lunes, 10 de junio de 2024

TRANSFIGURACIÓN DE JESUCRISTO

Cuando nos parezca abrumador el peso de nuestra cruz de cada día, dirijamos la mirada hacia el Tabor, y aprendamos de Jesús la ciencia del amor.


VI

TRANSFIGURACIÓN DE JESUCRISTO

1. Narración. El Evangelio de hoy nos refiere que Jesús, llevando consigo a Pedro, Santiago y Juan, subió al monte Tabor para orar, y allí se transfiguró ante ellos, mostrándoles la gloria y el esplendor de su divinidad. La ley mosaica y los Profetas, representados por Moisés y Elías, vinieron a rendir homenaje al Divino Mesías, a quién habían anunciado 15 siglos antes, profetizando el gran misterio de la Redención, que había de realizarse en breve.

En las delicias de aquel anticipo de la bienaventuranza eterna, contemplando extático los fulgores de aquella gloria divina, Pedro exclamó: "¡Señor, bueno es estarnos aquí" (Mat. 18:4).

2. Tendencia al placer y la felicidad. ¡Pobre y frágil naturaleza humana! ¡Tanto te atraen el placer y la gloria que, por tu gusto, nunca descenderías del refulgente Tabor! ¡Quisieras tener el cielo en la tierra, con todo el esplendor de la eterna y perfecta bienaventuranza! ¡Tus fervorosas plegarias no tienen otro fin, ni se dirigen a otro blanco que a ese dorado sueño de felicidad! Jamás te conformas con cambiar, siquiera por un momento, las dulces alegrías y las radiantes luces del Tabor, por las negras tinieblas y terribles dolores del Calvario. Criada para ser feliz, te cuesta resignarte a sufrir.

3. Lecciones bien diferentes del Maestro. ¡Más, ay, cuán diferentes son las flexiones del Maestro! Contempla su vida humilde y mortificada, y echarás de ver que para treinta y tres años de Calvario es bien poca cosa una hora de Tabor. Y aún en los esplendores de aquella gloria celeste, en su corazón amantísimo flotaba, más atormentadora todavía, la lenta agonía de su dolorosa Pasión. Bien recordaba que era "preciso que Cristo padeciese y muriese para entrar así en la gloria". Y si quiso mostrar a los tres discípulos el esplendor de la divinidad acá en la tierra, fue para que en la fe se confortasen, y para que este recuerdo los consolase cuando hubieren de verlo postrado en agonía, en Getsemaní, cual víctima expiatoria de los pecados de la humanidad. No quiso, sin embargo, que se propagase la noticia de aquella gloria, hasta que se hubiese realizado su holocausto.

4. Tal es el verdadero amor. Siempre es así el verdadero amor: vive de sacrificios, y se conforta en el dolor; cual delicada flor, que despliega sus galas entre espinas, se alimenta de llanto y se vigoriza con las privaciones. Noble y generoso, nunca se siente tan feliz como cuando puede, de grada en grada, elevarse hasta la sublime cuna de la abnegación suprema. ¿Qué mayor prueba de amor puede ofrecerse a un amigo que dar por él su vida en holocausto? Esa prueba nos la dio Jesús. ¡Su amoroso corazón ardía en la sed de esa inmolación suprema, suspirando por ella desde toda la eternidad! Desde la cima radiante del Tabor, contemplaba con vivo deseo el sangriento patíbulo del Calvario, bien así como, desde las alturas de su gloria celestial, descendió misericordioso y solícito al abandono humillante del Tabernáculo, sediento de amor y anhelante de sacrificio.

Cuando nos parezca abrumador el peso de nuestra cruz de cada día, dirijamos la mirada hacia el Tabor, y aprendamos de Jesús la ciencia del amor. Entonces veremos cómo al influjo suave de esa divina caridad, se volverán blancas nuestras vestiduras y nuestro rostro resplandecerá de alegría y de ventura. Entonces sonreiremos ante el dolor, y recibiremos gozosos la sementera abundante de gracias que Jesús va derramando en los surcos profundos de nuestra alma, cavados por las amarguras de la vida.

Entonces veremos germinar, fecundizada por el rocío de nuestras lágrimas penitentes y resignadas, la admirable flora de virtudes y de amor. Entonces habrá llegado para nosotros la hora radiante del Tabor, y en medio de las dulzuras de esa divina transfiguración, podremos exclamar como el apóstol San Pablo: "Estoy rebosando de gozo en medio de mis tribulaciones" (II Cor. 7:4)

Y como San Pedro exclamaremos jubilosos: ¡"Señor, bueno es estarnos aquí"! (Mar 17:4)





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