viernes, 5 de mayo de 2023

TERCERA PARTE DEL LIBRO "VIDAS DE LOS HERMANOS" (CAPÍTULO XXI AL XXX)

La cual contiene muchas cosas hermosas y devotas de Fr. Jordán, de Santa Memoria, segundo Maestro General de la Orden de Predicadores


Continuamos con la publicación de la Tercera Parte del antiguo librito (1928) escrito por el fraile dominico Paulino Álvarez O.P. (1850-1939).


Capítulos anteriores:

Primera Parte:
Capítulo I
Capítulo II
Capítulo III
Capítulo IV
Capítulo V
Capítulo VI

Segunda Parte:
Capítulo I al XVII
Capítulo XVIII al XLIII

Tercera Parte:
Capítulo I al X
Capítulo XI al XX

CAPITULO XXI

DE SU HUMILDAD Y CÓMO DECLINABA LOS HONORES

Tan humilde era Fr. Jordán, que no podía sufrir la pompa del mundo y los honores que le brindaban. Así fue como, acercándose una vez a Bolonia y saliendo a recibirle la ciudad entera procesionalmente, evadió aquel triunfal recibimiento, y con paso apresurado dio vuelta por detrás de la ciudad, y por calles retiradas llegó al convento de los Hermanos con edificación de muchos.


CAPITULO XXII

DE SU PACIENCIA

Yendo un día solo por el claustro un Hermano obseso que había en Bolonia, encontró al Bienaventurado Jordán, y levantando con furia la mano le pegó en la cara un terrible bofetón. Este Padre, como adornado de la virtud de la paciencia y humildad, le presentó inmediatamente y con tal mansedumbre la otra mejilla que, no pudiendo el otro soportar tanta virtud, inclinó la cabeza y huyó avergonzado.
-- Resplandeció asímismo su humilde paciencia en un Capítulo General, donde siendo proclamado, según se suele hacer en la Orden, delante de los definidores de algún dicho o hecho, y diciéndole que podía justificarse si quería, con humilde voz contestó: “Acaso se debe creer al ladrón que se excusa?” De la cual palabra, de lo íntimo de su humilde corazón pronunciada, quedaron los Hermanos muy edificados.


CAPITULO XXIII

DE LA PÉRDIDA DE UN OJO Y CÓMO SE CONSOLABA

Agravósele una enfermedad de tal suerte que llegó a perder por completo un ojo; y convocados a Capítulo los Hermanos dijo: “Dad gracias a Dios, Hermanos, porque ya he perdido un enemigo; pero rogad al Señor que el otro, si le place y a mí me conviene, para honra suya y bien de la Orden, se digne conservarlo”.


CAPITULO XXIV

DE SU ABSTRACCIÓN DE LAS COSAS EXTERIORES Y DE LA CORREA QUE NO ADVIRTIÓ

Mas, ¿quién podrá ponderar cuán embebido estaba en las cosas interiores sin darse cuenta de las exteriores? Aconteció una vez que una señora noble y muy poderosa, devota suya y de la Orden, le pidió por devoción que le dejase su correa. Diósela él, y no teniendo otra con que ceñirse, cogió la misma que usaba la señora. Después de largo tiempo, siendo ya anciano y hallándose de recreo con los Hermanos sentado en una pradera, observó uno de ellos que le colgaba la correa bajo el escapulario y que en la extremidad tenía una hebilla de plata. Cogióla el Hermano, y levantándola en alto, dijo: “¿Qué es esto Maestro?” Le miró él con atención y admirado contestó: “¡Dios mío! ¿Qué es esto? De veras que no lo había observado hasta ahora”. Quedaron edificados los Hermanos al ver que tan poco se fijaba en las cosas exteriores.


CAPITULO XXV

DE SU DEVOCIÓN A LA BIENAVENTURADA VIRGEN

Era devoto en gran manera de Nuestra Señora la Bienaventurada María, Reina del cielo, a quien amaba entrañablemente, como que por manifiestos indicios, había conocido la solicitud de Ella en la prosperidad y guarda de la Orden, y que Ella misma la gobernaba y amparaba bajo su especial tutela, por cuya razón cuidaba él mucho de cantarle alabanzas. Estuvo en cierta ocasión un Hermano, con devoción curiosa, observando y escuchando al Bienaventurado Maestro que se hallaba ante el altar de la Virgen. (Era este Hermano muy querido y atendido del Maestro, formado por él en la piedad e instruido en espirituales documentos, natural de Alemania, de noble linaje, muy devoto y puro). Estando, pues, con atención escuchándole, oyó que al comenzar los Laudes decía primero con mucha gravedad: Suscipe verbum, dulcissima Virgo Maria, quod tibi a Domino per Angelum transmissun est. Recibe, dulcísima Virgen María, la palabra que por el Ángel te transmitió el Señor: y luego decía: Ave María, etc. Y así acostumbrada hacer siempre que rezaba los Laudes de la Virgen. Más el novicio tosió inadvertidamente desde su rincón donde estaba escondido, y como lo oyese el Maestro Jordán, preguntó: -“¿Quién eres tú?” -“Soy Fr. Bertoldo, vuestro hijo”, contestó. (Así se llamaba aquel Hermano). -“Anda, vete a dormir, hijo mío”. -“No, Maestro; quisiera que me dijeseis lo que estabais orando”. Y comenzó a exponerle algunas cosas del modo de orar, y en especial a la Bienaventurada Virgen, y de los cinco salmos cuyas primeras letras componían el nombre de MARÍA; que primero dijese el Ave Maris Stella entero; después, que dijese por la primera letra de María, que es M, el Magníficat; que en segundo lugar por la segunda letra, que es A, dijese Ad Dominum cum tribularer; por la tercera, que es R, Retribue servo tuo; después In convertendo, por la cuarta que es I; y por la quinta, que es A, Ad te levavi; que al fin de cada salmo, en lugar de Gloria Patri, dijese de rodillas Ave, María; y añadió: “Te diré un ejemplo, hijo mío, para que puedas ver cuán bueno es alabarla y cuán obligados estamos nosotros más que nadie”.


CAPÍTULO XXVI

DE LA BIENAVENTURADA VIRGEN QUE SE LE APARECIÓ, Y DE LO QUE EN FAVOR DE LA ORDEN IMPETRÓ

Un Hermano (3), dijo, que estaba de noche en el dormitorio cerca de su cama orando a la Bienaventurada Virgen, vio a cierta Señora bellísima y graciosa que acompañada de algunas doncellas recorría el dormitorio rociando con agua bendita, cuyo vaso llevaba una de éstas, a los Hermanos, las celdas y las camas de cada uno. Solo a un Hermano pasó adelante sin rociarle. El que esto veía salió de prisa al encuentro de ella, y postrándose humildemente la sujetó por los pies y dijo: -“Ruegote, Señora, por el Señor, que me digas quién eres”. -“Soy”, contestó, “la Virgen María, Madre de Jesucristo, que vengo a visitar a estos Hermanos; pues amo con amor especial a tu Orden, porque, entre otras cosas que me hacéis, esto me agrada sobremanera, que todas vuestras obras y cuanto por el día decís y trabajáis, a todo dais principio por mí y todo lo termináis con mi alabanza. Por esto HE IMPETRADO DE MI HIJO QUE NINGUNO EN LA ORDEN PUEDA PERMANECER LARGO TIEMPO EN PECADO MORTAL SIN QUE, O SE ARREPIENTA, O MUY PRONTO SEA DESCUBIERTO Y EXPULSADO, PARA QUE NO PUEDA MANCILLAR ESTA, MI ORDEN”. -“Dime, Señora”, replicó él, “¿Por qué no rociaste a aquel Hermano?” -“Porque no está dispuesto, dile que se disponga”. Y después de esto desapareció.


CAPÍTULO XXVII

QUE ESTANDO LEYENDO SE LE APARECIÓ CON LOS ÁNGELES LA VIRGEN MARÍA

La noche de la Circuncisión, mientras, según costumbre de la Orden, cantaba el Maestro Jordán la nona lección del oficio, vio desde su silla un Hermano, algún tanto abstraído, a una Señora hermosísima, ceñida de corona y vestida de preciosísimo manto, la cual estaba de pie tras el Maestro en el púlpito, mirándole con gran atención. Ya la lección terminada, volvióse el Maestro hacia él, y tomando de su mano la señora el libro, se fue delante de él y por las gradas del púlpito fue bajando poco a poco y con reverencia. Había entre las gradas muchos como siervos de la Señora, entre los cuales sobresalía uno que estaba calvo y llevaba en sus manos un báculo y marchaba delante de la Señora y del Maestro como abriendo camino. Supuso el Hermano que aquella era la Bienaventurada Virgen y el que delante iba S. Pablo o el Bienaventurado Domingo, que al fin de su vida había quedado algo calvo. Pregúntale más tarde el Hermano al Maestro Jordán, si aquella noche había sentido alguna especial dulzura, y le manifestó la visión; pero él sonriéndose se negó a revelárselo.


CAPÍTULO XXVIII

DE CÓMO VIO A LA MISMA VIRGEN CON SU HIJO DAR LA BENDICIÓN A LOS HERMANOS

Para aumento de la devoción a la Bienaventurada Virgen, añadiremos el ejemplo siguiente, que Fray Santiago de Benevento, de gran autoridad en la Orden, Lector máximo y Predicador excelentísimo, dijo haber oído al mismo Padre en el Capítulo General de París. Contó, pues, que habiéndose levantado de noche los Hermanos a cantar los maitines de la Purificación, y hallándose el Maestro de la Orden, Fr. Jordán, en la silla del Prior, y delante de él los religiosos, apenas entonaron cuatro de ellos el invitatorio Ecce venit... Dominator dominus, se adelantó Nuestra Señora con su Hijo en los brazos hacia el altar donde había preparado un trono, en el cual se sentó mirando a los Hermanos que, según costumbre de la Orden, estaban vueltos al mismo altar. Concluido todo el invitatorio, cuando los Hermanos se inclinaron al Gloria Patri, tomó la Virgen la mano derecha de su Hijo y le hizo dar la bendición a todo el coro, y al instante desapareció la visión. Más todo esto a nadie fue dado verlo sino al Maestro Jordán; Y cuánto haya sido su consuelo, cuando lo veía, pondérelo quién lo oiga. Contó varias veces a los Hermanos esta visión, pero callando su nombre, con objeto de excitarlos al fervor.


CAPÍTULO XXIX

QUE LA BIENAVENTURADA MARÍA REMITIÓ A SU CONSEJO A UNA JOVEN CONVERTIDA

Cierta joven de noble familia y de muy agraciada figura, fue por su padre encomendada a un tío suyo, quien en vez de la tutela, la llevó a la corruptela; pues arrastrado de su extraordinaria hermosura e instigado de Satanás, por dos veces la dejó perdida, y por ambas, consintiéndolo ella, procuró el aborto. Continuaba de esta suerte en el pecado, siempre forzada y sin saber ni poder resistir a su tío, a quien tenía por padre, hasta que sintiéndose por tercera vez desgraciada, cayó entonces en la desesperación. Comenzó a considerar la multitud de sus pecados y su desdicha; veíase además sola, sin tener a quién manifestar la malignidad de aquel hombre, con que llegó a tal extremo su despecho, que cogiendo un cuchillo se abrió el vientre de parte a parte. Más cuando se agitaba en medio de sus dolores y ansias de la muerte, muerte de cuerpo y de alma, tocada repentinamente de la gracia de Dios y compungida de tanta enormidad, de lo íntimo de su corazón, acudió llena de lágrimas a la Madre de Misericordia, a quien antes había hecho algunos obsequios, rogándola que según su benignidad no dejase perecer su alma a la vez que el cuerpo. ¡Oh prodigio! Aparecésele visiblemente la Bienaventurada Virgen, concédele el beneficio de una completa sanidad y la manda que consulte y se someta enteramente al Maestro Jordán que muy pronto llegaría. Así lo hizo, y por consejo de él abandonó el mundo y entró en un convento de monjas cistercienses, en cuyo santo propósito persevera. Por donde se colige ya la bondad inmensa de la Reina de Misericordia, ya la virtud del Maestro Jordán a cuyo consejo remitió ella a la mencionada joven.
Resta ahora decir las acechanzas que el diablo le armaba.


CAPÍTULO XXX

DE LOS MUCHOS ENGAÑOS Y ENVIDIA DEL DIABLO CONTRA ÉL, Y PRIMERO DE CÓMO ESTANDO ENFERMO LE VISITÓ EL DIABLO BAJO LA APARIENCIA DE UN HOMBRE BUENO

Tentó una vez el maligno engañarle bajo la apariencia de santidad de la extraña manera sigue: Hallándose el santo enfermo en París, llegó a la puerta el diablo en forma de persona muy respetable y pidió que le condujesen al enfermo. Entró, y después de algunas palabras cambiadas con los Hermanos, como es costumbre en las visitas, les rogó que se retirasen como para hablar con él cosas secretas. Retirados ya, comenzó a hablarle de este modo: “Maestro, tú eres el jefe de esta Orden que a Dios tanto agrada. A ti miran los ojos de todos. Si algo grande o pequeño saliese de ti contra el fervor de la Religión, o algún indicio de tibieza, siendo el hombre inclinado al mal, tú serás responsable, y sufrirás la pena del Señor, y dejarás en la Orden ejemplo de disolución y causa de disturbios. Estás, si, enfermo: pero no tanto que necesites colchón y puedas tomar carnes. Si mañana o pasado mañana cae un hermano más o menos enfermo y se le niega esta dispensa, se formarán juicios y se originarán murmuraciones. Te aconsejo, pues, y te ruego que así como hasta ahora has sido modelo de santidad y ejemplo de la Religión, así también lo seas en estas cosas”. Coloreadas de esta suerte las palabras y pedido cortésmente permiso, se marchó el engañador murmujeando como un hombre religioso que reza salmos y horas. Creyó cándidamente el varón de Dios aquellas cosas y por muchos días se abstuvo de dichas dispensas, con lo cual se fue agravando de tal manera la enfermedad, que llegó él a punto de morir; más el Señor le reveló; por fin, que aquel hombre era el diablo que le aborrecía por su vida y predicaciones.


Notas:

3) El mismo Fr. Jordán.


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