¿Quién se siente dispuesto a ayudar a las "chicas" autosuficientes de la imagen? ¿Quién puede imaginar recibir de ellas un consejo lleno de seriedad, deliberación y serena elevación del alma?
Uno de los efectos más deplorables del neopaganismo naturalista, igualitario y sensual de nuestros tiempos es la degradación de la vejez "embelleciéndola" con apariencias de juventud y "realzando" a la mujer induciéndola a hacer alarde de una audacia en sus modales y un aire de independencia propio de los hombres.
Arriba tenemos a tres damas "modernas" que ya han alcanzado una edad madura... una edad muy madura. En conjunto, hay algo masculino en ellas -una robustez, una autosuficiencia, un aire de imponer la propia voluntad, una prominente autoafirmación en público, una euforia bulliciosa y triunfante- que de algún modo recuerda al hombre hinchado que se ha hecho rico a sí mismo y al que le gusta presumir... cuanto más, mejor.
La dama del centro lleva en la cabeza un elaborado conjunto de flores y cintas de colores brillantes. La de la izquierda adorna su cabello con una fantástica fuente de plumas en cascada destinadas a revolotear ante la menor ráfaga de viento o el más mínimo movimiento de cabeza.
En resumen, todo lo que en este cuadro puede calificarse de típicamente "moderno" tiende a despojar a la vejez de sus auténticos encantos y sustituirla por falsos atractivos.
¡Qué encantadoras eran las ancianas de décadas pasadas! ¡Cuánta confianza y respeto inspiraban! No disimulaban su decrepitud física ni se avergonzaban de ella, porque sabían que, más allá de la apariencia exterior de un deterioro natural, brillaba el apogeo moral de un alma que había alcanzado la plenitud de su valor.
¿Quién se siente dispuesto a ayudar a las "chicas" autosuficientes de la imagen? ¿Quién puede imaginar recibir de ellas un consejo lleno de seriedad, deliberación y serena elevación del alma?
¡Oh, aquellos afables, solícitos y sabios consejeros que en cada familia fueron el abuelo y la abuela de antaño, sin tener más placeres que los del hogar ni otras preocupaciones sino meditar sobre la vida y prepararse para la muerte!
Meditar sobre la vida, sus vanidades y sus ilusiones, prepararse para la muerte: la vejez es por excelencia la estación adecuada para ello. Sin embargo, la Iglesia aconseja que todos sus hijos lo hagan. Así, ella forma las almas de tal manera que incluso los jóvenes no deben tener aires de frívola indiferencia y exuberancia ilimitada, sino que deben irradiar las virtudes que normalmente alcanzan su cúspide en la vejez.
En resumen, todo lo que en este cuadro puede calificarse de típicamente "moderno" tiende a despojar a la vejez de sus auténticos encantos y sustituirla por falsos atractivos.
¡Qué encantadoras eran las ancianas de décadas pasadas! ¡Cuánta confianza y respeto inspiraban! No disimulaban su decrepitud física ni se avergonzaban de ella, porque sabían que, más allá de la apariencia exterior de un deterioro natural, brillaba el apogeo moral de un alma que había alcanzado la plenitud de su valor.
¿Quién se siente dispuesto a ayudar a las "chicas" autosuficientes de la imagen? ¿Quién puede imaginar recibir de ellas un consejo lleno de seriedad, deliberación y serena elevación del alma?
¡Oh, aquellos afables, solícitos y sabios consejeros que en cada familia fueron el abuelo y la abuela de antaño, sin tener más placeres que los del hogar ni otras preocupaciones sino meditar sobre la vida y prepararse para la muerte!
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Meditar sobre la vida, sus vanidades y sus ilusiones, prepararse para la muerte: la vejez es por excelencia la estación adecuada para ello. Sin embargo, la Iglesia aconseja que todos sus hijos lo hagan. Así, ella forma las almas de tal manera que incluso los jóvenes no deben tener aires de frívola indiferencia y exuberancia ilimitada, sino que deben irradiar las virtudes que normalmente alcanzan su cúspide en la vejez.
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