16 de Septiembre: San Cipriano, Obispo y mártir
(✞ 258)
El santísimo Obispo, sapientísimo Doctor y fortísimo Mártir de Jesucristo, San Cipriano, fue de nacionalidad africana y de ilustre sangre, pues su padre era hombre muy poderoso, senador nobilísimo, y obtuvo en Cartago la dignidad primera de aquel orden.
Desde su niñez, Cipriano se dio a las letras humanas y a la elocuencia y filosofía, y enseñó retórica con grandes loas y fama.
Más, como era gentil, cayó en todos los vicios y liviandades de los mozos paganos, hasta que se casó y tuvo hijos.
Entonces trabó amistad con un santo presbítero llamado Cecilio, el cual con su ejemplo y doctrina le persuadió que se hiciese cristiano, y él lo hizo, con tan particular conocimiento de la merced que recibía de Dios por medio de Cecilio, que siempre lo reverenció como a padre de su alma y maestro de su nueva vida.
El mismo día que se bautizó con el beneplácito y consentimiento de su mujer, se apartó de su compañía, y dejando a ella y a sus hijos todo lo que habían de necesitar para su sustento, repartió sus grandes riquezas a los pobres y comenzó a hacer una vida perfectísima, y a enseñar una doctrina alta y admirable que no parecía sino haberla recibido del cielo.
Porque tras bautizarse, comenzó a pensar y hablar como excelentísimo teólogo, y aunque el mismo decía que procuraba cortar de raíz la elocuencia y el ornato de palabras, sus escritos causan admiración a los grandes maestros.
Fue elegido presbítero de Cartago por aclamación de todo el clero y el pueblo, y poco después, habiendo muerto el Obispo Donato, a una voz escogieron al santo como sucesor en aquella cátedra, sacándolo del retiro en el que se había ocultado.
No se puede fácilmente decir cuán admirablemente resplandeció como antorcha clarísima de la Iglesia africana.
Se hacia amar, temer y reverenciar por todos, y en una terrible pestilencia, en la que los gentiles desamparaban a sus enfermos y huían de Cartago, el santo les visitaba y socorría, convirtiendo gran numero de ellos a la fe de Jesucristo.
Escribió entre otros muchos libros un tratado sobre la unidad de la Fe y otro acerca de la modestia con que habían de vestirse las vírgenes y también una elocuentísima exhortación al martirio.
Habiéndose levantado una terrible persecución que había anunciado el santo, en la cual deseaba morir por la Fe, no pudo alcanzarlo, a pesar de que en el anfiteatro no se oían más que gritos de los idólatras que clamaban: ¡Cipriano a los leones!
Ellos pensaban triunfar sobre los fieles con la muerte del santo Obispo, pero alguien le aconsejó a Cipriano que se escondiese, como lo hizo por el bien de su Iglesia.
Más tarde, se renovó nuevamente la persecución, y entonces, el santo Obispo fue llamado por el tirano Galerio Máximo. Él se presentó ante el tribunal, y a todas las preguntas que le hizo, contestó:
- Soy cristiano y me glorío de serlo.
Juzgando el procónsul que no era conveniente dilatar el martirio del santo prelado, mandó que ese mismo día le cortasen la cabeza.
Reflexión:
A pesar de ser San Cipriano tan sabio y santo Obispo, cayó en un error creyendo que era inválido el Bautismo, siempre que fuese administrado por herejes; en ello creía seguir la Tradición de la Iglesia africana en tiempo en que nada había definido. “Permitió Dios -dice San Agustín- que por el entendimiento humano que es limitado, Cipriano errase para que conociésemos que la infalibilidad no es privilegio de los Doctores esclarecidos, sino de las decisiones de la Iglesia, y de su cabeza visible que es el vicario de Cristo”.
Oración:
Asístenos, Señor, con tu gracia en la festividad del bienaventurado mártir y pontífice San Cipriano, para que su poderosa intercesión nos haga agradable a tu Divina Majestad. Por Jesucristo, Nuestro Señor. Amén.
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