Pastor el Romano Pontífice, a quien rige el mismo Jesucristo Señor nuestro.
(Encíclica Casti Connubii, nn. 103-104)
Papa Pío XII
Puesto que la llamada misión jurídica de la Iglesia y la potestad de enseñar, gobernar y administrar los sacramentos deben el vigor y fuerza sobrenatural, que para la edificación del Cuerpo de Cristo poseen, al hecho de que Jesucristo pendiente de la Cruz abrió a la Iglesia la fuente de sus dones divinos, con los cuales pudiera enseñar a los hombres una doctrina infalible y los pudiese gobernar por medio de Pastores ilustrados por virtud divina y rociarlos con la lluvia de las gracias celestiales.
[…]
Hállanse, pues, en un peligroso error quienes piensan que pueden abrazar a Cristo, Cabeza de la Iglesia, sin adherirse fielmente a su Vicario en la tierra. Porque, al quitar esta Cabeza visible, y romper los vínculos sensibles de la unidad, oscurecen y deforman el Cuerpo místico del Redentor, de tal manera, que los que andan en busca del puerto de salvación no pueden verlo ni encontrarlo.
[…]
Él [Cristo] infunde en los fieles la luz de la fe: El enriquece con los dones sobrenaturales de ciencia, inteligencia y sabiduría a los Pastores y a los Doctores, y principalmente a su Vicario en la tierra, para que conserven fielmente el tesoro de la fe, lo defiendan con valentía, lo expliquen y corroboren piadosa y diligentemente; El, por fin, aunque invisible, preside e ilumina a los Concilios de la Iglesia.
(Encíclica Mystici Corporis, n. 16, 17, 50)
Madre Iglesia, católica, romana, que se ha mantenido fiel a la constitución recibida de su Divino Fundador, que aún se mantiene firme en la solidez de la roca sobre la cual la erigió su voluntad, posee la primacía de Pedro y su legítimos sucesores la garantía, garantizada por las promesas divinas, de mantener y transmitir inviolable y en toda su integridad durante siglos y milenios hasta el fin de los tiempos, toda la suma de verdad y gracia contenida en la misión redentora de Cristo.
(Alocución al Consistorio, 2 de junio de 1944)
En la tempestad de los acontecimientos terrenales, y a pesar de la deficiencia y la debilidad que pueden oscurecer su brillo a nuestros ojos, [la Iglesia] tiene la seguridad de permanecer imperturbablemente fiel a su misión hasta el final de los tiempos.
(Alocución a los Cardenales, 24 de diciembre de 1944.)
El Papa tiene las promesas divinas; incluso en sus debilidades humanas, es invencible e inquebrantable; él es el mensajero de la verdad y la justicia, el principio de la unidad de la Iglesia; Su voz denuncia errores, idolatrías, supersticiones; condena las iniquidades; Él hace que la caridad y la virtud sean amadas.
(Discurso Ancora Una Volta, 20 de febrero de 1949)
Ni puede afirmarse que las enseñanzas de las encíclicas no exijan de por sí nuestro asentimiento, pretextando que los Romanos Pontífices no ejercen en ellas la suprema majestad de su Magisterio.
Pues son enseñanzas del Magisterio ordinario, para las cuales valen también aquellas palabras: El que a vosotros oye, a mí me oye; y la mayor parte de las veces, lo que se propone e inculca en las Encíclicas pertenece ya —por otras razones— al patrimonio de la doctrina católica.
(Encíclica Humani Generis, n. 20)
Esta es la hermosa enseñanza católica sobre el papado. No puede ser rechazada sin abandonar la fe y, por tanto, la Iglesia.
Como el Papa Benedicto XV (1914-1922) enseñó:
“La fe católica es de tal índole y naturaleza, que nada se le puede añadir ni quitar: o se profesa por entero o se rechaza por entero: Esta es la fe católica; y quien no la creyere firme y fielmente no podrá salvarse”
(Encíclica Beatissimi, n. 24)
Cristianos Despertad
Papa San Zósimo
…la tradición de los Padres ha concedido tanta autoridad a la Sede Apostólica que nadie se atrevió a discutir su juicio y sí lo observó siempre por medio de los cánones y reglas, y la disciplina eclesiástica que aun rige ha tributado en sus leyes al nombre de Pedro, del que ella misma también desciende, la reverencia que le debe…
(Carta Quamvis Patrum traditio a los obispos africanos, Denz. 109)
Papa Pelagio II
Sabéis, en efecto, que el Señor clama en el Evangelio: Simón, Simón, mira que Satanás os ha pedido para cribaros como trigo; pero yo he rogado por ti a mi Padre, para que no desfallezca tu fe, y tú, convertido, confirma a tus hermanos [Lc. 22, 31 s].
Considerad, carísimos, que la Verdad no pudo mentir, ni la fe de Pedro podrá eternamente conmoverse o mudarse. Porque como el diablo hubiera pedido a todos los discípulos para cribarlos, por Pedro solo atestigua el Señor haber rogado y por él quiso que los demás fueran confirmados. A él también, en razón del mayor amor que manifestaba al Señor en comparación de los otros, le fue encomendado el cuidado de apacentar las ovejas [cf. Jn. 21, 15 ss]; a él también le entregó las llaves del reino de los cielos, le prometió que sobre él edificaría su Iglesia y le atestiguó que las puertas del infierno no prevalecerían contra ella [Mt. 16, 16 ss]. Mas como quiera que el enemigo del género humano no cesa hasta el fin del mundo de sembrar la cizaña encima de la buena semilla para daño de la Iglesia de Dios [Mt. 13, 25], de ahí que para que nadie, con maligna intención, presuma fingir o ‘argumentar nada sobre la integridad de nuestra fe y por ello tal vez parezca que se perturban vuestros espíritus, hemos juzgado necesario, no sólo exhortaras con lágrimas por la presente Carta a que volváis al seno de la madre Iglesia, sino también enviaros satisfacción sobre la integridad de nuestra fe…
(Carta Apostólica Quod ad Dilectionem; Denz. 246)
Papa San León IX
La Santa Iglesia edificada sobre la piedra, esto es, sobre Cristo, y sobre Pedro o Cefas, el hijo de Jonás, que antes se llamaba Simón, porque en modo alguno había de ser vencida por las puertas del infierno, es decir, por las disputas de los herejes, que seducen a los vanos para su ruina. Así lo promete la verdad misma, por la que son verdaderas cuantas cosas son verdaderas: Las Puertas del infierno no prevalecerán contra ella [Mt 16, 18], y el mismo Hijo atestigua que por sus oraciones impetró del Padre el efecto de esta promesa, cuando le dice a Pedro: Simón, Simón, he aquí que Satanás… [Lc 22, 31]. ¿Habrá, pues, nadie de tamaña demencia que se atreva a tener por vacua en algo la oración de Aquel cuyo querer es poder? ¿Acaso no han sido reprobadas y convictas y expugnadas las invenciones de todos los herejes por la Sede del príncipe de los Apóstoles, es decir, por la Iglesia Romana, ora por medio del mismo Pedro, ora por sus sucesores, y han sido confirmados los corazones de los hermnos en la fe de Pedro, que hasta ahora no ha desfallecido ni hasta el fin desfallecerá?
(Carta Apostólica en Terra Pax; Denz. 664)
Papa Bonifacio VIII
La Iglesia, pues, que es una y única, tiene un solo cuerpo, una sola cabeza, no dos, como un monstruo, es decir, Cristo y el vicario de Cristo, Pedro, y su sucesor, puesto que dice el Señor al mismo Pedro: Apacienta a mis ovejas [Juan 21, 17].
(Bula Unam Sanctam, Denz. 468)
Además, declaramos, proclamamos, definimos que es absolutamente necesario para la salvación que cada criatura humana esté sujeta al Romano Pontífice.
(Bula Unam Sanctam, Denz. 469)
Papa Eugenio IV
Asimismo definimos que la santa Sede Apostólica y el Romano Pontífice tienen el primado sobre todo el orbe y que el mismo Romano Pontífice es el sucesor del bienaventurado Pedro, príncipe de los Apóstoles, verdadero vicario de Cristo y cabeza de toda la Iglesia y padre y maestro de todos los cristianos, y que al mismo, en la persona del bienaventurado Pedro, le fue entregada por nuestro Señor Jesucristo plena potestad de apacentar, regir y gobernar a la Iglesia universal, como se contiene hasta en las actas de los Concilios ecuménicos y en los sagrados cánones.
(Bula Bula Laetentur Coeli, Denz. 1235)
Papa León X
Firmemente os adheriréis a la verdadera determinación de la Santa Romana Iglesia y de esta Santa Sede que no permite los errores.
(Bula Cuni Postquam; Denz. 1449)
Papa Benedicto XIV
El pesado ministerio del Supremo Apostolado, que nos fue conferido sin mérito alguno, requiere sobre todo dos elementos: primero, conducir a abrazar la Santa Religión a aquellos pueblos que nunca la han recibido o que después de haberla recibido, por una miserable y desgraciada desgracia, la perdieron; segundo, que la misma Religión adquirida sea mantenida diligentemente en aquellos lugares donde se conserva intacta por la Divina Providencia.
(Carta Apostólica Gravissimum Supremi; n. 4)
Papa Pío VI
¿Acaso han de ser llamados fanáticos tantos solemnes y tantas veces repetidos decretos de los Pontífices y Concilios, por los que son condenados los que nieguen que en el bienaventurado Pedro, príncipe de los Apóstoles, el Romano Pontífice, sucesor suyo, fue por Dios constituido cabeza visible de la Iglesia y vicario de Jesucristo; que le fue entregada plena potestad para regir a la Iglesia y que se le debe verdadera obediencia por todos los que llevan el nombre cristiano, y que tal es la fuerza del primado que por derecho divino obtiene, que antecede a todos los obispos, no sólo por el grado de su honor, sino también por la amplitud de su suprema potestad?
(Bula Super Soliditate; Denz. 1500)
¿Cómo, de hecho, se puede decir que la comunión con el jefe visible de la Iglesia se mantiene, cuando esta se limita a anunciar simplemente el hecho de la elección, y al mismo tiempo se toma un juramento que niega la autoridad de su primacía? En su calidad de jefe, ¿no le deben todos sus miembros la promesa solemne de la obediencia canónica, que solo puede mantener la unidad en la Iglesia y evitar los cismas en este cuerpo místico fundado por Cristo nuestro Señor?
(Carta Apostólica Quod Aliquantum; n. 73)
Papa Pío VII
De estos eventos, los hombres deben darse cuenta de que todos los intentos de derrocar a la “Casa de Dios” son en vano. Porque esta es la Iglesia fundada en Pedro, “Roca”, no meramente en nombre sino en verdad. Contra esto “las puertas del infierno no prevalecerán” [Mt 16:18] “porque está fundada sobre una roca” [Mt 7:25; Lc 6:48]. Nunca ha habido un enemigo de la religión cristiana que no haya estado simultáneamente en guerra malvada con la Sede de Pedro, ya que mientras esta Sede permaneció fuerte, la supervivencia de la religión cristiana estaba asegurada. Como San Ireneo proclama abiertamente a todos, “por el orden y la sucesión de los pontífices romanos, la tradición de los apóstoles en la Iglesia y la proclamación de la verdad nos ha llegado. Y esta es la demostración más completa de que es la misma fe que da vida, que se ha conservado en la Iglesia hasta ahora desde la época de los Apóstoles y se ha transmitido en verdad” [Adversus haereses, bk. 3, cap. 3].
(Encíclica Diu Satis, n. 6)
Papa Gregorio XVI
¿Podrá la Iglesia que es columna y fundamento de la verdad y a quien el Espíritu Santo como consta enseña siempre todas las verdades, mandar, conceder y permitir cosas que conduzcan a la ruina de las almas y a la deshonra y detrimento de un Sacramento instituido por Cristo?
(Encíclica Quo Graviora, n. 10)
La suma potestad que Cristo concedió a su Iglesia de disponer en materia de religión y regir la sociedad cristiana con absoluta independencia de la autoridad civil, la otorgó como claramente enseña el Apóstol escribiendo a los Efesios, en bien de la unidad. ¿A qué se reduciría esta unidad si no hay al frente de toda la Iglesia uno que la defienda y guarde, que una a todos sus miembros en una idéntica profesión de fe y los junte con un lazo de caridad, amor y unión? La sabiduría del divino Legislador exigía absolutamente que al cuerpo visible presidiera una cabeza con la que se quitara la ocasión de cisma.
(Encíclica Commissum Divinitus, n. 10)
Papa León XII
Pero si uno desea buscar la verdadera fuente de todos los males que ya hemos lamentado, así como los que pasamos por alto en beneficio de la brevedad, seguramente encontrará que desde el principio siempre ha sido un desprecio obstinado por la autoridad de la Iglesia. La Iglesia, como enseña San León el Grande, en un amor bien ordenado acepta a Pedro en la Sede de Pedro, y ve y honra a Pedro en la persona de su sucesor, el pontífice romano. Pedro todavía mantiene la preocupación de todos los pastores en la protección de sus rebaños, y su alto rango no falla incluso en un heredero indigno. En Pedro, como lo señala acertadamente el mismo Santo Doctor, el coraje de todos se fortalece y la ayuda de la gracia divina está tan ordenada que la constancia conferida a Pedro a través de Cristo se confiere a los apóstoles a través de Pedro. Está claro que el desprecio a la autoridad de la Iglesia se opone al mandato de Cristo y, en consecuencia, se opone a los apóstoles y sus sucesores, los ministros de la Iglesia que hablan como sus representantes. El que a vosotros oye, a mí me oye; y el que os desprecia, a mí me desprecia [Lc 10, 16]; y la Iglesia es el pilar y el firmamento de la verdad, como lo enseña el apóstol Pablo [1 Tim 3:15]. En referencia a estas palabras, San Agustín dice: “Quien esté sin la Iglesia no será considerado entre los hijos, y quien no quiera tener a la Iglesia como madre no tendrá a Dios como padre”.
Por lo tanto, venerados hermanos, tengan en mente todas estas palabras y, a menudo, reflexionen sobre ellas. Enseñe a su pueblo una gran reverencia por la autoridad de la Iglesia que Dios ha establecido directamente. No pierdas el corazón. Con San Agustín decimos que “a nuestro alrededor, las aguas del diluvio rugen, es decir, la multiplicidad de enseñanzas en conflicto. No estamos en el diluvio sino que nos rodea. Estamos presionados pero no abrumados, abofeteados pero no sumergidos.»
(Encíclica Ubi Primum)
Si cada uno de vosotros, a los pies del Crucifijo y a la luz de la fe, reflexiona sobre estas verdades con una mente clara, admitiréis fácilmente que las incitaciones de estos predicadores tienden a este fin: que separándoos del Romano Pontífice y de los Obispos unidos a él en comunión, os separéis de toda la Iglesia católica, y así dejéis de tenerla como madre. Porque, ¿cómo puede la Iglesia ser vuestra madre si no tenéis como padres a los pastores de la Iglesia, es decir, a los obispos? ¿Y cómo podéis gloriaros en nombre de los católicos si, separados del centro del catolicismo, es decir, de esta Santa Sede Apostólica y del Sumo Pontífice, en quien Dios estableció el origen de la unidad, rompéis la unidad católica? La Iglesia católica es una, no está desgarrada ni dividida; por lo tanto, tu «pequeña Iglesia» no puede tener ninguna relación con la católica.
(Exhortación Apostólica Pastoris Aeterni; n. 4)
Papa Pío IX
Todos los que defienden la fe deben tratar de implantar profundamente en sus fieles las virtudes de la piedad, la veneración y el respeto por esta Suprema Sede de Pedro. Que los fieles recuerden el hecho de que Pedro, el Príncipe de los Apóstoles, vive aquí y gobierna en sus sucesores, y que su cargo no falla incluso en un heredero indigno. Dejemos que recuerden que Cristo, el Señor, colocó la base inexpugnable de su Iglesia en esta Sede de Pedro [Mt 16:18] y le dio a Pedro mismo las llaves del reino de los cielos [Mt 16:19]. Entonces, Cristo oró para que su fe no fracasara, y le ordenó a Pedro que fortaleciera a sus hermanos en la fe [Lc. 22:32]. En consecuencia, el sucesor de Pedro, el Romano Pontífice, tiene una primacía sobre todo el mundo y es el verdadero Vicario de Cristo, jefe de toda la Iglesia y padre y maestro de todos los cristianos.
De hecho, una forma sencilla de hacer que los hombres profesen la verdad católica es mantener su comunión y obediencia al Romano Pontífice. Porque es imposible para un hombre rechazar alguna parte de la fe católica sin abandonar la autoridad de la Iglesia romana. En esta autoridad, el oficio de la enseñanza inalterable de esta fe vive. Fue establecido por el divino Redentor y, en consecuencia, la tradición de los Apóstoles siempre se ha conservado. Así que ha sido una característica común tanto de los antiguos herejes como de los protestantes más recientes, cuya desunión en todos sus otros principios es tan grande, atacar la autoridad de la Sede apostólica. Pero nunca en ningún momento pudieron, por ningún artificio o esfuerzo, hacer que este ver tolerara ni uno solo de sus errores.
(Encíclica Nostis et Nobiscum)
Esta cátedra [de Pedro] es el centro de la verdad y de la unidad católica, es decir, la cabeza, la madre y la maestra de todas las Iglesias a las que se debe ofrecer todo el honor y la obediencia. Todas las Iglesias deben estar de acuerdo con ella por su mayor preeminencia, es decir, aquellas personas que son fieles en todos los aspectos….
Ahora bien, sabéis bien que los más mortíferos enemigos de la religión católica han librado siempre una guerra feroz, pero sin éxito, contra esta Cátedra; no ignoran en absoluto que la religión misma no puede jamás tambalearse y caer mientras esta Cátedra permanezca intacta, la Cátedra que descansa sobre la roca que las orgullosas puertas del infierno no pueden derribar y en la que se encuentra la entera y perfecta solidez de la religión cristiana. Por lo tanto, por vuestra especial fe en la Iglesia y vuestra especial piedad hacia la misma Cátedra de Pedro, os exhortamos a dirigir vuestros constantes esfuerzos para que el pueblo fiel de Francia evite los astutos engaños y errores de estos conspiradores y desarrolle un afecto y una obediencia más filial a esta Sede Apostólica. Sed vigilantes en los actos y en las palabras, para que los fieles crezcan en el amor a esta Santa Sede, la veneren y la acepten con plena obediencia; deben ejecutar todo lo que la misma Sede enseña, determina y decreta.
(Encíclica Inter Multiplices)
Tampoco permitiremos nada en contra de la santidad del juramento por el que estábamos obligados cuando, por muy poco merecedores, ascendimos al asiento supremo del príncipe de los apóstoles, la ciudadela y el baluarte de la fe católica.
(Encíclica Qui Nuper, n. 3)
Para conservar para siempre en su Iglesia la unidad y la doctrina de esta fe, Cristo eligió a uno de sus apóstoles, Pedro, a quien nombró Príncipe de sus Apóstoles, Vicario suyo en la tierra y fundamento y cabeza inexpugnable de su Iglesia. Superando a todos los demás con toda dignidad de autoridad extraordinaria, poder y jurisdicción, debía apacentar el rebaño del Señor, fortalecer a sus hermanos, regir y gobernar la Iglesia universal. Cristo no sólo quiso que su Iglesia permaneciera como una sola e inmaculada hasta el fin del mundo, y que su unidad en la fe, la doctrina y la forma de gobierno permaneciera inviolable. También quiso que la plenitud de la dignidad, el poder y la jurisdicción, la integridad y la estabilidad de la fe dadas a Pedro fueran transmitidas en su totalidad a los Romanos Pontífices, los sucesores de este mismo Pedro, que han sido colocados en esta Cátedra de Pedro en Roma, y a quienes se les ha encomendado divinamente el cuidado supremo de todo el rebaño del Señor y el gobierno supremo de la Iglesia Universal.
…Hay otras pruebas, casi innumerables, extraídas de los testigos más fidedignos, que atestiguan clara y abiertamente, con gran fe, exactitud, respeto y obediencia, que todos los que quieren pertenecer a la verdadera y única Iglesia de Cristo deben honrar y obedecer a esta Sede Apostólica y al Pontífice Romano.
(Encíclica Amantissimus, nn. 2-3)
… no es bastante para los sabios católicos aceptar y reverenciar los predichos dogmas de la Iglesia, sino que es menester también que se sometan a las decisiones que, pertenecientes a la doctrina, emanan de las Congregaciones pontificias, lo mismo que a aquellos capítulos de la doctrina que, por común y constante sentir de los católicos, son considerados como verdades teológicas y conclusiones tan ciertas, que las opiniones contrarias a dichos capítulos de la doctrina, aun cuando no puedan ser llamadas heréticas, merecen, sin embargo, una censura teológica de otra especie.
(Carta Apostólica Tuas Libenter, Denz. 1684)
Tampoco podemos pasar en silencio la audacia de aquellos que, por no poder sufrir la sana doctrina [2 Tim. 4, 3], pretenden que «puede negarse asentimiento y obediencia, sin pecado ni detrimento alguno de la profesión católica, a aquellos juicios y decretos de la Sede Apostólica, cuyo objeto se declara mirar al bien general de la Iglesia y a sus derechos y disciplina, con tal de que no se toquen los dogmas de fe y costumbres.» Lo cual, cuán contrario sea al dogma católico sobre la plena potestad divinamente conferida por Cristo Señor al Romano Pontífice de apacentar, regir y gobernar a la Iglesia universal, nadie hay que clara y abiertamente no lo vea y entienda.
(Encíclica Quanta Cura, Denz. 1698)
Ya que el Romano Pontífice, por el derecho divino del primado apostólico, presida toda la Iglesia, de la misma manera enseñamos y declaramos que él es el juez supremo de los fieles (19), y que en todos las causas que caen bajo la jurisdicción eclesiástica se puede recurrir a su juicio (20). El juicio de la Sede Apostólica (de la cual no hay autoridad más elevada) no está sujeto a revisión de nadie, ni a nadie le es lícito juzgar acerca de su juicio (21). Y por lo tanto se desvían del camino genuino a la verdad quienes mantienen que es lícito apelar sobre los juicios de los Romanos Pontífices a un concilio ecuménico, como si éste fuese una autoridad superior al Romano Pontífice.
Canon
Así, pues, si alguno dijere que el Romano Pontífice tiene tan sólo un oficio de supervisión o dirección, y no la plena y suprema potestad de jurisdicción sobre toda la Iglesia, y esto no sólo en materia de fe y costumbres, sino también en lo concerniente a la disciplina y gobierno de la Iglesia dispersa por todo el mundo; o que tiene sólo las principales partes, pero no toda la plenitud de esta suprema potestad; o que esta potestad suya no es ordinaria e inmediata tanto sobre todas y cada una de las Iglesias como sobre todos y cada uno de los pastores y fieles: sea anatema.
(Primer Concilio Vaticano, Constitución Dogmática Pastor Aeternus, Capítulo 3)
Así los padres del cuarto Concilio de Constantinopla, siguiendo los pasos de sus predecesores, hicieron pública esta solemne profesión de fe: “La primera salvación es mantener la regla de la recta fe… Y ya que no se pueden pasar por alto aquellas palabras de nuestro Señor Jesucristo: “Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia” (22), estas palabras son confirmadas por sus efectos, porque en la Sede Apostólica la religión católica siempre ha sido preservada sin mácula y se ha celebrado la santa doctrina. Ya que es nuestro más sincero deseo no separarnos en manera alguna de esta fe y doctrina, …esperamos merecer hallarnos en la única comunión que la Sede Apostólica predica, porque en ella está la solidez íntegra y verdadera de la religión cristiana” (23). Y con la aprobación del segundo Concilio de Lyon, los griegos hicieron la siguiente profesión: “La Santa Iglesia Romana posee el supremo y pleno primado y principado sobre toda la Iglesia Católica …”
Para cumplir este oficio pastoral, nuestros predecesores trataron incansablemente que el la doctrina salvadora de Cristo se propagase en todos los pueblos de la tierra; y con igual cuidado vigilaron de que se conservase pura e incontaminada dondequiera que haya sido recibida. Fue por esta razón que los obispos de todo el orbe, a veces individualmente, a veces reunidos en sínodos, de acuerdo con la práctica largamente establecida de las Iglesias y la forma de la antigua regla, han referido a esta Sede Apostólica especialmente aquellos peligros que surgían en asuntos de fe, de modo que se resarciesen los daños a la fe precisamente allí donde la fe no puede sufrir mella …”
Así el Espíritu Santo fue prometido a los sucesores de Pedro, no de manera que ellos pudieran, por revelación suya, dar a conocer alguna nueva doctrina, sino que, por asistencia suya, ellos pudieran guardar santamente y exponer fielmente la revelación transmitida por los Apóstoles, es decir, el depósito de la fe. Ciertamente su apostólica doctrina fue abrazada por todos los venerables padres y reverenciada y seguida por los santos y ortodoxos doctores, ya que ellos sabían muy bien que esta Sede de San Pedro siempre permanece libre de error alguno, según la divina promesa de nuestro Señor y Salvador al príncipe de sus discípulos: “Yo he rogado por ti para que tu fe no falle; y cuando hayas regresado fortalece a tus hermanos” [Lucas 22:32].
Este carisma de una verdadera y nunca deficiente fe fue por lo tanto divinamente conferida a Pedro y sus sucesores en esta cátedra, de manera que puedan desplegar su elevado oficio para la salvación de todos, y de manera que todo el rebaño de Cristo pueda ser alejado por ellos del venenoso alimento del error y pueda ser alimentado con el sustento de la doctrina celestial. Así, quitada la tendencia al cisma, toda la Iglesia es preservada en unidad y, descansando en su fundamento, se mantiene firme contra las puertas del infierno.
(Primer Concilio Vaticano, Constitución Dogmática Pastor Aeternus, Capítulo 4)
El principal engaño utilizado para ocultar el nuevo cisma es el nombre de “católico”. Los iniciadores y partidarios del cisma reclaman presuntuosamente este nombre a pesar de su condena por nuestra autoridad y juicio. Siempre ha sido costumbre de los herejes y cismáticos el llamarse a sí mismos católicos y proclamar sus muchas excelencias para llevar a los pueblos y príncipes al error…
Pero para demostrar que son católicos, los neo-cismáticos apelan a lo que ellos llaman una declaración de fe, publicada por ellos el 6 de febrero de 1870, que insisten en que no contradice en nada a la fe católica. Sin embargo, nunca ha sido posible demostrarse como católico al afirmar aquellas declaraciones de la fe que uno acepta y guardar silencio sobre las doctrinas que uno decide no profesar. Pero sin excepción, todas las doctrinas que la Iglesia propone deben ser aceptadas, como la historia de la Iglesia en todo momento da testimonio.
Que la declaración de fe, que ellos publicaron, fue engañosa y sofisticada es probada también por el hecho de que ellos rechazaron la declaración o profesión de fe que les fue propuesta bajo Nuestra autoridad de acuerdo con la costumbre. Recibieron la orden de aceptarlo por Nuestro venerado hermano Antonio José Arzobispo de Tyana, Delegado Apostólico en Constantinopla, en una carta de advertencia enviada a ellos el 29 de septiembre del mismo año. Para que cualquier hombre pueda demostrar su fe católica y afirmar que es verdaderamente católico, debe ser capaz de convencer a la Sede Apostólica de esto. Porque esta visión es predominante y con ella los fieles de toda la Iglesia deberían estar de acuerdo. Y el hombre que abandona la Sede de Pedro solo puede estar falsamente seguro de que está en la Iglesia. Como resultado, ese hombre ya es un cismático y un pecador que establece una sede en oposición a la Única Sede del bendito Pedro del cual derivan los derechos de sagrada comunión para todos los hombres.
Este hecho fue bien conocido por los ilustres obispos de las Iglesias orientales. De ahí que en el Concilio de Constantinopla celebrado en el año 536, Mennas el obispo de esa ciudad afirmó abiertamente con la aprobación de los padres: “Seguimos y obedecemos a la Sede Apostólica, como Su Caridad se da cuenta y consideramos que están en comunión con ella. en comunión con nosotros, y nosotros también condenamos a los hombres condenados por ella”. Aún más clara y enfáticamente, San Máximo, abad de Crisópolis, y confesor de la fe, al referirse a Pirro el Monotelita, declaró: “Si no quiere ni ser ni ser llamado hereje, no necesita satisfacer a los individuos al azar de su ortodoxia, porque esto es excesivo e irracional. Pero así como todos los hombres se han escandalizado con él desde que el jefe de los hombres se escandalizó, también cuando uno se ha sentido satisfecho, todos los hombres sin duda estarán satisfechos. Debería apresurarse a satisfacer a la Sede Romana antes que a todos los demás. Porque cuando esta Sede haya sido satisfecha, todos los hombres de todas partes se unirán para declararlo pío y ortodoxo. Porque ese hombre desperdicia sus palabras, que piensa que los hombres como yo deben ser persuadidos y engañados cuando aún no ha satisfecho y suplicado al bendito Papa de la Santa Iglesia Romana. Desde la palabra encarnada de Dios mismo, así como desde las conclusiones y los cánones sagrados de todos los concilios santos, a la Sede Apostólica se le ha otorgado el mando, la autoridad y el poder de atar y desatar todas las iglesias santas de Dios en el mundo entero”. Por esta razón, Juan, obispo de Constantinopla, declaró solemnemente -y todo el Octavo Concilio Ecuménico lo hizo más tarde- “que los nombres de aquellos que fueron separados de la comunión con la Iglesia Católica, es decir, de aquellos que no estuvieron de acuerdo en todos los asuntos con la Sede Apostólica, no deben leerse durante los sagrados misterios”. Esto claramente significaba que no reconocían a esos hombres como verdaderos católicos. Todas estas tradiciones dictan que quien sea que el Romano Pontífice juzgue como cismático por no admitir ni venerar su poder expresamente debe dejar de llamarse católico.
Como esto no agrada a los neo-cismáticos, siguen el ejemplo de los herejes de épocas más recientes. Argumentan que la sentencia de cisma y excomunión pronunciada contra ellos por el Arzobispo de Tyana, el Delegado Apostólico en Constantinopla, fue injusta y, en consecuencia, carente de fuerza e influencia. También han afirmado que no pueden aceptar la sentencia porque los fieles pueden abandonar a los herejes si se les priva de su ministerio. Estos nuevos argumentos eran completamente desconocidos e inauditos para los antiguos Padres de la Iglesia. Porque “toda la Iglesia en todo el mundo sabe que la sede del bendito apóstol Pedro tiene el derecho de desatar nuevamente lo que los pontífices han atado, ya que esta Sede posee el derecho de juzgar a toda la Iglesia, y nadie puede juzgar su juicio”. Los herejes jansenistas se atrevieron a enseñar doctrinas tales como que una excomunión pronunciada por un prelado legal podría ser ignorada con el pretexto de la injusticia. Cada persona debe realizar, como dijeron, su propio deber particular a pesar de una excomunión. Nuestro antecesor de memoria feliz Clemente XI en su constitución Unigenitus contra los errores de Quesnell prohibió y condenó declaraciones de este tipo. Estas declaraciones apenas diferían en nada de algunas de las de John Wyclif, que previamente habían sido condenadas por el Concilio de Constanza y Martín V. A través de la debilidad humana, una persona podía ser injustamente castigada con la censura de su prelado. Pero todavía es necesario, como lo advirtió Nuestro predecesor San Gregorio Magno advirtió, “a los subordinados de un obispo que teman incluso una condenación injusta y no culpar imprudentemente al juicio del obispo en caso de que la falta que no existía, ya que la condenación fue injusta, se desarrolle por el orgullo de la ardiente reprensión”. ¿Pero si uno debe temer incluso una injusta condena del obispo, lo que debe decirse de aquellos hombres que han sido condenados por rebelarse contra su obispo y esta Sede Apostólica y desgarrar, como lo están haciendo ahora por un nuevo cisma, la prenda inconsútil de Cristo, que es la Iglesia?
…
Pero los neo-cismáticos dicen que no se trataba de doctrina sino de disciplina, por lo que el nombre y las prerrogativas de los católicos no pueden negarse a quienes objetan. Nuestra Constitución Reversurus, publicada el 12 de julio de 1867, responde a esta objeción. No dudamos que ustedes saben bien cuán vana e inútil es esta evasión. Porque la Iglesia católica siempre ha considerado cismáticos a los que se oponen obstinadamente a los prelados legítimos de la Iglesia y, en particular, al pastor principal de todos. Los cismáticos evitan cumplir sus órdenes e incluso niegan su propio rango. Como la facción de Armenia es así, son cismáticos incluso si aún no han sido condenados como tales por la autoridad apostólica. Porque la Iglesia consiste en las personas en unión con el sacerdote, y el rebaño siguiendo a su pastor. En consecuencia, el obispo está en la Iglesia y la Iglesia en el obispo, y quien no está con el obispo no está en la Iglesia. Además, como advirtió Nuestro predecesor Pío VI en su carta apostólica que condena la constitución civil del clero en Francia, la disciplina a menudo está estrechamente relacionada con la doctrina y tiene una gran influencia en la preservación de su pureza. De hecho, en muchos casos, los santos Concilios, han separado de la Iglesia, sin vacilaciones, por medio de sus anatemas, a quienes han infringido su disciplina.
Pero los neo-cismáticos han ido más lejos, ya que “cada cisma fabrica una herejía para justificar su retirada de la Iglesia”. De hecho, incluso han acusado a esta Sede Apostólica, como si hubiéramos excedido los límites de Nuestro poder al ordenar que se observaran ciertos puntos de disciplina en el Patriarcado de Armenia. Tampoco las Iglesias orientales pueden preservar la comunión y la unidad de fe con nosotros sin estar sujetas al poder apostólico en materia de disciplina. La enseñanza de este tipo es herética, y no solo porque la definición del poder y la naturaleza de la primacía papal fue determinada por el Concilio Ecuménico Vaticano: la Iglesia Católica siempre la ha considerado así y la ha aborrecido. Así los obispos en el Concilio ecuménico de Calcedonia claramente declararon la autoridad suprema de la Sede Apostólica en sus procedimientos; luego pidieron humildemente a nuestro predecesor, la confirmación y apoyo de San León para sus decretos, incluso aquellos que se referían a la disciplina.
…
En consecuencia, entonces, a menos que abandonen la tradición inmutable e ininterrumpida de la Iglesia, que está tan claramente confirmada por los testimonios de los Padres, los neo-cismáticos no pueden en modo alguno convencerse de que son católicos, incluso si se declaran así. Si no conociéramos a fondo los hábiles y sutiles engaños de los herejes, sería incomprensible que el régimen otomano siga considerando como católicos a personas que sabe que están separadas de la Iglesia Católica por Nuestro juicio y autoridad. Porque si la religión católica debe continuar segura y libre en el dominio otomano como lo ha decretado el emperador, entonces también debería permitirse la esencia de esta religión, por ejemplo, la primacía de la jurisdicción del Romano Pontífice. La mayoría de los hombres siente que la cabeza suprema y el pastor de la Iglesia deben decidir quiénes son católicos y quiénes no.
Pero los neo-cismáticos declaran que no se oponen en lo más mínimo a los principios de la Iglesia Católica. Su único objetivo es proteger los derechos de sus iglesias y su nación e incluso los derechos de su emperador supremo; falsamente alegan que hemos infringido estos derechos. De esta manera, temerariamente nos hacen responsables del desorden actual. Exactamente de esta manera los cismáticos acacianos actuaron hacia Nuestro predecesor San Gelasio. Y previamente los arrianos acusaron falsamente a Liberio, también nuestro predecesor, ante el emperador Constantino, porque Liberio se negó a condenar a San Atanasio, obispo de Alejandría, y se negó a apoyar la herejía. Porque como el mismo santo pontífice, Gelasio escribió al emperador Anastasio sobre este asunto, “Una característica frecuente de las personas enfermas es reprochar a los médicos que les recuerdan la salud mediante medidas apropiadas en lugar de aceptar desistir y condenar sus propios deseos dañinos”. Estos parecen ser los motivos principales sobre los cuales los neo-cismáticos obtienen su apoyo y solicitar el patrocinio de hombres poderosos para su causa, tan malvada como es. Para que los fieles no sean inducidos a error, debemos tratar con estos fundamentos más plenamente que si simplemente tuviéramos que refutar acusaciones injustas.
(Encíclica Quartus Supra, nn. 6-10, 12-13, 15-16)
Pero ustedes, queridos hijos, recuerden que en todo lo que concierne a la fe, la moral y el gobierno de la Iglesia, las palabras que Cristo dijo de sí mismo: «el que no reúne conmigo, dispersa» [Mt 12:30], puede ser Aplicado al Romano Pontífice que ocupa el lugar de Dios en la tierra. Por lo tanto, funda toda su sabiduría en una obediencia absoluta y una adhesión alegre y constante a esta Cátedra de Pedro. Por lo tanto, animados por el mismo espíritu de fe, todos ustedes serán perfectos en una forma de pensar y juzgar, fortalecerán esta unidad que debemos oponernos a los enemigos de la Iglesia …
(Carta apostólica por Tristissima; n. 419)
¿De qué sirve proclamar en voz alta el dogma de la supremacía de San Pedro y sus sucesores? ¿De qué sirve repetir una y otra vez las declaraciones de fe en la Iglesia católica y de obediencia a la Sede apostólica cuando las acciones desmienten estas hermosas palabras? Además, ¿no es la rebelión aún más inexcusable por el hecho de que la obediencia es reconocida como un deber? Nuevamente, ¿no se extiende la autoridad de la Santa Sede, como sanción, a las medidas que nos hemos obligado a tomar, o es suficiente estar en comunión de fe con esta Sede sin agregar la sumisión de la obediencia? ¿Qué no puede mantenerse sin dañar la fe católica?
… De hecho, venerados hermanos y amados hijos, se trata de reconocer el poder (de esta Ver), incluso sobre sus iglesias, no solo en lo que se refiere a la fe, sino también en lo que concierne a la disciplina. El que niega esto es un hereje; el que reconoce esto y se rehúsa obstinadamente a obedecer es digno de anatema.
(Encíclica Quae en Patriarchatu [1 de septiembre de 1876], nn. 23-24; en Acta Sanctae Sedis X [1877], pp. 3-37; nn. 433-434.)
Os felicitamos, pues, por el hecho de que, aunque sufráis, sin duda, por la defección de vuestros hermanos, separados de vosotros por el soplo de una pérfida enseñanza, no os turbáis por todo ello, e incluso sois estimulados por su error a recibir con mayor disposición y a seguir con más celo no sólo las órdenes, sino incluso todas las directrices de la Sede Apostólica; y al hacerlo, estáis seguros de que no podéis ser engañados ni traicionados.
(Carta Apostólica Didicimus Non Sine)
Papa León XIII
Solo a los pastores se les dio todo el poder de enseñar, de juzgar, de dirigir; a los fieles a quienes se les impuso el deber de seguir sus enseñanzas, de someterse con docilidad a su juicio y de dejarse gobernar, corregir y guiar por ellos en el camino de la salvación. Por lo tanto, es una necesidad absoluta que los fieles simples se sometan en mente y corazón a sus propios pastores, y que estos últimos se sometan con ellos a la Cabeza y al Pastor Supremo.
… [Es] dar prueba de una sumisión que dista mucho de ser sincera para establecer algún tipo de oposición entre un pontífice y otro. Aquellos que, frente a dos directivas diferentes, rechazan la presente para aferrarse al pasado, no están dando prueba de obediencia a la autoridad que tiene el derecho y el deber de guiarlos; y de alguna manera se asemejan a quienes, al recibir una condena, desearían apelar a un consejo futuro, o a un Papa que esté mejor informado.
(Carta apostólica Epístola Tua)
Y así, en circunstancias tan difíciles, si los católicos Nos escuchan como deben, fácilmente entenderán los deberes de cada uno, ya en lo que toca a las ideas, ya en lo que se refiere a los hechos. Y por lo que toca a las ideas, es de toda necesidad estar firmemente penetrados, y declararlo en público siempre que la ocasión lo pidiese, de todo cuanto los Romanos Pontífices han enseñado o enseñaren en adelante.
…Conviene que cada cual se atenga al juicio de la Sede Apostólica, sintiendo lo que ella siente.
(Encíclica Immortale Dei, n. 52)
Tratándose de determinar los límites de la obediencia, nadie crea que se ha de obedecer a la autoridad de los Prelados y principalmente del Romano Pontífice solamente en lo que toca a los dogmas, cuando no se pueden rechazar con pertinacia sin cometer crimen de herejía. Ni tampoco basta admitir con sincera firmeza las enseñanzas que la Iglesia, aunque no estén definidas con solemne declaración, propone con su ordinario y universal magisterio como reveladas por Dios, las cuales manda el Concilio Vaticano que se crean con fe católica y divina. Pero esto también debe ser considerado entre los deberes de los cristianos, el dejarse regir y gobernar por la autoridad y dirección de los Obispos y, ante todo, por la Sede Apostólica.
Muy fácil es, por lo tanto, el ver cuán conveniente sea esto. Porque lo que se contiene en la divina revelación, parte se refiere a Dios y parte al mismo hombre y a las cosas necesarias a la salvación del hombre. Ahora bien: acerca de ambas cosas, a saber, qué se debe creer y qué se ha de obrar, corno dijimos, prescribe la Iglesia por derecho divino, y, en la iglesia, el Sumo Pontífice.
Por lo cual el Pontífice, por virtud de su autoridad debe poder juzgar qué es lo que se contiene en las enseñanzas divinas, qué doctrina concuerda con ellas y cuál se aparta de ellas, y del mismo modo señalarnos las cosas buenas y las malas: qué es necesario hacer o evitar para conseguir la salvación; pues de otro modo no sería para los hombres intérprete fiel de las enseñanzas de Dios ni guía seguro en el camino de la vida.
(Encíclica Sapientiae Christianae, n. 24)
Es, pues, incuestionable, después de lo que acabamos de decir, que Jesucristo instituyó en la Iglesia un magisterio vivo, auténtico y además perpetuo, investido de su propia autoridad, revestido del espíritu de verdad, confirmado por milagros, y quiso, y muy severamente lo ordenó, que las enseñanzas doctrinales de ese magisterio fuesen recibidas como las suyas propias.
(Encíclica Satis Cognitum, n. 9)
Jesucristo, pues, dio a Pedro a la Iglesia por jefe soberano, y estableció que este poder, instituido hasta el fin de los siglos para la salvación de todos, pasase por herencia a los sucesores de Pedro, en los que el mismo Pedro se sobreviviría perpetuamente por su autoridad. Seguramente al bienaventurado Pedro, y fuera de él a ningún otro, se hizo esta insigne promesa: “Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia”. “Es a Pedro a quien el Señor habló; a uno solo, a fin de fundar 1a unidad por uno solo”.
“En efecto, sin ningún otro preámbulo, designa por su nombre al padre del apóstol y al apóstol mismo (Tú eres bienaventurado, Simón, hijo de Jonás), y no permitiendo ya que se le llame Simón, reivindica para él en adelante como suyo en virtud de su poder, y quiere por una imagen muy apropiada que así se llame al nombre de Pedro, porque es la piedra sobre la que debía fundar su Iglesia”.
Según este oráculo, es evidente que, por voluntad y orden de Dios, la Iglesia está establecida sobre el bienaventurado Pedro, como el edificio sobre los cimientos. Y pues la naturaleza y la virtud propia de los cimientos es dar cohesión al edificio por la conexión íntima de sus diferentes partes y servir de vínculo necesario para la seguridad y solidez de toda la obra, si el cimiento desaparece, todo el edificio se derrumba. El papel de Pedro es, pues, el de soportar a la Iglesia y mantener en ella la conexión y la solidez de una cohesión indisoluble. Pero ¿cómo podría desempeñar ese papel si no tuviera el poder de mandar, defender y juzgar; en una palabra: un poder de jurisdicción propio y verdadero? Es evidente que los Estados y las sociedades no pueden subsistir sin un poder de jurisdicción. Una primacía de honor, o el poder tan modesto de aconsejar y advertir que se llama poder de dirección, son incapaces de prestar a ninguna sociedad humana un elemento eficaz de unidad y de solidez.
“¿Qué es decir contra ella? ¿Es contra la piedra sobre la que Jesucristo edificó su Iglesia? ¿Es contra la Iglesia? La frase resulta ambigua. ¿Será para significar que la piedra y la Iglesia no son sino una misma cosa? Sí; eso es, a lo que creo, la verdad; pues las puertas del infierno no prevalecerán ni contra la piedra sobre la que Jesucristo fundó la Iglesia, ni contra la Iglesia misma”. He aquí el alcance de esta divina palabra: La Iglesia apoyada en Pedro, cualquiera que sea la habilidad que desplieguen sus enemigos, no podrá sucumbir jamás ni desfallecer en lo más mínimo.
“Siendo la Iglesia el edificio de Cristo, quien sabiamente ha edificado su casa sobre piedra, no puede estar sometida a las puertas del infierno; éstas pueden prevalecer contra quien se encuentre fuera de la piedra, fuera de la Iglesia, pero son impotentes contra ésta” (78). Si Dios ha confiado su Iglesia a Pedro, ha sido con el fin de que ese sostén invisible la conserve siempre en toda su integridad. La ha investido de la autoridad, porque para sostener real y eficazmente una sociedad humana, el derecho de mandar es indispensable a quien la sostiene.
La unión con la sede romana de Pedro es … siempre el criterio público de un católico … “No se debe considerar que sostienen la verdadera fe católica si no enseñan que la fe de Roma debe ser sostenida”.
(Encíclica Satis Cognitum, nn. 12-13)
Porque Aquel que es el Espíritu de la Verdad, en tanto que procede del Padre, que es eternamente Verdad, y del Hijo, que es la Verdad sustancial, recibe de cada uno tanto Su esencia como la plenitud de toda verdad. Esta verdad se comunica a su Iglesia, protegiéndola con su poderosa ayuda para que nunca caiga en error, y ayudándola a fomentar cada vez más los gérmenes de la doctrina divina y hacerlos fructíferos para el bienestar de los pueblos. Y dado que el bienestar de los pueblos, para los cuales se estableció la Iglesia, requiere absolutamente que este oficio continúe durante todo el tiempo, el Espíritu Santo perpetúa la vida y la fuerza para preservar y aumentar la Iglesia. “Le pediré al Padre, y Él te dará otro Paráclito, para que pueda permanecer contigo para siempre, el Espíritu de la Verdad” (Juan XIV, 16, 17).
(Encíclica Divinum Illud, n. 5)
…La Iglesia ha recibido de lo alto una promesa que la guarda contra toda debilidad humana. ¿Qué importa que el timón de la barca simbólica haya sido confiado a manos débiles, cuando el Piloto Divino se para en el puente, donde, aunque invisible, Él está observando y gobernando? ¡Bendita sea la fuerza de su brazo y la multitud de sus misericordias!
(Alocución a los Cardenales, 20 de marzo de 1900.)
En la Iglesia Católica el cristianismo está encarnado. Se identifica con esa sociedad perfecta, espiritual y, en su propio orden, soberana, que es el cuerpo místico de Jesucristo y que tiene como cabeza visible al Romano Pontífice, sucesor del Príncipe de los Apóstoles. Es la continuación de la misión del Salvador, la hija y la heredera de Su redención. Ha predicado el Evangelio, y lo ha defendido al precio de su sangre, y fuerte en la asistencia divina, y de esa inmortalidad que se le ha prometido, no tranza con el error, sino que permanece fiel a los mandatos que ha recibido para llevar la doctrina de Jesucristo a los límites más extremos del mundo y hasta el fin de los tiempos y protegerla en su integridad inviolable.
(Carta Apostólica Annum Ingressi)
Esta es nuestra última lección para ustedes: recíbanla, grabenla en sus mentes, todos ustedes: por el mandamiento de Dios, la salvación no se encuentra en ninguna otra parte que no sea la Iglesia; El instrumento fuerte y efectivo de la salvación no es otro que el Pontificado Romano.
(Alocución para el 25 aniversario de su elección, 20 de febrero de 1903.)
Papa San Pío X
De hecho, solo un milagro de ese poder divino podría preservar a la Iglesia, el Cuerpo Místico de Cristo, de la imperfección en la santidad de Su doctrina, la ley, y terminar en medio del diluvio de corrupción y lapsos de sus miembros. Su doctrina, ley y fin han producido una abundante cosecha. La fe y la santidad de sus hijos han dado los frutos más saludables. Aquí hay otra prueba de su vida divina: a pesar de un gran número de opiniones perniciosas y de una gran variedad de errores (así como del vasto ejército de rebeldes), la Iglesia permanece inmutable y constante, “como pilar y fundamento de la verdad”, al profesar una doctrina idéntica, al recibir los mismos sacramentos, en su constitución divina, gobierno y moralidad …
(Encíclica Editae Saepe, n. 8)
Ellos [los modernistas] aprenderán muchas cosas excelentes de un maestro tan grande [como el cardenal John Henry Newman]: en primer lugar, a considerar sagrado el Magisterio de la Iglesia, a defender la doctrina transmitida inviolablemente por los Padres y, lo que es más importante para la salvaguardia de la verdad católica, a seguir y obedecer con la mayor fe al Sucesor de San Pedro.
(Carta Apostólica Tuum Illud)
… El primer y más grande criterio de la fe, la prueba última e inatacable de la ortodoxia es la obediencia a la autoridad docente de la Iglesia, que es siempre viva e infalible, puesto que fue establecida por Cristo para ser columna et firmamentum veritatis, “columna y cimiento de la verdad” (1 Tim 3,15).
Jesucristo, que conocía nuestra debilidad, que vino al mundo para predicar el Evangelio sobre todo a los pobres, eligió para la difusión del cristianismo un medio muy sencillo, adaptado a la capacidad de todos los hombres y adecuado a cada época: un medio que no requería ni conocimientos, ni investigación, ni cultura, ni racionalización, sino sólo oídos dispuestos a escuchar y sencillez de corazón para obedecer. Por eso San Pablo dice: fides ex auditu (Rom 10,17), la fe no viene por la vista, sino por el oído, de la autoridad viva de la Iglesia, sociedad visible compuesta de maestros y discípulos, de gobernantes y gobernados, de pastores y ovejas y corderos. El mismo Jesucristo ha impuesto a sus discípulos el deber de escuchar las instrucciones de sus amos, a los súbditos de vivir sometidos a los dictados de los gobernantes, a las ovejas y a los corderos de seguir con docilidad las huellas de sus pastores. Y a los pastores, a los gobernantes y a los maestros les ha dicho: Docete omnes gentes. Spiritus veritatis docebit vos omnem veritatem. Ecce ego vobiscum sum usque ad consummationem sæculi (Mt 28,19-20): “Id y enseñad a todas las naciones. El Espíritu de la verdad os enseñará toda la verdad. Y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días, hasta la consumación del mundo”.
De estos hechos se desprende hasta qué punto están extraviados los católicos que, en nombre de la crítica histórica y filosófica y de ese espíritu tendencioso que ha invadido todos los campos, ponen en primer plano la cuestión religiosa propiamente dicha, insinuando que mediante el estudio y la investigación debemos formar una conciencia religiosa en armonía con nuestro tiempo, o, como ellos dicen, “moderna”. Y así, con un sistema de sofismas y errores falsean el concepto de obediencia inculcado por la Iglesia; se arrogan el derecho de juzgar los actos de la autoridad hasta ridiculizarlos; se atribuyen la misión de imponer una reforma, misión que no han recibido ni de Dios ni de ninguna autoridad. Limitan la obediencia a las acciones puramente exteriores, aunque no se resistan a la autoridad ni se rebelen contra ella, oponiendo el juicio defectuoso de algún individuo sin competencia real, o de su propia conciencia interior engañada por vanas sutilezas, al juicio y al mandamiento de quien por mandato divino es su legítimo juez, maestro y pastor.
[…]
No os dejéis engañar por las sutiles declaraciones de otros que no dejan de pretender que quieren estar con la Iglesia, amar a la Iglesia, luchar por ella para que no pierda a las masas, trabajar por la Iglesia para que llegue a comprender los tiempos y así recuperar al pueblo y apegarlo a ella. Juzgad a estos hombres según sus obras. Si maltratan y desprecian a los ministros de la Iglesia e incluso al Papa; si intentan por todos los medios minimizar su autoridad, eludir su dirección y desconocer sus consejos; si no temen levantar el estandarte de la rebelión, ¿de qué Iglesia hablan estos hombres? No, ciertamente, de esa Iglesia establecida super fundamentum Apostolorum et Prophetarum, ipso summo angulari lapide, Christo Jesus: “sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo piedra angular el mismo Cristo Jesús” (Ef 2,20). Por eso debemos tener siempre presente aquel consejo de San Pablo a los Gálatas “Pero, aun cuando nosotros mismos, o un ángel del cielo os predicase un Evangelio distinto del que os hemos anunciado, sea anatema” (Gal 1,8).
(Discurso Con Vera Soddisfazione, 10 de Mayo de 1909)
Cuando uno ama al Papa, no se detiene a debatir sobre lo que aconseja o demanda, a preguntarse hasta qué punto se extiende el riguroso deber de la obediencia y marcar el límite de esta obligación. Cuando uno ama al Papa, no arguye objeciones diciendo que éste no ha hablado lo suficientemente claro, como si se viera obligado a repetir en el oído de cada individuo su voluntad, tan a menudo claramente expresada, no solo viva la voz, sino también por cartas y otros documentos públicos; uno no pone en duda sus órdenes con el pretexto, fácilmente promovido por quien no desea obedecer, de que no emanan directamente de él, sino de su séquito; uno no limita el campo en el que puede y debe ejercer su voluntad; uno no opone a la autoridad del Papa la de otras personas, sin importar lo instruidas que sean, que difieren en la opinión del Papa. Además, por grande que sea su conocimiento, carecen de su santidad, porque no puede haber santidad donde hay desacuerdo con el Papa.
(Discurso a los sacerdotes de la Unión Apostólica, 18 de noviembre de 1912; en Acta Apostolicae Sedis 4, 1912, pág. 695)
Papa Benedicto XV
… [Siempre que una autoridad legítima haya dado una vez una orden clara, no permita que nadie la transgreda, porque no suceda que se le encomiende a sí mismo; pero deje que cada uno someta su propia opinión a la autoridad de quien es su superior, y le obedezca como un asunto de conciencia. Nuevamente, ningún individuo privado, ya sea en libros o en la prensa, o en discursos públicos, asuma la posición de un maestro con autoridad en la Iglesia. Todos saben a quién se le ha dado la autoridad de enseñanza de la Iglesia por parte de Dios: él, entonces, posee el derecho perfecto de hablar como lo desee y cuando lo considere oportuno. El deber de los demás es escucharlo con reverencia cuando habla y llevar a cabo lo que dice.
(Encíclica Beatissimi, n. 22)
Papa Pío XI
Pues, el Magisterio de la Iglesia, el cual, por designio divino fue constituido en la tierra a fin de que las doctrinas reveladas perdurasen incólumes para siempre y llegasen con mayor facilidad y seguridad al conocimiento de los hombres aun cuando el Romano Pontífice y los Obispos que viven en unión con él, lo ejerzan diariamente, se extiende, sin embargo, al oficio de proceder oportunamente con solemnes ritos y decretos a la definición de alguna verdad, especialmente entonces cuando a los errores e impugnaciones de los herejes deben más eficazmente oponerse o inculcarse en los espíritus de los fieles, más clara y sutilmente explicados, puntos de la sagrada doctrina.
(Encíclica Mortalium Animos, n. 9)
… Por todo lo cual, a fin de que ninguna ficción ni corrupción de dicha ley divina, sino el verdadero y genuino conocimiento de ella ilumine el entendimiento de los hombres y dirija sus costumbres, es menester que con la devoción hacia Dios y el deseo de servirle se junte una humilde y filial obediencia para con la Iglesia. Cristo nuestro Señor mismo constituyó a su Iglesia maestra de la verdad, aun en todo lo que se refiere al orden y gobierno de las costumbres, por más que muchas de ellas estén al alcance del entendimiento humano. Porque así como Dios vino en auxilio de la razón humana por medio de la revelación, a fin de que el hombre, aun en la actual condición en que se encuentra, pueda conocer fácilmente, con plena certidumbre y sin mezcla de error, las mismas verdades naturales que tienen por objeto la religión y las costumbres, así, y para idéntico fin, constituyó a su Iglesia depositaria y maestra de todas las verdades religiosas y morales; por lo tanto, obedezcan los fieles y rindan su inteligencia y voluntad a la Iglesia, si quieren que su entendimiento se vea inmune del error y libres de corrupción sus costumbres; obediencia que se ha de extender, para gozar plenamente del auxilio tan liberalmente ofrecido por Dios, no sólo a las definiciones solemnes de la Iglesia, sino también, en la debida proporción, a las Constituciones o Decretos en que se reprueban y condenan ciertas opiniones como peligrosas y perversas.
Tengan, por lo tanto, cuidado los fieles cristianos de no caer en una exagerada independencia de su propio juicio y en una falsa autonomía de la razón, incluso en ciertas cuestiones que hoy se agitan acerca del matrimonio. Es muy impropio de todo verdadero cristiano confiar con tanta osadía en el poder de su inteligencia, que únicamente preste asentimiento a lo que conoce por razones internas; creer que la Iglesia, destinada por Dios para enseñar y regir a todos los pueblos, no está bien enterada de las condiciones y cosas actuales; o limitar su consentimiento y obediencia únicamente a cuanto ella propone por medio de las definiciones más solemnes, como si las restantes decisiones de aquélla pudieran ser falsas o no ofrecer motivos suficientes de verdad y honestidad. Por lo contrario, es propio de todo verdadero discípulo de Jesucristo, sea sabio o ignorante, dejarse gobernar y conducir, en todo lo que se refiere a la fe y a las costumbres, por la santa madre Iglesia, por su supremo Pastor el Romano Pontífice, a quien rige el mismo Jesucristo Señor nuestro.
(Encíclica Casti Connubii, nn. 103-104)
Papa Pío XII
Puesto que la llamada misión jurídica de la Iglesia y la potestad de enseñar, gobernar y administrar los sacramentos deben el vigor y fuerza sobrenatural, que para la edificación del Cuerpo de Cristo poseen, al hecho de que Jesucristo pendiente de la Cruz abrió a la Iglesia la fuente de sus dones divinos, con los cuales pudiera enseñar a los hombres una doctrina infalible y los pudiese gobernar por medio de Pastores ilustrados por virtud divina y rociarlos con la lluvia de las gracias celestiales.
[…]
Hállanse, pues, en un peligroso error quienes piensan que pueden abrazar a Cristo, Cabeza de la Iglesia, sin adherirse fielmente a su Vicario en la tierra. Porque, al quitar esta Cabeza visible, y romper los vínculos sensibles de la unidad, oscurecen y deforman el Cuerpo místico del Redentor, de tal manera, que los que andan en busca del puerto de salvación no pueden verlo ni encontrarlo.
[…]
Él [Cristo] infunde en los fieles la luz de la fe: El enriquece con los dones sobrenaturales de ciencia, inteligencia y sabiduría a los Pastores y a los Doctores, y principalmente a su Vicario en la tierra, para que conserven fielmente el tesoro de la fe, lo defiendan con valentía, lo expliquen y corroboren piadosa y diligentemente; El, por fin, aunque invisible, preside e ilumina a los Concilios de la Iglesia.
(Encíclica Mystici Corporis, n. 16, 17, 50)
Madre Iglesia, católica, romana, que se ha mantenido fiel a la constitución recibida de su Divino Fundador, que aún se mantiene firme en la solidez de la roca sobre la cual la erigió su voluntad, posee la primacía de Pedro y su legítimos sucesores la garantía, garantizada por las promesas divinas, de mantener y transmitir inviolable y en toda su integridad durante siglos y milenios hasta el fin de los tiempos, toda la suma de verdad y gracia contenida en la misión redentora de Cristo.
(Alocución al Consistorio, 2 de junio de 1944)
En la tempestad de los acontecimientos terrenales, y a pesar de la deficiencia y la debilidad que pueden oscurecer su brillo a nuestros ojos, [la Iglesia] tiene la seguridad de permanecer imperturbablemente fiel a su misión hasta el final de los tiempos.
(Alocución a los Cardenales, 24 de diciembre de 1944.)
El Papa tiene las promesas divinas; incluso en sus debilidades humanas, es invencible e inquebrantable; él es el mensajero de la verdad y la justicia, el principio de la unidad de la Iglesia; Su voz denuncia errores, idolatrías, supersticiones; condena las iniquidades; Él hace que la caridad y la virtud sean amadas.
(Discurso Ancora Una Volta, 20 de febrero de 1949)
Ni puede afirmarse que las enseñanzas de las encíclicas no exijan de por sí nuestro asentimiento, pretextando que los Romanos Pontífices no ejercen en ellas la suprema majestad de su Magisterio.
Pues son enseñanzas del Magisterio ordinario, para las cuales valen también aquellas palabras: El que a vosotros oye, a mí me oye; y la mayor parte de las veces, lo que se propone e inculca en las Encíclicas pertenece ya —por otras razones— al patrimonio de la doctrina católica.
(Encíclica Humani Generis, n. 20)
Esta es la hermosa enseñanza católica sobre el papado. No puede ser rechazada sin abandonar la fe y, por tanto, la Iglesia.
Como el Papa Benedicto XV (1914-1922) enseñó:
“La fe católica es de tal índole y naturaleza, que nada se le puede añadir ni quitar: o se profesa por entero o se rechaza por entero: Esta es la fe católica; y quien no la creyere firme y fielmente no podrá salvarse”
(Encíclica Beatissimi, n. 24)
Cristianos Despertad
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