martes, 16 de septiembre de 2025

LA CONJURACIÓN ANTICRISTIANA: LA MASONERÍA EN EL SIGLO XVIII

Voltaire fue uno de los primeros y más poderosos agentes de la Revolución.

Por Monseñor Henri Delassus (1910)


CAPÍTULO XI

LA MASONERÍA EN EL SIGLO XVIII

I. - LOS ENCICLOPEDISTAS

Voltaire fue uno de los primeros y más poderosos agentes de la Revolución.

Esta se propuso, como hemos dicho —y en esto seguimos a Haller, León XIII y muchos otros, y más aún, sus propios designios— la aniquilación de toda religión y el derrocamiento de toda autoridad. Voltaire se encargó de la primera parte de este programa, si no en su totalidad, al menos en su parte más elevada, la aniquilación de la religión de Cristo.

¿Concibió este proyecto por sí mismo o se lo sugirieron? Condorcet no lo dice, pero nos da esta información: “Fue en Inglaterra donde Voltaire juró consagrar su vida a este proyecto; y mantuvo su palabra” (1).

¿Hizo esta promesa en su fuero íntimo o se la hizo a los conspiradores? Esta última suposición parece la más verosímil. 
Fue en Inglaterra”, dice Condorcet. Ahora bien, en su primer viaje a ese país (1725-1728), Voltaire fue recibido como francmasón en una de las sociedades descritas por Toland en su Pantheisticon dedicado a los Lectori Philometho et Philaleti (Esta denominación, Filaletes, será la de una de las logias de París más avanzadas en el movimiento revolucionario). Durante esos tres años de estancia en suelo inglés, Voltaire llevó la vida de un rosacruz siempre errante y siempre oculto.

Aquí ya no estamos en la oscuridad insuperable de los primeros tiempos de la masonería; estamos, como observa Claudio Jannet, en un terreno histórico perfectamente seguro. Es la época del viaje de Voltaire a Inglaterra y de su iniciación en la masonería por parte de los ingleses, que se remonta a la fundación de las primeras logias en Francia, al menos de aquellas constituidas para preparar la Revolución (2). Fueron establecidas por los ingleses, y en las ciudades donde las relaciones con ellos eran frecuentes. Tales fueron las de Dunkerque y Mons, en 1721; París, en 1725; Burdeos, en 1732; Valenciennes, en 1735; El Havre, en 1739 (3).

Inglaterra siempre tuvo una gran participación en las revoluciones del continente y siempre supo sacar gran provecho de ello. La Revolución Francesa destruyó nuestra flota, nos hizo perder las colonias y garantizó a Inglaterra el imperio de los mares, del que disfruta desde entonces (4). La mano de Inglaterra también se percibió en la revolución que Rusia sufre actualmente.

A Voltaire se unieron inicialmente d'Alembert, Federico II y Diderot. Voltaire era el jefe de la conspiración; d'Alembert, su agente más astuto; Federico, el protector, a menudo el consejero; Diderot, el hijo pródigo. Los cuatro estaban imbuidos de un profundo odio hacia el cristianismo: Voltaire porque envidiaba al divino Autor y a todos aquellos a quienes Él había dado gloria; d'Alembert porque había nacido con un corazón malvado; Federico porque solo conocía el catolicismo a través de sus enemigos; Diderot porque estaba loco por la naturaleza, con la que pretendía, al igual que los humanistas, sustituir el culto al Dios vivo. Arrastraron a un gran número de hombres de todas las clases a su conspiración.


De regreso a París, hacia 1730, Voltaire no ocultó su proyecto de destruir el cristianismo, contra el que ya había publicado tantos escritos. Hérault, teniente de policía, reprendiéndole un día por su impiedad, le dijo: 
Os esforzáis en vano, a pesar de lo que escribís, nunca conseguiréis destruir la religión cristiana. Voltaire respondió: Ya lo veremos” (5). También decía: Estoy cansado de oírles repetir que doce hombres fueron suficientes para establecer el cristianismo, y deseo demostrarles que no se necesita más que uno para destruirlo” (6).

Pero lo que mejor muestra su intención es la palabra que se repite constantemente en su pluma y en sus labios. 
Todos los conspiradores -dice Barruel- tienen un lenguaje secreto, una contraseña, una fórmula ininteligible para los profanos, pero cuya explicación secreta desvela y recuerda sin cesar a los adeptos el gran objetivo de su conspiración. La fórmula elegida por Voltaire consistía en estas tres palabras: Aplastad a la infameLo que me interesa -escribía a Damilaville (7)- es la degradación de la infameComprometeos todos los hermanos a perseguir a la infame en voz alta y por escrito, sin darle un momento de descansoHaced, en la medida de lo posible, los esfuerzos más inteligentes para aplastar a la infame. Olvidamos que la principal ocupación debe ser aplastar a la infameNuestra situación es tal que somos la execración del género humano, si (en este esfuerzo) no contamos con el apoyo de las personas de bien (las personas de la alta sociedad). Es necesario, pues, tenerlos a todos, sin importar el precio: aplastad a la infame, os digo (8).

¿Cuál es esa infame que había que perseguir sin descanso, vilipendiar, aplastar, sin importar el precio y mediante los esfuerzos de todos los conspiradores?

En boca de Voltaire y de todos sus seguidores, estas palabras significaban constantemente: aplastad la religión que adora a Jesucristo. Abundan las pruebas de ello en su correspondencia. Aplastad a la infame, es deshacer lo que hicieron los Apóstoles; es combatir a Aquel a quien combatieron los deístas y los ateos; es perseguir a todo hombre que se declare por Jesucristo. Es el sentido que Voltaire da a estas palabras, y este sentido no es menos evidente en su pluma que en la de otros. El cristianismo, la secta cristiana, la “superstición 
cristícola, son sinónimos bajo la pluma de Federico. D'Alembert es más reservado en el uso de esta palabra, pero siempre la toma en el sentido que Voltaire le da. Los demás conspiradores no entienden de otra manera esta contraseña. No la encuentran lo suficientemente fuerte para expresar el voto diabólico que hay en sus corazones. La extensión que dan a su conspiración no debe dejar en la tierra el menor vestigio de la doctrina o el culto del divino Salvador.

Los conspiradores se reunieron completamente organizados en torno a Voltaire tras su estancia en Prusia, hacia finales de 1752.


El medio que consideraron preferible a cualquier otro para aplastar a los infames fue atacar la fe en las almas. 
Minando sordamente y sin ruido el edificio, escribía Federico a Voltaire, se le obliga a caer por sí mismo (29 de julio de 1775). Sin embargo, incluso en esto, d'Alembert advertía que había que ser prudentes y no querer ir demasiado rápido. Si la humanidad se ilumina -decía al observar el efecto producido por la Enciclopedia- es porque se ha tomado la precaución de iluminarla poco a poco.

Los conspiradores hacían de la Enciclopedia el depósito de todos los errores, de todos los sofismas, de todas las calumnias inventadas hasta entonces contra la Religión. Pero se había acordado que vertería el veneno de forma insensible. Se empleó un arte admirable para llegar a ese resultado. 
Sin duda -escribía d'Alembert a Voltaire- tenemos artículos malos (es decir, artículos ortodoxos) de teología y metafísica. Con censores teológicos y un privilegio, os reto a mejorarlos. Habrá menos artículos el día en que todo haya sido reparado (9). Sabían esperar el momento oportuno para insinuar esos artículos reparadores. Durante la guerra de los Parlamentos y los Obispos -había escrito Voltaire el año anterior a d'Alembert (13 de noviembre de 1756)- tendréis tiempo disponible para rellenar la Enciclopedia con verdades que no se atreverían a decir hace veinte años. Y a Damilaville: Deposito todas mis esperanzas en la Enciclopedia (10). De hecho, fue, en palabras de Diderot, un sumidero en el que una especie de traperos arrojaron mezcladas una infinidad de cosas mal recibidas, mal digeridas, buenas, malas, inciertas y siempre incoherentes; y esto porque, según él mismo, se pretendía insinuar lo que no se podía decir abiertamente sin provocar revueltas (11).

Mientras buscaban sacudir los fundamentos de la fe, los conspiradores trabajaban para hacer desaparecer a sus defensores, y ante todo a los religiosos. Fue el segundo medio que emplearon para alcanzar sus objetivos.

A partir de 1743, Voltaire fue encargado de una misión secreta junto al rey de Prusia, con el fin de secularizar los principados eclesiásticos.

En Francia no había electores eclesiásticos a los que despojar, pero sí Órdenes que suprimir. Los primeros en ser atacados fueron los jesuitas. Choiseul explicó el motivo de esta elección: 
Una vez destruida la educación que imparten, todos los demás cuerpos religiosos caerán por sí solos. Sabemos cómo llegaron a la supresión de los religiosos.

El tercer medio fue la propaganda. La correspondencia de estos conspiradores nos muestra cómo se informaban mutuamente de las obras que preparaban contra el cristianismo, de los frutos que esperaban y del arte con que se empleaban para garantizar el éxito. Las mandaban imprimir en su mayoría en Holanda, y cada mes aparecían nuevas.

Propaganda anticatólica: La Masonería, enterradora de la Iglesia

Para poder difundirlas, contaban con hombres poderosos en la corte, incluso ministros que sabían cómo silenciar la ley y favorecer este comercio impío. En reconocimiento a este extraño uso de la autoridad que se le había confiado, Voltaire exclamaba: 
¡Viva el ministerio de Francia! ¡Viva Choiseul! (12). Malesherbes, que era el superintendente de la librería, estaba de acuerdo con d'Alembert en cuanto a esta propaganda. En el desempeño de sus funciones, mostraba una parcialidad odiosa a favor de los enciclopedistas. Suprimía de los artículos de Fréron todo lo que pudiera molestar a su obra. Este hombre, guillotinado a los 70 años, había hecho todo lo que estaba en su mano para propagar las ideas por las que moriría y combatir aquellas que podrían haber salvado a la sociedad.

En su correspondencia, los conspiradores se felicitan por los éxitos obtenidos en Suiza, Alemania, Rusia, España e Italia. Lo que demuestra que, en su opinión, la conspiración confesada para destruir el cristianismo no se limitaba a Francia. Brunetière señala: 
La Enciclopedia era una obra internacional. En cuanto a Inglaterra, no les preocupa en absoluto; según ellos, está repleta de socinianos. En lo que respecta a Francia, Voltaire y d'Alembert lamentan los obstáculos que encuentran allí, a pesar de lo que acabamos de decir sobre la ayuda que encontraban en las clases altas de la sociedad. Donde no podían difundir escritos abiertamente impíos o licenciosos, publicaban otros cuyo objetivo era poner de moda grandes palabras como tolerancia, razón, humanidad, de las que la secta no dejó de hacer uso, fiel a la recomendación de Condorcet, que decía que las convirtieran en su grito de guerra (13).

Bertin, encargado de la administración del tesoro privado del rey, comprendió el peligro de esa propaganda y llamó la atención sobre los propagandistas. Vio qué libros difundían en sus campañas. Cuando los interrogó, le dijeron que esos libros no les costaban nada, que los recibían en paquetes, sin saber de dónde venían, con la única recomendación de venderlos en su camino al precio más módico posible. Los preceptores también recibían gratificaciones. En días y horas señalados, reunían a los obreros y campesinos, y uno de ellos leía en voz alta un libro que había servido para corromperlo a él mismo. Así se preparaban los caminos para la Revolución, incluso en las clases más bajas de la sociedad.

Las investigaciones que Bertin realizó para llegar a la fuente de esta propaganda lo llevaron a una oficina de preceptores, creada y dirigida por d'Alembert.

Esta oficina también se ocupaba de conseguir preceptores en las ciudades y colocar profesores en los colegios. Los adeptos, repartidos por todas partes, se informaban sobre las vacantes existentes, instruían a d'Alembert y a sus ayudantes y, al mismo tiempo, daban información sobre los que se presentaban para cubrirlas. Antes de enviarlos, se les trazaba la regla de conducta a seguir y las precauciones a tomar según los lugares, las personas y las circunstancias. Ya entonces la masonería libre había comprendido que nadie podía difundir mejor sus ideas, servir mejor a sus designios que el preceptor.

Propaganda masónica: Ensayemos la persuasión...

Para apoderarse del pueblo, se recurrió también a otros medios. Barruel señala particularmente el empleado por los que se autodenominaban 
economistas, porque se decían amigos del pueblo, preocupados por sus intereses, deseosos de aliviar su miseria y de hacer observar más orden y economía en la administración. La humanidad no está perdida. Sus obras -dice Barruel- están llenas de esos rasgos que anuncian la resolución de hacer suceder a la religión revelada una religión puramente natural. Como prueba, aporta el análisis que hizo de los economistas de Le Gros, preboste de Saint-Louis du Louvre.

Estos economistas habían convencido a Luis XV de que el pueblo del campo y los artistas de las ciudades se pudrían en una ignorancia fatal para ellos mismos y para el Estado, y que era necesario crear escuelas profesionales. Luis XV, que amaba al pueblo, acogió este proyecto con entusiasmo y se mostró dispuesto a utilizar sus propios recursos para fundar estas escuelas. Bertin lo disuadió. 
Hace mucho tiempo -dijo- que observaba las diversas sectas de nuestros filósofos. Comprendí que se trataba mucho menos de dar a los hijos del labrador y del artesano lecciones de agricultura que de impedirles recibir las lecciones habituales de catecismo o de religión. No dudé en declarar al rey que las intenciones de los filósofos eran muy diferentes de las suyas.

Bertin no se equivocaba. Barruel relata los temores y remordimientos que manifestó, tres meses antes de su muerte, un gran señor que había ejercido las funciones de secretario de ese club de 
economistasSolo admitíamos en nuestra sociedad a aquellos de quienes estábamos muy seguros. Nuestras asambleas se celebraban regularmente en el palacio del barón d'Holbach. Por miedo a que sospecharan de nuestro objetivo, nos llamábamos economistas. Tuvimos a Voltaire como presidente honorario y perpetuo. Nuestros principales miembros eran d'Alembert, Turgout, Condorcet, Diderot, La Harpe, Lamoignon, ministro de Justicia, y Damilaville, a quien Voltaire atribuye como rasgo principal de su carácter el odio a Dios. Para terminar de aclarar al rey, Bertin le reveló el significado de esas medias palabras Ecr. l'inf (14), con las que Voltaire terminaba gran parte de sus cartas. Añadió que todos aquellos que recibían cartas de Voltaire que terminaban con la horrible fórmula eran miembros del comité secreto o iniciados en sus misterios.

Este club se había fundado entre los años 1763 y 1766. En el momento en que estalló la Revolución, llevaba al menos veinticinco años trabajando para seducir al pueblo, con el pretexto engañoso de ayudarlo a aliviar sus males.

Propaganda masónica: Después de las elecciones...

Para alcanzar el gran objetivo de su conspiración, los sectarios consideraron que no bastaría con emplear los medios generales que acabamos de describir y a los que todos debían contribuir con un esfuerzo común. Asignaron a cada uno de ellos una tarea particular a la que se dedicaron más especialmente.

Voltaire se encargó de los ministros, los duques, los príncipes y los reyes (15). Cuando no podía acercarse personalmente al príncipe, lo rodeaba. Había colocado junto a Luis XV a un médico, Quesnay, que supo muy bien apoderarse de las ideas del rey, quien lo llamaba su 
pensador. Y el medio elegido por el pensador para imiscuirse en el espíritu del rey fue el empleado por los economistas: llamar su atención sobre lo que podía hacer feliz al pueblo.

D'Alembert se encargó de reclutar jóvenes adeptos. 
Procura -le escribía Voltaire- procura, por tu parte, esclarecer a la juventud tanto como puedas (15 de septiembre de 1762). Nunca se cumplió una misión con más habilidad, celo y energía. D'Alembert se erigió en protector de todos los jóvenes que llegaban a París con algún talento y algo de dinero. Los atraía con recompensas, premios y presidencias académicas sobre las que disponía más o menos soberanamente, ya fuera como secretario perpetuo o gracias a sus intrigas. Su influencia y sus maniobras en este sentido se extendían mucho más allá de París. Acabo -escribía a Voltaire- de ingresar en la academia de Berlín a Helvetius y al caballero Jaucourt. Prestaba especial atención a aquellos a quienes destinaba a formar a otros adeptos, confiándoles las funciones de profesores o preceptores. Consiguió colocarlos en todas las provincias de Europa y todos lo mantenían al tanto de la propaganda filosófica. He aquí, mi querido filósofo —escribía a Voltaire, en la alegría de su alma malvada— he aquí lo que se pronunció en Cassel el 8 de abril (1772), en presencia de Monseñor, el landgrave (16) de Hesse-Cassel, de seis príncipes del imperio y de la más numerosa asamblea, por un profesor de historia que yo le di a Monseñor, el landgrave. La pieza enviada era un discurso lleno de invectivas contra la Iglesia y el clero.

Era sobre todo junto a los jóvenes príncipes destinados a gobernar los pueblos donde importaba a los conspiradores colocar preceptores iniciados en los misterios.

Su correspondencia muestra la atención que prestaban a no descuidar un medio tan poderoso. Utilizaron todos los artificios para colocar junto al heredero de Luis XVI a un sacerdote dispuesto a inspirar sus principios al ilustre alumno, tal y como habían conseguido colocar al abad Condillac junto al infante de Parma (17) . Sin embargo, a los conspiradores no les fue dado ver el filosofismo sentado en el trono de los Borbones, como lo estaba en los tronos del Norte. Pero Luis XV, sin ser impío, sin poder ser contado entre el número de sus adeptos, no dejó de ser una de las grandes causas del progreso de la conspiración anticristiana. Lo fue por la disolución de sus costumbres y por la publicidad de sus escándalos. Además, Luis XV se rodeó o se dejó rodear de ministros sin fe, que mantuvieron relaciones íntimas con Voltaire y sus conspiradores.

Luis XV

Barruel dedica los capítulos XII a XVI de su primer volumen a mostrar los logros que obtuvieron entre las cabezas coronadas, los príncipes y princesas, los ministros, los grandes señores, los magistrados, los hombres de letras y, por último, ¡ay de nosotros! del clero (18). Es cierto que los conspiradores procedentes del cuerpo eclesiástico eran casi todos los que se llamaban 
abadías de la corte. Barruel rinde un merecido homenaje al conjunto del clero francés en vísperas de la Revolución. Elogia particularmente a los eclesiásticos que, con sus escritos, se esforzaron por frenar la corrupción de las mentes, tan ardientemente perseguida por los conspiradores.

Continúa...

Notas:

1) Condorcet. Vie de Voltaire.

2) Los masones (Liberi Muratorii) fueron condenados por primera vez por Clemente XII en 1738.

3) Fueron también los ingleses quienes establecieron las primeras logias en otros países. Sir George Hamilton, dignatario de la Gran Logia de Inglaterra, se encargó de Suiza. El conde Scheffer fue designado para Suecia; lord Chesterfield para Holanda; el duque d'Exter, Martin Folkes, para el Reino del Piamonte; el duque de Middlesex para el Gran Ducado de Toscana. El emisario enviado a Roma fue I∴ Martin Folkes; y el duque de Wharton recibió el mandato de masonizar España y Portugal.

4) Lacourt Gayet acaba de publicar en un volumen muy documentado el resumen de su curso en la Escuela Superior de Marina. En él vemos que, tras la época de Colbert, el reinado de Luis XVI fue el período más brillante de nuestro poderío marítimo. Durante los quince años que precedieron a la Revolución, pudimos, por primera y última vez hasta la fecha, situarnos como rivales de los ingleses en la posesión del imperio de los mares.

La Revolución estalla y los fenómenos de 
anarquía espontánea se manifiestan inmediatamente en los puertos de guerra. Desde antes de la reunión de los Estados Generales, los clubes y las municipalidades pretenden sustituir a la autoridad militar, que no tarda en verse radicalmente aniquilada. Las tripulaciones desertan. Se observa con frecuencia que los buques de guerra están equipados con un déficit de sesenta a cien hombres. No es necesario demostrar que Inglaterra se benefició enormemente de este desorden. ¿Colaboró directamente en ello? En una carta a uno de sus amigos, lord Granville confesó que el Gobierno británico tiene la costumbre de incitar y alimentar los desórdenes internos en territorio francés. Por su parte, lord Mansfield declaró en el Parlamento que el dinero gastado en fomentar una insurrección en Francia estaría bien empleado.

Más recientemente, en 1899, cuando Inglaterra estaba inmersa en la guerra del Transvaal, el hijo del ministro de Colonias, Chamberlain Filho, decía en una correspondencia íntima publicada por Le Jura de Porrentruy: 
Además de las garantías del Gobierno francés, estamos protegidos contra todas las represalias de Fachoda debido a los acontecimientos internos que se desarrollarán en Francia. Si no podemos contar con el affaire Dreyfus, que está agotado; si el proceso en el Tribunal Supremo no parece crear suficiente sensación como para absorber la atención de la nación, sabemos que, a partir de la reapertura del Parlamento de París, el Gobierno introducirá, con el apoyo de la mayoría, diferentes proyectos de ley contra los católicos que, por su violencia, podrán sumir a Francia en un estado de extrema sobreexcitación y desviar la atención de los franceses del sur de África. Mi padre solo marchó después de recibir todas las garantías por parte de Francia. ¿Cómo explicar tal certeza y tal complicidad, si no es a través del acuerdo y la acción de las sociedades secretas internacionales?

5) Condillac. Vie de Voltaire.

6) Ibid.

7) Carta del 15 de junio de 1762.

8) Cartas a Damilaville, d'Alembert, Thercot y Saurin.

9) Carta del 24 de julio de 1757.

10) Carta del 23 de mayo de 1764.

11) La Enciclopedia tuvo una tirada de 4200 ejemplares, en 35 volúmenes in-folio. El proceso de difusión se llevó a cabo con todo el cuidado y el éxito posibles. Los libreros ganaron un 500 %. Era una especie de revista cuya publicación duró veinte años.

12) Carta a Marmontel, 1767.

13) Esquisse du tableau historique des progrès. Época 9.

14) 
Ecrasez l'infame - Aplastad a la infame. (N. del T.)

15) E. J. F. Barbier, abogado del Parlamento de París, manejó un 
Journal historique et anecdotique du règne de Louis XV, publicado por la Sociedad de Historia de Francia, según el manuscrito inédito de la Biblioteca Nacional, por A. de la Villegille (París, Jules Renouard et Cie., rue de Tournon, 6, MDCCCXLIX. Allí se ve cómo los príncipes eran especialmente buscados por los jefes de la masonería: Nuestros señores de la Corte han inventado muy recientemente una orden llamada los Frimasons, a ejemplo de Inglaterra, en la que también hay diferentes órdenes particulares y no tardaremos en imitar a los impertinentes extranjeros. En esta orden estaban inscritos algunos de nuestros secretarios de Estado y varios duques y señores. No se sabe nada sobre los estatutos, las reglas y el objetivo de esta nueva orden. Se reunían, recibían a nuevos caballeros, y la primera regla era un secreto inviolable sobre todo lo que sucedía. Dado que este tipo de asambleas secretas son muy peligrosas dentro de un Estado, al estar compuestas por señores, sobre todo en las circunstancias del cambio que acaba de producirse en el ministerio, el cardenal Fleury entendió que debía reprimir esta orden de caballería en su nacimiento, y prohibió a todos estos señores reunirse y mantener este tipo de capítulos”. T. II, marzo de 1737, p. 448).

En 1738, salió a la luz en Dublín un libro que la F.-M. publicó especialmente para Francia. El título es: Relation apologique et historique de la Société des Francs-Maçons, por S.G.D.M.F.M. Esta apología fue condenada por la Santa Sede en febrero de 1739. Clemente XII acababa de promulgar la primera bula papal contra la F∴ M
; el cardenal Fleury había dado al jefe de policía Hérault la orden de investigar las asambleas de los masones y, el 14 de septiembre de 1737, una sentencia de la policía prohibió sus reuniones. La atención de los poderes espiritual y temporal se centró en la secta. El poder civil, que tenía en sus manos los medios de coacción, no supo llegar hasta el final.

16) Título o dignidad de algunos príncipes alemanes. (N. del T.)

17) El gran duque Nicolás Mijáilovich de Rusia acaba de publicar un libro, el conde Paul Stroganow. Stroganow fue confiado por su familia al cuidado del futuro convencional y regicida Romme, al igual que Alejandro I, de quien se convirtió en amigo y consejero, tuvo como preceptor al ilustrado La Harpe. Romme llevó a su alumno a Francia y no le dejó faltar a una sola sesión de la Constituyente, 
la mejor escuela de derecho público. En enero de 1790, Romme funda un club, la Sociedad de los Amigos de la Ley, al que hace entrar a su alumno, al que da inmediatamente el nombre de Paul Otcher. El 7 de agosto de 1799, Paul Octher es recibido como miembro del club de los jacobinos. Catalina, advertida por su embajador, llama entonces a Stroganow, que debe regresar a Rusia.

18) El I
 J. Emile Daruty incluyó en una de sus obras una Lista de los Oficiales y Miembros del Gran Oriente de Francia en 1787.

Esta lista incluía: 1 príncipe de sangre: el duque de Orleans, Gran Maestre; 2 duques: el duque de Luxemburgo, Administrador General; el duque de Crussol, Gran Conservador de la Orden en Francia; trece padres, religiosos: Oficial Honorario: Pingré (abad Alexandre Guy), miembro de la Real Academia de Ciencias, bibliotecario de la Abadía de Santa Genoveva; - Oficiales en ejercicio: Beaudeau (abad), preboste mitrado de Vidzini, vicario general y plenipotenciario del Príncipe Obispo de Vilna; Coquelin (abad), canónigo de la iglesia Real de Santo Aubin, de Crespy en Valois; - Sauvine (abad); - Vermondans (abad), capellán del rey!!!. - Diputados no dignatarios: Baudot, religioso benedictino. - Bertolio (abad Antoine René Constance), sustituto del Gran Maestre del Rito Escocés Filosófico en 1776. - Champagne (abad Jean François), profesor fundador del Colegio Luis el Grande; - Expilly (abad Jean Joseph d'); - Guessier de la Garde de Longpré, sacerdote, doctor en teología; - Le Febvre (abad), fiscal general de la Abadía Real de Santa Genoveva; - Robin, religioso benedictino; uno de los fundadores de la logia Las Nueve Hermanas, de la que aún formaba parte en 1806, y Tavernier (abad), canónigo de la iglesia de Meaux (op. cit., pp. 161 a 169, inclusive).

No deja de ser interesante señalar que el capellán de Luis XVI, abad de Vermondans, era en 1787 oficial del Gran Oriente de Francia. El desafortunado monarca estaba, pues, rodeado por todas partes de francmasones, esos francmasones que se habían unido a los ilustrados, como veremos más adelante, para votar su muerte en la Convención de Wilhelmsbad.

 

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