Por Monseñor de Segur (1820-1881)
Pues si no has de creer más que lo que entiendes, ya puedes irte preparando a no creer en cosa ninguna, porque empezando por lo que pasa en ti mismo, ni sabes por qué te pasa así y no de otro modo, ni sabes tampoco cómo pasa. Ya antes de ahora te he indicado algo de esto. ¿Entiendes tú qué cosa es ver, qué cosa es oír, y por qué no ves con los oídos y no oyes con los ojos? ¿Qué es el viento, de dónde sale, por qué deja, y cómo deja de correr? ¿Qué es el frío, qué es el calor? ¿Qué es dormir, y en qué consiste que teniendo tus oídos tan abiertos cuando duermes como cuando estás despierto, no oyes nada mientras duermes? ¿Por qué te despiertas? ¿Cómo sucede tu despertar? ¿Por qué una cosa es negra y otra blanca? ¿Qué es lo negro, qué es lo blanco?
¿Crees tú que vives? No me dirás que no. ¿Y qué es vivir? ¿En qué consiste que te morirías si no comieras? ¿Y qué es morir?
Estas y otras muchas preguntas de la misma especie pudiera estar haciéndote un año entero, de cosas que tú, no solamente crees, sino que no puedes dejar de creer, y que, sin embargo, ni las entiendes ni las puedes llegar a entender, si el mismo Dios no te las explica.
Es decir, hijito, que bien mirada la cosa, para nosotros los hombres, no solamente son misterios las verdades que la Religión nos propone, sino que es misterio todo lo que vemos, y todo lo que pasa en nosotros y fuera de nosotros, pues misterio llamamos a todo aquello que sabemos que es, que existe, que sucede; pero que no sabemos ni cómo es, ni como existe, ni cómo sucede. El ver es un misterio para nosotros, pues aunque sabemos que vemos, no sabemos cómo sucede que con ese par de bolitas negras que llamamos ojos, alcancemos, no solo lo que está cerca de nosotros, sino lo que se halla puesto a millones de leguas, como son las estrellas del cielo.
Y si no entiendes estos misterios que tienes tan cerca de ti y aún en ti mismo, sin que dejes de creerlos porque no los entiendas, ¿qué razón hay para que dejes de creer los altísimos y profundísimos misterios que la Religión nos propone?
Estos misterios de la Religión, hijito, se pueden comparar al sol; nadie ve lo que hay dentro de él, y él, sin embargo, nos sirve para que con su luz veamos todas las cosas que podemos ver. Pues esto mismo sucede con los misterios de la Religión: ninguno de los hombres los entendemos ni podemos penetrarlos; pero ellos nos sirven de luz y de guía para que entendamos todas las cosas que podemos entender. Y aún siguiendo la comparación, te diré que, así como la luz del sol nos deslumbra y ciega si nos empeñamos en mirarla de hito en hito, del propio modo la luz y la guía que nos dan los misterios de la Religión empieza a faltarnos desde que, necios y orgullosos, nos empeñamos en ahondar en ellos.
Pero aquí te oigo ya preguntarme: “Si estoy obligado a creer lo que no entiendo, ¿para qué me ha dado Dios el entendimiento? Bastaba que me hubiese dado la fe, que es la que sirve para creer lo que no se entiende”.
Vamos por partes. En primer lugar, tú conoces que, para creer una cosa, necesitamos ante todo saber qué cosa es la que vamos a creer, pues nadie puede creer ni dejar de creer lo que no sabe que existe. Tú crees que hay Dios, porque antes de creerlo has sabido que lo hay; pero no has podido creerlo sino después que lo has sabido; pues mientras no lo supieras, ni podías creerlo ni dejar de creerlo. Ahora bien; para saber una cosa es menester entenderla, y no puedes decir que la sabes hasta que la entiendes. Te lo explicaré mejor con un ejemplo.
Figúrate que traen a un hombre que no sabe que hay Dios, que en su vida ha oído hablar de Dios ni pronunciar su nombre. Quieres tú sacar a este hombre de su ignorancia, y le dices: “Oiga usted, amigo, sepa usted que hay Dios”. Pero él te preguntará entonces: “Y qué es eso? No entiendo lo que usted me quiere decir”. “Hombre -le replicarás tú- todo lo que ve usted en el mundo, la tierra, el mar, las estrellas y todas las cosas, han sido criadas por un Ser que todo lo puede; y este Ser omnipotente, Criador de todas las cosas, es Dios”. “Ah, ya le entiendo a usted. ¿Con que eso es Dios?”.
Es decir, que nuestro hombre no ha sabido que había Dios hasta que ha entendido qué cosa era lo que tú le querías decir al decirle que hay Dios.
Una vez entendido por este hombre lo que tú le quieres decir, puede él ya pensar para sí mismo de esta o parecida manera: “Si, si, ya entiendo, ya sé que hay Dios, es verdad; todo esto que yo veo en el mundo, alguien lo ha de haber criado; y quien lo haya criado, debe poderlo todo. Si, sin duda, hay Dios: creo en Dios”.
Ya tenemos a nuestro hombre creyendo. ¿Qué ha necesitado para creer? Saber. Y ¿qué ha necesitado para saber? Entender. Ha necesitado entendimiento para enterarse de la existencia de la tierra, del mar y del cielo; lo ha necesitado para discurrir que las cosas no se hacen ellas solas, sino que alguien las hace; lo ha necesitado para comprender que el primero que hizo todas las cosas debe ser Todopoderoso. Y a consecuencia de entender este hombre todas estas cosas, ha llegado a entender que hay Dios: desde que lo ha entendido lo ha sabido, y lo ha creído después de saberlo.
¿Comprendes ahora para qué nos ha dado Dios el entendimiento? ¿Comprendes cómo la fe sería imposible sin el entendimiento, y por qué Dios no te ha dado la fe sola?
Pero este entendimiento que Dios nos ha dado tiene una medida de la que no puede pasar, como la tienen todas las cosas del hombre, como la tiene su vista, como la tiene su fuerza. La vista del hombre alcanza adonde alcanza y no más; lo mismo sucede con su fuerza, y lo mismo con su entendimiento; y así como sus ojos no pueden verlo todo, ni puede dominarlo todo con su fuerza, tampoco puede entenderlo todo con su entendimiento.
Y dime tú ahora, ¿sería racional que un hombre creyera que no había en el mundo más cosas que ver que las que él hubiese visto y las que alcanzase con su mirada? ¿No tendrías por un mentecato al que te dijera que ninguna cosa tiene mayor peso que el que alcanzase él a levantar con su fuerza? Pues considera ahora cuán grande es la tontería del que no quiere creer más verdades que las que él alcanza con su entendimiento.
Pues si hay muchas verdades que el hombre no alcanza con su entendimiento, hay siempre una cosa que alcanza de seguro, y es: a encontrar racional, juicioso y conveniente, y digno de ser creído, aquello mismo que la fe manda creer sin entenderlo. Te explicaré más esto. Los hombres creemos una cosa, o porque la vemos por nosotros mismos, como creemos en el sol, o porque, aunque no la veamos, tenemos señales fijas para conocer que existe, como creemos que hay fuego donde vemos salir humo, o porque nos lo dicen personas en tan grande número y tan respetables para nosotros, que sería locura no creerlas. De esta última manera creemos que existen los países que no hemos visto y las personas a quienes no hemos conocido.
De las tres maneras de creer, las dos últimas son las que un hombre racional tiene para creer los misterios de la Religión. No cree estos misterios porque los vea con sus ojos o los penetre con su entendimiento; pero los cree, primeramente porque sabe que se los ha enseñado Dios mismo, el cual no puede engañarse ni engañarnos a nosotros; y, además, porque con su entendimiento ve cuán conformes están con la razón estos misterios que Dios le ha enseñado.
Por consiguiente, hijito, la fe con que creemos los misterios de la Religión no es una cosa que tenemos así a tontas y a locas, sino que es el obsequio más racional que un hombre puede tributar a Dios. Jamás con el entendimiento llegaremos a saber cómo son los misterios que la Religión nos propone, y por eso necesitamos la fe; pero podemos saber y sabemos con nuestro entendimiento que son tales como se nos proponen, y que así deben ser.
Tú no comprendes con tu entendimiento como Jesucristo puede ser hombre y Dios a un mismo tiempo; pero comprendes que, habiendo venido al mundo para redimir a los hombres, y habiendo de morir para redimirlos, era necesario que fuese hombre para que muriera, pues en cuanto Dios no podía morir; era necesario que fuese Dios para que nos redimiera, pues solo un Dios habría tenido el poder y amor bastantes para ello. Aquí, pues, te sirve tu entendimiento para comprender, no el cómo Jesucristo es Dios sin dejar de ser hombre, y hombre sin dejar de ser Dios, sino para comprender que ha debido ser así.
Una vez comprendido que ha debido ser así, te falta saber si ha sido, y para esto te sirve igualmente tu entendimiento. Te sirve para entender a la Iglesia cuando te lo propone; te sirve para averiguar que la Iglesia lo sabe de boca del mismo Jesucristo; te sirve para conocer que este Jesucristo, de quien lo sabe la Iglesia, dijo y obró tales cosas en el mundo como solo un Dios podría obrarlas, y te sirve, por consiguiente, para saber que Jesucristo es Dios. Y como con tu entendimiento sabes que Dios, en cuanto es soberanamente sabio, no puede engañarse, y en cuánto es soberanamente bueno no puede engañarte, ya sabes que cuanto ha dicho Jesucristo, como dicho por el mismo Dios, es y no puede menos de ser verdad.
Pero aquí pudieras tú preguntarme: “Si todo eso puedo yo hacer con mi entendimiento, ¿para qué necesito la fe?” Es muy sencillo; porque después y todo de haber comprendido con tu entendimiento que una cosa es y que ha debido ser, todavía, si te quedas sin saber cómo es, tu espíritu se resiste a creerlo. El orgullo natural de los hombres les hace resistirse contra todo lo que es superior a su razón y entendimiento, y justamente para vencer esta resistencia natural de nuestro orgullo, es para lo que necesitamos la fuerza sobrenatural de la fe, la cual no es otra cosa sino el auxilio que Dios nos da para que, venciendo la rebeldía natural de nuestro espíritu, creamos lo que no hemos visto ni entendemos, y lo creamos tan firmemente como lo que vemos y entendemos.
De manera que sin el entendimiento no podríamos adquirir Fe, así como no podríamos ver sin ojos; pero sin Fe, de nada nos serviría en materia de Religión, el entendimiento, así como de nada nos servirían los ojos si no hubiese luz que nos alumbrase.
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