Continuamos con la publicación de la Cuarta Parte del antiguo librito (1928) escrito por el fraile dominico Paulino Álvarez O.P. (1850-1939) la cual contiene muchas cosas hermosas y devotas de Fr. Jordán, segundo Maestro General de la Orden de Predicadores.
Capítulos anteriores:
Primera Parte:
Capítulo I
Capítulo II
Capítulo III
Capítulo IV
Capítulo V
Capítulo VI
Segunda Parte:
Capítulo I al XVII
Capítulo XVIII al XLIII
Tercera Parte:
Capítulo I al X
Capítulo XI al XX
Capítulo XXI al XXX
Capítulo XXXI al XL
Capítulo XLI Al XLIV
Capítulos anteriores:
Primera Parte:
Capítulo I
Capítulo II
Capítulo III
Capítulo IV
Capítulo V
Capítulo VI
Segunda Parte:
Capítulo I al XVII
Capítulo XVIII al XLIII
Tercera Parte:
Capítulo I al X
Capítulo XI al XX
Capítulo XXI al XXX
Capítulo XXXI al XL
Capítulo XLI Al XLIV
Capítulo XLV
Para que en nuestros tiempos la devoción se reanime, y los espíritus más apocados se arroben en la contemplación del cielo, y el vigor de la oración reluzca, y a los venideros llegue el resplandor de nuestra religión en sus principios, diremos aquí del fervor de los primitivos Hermanos, algunas cosas, de las muchas dignas de ser imitadas. Pues en los tiempos de los dos Padres, Domingo y Jordán, era tan grande el fervor en la Orden, cual nadie bastaría a encarecerlo. El espíritu de vida estaba en las ruedas por cuya virtud los animales iban y volvían, se movían y se elevaban, según la voluntad del espíritu que dirigía (1). Verías entonces en los conventos un fervor admirable; a unos, que después de las cotidianas y puras confesiones, con profundos suspiros, con amargos sollozos, con altos clamores lloraban los pecados suyos y los ajenos; a otros, que en la oración unían el día con la noche postrándose cien o doscientas veces. Verías que en la iglesia nunca o casi nunca faltaban algunos orando, de modo que cuando los porteros los buscaban, allí por lo común, y pocas veces en otras partes, los hallaban. Contaba un Hermano muy religioso, que de cien Hermanos a quienes en corto espacio de tiempo había oído ido en confesión general, sesenta conservaban la integridad del cuerpo y del alma, no sin mucha instancia de oración y guarda de virtud, con que principalmente se defiende la pureza. Muchos, en santo fervor encendidos, no se levantaban de la oración sin haber antes alcanzado alguna especial gracia del Señor. Por donde uno decía que no podía de noche conciliar el sueño si antes no se lavaba en lágrimas. Dijo otro de gran autoridad, que estando en oración ante un altar en Bolonia, había visto a uno elevado con todo el cuerpo en el aire.
Por aquel tiempo esperaban los Hermanos la hora de Completas como hora festiva; unos a otros se encomendaban con gran afecto del corazón, y al oír la campana, de todas partes marchaban alegres, a cuál más pronto llegaba. Terminado aquel oficio, y devotísimamente saludada la Reina del mundo, y de nuestra Orden especial Abogada, sometíanse a las disciplinas más duras, y luego, en forma de peregrinación, visitaban los altares todos, postrándose humildemente y de lo íntimo suspirando y llorando de tal manera, que si estuvieses fuera, creerías que lloraban la muerte de alguno cuyo cadáver estuviera entre ellos. Lo cual muchos seglares lo vieron y oyeron, y muchísimos se edificaron, y algunos así movidos entraron en la Orden. Después de esto, no iban enseguida a revolver los cuadernos, sino que en la misma iglesia, o en el Capítulo, o en los ángulos del claustro, muy recogidos, con examen estrechísimo recorrían sus actos; y concluían otra vez disciplinándose fuertemente; unos con varas y otros con cordeles nudosos porque el ruido no se oyese. Después de los Maitines de medianoche, pocos corrían a los libros, menos a dormir y poquísimos que antes de celebrar no se confesasen. Cuando esclarecía la mañana se hacía la señal para la celebración de las misas. Concurrían entonces muchos a un Hermano para ayudarle, y había entre ellos piadosos altercados, sobre quién había pedido antes al sacerdote la gracia de servirle.
Más de la devoción a la Bienaventurada Virgen, ¿Quién podrá hablar? Dichos con devoción sus Maitines, corrían más devotamente aún a su altar por no dejar la oración en aquellos cortos momentos (2). Después de los Maitines del día o después de Completas, volvían al altar de la Beatísima Virgen, y algunas veces ordenados en tres filas en rededor del altar con devoción admirable, se le encomendaban a sí mismos y a la Orden. En sus celdas tenían ante los ojos su imagen y la del Hijo crucificado para que leyendo, y orando, y durmiendo, pudieran verlas y ser de ellas vistos, con ojos de piedad.
En los mutuos servicios, en la enfermería, en la hospedería, en la mesa, en el lavar los pies unos a otros se adelantaban y creíase dichoso el que en esas dos cosas era primero. ¡Oh cuántas veces se despojaban los Hermanos de su capa, de su túnica, de su escapulario, para vestir a los Hermanos peregrinos, y más aún a los desconocidos, que llegaban rotos! Tanta era en el servir la devoción y alegría del rostro, que no a hombres, sino a los angeles parecían servir. Alguno había que, poseído de inefable dulzura y rebosando gozo su corazón, besaba ocultamente el mismo calzado. - En cuanto a la abstinencia hubo alguno que en ocho días no tomaba la menor bebida; otros que en la escudilla derramaban agua fría para quitarle a la comida el sabor; otros que en toda la cuaresma no bebían más que una sola vez al día y no hablaban si no preguntados; muchos que no comían cosas cocidas, y otros más, que por no ser notados, se privaban todos los días ya de una comida, ya de otra. - En la predicación de la palabra de Dios, aquí nuestra Orden fue desde el principio especialmente ordenada, era extraordinario el fervor que el Señor les infundía. Parecíales que, en buena conciencia, no podían sentarse a comer si antes no habían predicado a pocos o muchos, supliendo en ellos el Espíritu Santo, con la unción interior, lo que les faltaba de la conciencia adquirida. Convirtieron muchos a muchos a la penitencia con solo un texto de las siete canónicas, que con el Evangelio del Bienaventurado Mateo frecuentemente les recomendaba el Bienaventurado Domingo.
En un Capítulo General en París, siendo necesario enviar algunos Hermanos a la provincia de Tierra Santa, y diciendo en el mismo Capítulo el Maestro Jordán que se presentasen los que de buena voluntad quisieran ir, apenas quedó uno solo que de repente no hiciese la venia (3) y con lágrimas y llanto no pidiese ser enviado a aquella Tierra por la sangre del Señor consagrada. Fr. Pedro de Reims, que entonces era Prior Provincial en Francia, viendo aquello se levantó y echa la venia, con los otros dijo de este modo: "Buen Maestro: o me dejáis estos hermanos carísimos, o me enviáis a mí con ellos, porque en su compañía estoy dispuesto a ir aunque sea hasta la muerte".
Mandó el Señor Papa Inocencio al Prior Provincial de Francia que enviase algunos Hermanos a la Tartaria, esperando, por algunas cosas que había oído, que con su vida lograrían mucho fruto. Leyose en el Capítulo Provincial este mandato, y tantos y tan insignes Hermanos se ofrecieron, que hubo un llanto general en el Capítulo; unos que con lágrimas pedían ser enviados, y otros que no lloraban menos, por perder la compañía de aquellos tan queridos compañeros que a tantos trabajos y a la misma muerte iban expuestos. Lloraban unos de alegría porque obtenían la licencia, lloraban otros de dolor porque se la negaban.
Fr. Humberto, Maestro de la Orden, al principio de su oficio, pasó comunicación a los Hermanos de todo el mundo para que cuantos tuviesen voluntad de aprender las lenguas bárbaras, y embarcarse a tierras de gentiles, por la dilatación del nombre del Señor, le manifestasen sobre esto su ánimo. ¿Quién podrá contar cuántos y cuán beneméritos Hermanos, y de cuán remotas regiones, no solo se ofrecieron generosamente, sino que hasta por la misma sangre y muerte del hijo de Dios conjuraron al Maestro que los enviase, seguro de que estaban prontos a morir por la fe y la salud de las gentes? - Y del fervor que en los Hermanos Dios encendió, cuando la traslación del Bienaventurado Domingo, en Bolonia, en toda Italia y casi en el mundo entero, no solo en las predicaciones, sino en los continuos y manifiestos milagros, ¿qué lengua lo podrá referir?, ¿qué pluma pintar?. Dejémoslo todo a Dios que lo sabe y es Bendito por los siglos. Amén.
Notas:
CUARTA PARTE
DEL LIBRO INTITULADO
VIDAS DE LOS HERMANOS
En la cual se trata del progreso de la Orden
-------------
CAPÍTULO I
DEL FERVOR DE LOS PRIMITIVOS HERMANOS
I
Para que en nuestros tiempos la devoción se reanime, y los espíritus más apocados se arroben en la contemplación del cielo, y el vigor de la oración reluzca, y a los venideros llegue el resplandor de nuestra religión en sus principios, diremos aquí del fervor de los primitivos Hermanos, algunas cosas, de las muchas dignas de ser imitadas. Pues en los tiempos de los dos Padres, Domingo y Jordán, era tan grande el fervor en la Orden, cual nadie bastaría a encarecerlo. El espíritu de vida estaba en las ruedas por cuya virtud los animales iban y volvían, se movían y se elevaban, según la voluntad del espíritu que dirigía (1). Verías entonces en los conventos un fervor admirable; a unos, que después de las cotidianas y puras confesiones, con profundos suspiros, con amargos sollozos, con altos clamores lloraban los pecados suyos y los ajenos; a otros, que en la oración unían el día con la noche postrándose cien o doscientas veces. Verías que en la iglesia nunca o casi nunca faltaban algunos orando, de modo que cuando los porteros los buscaban, allí por lo común, y pocas veces en otras partes, los hallaban. Contaba un Hermano muy religioso, que de cien Hermanos a quienes en corto espacio de tiempo había oído ido en confesión general, sesenta conservaban la integridad del cuerpo y del alma, no sin mucha instancia de oración y guarda de virtud, con que principalmente se defiende la pureza. Muchos, en santo fervor encendidos, no se levantaban de la oración sin haber antes alcanzado alguna especial gracia del Señor. Por donde uno decía que no podía de noche conciliar el sueño si antes no se lavaba en lágrimas. Dijo otro de gran autoridad, que estando en oración ante un altar en Bolonia, había visto a uno elevado con todo el cuerpo en el aire.
II
Por aquel tiempo esperaban los Hermanos la hora de Completas como hora festiva; unos a otros se encomendaban con gran afecto del corazón, y al oír la campana, de todas partes marchaban alegres, a cuál más pronto llegaba. Terminado aquel oficio, y devotísimamente saludada la Reina del mundo, y de nuestra Orden especial Abogada, sometíanse a las disciplinas más duras, y luego, en forma de peregrinación, visitaban los altares todos, postrándose humildemente y de lo íntimo suspirando y llorando de tal manera, que si estuvieses fuera, creerías que lloraban la muerte de alguno cuyo cadáver estuviera entre ellos. Lo cual muchos seglares lo vieron y oyeron, y muchísimos se edificaron, y algunos así movidos entraron en la Orden. Después de esto, no iban enseguida a revolver los cuadernos, sino que en la misma iglesia, o en el Capítulo, o en los ángulos del claustro, muy recogidos, con examen estrechísimo recorrían sus actos; y concluían otra vez disciplinándose fuertemente; unos con varas y otros con cordeles nudosos porque el ruido no se oyese. Después de los Maitines de medianoche, pocos corrían a los libros, menos a dormir y poquísimos que antes de celebrar no se confesasen. Cuando esclarecía la mañana se hacía la señal para la celebración de las misas. Concurrían entonces muchos a un Hermano para ayudarle, y había entre ellos piadosos altercados, sobre quién había pedido antes al sacerdote la gracia de servirle.
III
Más de la devoción a la Bienaventurada Virgen, ¿Quién podrá hablar? Dichos con devoción sus Maitines, corrían más devotamente aún a su altar por no dejar la oración en aquellos cortos momentos (2). Después de los Maitines del día o después de Completas, volvían al altar de la Beatísima Virgen, y algunas veces ordenados en tres filas en rededor del altar con devoción admirable, se le encomendaban a sí mismos y a la Orden. En sus celdas tenían ante los ojos su imagen y la del Hijo crucificado para que leyendo, y orando, y durmiendo, pudieran verlas y ser de ellas vistos, con ojos de piedad.
IV
En los mutuos servicios, en la enfermería, en la hospedería, en la mesa, en el lavar los pies unos a otros se adelantaban y creíase dichoso el que en esas dos cosas era primero. ¡Oh cuántas veces se despojaban los Hermanos de su capa, de su túnica, de su escapulario, para vestir a los Hermanos peregrinos, y más aún a los desconocidos, que llegaban rotos! Tanta era en el servir la devoción y alegría del rostro, que no a hombres, sino a los angeles parecían servir. Alguno había que, poseído de inefable dulzura y rebosando gozo su corazón, besaba ocultamente el mismo calzado. - En cuanto a la abstinencia hubo alguno que en ocho días no tomaba la menor bebida; otros que en la escudilla derramaban agua fría para quitarle a la comida el sabor; otros que en toda la cuaresma no bebían más que una sola vez al día y no hablaban si no preguntados; muchos que no comían cosas cocidas, y otros más, que por no ser notados, se privaban todos los días ya de una comida, ya de otra. - En la predicación de la palabra de Dios, aquí nuestra Orden fue desde el principio especialmente ordenada, era extraordinario el fervor que el Señor les infundía. Parecíales que, en buena conciencia, no podían sentarse a comer si antes no habían predicado a pocos o muchos, supliendo en ellos el Espíritu Santo, con la unción interior, lo que les faltaba de la conciencia adquirida. Convirtieron muchos a muchos a la penitencia con solo un texto de las siete canónicas, que con el Evangelio del Bienaventurado Mateo frecuentemente les recomendaba el Bienaventurado Domingo.
V
En un Capítulo General en París, siendo necesario enviar algunos Hermanos a la provincia de Tierra Santa, y diciendo en el mismo Capítulo el Maestro Jordán que se presentasen los que de buena voluntad quisieran ir, apenas quedó uno solo que de repente no hiciese la venia (3) y con lágrimas y llanto no pidiese ser enviado a aquella Tierra por la sangre del Señor consagrada. Fr. Pedro de Reims, que entonces era Prior Provincial en Francia, viendo aquello se levantó y echa la venia, con los otros dijo de este modo: "Buen Maestro: o me dejáis estos hermanos carísimos, o me enviáis a mí con ellos, porque en su compañía estoy dispuesto a ir aunque sea hasta la muerte".
VI
Mandó el Señor Papa Inocencio al Prior Provincial de Francia que enviase algunos Hermanos a la Tartaria, esperando, por algunas cosas que había oído, que con su vida lograrían mucho fruto. Leyose en el Capítulo Provincial este mandato, y tantos y tan insignes Hermanos se ofrecieron, que hubo un llanto general en el Capítulo; unos que con lágrimas pedían ser enviados, y otros que no lloraban menos, por perder la compañía de aquellos tan queridos compañeros que a tantos trabajos y a la misma muerte iban expuestos. Lloraban unos de alegría porque obtenían la licencia, lloraban otros de dolor porque se la negaban.
VII
Fr. Humberto, Maestro de la Orden, al principio de su oficio, pasó comunicación a los Hermanos de todo el mundo para que cuantos tuviesen voluntad de aprender las lenguas bárbaras, y embarcarse a tierras de gentiles, por la dilatación del nombre del Señor, le manifestasen sobre esto su ánimo. ¿Quién podrá contar cuántos y cuán beneméritos Hermanos, y de cuán remotas regiones, no solo se ofrecieron generosamente, sino que hasta por la misma sangre y muerte del hijo de Dios conjuraron al Maestro que los enviase, seguro de que estaban prontos a morir por la fe y la salud de las gentes? - Y del fervor que en los Hermanos Dios encendió, cuando la traslación del Bienaventurado Domingo, en Bolonia, en toda Italia y casi en el mundo entero, no solo en las predicaciones, sino en los continuos y manifiestos milagros, ¿qué lengua lo podrá referir?, ¿qué pluma pintar?. Dejémoslo todo a Dios que lo sabe y es Bendito por los siglos. Amén.
Notas:
1) Se hace aquí referencia a la visión del profeta Ezequiel (Cap. 1)
2) Mientras no se tocaba por segunda vez a coro; porque los Maitines de la Virgen se rezan en el dormitorio después del primer toque.
3) Postración de todo el cuerpo en el suelo apoyándose tan solo en el codo y la rodilla derecha, con que en la Orden se da a entender que se acepta alguna obediencia grave.
Continúa...
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Usted puede opinar pero siempre haciéndolo con respeto, de lo contrario el comentario será eliminado.