Análisis del Decreto Unitatis Redintegratio del “concilio ecuménico Vaticano II” del 21 de Noviembre de 1964 y su comparación con la verdadera enseñanza de la Iglesia Católica.
Por el Ing. Mateo Roberto Gorostiaga
CAPITULO II
LA PRACTICA DEL ECUMENISMO
LA UNIÓN AFECTA A TODOS
U.R. 5 El empeño por el restablecimiento de la unión corresponde a la Iglesia entera, afecta tanto a los fieles como a los pastores, a cada uno según su propio valor, ya en la vida diaria cristiana, ya en las investigaciones teológicas o históricas. Este interés manifiesta la unión fraterna existente ya de alguna manera entre todos los cristianos, y conduce a la PLENA y perfecta unidad, según la benevolencia de Dios.
GREGORIO XVI, ENCÍCLICA MIRARI VOS:
[Fidelidad de los Obispos al Sumo Pontífice y de los Presbíteros a los Obispos] Para este fin, por lo tanto, sus esfuerzos, su cuidado solícito y su vigilancia asidua deben apuntar, para que el depósito sagrado de la fe esté celosamente guardado en medio de la conspiración infernal de los malvados, quienes con nuestra extrema condolencia vemos la intención de robarlo y perderlo. Recordemos todos que el juicio sobre la sana doctrina que debe enseñarse a los pueblos, no es menos importante que el gobierno y el regimiento jurisdiccional de la Iglesia con el Romano Pontífice, “a quien le ha sido dada, por nuestro Señor Jesucristo, plena potestad para apacentar, regir y gobernar la Iglesia universal”, como declararon solemnemente los Padres del Concilio de Florencia [Conc. Flor., Sess. 25]. Es entonces la obligación de cada Obispo mantenerse fielmente unido a la silla de Pedro, mantener escrupulosamente el depósito de la santa Fe y alimentar el rebaño de Dios que se le ha confiado. Los sacerdotes deben estar sujetos a obispos que, advierte San Jerónimo [San Jerónimo, Epist. 2 a Nepot. a. I, 24], deben ser considerados por ellos como "padres de su alma": nunca olviden que incluso por los antiguos cánones les está prohibido actuar en el ministerio sagrado, y asumir el oficio de enseñanza y predicar “sin el consentimiento del Obispo a quien se le confió el pueblo y a quien se le pedirá a las almas” [Ex can. ap. 38]. Finalmente, tengan en cuenta como una regla cierta y segura que todos aquellos que se atrevieron a planear algo en contra de este orden establecido perturbarán el estado de la Iglesia.
SAN SIMPLICIO 468-483, DE LA CARTA QUANTUM HRESBYTEROKUM, A ACACIO, OBISPO DE CONSTANTTNOPLA, DE 9 DE ENERO DE 476:
(3) Te exhorto, pues, hermano carísimo, a que por todos los modos se resista a los conatos de los perversos de reunir un Concilio, que jamás se convocó por otros motivos que por haber surgido alguna novedad en entendimientos extraviados o alguna ambigüedad en la aserción de los dogmas, a fin de que, tratando los asuntos en común, si alguna oscuridad había, la iluminara la autoridad de la deliberación sacerdotal, como fue forzoso hacerlo primero por la impiedad de Arrio, luego por la de Nestorio y, últimamente, por la de Dióscoro y Eutiques. Y, lo que no permita la misericordia de Cristo Dios Salvador nuestro, hay que intimar que es abominable restituir a los que han sido condenados, contra las sentencias de los sacerdotes del Señor, de todo el orbe, y las de los emperadores, que rigen ambos mundos... (D.159).
SAN GELASIO I, 492-496, DECRETAL A HONORIO, OBISPO DE DALMACIA:
HE AQUÍ COMO UN PRIMER ÍNDICE DE LIBROS PROHIBIDOS.
Estos y otros escritos semejantes que enseñaron y escribieron todos los heresiarcas y sus discípulos o los cismáticos, no sólo confesamos que fueron repudiados por toda la Iglesia Romana Católica y Apostólica, sino también desterrados y juntamente con sus autores y los secuaces de ellos para siempre condenados bajo el vínculo indisoluble del anatema (D.166).
Pues: De corazón creemos y con la boca confesamos una sola Iglesia, no de herejes, sino la Santa, Romana, Católica y Apostólica, fuera de la cual creemos que nadie se salva (D.423) Inocencio III, Carta Eius Exemplo al arzobispo de Tarragona, 18-XII-1208.
LA REFORMA DE LA IGLESIA
U.R.6. Puesto que toda la renovación de la Iglesia consiste esencialmente en el aumento de la fidelidad a su vocación, por eso, sin duda, hay un movimiento que tiende hacia la unidad. Cristo llama a la Iglesia peregrinante hacia una perenne reforma, de la que la Iglesia misma, en cuanto institución humana y terrena, tiene siempre necesidad, hasta el punto que si algunas cosas fueron menos cuidadosamente observadas, bien por circunstancias especiales, bien por costumbres, o por disciplina eclesiástica, o también por formas de exponer la doctrina -que debe cuidadosamente distinguirse del mismo depósito de la fe- se restablezcan en el tiempo oportuno recta y debidamente.
Esta reforma, pues, tiene una extraordinaria importancia ecumenista. Muchas de las formas de la vida de la Iglesia, por las que ya se va consiguiendo esta renovación -como el movimiento bíblico y litúrgico, la predicación de la palabra de Dios y la catequesis, el apostolado de los seglares, las nuevas formas de vida religiosa, la espiritualidad del matrimonio, la doctrina y la actividad de la Iglesia en el campo social- hay que recibirlas como prendas y argumentos que felizmente presagian los futuros progresos del ecumenismo.
LEÓN XIII, 1878-1903, DE LA CARTA TESTEM BENEVOLENTIAE, AL CARDENAL GIBBONS, DE 22 DE ENERO DE 1899:
El fundamento sobre el que se basan estas nuevas ideas es que, con el fin de atraer más fácilmente a la sabiduría católica a aquellos que disienten de ella, la Iglesia debe acercarse un poco más a la humanidad de este siglo ya maduro, aflojar su antigua severidad y hacer algunas concesiones a los gustos y opiniones recientemente introducidas entre los pueblos. Muchos piensan que estas concesiones deben ser hechas no sólo en asuntos de disciplina, sino también en las Doctrinas que conforman el “Depósito de la Fe” (D.1967).
La historia de todos los tiempos pasados es testigo de que esta Sede Apostólica, a la cual ha sido confiada no sólo el Magisterio, sino también el régimen supremo de toda la Iglesia, se ha mantenido siempre “en la misma doctrina, el mismo sentido y el mismo significado” (Constitución Dei Filius sobre la Fe Católica, cap. IV); y no obstante, en cuanto al modo de vivir, de tal manera ha solido disponer su disciplina que, manteniendo incólume el derecho divino, nunca ha desatendido las costumbres e idiosincrasia de los diversos pueblos que ella abraza. ¿Quién puede dudar de que actuará de nuevo con este mismo espíritu si así lo requiere la salvación de las almas?
Pero este asunto no corresponde al arbitrio de personas particulares, que a menudo se engañan con la apariencia de bien, sino que debe dejarse al juicio de la Iglesia. (D.1968).
GREGORIO IX, CARTA AB AEGIPTIS DE 7-VII-1228:
Algunos de vosotros… "despojados de lo gratuito y heridos en lo natural" (Petrus Lomb. Sent. II 2, 25, c 7), no traen a su memoria lo del Apóstol, que creemos han leído a menudo: Evita las profanas novedades de palabras y las opiniones de la ciencia de falso nombre, que por apetecerla algunos han caído de la fe (I Tim. 6, 20 s). ¡Oh necios y tardos de corazón en todas las cosas que han dicho los asertores de la gracia de Dios, es decir, los Profetas, los Evangelistas y los Apóstoles (Lc. 24, 25), cuando la naturaleza no puede por sí misma nada en orden a la salvación, si no es ayudada de la gracia! (v. 105 y 138). (D.442).
(De la necesidad de abrazar y conservar la fe) Mas porque sin la fe… es imposible agradar a Dios (Hebr. 11, 6) y llegar al consorcio de los hijos de Dios; de ahí que nadie obtuvo jamás la justificación sin ella, y nadie alcanzará la salvación eterna, si no perseverare en ella hasta el fin (Mt. 10, 22; 24, 13). Ahora bien, para que pudiéramos cumplir el deber de abrazar la fe verdadera y perseverar constantemente en ella, instituyó Dios la Iglesia por medio de su Hijo Unigénito y la proveyó de notas claras de su institución, a fin de que pudiera ser reconocida por todos como guardiana y maestra de la palabra revelada (D.1793). (Vaticano I, Ses. III, c 3).
LA CONVERSIÓN DEL CORAZÓN
U.R.7 a). El verdadero ecumenismo no puede darse sin la conversión interior. En efecto, los deseos de la unidad surgen y maduran de la renovación del alma (Ef. 4, 24), de la abnegación de sí mismo y de la efusión generosa de la caridad. Por eso tenemos que implorar del Espíritu Santo la gracia de la abnegación sincera, de la humildad y de la mansedumbre en nuestros servicios y de la fraterna generosidad del alma para con los demás. Así, pues, os exhorto yo -dice el Apóstol de las Gentes-, preso en el Señor, a andar de una manera digna de la vocación con que fuisteis llamados, con toda humildad, mansedumbre y longanimidad, soportándoos los unos a los otros con caridad, solícitos de conservar la unidad del espíritu mediante el vínculo de la paz (Ef. 4, 1-3). Esta exhortación se refiere, sobre lodo, a los que han sido investidos del orden sagrado, para continuar la misión de Cristo, que vino no a ser servido, sino a servir (Mt. 20, 28), entre nosotros.
LEÓN XIII (SATIS COGNITUM):
[No cualquiera es maestro] 23. Pero así como la doctrina celestial no ha estado nunca abandonada al capricho o al juicio individual de los hombres, sino que ha sido primeramente enseñada por Jesús, después confiada exclusivamente al magisterio de que hemos hablado, tampoco al primero que llega entre el pueblo cristiano, sino a ciertos hombres escogidos ha sido dada por Dios la facultad de cumplir y administrar los divinos misterios y el poder de mandar y de gobernar.
Sólo a los apóstoles y a sus legítimos sucesores se refieren estas palabras de Jesucristo: “Id por todo el mundo y predicad el Evangelio... bautizad a los hombres... haced esto en memoria mía... A quien remitierais los pecados le serán remitidos”. Del mismo modo, sólo a los apóstoles y a sus legítimos sucesores se les ordenó apacentar el rebaño, esto es, gobernar con autoridad al pueblo cristiano, que por este mandato quedó obligado a prestarles obediencia y sumisión. El conjunto de todas estas funciones del ministerio apostólico está comprendido en estas palabras de San Pablo: “Que los hombres nos miren como a ministros de Cristo y dispensadores de los misterios de Dios”.
De este modo, Jesucristo llamó a todos los hombres sin excepción, a los que existían en su tiempo y a los que debían de existir en adelante, para que le siguiesen como a Jefe y Salvador, y no aislada e individualmente, sino todos en conjunto, unidos en una asociación de personas, de corazones, para que de esta multitud resultase un solo pueblo, legítimamente constituido en sociedad; un pueblo verdaderamente uno por la comunidad de fe, de fin y de medios apropiados a éste; un pueblo sometido a un solo y mismo poder.
......
Porque sólo a Simón -a quien ya antes había dicho: Tú te llamarás Cefas (Ion. 1,42), después de pronunciar su confesión: Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo, se dirigió el Señor con estas solemnes palabras: Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque no la carne ni la sangre te lo ha revelado, sino mi Padre que está en los cielos. Y yo te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella, y a ti te daré las llaves del reino de los cielos. Y cuanto atares sobre la tierra, será atado también en el cielo (Mt. 16, 16 ss.) (Contra Richer, etc.; v. 1503) [Conc. Vaticano I; D.1822.]
¿Habrá, pues, nadie de tamaña demencia que se atreva a tener por vana la oración de Aquél cuyo querer es poder? [San León, D.351.]
Y en cumplimiento continuo de este oficio, ¿acaso faltará a la Iglesia el valor ni la eficacia, hallándose perpetuamente asistida con la presencia del mismo Cristo,-que solemnemente le prometió: “He aquí que yo estaré siempre con vosotros, hasta la consumación de los siglos” (Mt 28, 20)… Si no queremos decir… que Cristo Nuestro Señor no ha cumplido su promesa, o se engañó cuando dijo que las puertas del infierno no habrían de prevalecer contra ella? [Pío XI, M. A. 8].
Nunca en el transcurso de los siglos, se contaminó esta mística Esposa de Cristo, ni podrá contaminarse jamás, como dijo bien San Cipriano: No puede adulterar la Esposa de Cristo; es incorruptible y fiel. Conoce una sola casa y custodia con casto pudor la santidad de una sola estancia (Pío XI, M. A. 16).
INOCENCIO III, 1198-1216. – IV CONCILIO DE LETRÁN, 1215:
Mas como algunos, bajo apariencia de piedad (como dice el Apóstol), reniegan de la virtud de ella (2 Tim, 3, 5) y se arrogan la autoridad de predicar, cuando el mismo Apóstol dice: ¿Cómo predicarán, sino son enviados? (Rom. 10, 15), todos los que con prohibición o sin misión, osaren usurpar pública o privadamente el oficio de la predicación, sin recibir la autoridad de la Sede Apostólica o del obispo católico del lugar (Del Concilio de Verona de 1184. bajo Lucio III.), serán ligados con vínculos de excomunión, y si cuanto antes no se arrepintieren, sean castigados con otra pena competente.
U.R.7 b) A las faltas contra la unidad pueden aplicarse las palabras de San Juan: Si decimos que no hemos pecado, le desmentimos, y su palabra no está en nosotros (1 Jn. 1, 10). Humildemente, pues, pedimos perdón a Dios y a los hermanos separados, como nosotros perdonamos a quienes nos hayan ofendido.
SAN LEÓN IX, In Terra Pax Hominibus, 2 de septiembre de 1053:
Cap. 5… De vosotros se dice que con nueva presunción e increíble audacia condenasteis públicamente a la Apostólica Iglesia latina, sin oírla ni convencerla, por el hecho particularmente de atreverse a celebrar con ázimos la conmemoración de la pasión del Señor. He aquí vuestra incauta reprensión, he aquí una gloria vuestra nada buena, cuando ponéis en el cielo vuestra boca, cuando vuestra lengua, arrastrándose en la tierra (Ps. 72, 9), maquina atravesar y trastornar la antigua fe con argumentos y conjeturas humanas (D.350).
Cap. 11. … Dando un juicio anticipado contra la Sede suprema, de la que ni pronunciar juicio es lícito a ningún hombre, recibisteis anatema de todos los Padres de todos los venerables Concilios… (D.352).
Cap. 32. Como el quicio, permaneciendo inmóvil trae y lleva la puerta; así Pedro y sus sucesores tienen libre juicio sobre toda la Iglesia, sin que nadie deba hacerles cambiar de sitio, pues la Sede suprema por nadie es juzgada |v. 330 ss.]… (D.353).
[Un solo Jefe] Ahora bien, es imposible imaginarse una sociedad humana verdadera y perfecta que no esté gobernada por un poder soberano cualquiera. Jesucristo debe haber puesto a la cabeza de la Iglesia un jefe supremo, a quien toda la multitud de los cristianos es sometida y obediente. Por esto también, del mismo modo que la Iglesia, para ser Una en su calidad de reunión de los fieles, requiere necesariamente la unidad de la fe, también para ser una en cuanto a su condición de sociedad definitivamente constituida, ha de tener, por derecho divino, la unidad de gobierno, que produce y comprende la unidad de comunión. La unidad de la Iglesia debe ser considerada bajo dos aspectos: primero, el de la conexión mutua de los miembros de la Iglesia o la comunicación que entre ellos existe, y en segundo lugar, el del orden que liga a todos los miembros de la Iglesia a un solo jefe (S. Thom. 2. 2. q. 39 a. 1).
[Gravedad del cisma] De ahí se comprende que los hombres no se separan menos de la unidad de la Iglesia por el cisma que por la herejía. Se señala como diferencia entre la herejía y el cisma, que la herejía profesa un dogma corrompido y el cisma, consecuencia de una disensión entre el episcopado, se separa de la Iglesia (S. Jerón. Com. in Ep. ad Tit., c. 3, 10-11, P.L. 26, 598.)
Estas palabras concuerdan con las de San Juan Crisóstomo sobre el mismo asunto: Digo y protesto que dividir a la Iglesia no es menor mal que caer en la herejía (S. Crisost. Hom. 9 in Ep. Eph., n. 5, P. G. 62, 87.). Por esto si ninguna herejía puede ser legítima, tampoco hay cisma que pueda mirarse como promovido por un buen derecho. Nada es más grave que el sacrilegio del cisma: pues, no hay necesidad legítima alguna de romper la unidad (S. August. contra. Epist. Parm. 1. II, c. 9, n. 25, P.L. 43, 69.)
LA ORACIÓN UNÁNIME
U.R. 8 a) Esta conversión del corazón y santidad de vida, juntamente con las oraciones privadas y públicas por la unidad de los cristianos, han de considerarse como el alma de todo el movimiento ecuménico, y con razón puede llamarse ecumenismo espiritual.
PÍO IX, DE LA CARTA DEL SANTO OFICIO A OBISPOS DE INGLATERRA, DE 16-IX-1854:
Se ha comunicado a la Santa Sede que algunos católicos y hasta varones eclesiásticos, han dado su nombre a la sociedad para procurar, como dicen, la unidad de la cristiandad.
Ella, formada y dirigida por protestantes, está animada por el espíritu que expresamente profesa, a saber, que las tres comuniones cristianas: la romano-católica, la greco-cismática y la anglicana, aunque separadas y divididas entre sí, con igual derecho reivindican para sí el nombre católico. La entrada, pues, a ella está abierta para todos, en cualquier lugar que vivieren, ora católicos, ora greco-cismáticos, ora anglicanos, pero con esta condición: que a nadie sea lícito promover cuestión alguna sobre los varios capítulos de doctrina en que difieren, y cada uno pueda seguir tranquilamente su propia confesión religiosa. Mas a los socios todos, ella misma manda recitar preces y a los sacerdotes celebrar sacrificios según su intención, a saber: que las tres mencionadas comuniones cristianas, puesto que, según se supone, todas juntas constituyen ya la Iglesia Católica, se reúnan por fin un día para formar un solo cuerpo… (D.1685).
El fundamento en que la misma se apoya es tal que trastorna de arriba abajo la constitución divina de la Iglesia. Toda ella, en efecto, consiste en suponer que la verdadera Iglesia de Jesucristo consta parte de la Iglesia Romana difundida y propagada por todo el orbe, parte del cisma de Focio y de la herejía anglicana, para las que, al igual que para la Iglesia Romana, hay un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo (cf. Eph. 4, 5)... Nada ciertamente puede ser de más precio para un católico que arrancar de raíz los cismas y disensiones entre los cristianos, y que los cristianos todos sean solícitos en guardar la unidad del espíritu en el vínculo de la paz (Eph. 4, 8)…. Mas que los fieles de Cristo y los varones eclesiásticos oren por la unidad cristiana, guiados por los herejes y, lo que es peor, según una intención en gran manera manchada e infecta de herejía, no puede de ningún modo tolerarse. La verdadera Iglesia de Jesucristo se constituye y reconoce por la autoridad divina con la cuádruple nota que en el símbolo afirmamos debe creerse; y cada una de estas notas, de tal modo está unida con las otras, que no puede ser separada de ellas; de ahí que la que verdaderamente es y se llama Católica, debe juntamente brillar por la prerrogativa de la unidad, la santidad y la sucesión apostólica (D.1686).
SAN CELESTINO I, 422-432, CONCILIO DE EFESO, 431:
Cap. 10. En cuanto a las partes más profundas y difíciles de las cuestiones que ocurren y que más largamente trataron (Viva, Theses damm. ab Alex VIII. XXX, Ice: "… trataron Agustín y otros…"), quienes resistieron a los herejes, así como no nos atrevemos a despreciarlas, tampoco nos parece necesario alegarlas, pues para confesar la gracia de Dios, a cuya obra y dignación nada absolutamente ha de quitarse, creemos ser suficiente lo que nos han enseñado los escritos… de la Sede Apostólica; de suerte que no tenemos absolutamente por católico lo que aparece como contrario a las sentencias antes fijadas (D.142).
U.R.8 b) Es frecuente entre los católicos concurrir a la oración por la unidad de la Iglesia, que el mismo Salvador dirigió enardecido al Padre en vísperas de su muerte: Que todos sean uno (Jn. 17, 21).
PÍO XI (MORTALIUM ÁNIMOS):
[Un error capital del movimiento ecuménico en la pretendida unión de iglesias cristianas] 7. Y aquí parece oportuno exponer y refutar una cierta opinión falsa, de la cual depende toda esta pregunta, así como el complejo movimiento por el cual los no católicos buscan lograr la unión de las iglesias cristianas. Los autores que favorecen este punto de vista están acostumbrados, casi sin número, a presentar estas palabras de Cristo: "Para que todos sean uno ... Y habrá un rebaño y un pastor", con esta significación. sin embargo: ese Cristo Jesús se limitó a expresar un deseo y una oración, que todavía carece de su cumplimiento. Porque son de la opinión de que la unidad de la fe y el gobierno, que es una nota de la única Iglesia verdadera de Cristo, casi no existe hasta nuestros días, y no existe hoy en día. Consideran que esta unidad puede realmente desearse y que incluso puede alcanzarse un día a través de la instrumentalidad de las voluntades dirigidas hacia un fin común, pero mientras tanto solo puede considerarse como un mero ideal.
DE LA CARTA DE INOCENCIO II TESTANTE APOSTÓLO, A ENRIQUE, OBISPO DE SENS, 16 DE JULIO DE 1140:
Nos, pues, que, aunque indignos, estamos sentados a vista de todos en la cátedra de San Pedro, a quien fue dicho: Y tú, convertido algún día, confirma a tus hermanos (Lc. 22, 32), de común acuerdo con nuestros hermanos los obispos cardenales, por autoridad de los Santos Cánones hemos condenado los capítulos que vuestra discreción nos ha mandado y todas las doctrinas del mismo Pedro Abelardo juntamente con su autor, y como a hereje les hemos impuesto perpetuo silencio. Decretamos también que todos los seguidores y defensores de su error, han de ser alejados de la compañía de los fieles y ligados con el vínculo de la excomunión (D. 387).
U.R.8 c) En ciertas circunstancias especiales, como sucede cuando se ordenan oraciones por la unidad, y en las asambleas ecumenistas es lícito, más aún, es de desear que los católicos se unan en la oración con los hermanos separados. Tales preces comunes son un medio muy eficaz para conseguir la gracia de la unidad y la expresión genuina de los vínculos con que aún están unidos los católicos con los hermanos separados: Pues donde hay dos o tres congregados en mi Nombre allí estoy yo en medio de ellos (Mt. 18, 20).
SAN PABLO:
Al hombre hereje, después de una y otra amonestación rehúyelo, sabiendo que el tal se ha pervertido y peca, condenándose por su propia sentencia (Tito 3, 10-11).
SAN JUAN:
Si alguno viene a vosotros, y no trae esta doctrina, no le recibáis en casa, ni le saludéis. Porque quien le saluda participa en sus malas obras (II Jn. 10).
ALEJANDRO III, III CONCILIO DE LETRÁN DE 1179:
Cap. 27. Como dice el bienaventurado León (Epist. ad Turibium, Proem. (P.I.. 54, 600 A): "Si bien la disciplina de la Iglesia, contenta con el juicio sacerdotal, no ejecuta castigos cruentos, sin embargo, es ayudada por las constituciones de los príncipes católicos, de suerte que a menudo buscan los hombres remedio saludable, cuanto temen los sobrevenga un suplicio corporal". Por eso, como quiera que en Gascuña, en el territorio de Albi y de Tolosa y en otros lugares, de tal modo ha cundido la condenada perversidad de los herejes que unos llaman cataros, otros patarenos, otros publicanos y otros con otros nombres, que ya no ejercitan ocultamente, como otros, su malicia, sino que públicamente manifiestan su error y atraen a su sentir a los simples y flacos, decretamos que ellos y sus defensores y recibidores estén sometidos al anatema, y bajo anatema prohibimos que nadie se atreva a tenerlos en sus casas o en su tierra ni a favorecerlos ni a ejercer con ellos el comercio (D.401).
U.R. 8 d) Sin embargo, no es lícito considerar la comunicación en las funciones sagradas como medio que pueda usarse indiscriminadamente para restablecerla unidad de los cristianos. Esta comunicación depende sobre todo de los dos principios: de la significación de la unidad de la Iglesia y de la participación en los medios de la gracia.
La significación de la unidad prohíbe de ordinario la comunicación, pero la consecución de la gracia algunas veces la recomienda. La autoridad episcopal local ha de determinar prudentemente el modo de obrar en concreto, atendidas las circunstancias de tiempo, lugar y personas, a no ser que la conferencia episcopal, a tenor de sus propios estatutos, o la Santa Sede provean de otro modo.
LUCIO III, 1181-1185, CONCILIO DE VERONA, 1184, DEL DECRETO AD ABOLENDUM CONTRA LOS HEREJES:
A todos los que no temen sentir o enseñar de otro modo que como predica y observa la sacrosanta Iglesia Romana acerca del sacramento del cuerpo y de la sangre de Nuestro Señor Jesucristo, del bautismo, de la confesión de los pecados, del matrimonio o de los demás sacramentos de la Iglesia; y en general, a cuantos la misma Iglesia Romana o los obispos en particular por sus diócesis con el consejo de sus clérigos, o los clérigos mismos, de estar vacante la sede, con el consejo -si fuere menester-, de los obispos vecinos, hubieren juzgado por herejes, nosotros ligamos con igual vínculo de perpetuo anatema (D.402).
GREGORIO IX, 1227-1241, DE LA FORMA DE ANATEMA, PUBLICADA EL 20 DE AGOSTO DE 1229 (?):
"Excomulgamos y anatematizamos… a todos los herejes": cataros, patarenos, pobres de Lyon, pasaginos, josefinos, arnaldistas, esperonistas y otros, "cualquier nombre que lleven, pues tienen caras diversas, pero las colas atadas unas con otras (Iud. 15, 4), pues por su vanidad todos convienen en lo mismo" (Del IV Concilio de Letrán. 1215. Cap. 3, De Haereticis) (D.444).
SAN SIMPLICIO, 468-483, CONCILIO DE ARIÜS, 475 (P.L. 53, 683.) DEL MEMORIAL DE SUJECIÓN DE LÚCIDO, PRESBÍTERO:
Vuestra corrección es pública salvación y vuestra sentencia medicina. De ahí que también yo tengo por sumo remedio, excasar los pasados errores acusándolas, y por saludable confesión purificarme. Por tanto, de acuerdo con los recientes decretos del Concilio venerable, condeno juntamente con vosotros aquella sentencia que dice que no ha de juntarse a la gracia divina el trabajo de la obediencia humana; que dice que después de la caída del primer hombre, quedó totalmente extinguido el albedrío de la voluntad; que dice que Cristo Señor y Salvador nuestro no sufrió la muerte por la salvación de todos; que dice que…
Todo esto lo condeno como impío y lleno de sacrilegios. De tal modo, empero, afirmo la gracia de Dios que siempre añado a la gracia el esfuerzo y empeño del hombre, y proclamo que la libertad de la voluntad humana no está extinguida, sino atenuada y debilitada, que está en peligro quien se ha salvado, y que el que se ha perdido, hubiera podido salvarse (D.160 a).
Confieso también que Cristo Dios y Salvador, por lo que toca a las riquezas de su bondad, ofreció por todos el precio de su muerte y no quiere que nadie se pierda, El, que es salvador de todos, sobre todo de los fieles, rico para con todos los que le invocan (Rom. 10,12)… Ahora, empero, por la autoridad de los sagrados testimonios que copiosamente se hallan en las divinas Escrituras, por la doctrina de los antiguos, puesta de manifiesto por la razón, de buena gana confieso que Cristo vino también por los hombres perdidos que contra la voluntad de El se han perdido. No es lícito, en efecto, limitar las riquezas de su bondad inmensa y los beneficios divinos a solos aquellos que al parecer se han salvado. Porque si decimos que Cristo sólo trajo remedios para los que han sido redimidos, parecerá que absolvemos a los no redimidos, los que consta han de ser castigados por haber despreciado la redención. Afirmo también que se han salvado, según la razón y el orden de los siglos, unos por la ley de la gracia, otros por la ley de Moisés, otros por la ley de la naturaleza, que Dios escribió en los corazones de todos, en la esperanza del advenimiento de Cristo; sin embargo, desde el principio del mundo, no se vieron libres de la atadura original, sino por intercesión de la sagrada sangre. Profeso también que los fuegos eternos y las llamas infernales están preparadas para los hechos capitales, porque con razón sigue la divina sentencia a las culpas humanas persistentes; sentencia en que incurren quienes no creyeren de todo corazón estas cosas. Orad por mí, señores santos y padres apostólicos.
Lúcido presbítero firmé por mi propia mano esta mi carta y lo que en ella se afirma lo afirmo y lo que se condena condeno (D. 160 b)
U.R. 9 Conviene conocer la disposición de ánimo de los hermanos separados. Para ello se, necesita el estudio que hay que realizar con un alma benévola guiada por la verdad. Es preciso que los católicos, debidamente preparados, adquieran mejor conocimiento de la doctrina y de la historia de la vida espiritual y cultural, de la sicología religiosa y de la cultura peculiares de los hermanos.
LUCIO III, 1181-1185, CONCILIO DE VERONA, 1184, DEL DECRETO AD ABOLENDUM CONTRA LOS HEREJES:
A todos los que no temen sentir o enseñar de otro modo que como predica y observa la sacrosanta Iglesia Romana acerca del sacramento del cuerpo y de la sangre de Nuestro Señor Jesucristo, del bautismo, de la confesión de los pecados, del matrimonio o de los demás sacramentos de la Iglesia; y en general, a cuantos la misma Iglesia Romana o los obispos en particular por sus diócesis con el consejo de sus clérigos, o los clérigos mismos, de estar vacante la sede, con el consejo -si fuere menester-, de los obispos vecinos, hubieren juzgado por herejes, nosotros ligamos con igual vínculo de perpetuo anatema (D.402).
GREGORIO IX, 1227-1241, DE LA FORMA DE ANATEMA, PUBLICADA EL 20 DE AGOSTO DE 1229 (?):
"Excomulgamos y anatematizamos… a todos los herejes": cataros, patarenos, pobres de Lyon, pasaginos, josefinos, arnaldistas, esperonistas y otros, "cualquier nombre que lleven, pues tienen caras diversas, pero las colas atadas unas con otras (Iud. 15, 4), pues por su vanidad todos convienen en lo mismo" (Del IV Concilio de Letrán. 1215. Cap. 3, De Haereticis) (D.444).
SAN SIMPLICIO, 468-483, CONCILIO DE ARIÜS, 475 (P.L. 53, 683.) DEL MEMORIAL DE SUJECIÓN DE LÚCIDO, PRESBÍTERO:
Vuestra corrección es pública salvación y vuestra sentencia medicina. De ahí que también yo tengo por sumo remedio, excasar los pasados errores acusándolas, y por saludable confesión purificarme. Por tanto, de acuerdo con los recientes decretos del Concilio venerable, condeno juntamente con vosotros aquella sentencia que dice que no ha de juntarse a la gracia divina el trabajo de la obediencia humana; que dice que después de la caída del primer hombre, quedó totalmente extinguido el albedrío de la voluntad; que dice que Cristo Señor y Salvador nuestro no sufrió la muerte por la salvación de todos; que dice que…
Todo esto lo condeno como impío y lleno de sacrilegios. De tal modo, empero, afirmo la gracia de Dios que siempre añado a la gracia el esfuerzo y empeño del hombre, y proclamo que la libertad de la voluntad humana no está extinguida, sino atenuada y debilitada, que está en peligro quien se ha salvado, y que el que se ha perdido, hubiera podido salvarse (D.160 a).
Confieso también que Cristo Dios y Salvador, por lo que toca a las riquezas de su bondad, ofreció por todos el precio de su muerte y no quiere que nadie se pierda, El, que es salvador de todos, sobre todo de los fieles, rico para con todos los que le invocan (Rom. 10,12)… Ahora, empero, por la autoridad de los sagrados testimonios que copiosamente se hallan en las divinas Escrituras, por la doctrina de los antiguos, puesta de manifiesto por la razón, de buena gana confieso que Cristo vino también por los hombres perdidos que contra la voluntad de El se han perdido. No es lícito, en efecto, limitar las riquezas de su bondad inmensa y los beneficios divinos a solos aquellos que al parecer se han salvado. Porque si decimos que Cristo sólo trajo remedios para los que han sido redimidos, parecerá que absolvemos a los no redimidos, los que consta han de ser castigados por haber despreciado la redención. Afirmo también que se han salvado, según la razón y el orden de los siglos, unos por la ley de la gracia, otros por la ley de Moisés, otros por la ley de la naturaleza, que Dios escribió en los corazones de todos, en la esperanza del advenimiento de Cristo; sin embargo, desde el principio del mundo, no se vieron libres de la atadura original, sino por intercesión de la sagrada sangre. Profeso también que los fuegos eternos y las llamas infernales están preparadas para los hechos capitales, porque con razón sigue la divina sentencia a las culpas humanas persistentes; sentencia en que incurren quienes no creyeren de todo corazón estas cosas. Orad por mí, señores santos y padres apostólicos.
Lúcido presbítero firmé por mi propia mano esta mi carta y lo que en ella se afirma lo afirmo y lo que se condena condeno (D. 160 b)
EL CONOCIMIENTO MUTUO DE LOS HERMANOS
U.R. 9 Conviene conocer la disposición de ánimo de los hermanos separados. Para ello se, necesita el estudio que hay que realizar con un alma benévola guiada por la verdad. Es preciso que los católicos, debidamente preparados, adquieran mejor conocimiento de la doctrina y de la historia de la vida espiritual y cultural, de la sicología religiosa y de la cultura peculiares de los hermanos.
Para lograrlo, ayudan mucho por ambas partes las reuniones destinadas a tratar sobre todo cuestiones teológicas, donde cada uno pueda tratar a los demás DE IGUAL A IGUAL, con tal que los que toman parte, bajo la vigilancia de los prelados, sean verdaderamente peritos. De tal diálogo puede incluso esclarecerse más cual sea la verdadera naturaleza de la Iglesia católica. De esta forma conoceremos mejor el pensamiento de los hermanos separados, y nuestra fe aparecerá entre ellos más claramente expresada.
PÍO XI (MORTALIUM ÁNIMOS):
[Sin fe, no hay verdadera caridad] 9. Estos pan-cristianos que pretenden unir a las iglesias parecen, de hecho, perseguir las ideas más nobles para promover la caridad entre todos los cristianos: sin embargo, ¿cómo sucede que esta caridad tiende a dañar la fe? Todo el mundo sabe que el mismo Juan, el apóstol del amor, que parece revelar en su Evangelio los secretos del Sagrado Corazón de Jesús, y que nunca dejó de impresionar en los recuerdos de sus seguidores el nuevo mandamiento "Ámense unos a otros", dijo que cualquier relación con aquellos que profesan una versión mutilada y corrupta de la enseñanza de Cristo, es prohibida: "Si alguien viene a ti y no te trae esta doctrina, no lo recibas en la casa ni le digas: Bienvenido!". Por esa razón, como la caridad se basa en una fe completa y sincera, los discípulos de Cristo deben estar unidos principalmente por el vínculo de una fe.
PÍO IX, CONDENA LA DOCTRINA DE FROHSCHAMMER; CARTA GRAVISSIMAS ÍNTER DE II-XII-1862:
Porque la Iglesia, por su divina institución, debe custodiar diligentísimamente íntegro e inviolado el depósito de la fe y vigilar continuamente con todo empeño por la salvación de las almas, y con sumo cuidado ha de apartar y eliminar todo aquello que pueda oponerse a la fe o de cualquier modo pueda poner en peligro la salud de las almas. Por lo tanto, la Iglesia, por la potestad que le fue por su Fundador divino encomendada, tiene no sólo el derecho, sino principalmente el deber de no tolerar, sino proscribir y condenar todos los errores, si así lo reclamaren la integridad de la fe y la salud de las almas; y a todo filósofo que quiera ser hijo de la Iglesia, y también a la filosofía, le incumbe el deber de no decir jamás nada contra lo que la Iglesia enseña y retractarse de aquello de que la Iglesia le avisare.
Y así sostenemos y declaramos que la sentencia que afirme lo contrario, es totalmente errónea, y en sumo grado injuriosa a la fe misma, a la Iglesia y a la autoridad de ésta.
PÍO IX, 1846-1878, CONCILIO VATICANO, 1869-1870:
De lo que resulta que ella misma, como una bandera levantada para las naciones (Is. XI, 12), no sólo invita a sí a los que todavía no han creído, sino que da a sus hijos la certeza de que la fe que profesan se apoya en fundamento firmísimo. A este testimonio se añade el auxilio eficaz de la virtud de lo alto. Porque el benignísimo Señor excita y ayuda con su gracia a los errantes, para que puedan llegar al conocimiento de la verdad (1 Tim. II,4), y a los que trasladó de las tinieblas a su luz admirable (1 Petr. II, 9), los confirma con su gracia para que perseveren en esa misma luz, no abandonándolos, si no es abandonado (v. 804). Por eso, no es en manera alguna igual la situación de aquéllos que por el don celeste de la fe se han adherido a la verdad católica y la de aquéllos que, llevados de opiniones humanas, siguen una religión falsa; porque los que han recibido la fe bajo el magisterio de la Iglesia no pueden jamás tener causa justa de cambiar o poner en duda esa misma fe (Can. 6). Siendo esto así, dando gracias a Dios Padre que nos hizo dignos de entrar a la parte de la herencia de los santos en la luz (Col. 1, 12), no descuidemos salvación tan grande, antes bien, mirando al autor y consumador de nuestra fe, Jesús, mantengamos inflexible la confesión de nuestra esperanza (Hebr. 12, 2; 10, 23) (D.1794).
U.R.10 a). Es necesario que las instituciones de la sagrada teología y de las otras disciplinas, sobre todo las históricas, se expliquen también en sentido ecuménico, para que respondan lo más posible a la realidad.
LEÓN XIII, 1878-1903, DE LA CARTA TESTEM BENEVOLENTIAE, AL CARDENAL GIBBONS, DE 22 DE ENERO DE 1899:
El fundamento sobre el que se basan estas nuevas ideas es que, con el fin de atraer más fácilmente a la sabiduría católica a aquellos que disienten de ella, la Iglesia debe acercarse un poco más a la humanidad de este siglo ya maduro, aflojar su antigua severidad y hacer algunas concesiones a los gustos y opiniones recientemente introducidas entre los pueblos. Muchos piensan que estas concesiones deben ser hechas no sólo en asuntos de disciplina, sino también en las Doctrinas que conforman el “Depósito de la Fe”.
Y la historia de todas las edades pretéritas es testigo de que esta Sede Apostólica, a quien fue concedido no sólo el magisterio, sino también el régimen supremo de toda la Iglesia, se mantuvo constantemente adherida al mismo dogma, al mismo sentido, a la misma sentencia (Conc. Vaticano, v. 1800)… (D.1968).
LEÓN XIII: (SATIS COGNITUM):
[Cristo instituyó el magisterio] 20. Es, pues, incontestable, después de lo que acabamos de decir, que Jesucristo instituyó en la Iglesia un magisterio vivo, auténtico y además perpetuo, investido de su propia autoridad, revestido del espíritu de verdad, confirmado por milagros, y quiso, y muy severamente lo ordenó, que las enseñanzas doctrinales de ese magisterio fuesen recibidas como las suyas propias. Cuantas veces, por lo tanto, declare la palabra de ese magisterio que tal o cual verdad forma parte del conjunto de la doctrina divinamente revelada, cada cual debe creer con certidumbre que eso es verdad; pues si en cierto modo pudiera ser falso, se seguiría de ello, lo cual es evidentemente absurdo, que Dios mismo sería el autor del error de los hombres. “Señor, si estamos en el error, vos mismo nos habéis engañado” [60]. Alejado, pues, todo motivo de duda, ¿puede ser permitido a nadie rechazar alguna de esas verdades sin precipitarse abiertamente en la herejía, sin separarse de la Iglesia y sin repudiar en conjunto toda la doctrina cristiana?
PÍO IX: DE LA CARTA TUAS LIBENTER, Al Hermano Gregorio, Arzobispo de Mónaco y Freising, 21 de diciembre de 1863:
PÍO XI (MORTALIUM ÁNIMOS):
[Sin fe, no hay verdadera caridad] 9. Estos pan-cristianos que pretenden unir a las iglesias parecen, de hecho, perseguir las ideas más nobles para promover la caridad entre todos los cristianos: sin embargo, ¿cómo sucede que esta caridad tiende a dañar la fe? Todo el mundo sabe que el mismo Juan, el apóstol del amor, que parece revelar en su Evangelio los secretos del Sagrado Corazón de Jesús, y que nunca dejó de impresionar en los recuerdos de sus seguidores el nuevo mandamiento "Ámense unos a otros", dijo que cualquier relación con aquellos que profesan una versión mutilada y corrupta de la enseñanza de Cristo, es prohibida: "Si alguien viene a ti y no te trae esta doctrina, no lo recibas en la casa ni le digas: Bienvenido!". Por esa razón, como la caridad se basa en una fe completa y sincera, los discípulos de Cristo deben estar unidos principalmente por el vínculo de una fe.
PÍO IX, CONDENA LA DOCTRINA DE FROHSCHAMMER; CARTA GRAVISSIMAS ÍNTER DE II-XII-1862:
Porque la Iglesia, por su divina institución, debe custodiar diligentísimamente íntegro e inviolado el depósito de la fe y vigilar continuamente con todo empeño por la salvación de las almas, y con sumo cuidado ha de apartar y eliminar todo aquello que pueda oponerse a la fe o de cualquier modo pueda poner en peligro la salud de las almas. Por lo tanto, la Iglesia, por la potestad que le fue por su Fundador divino encomendada, tiene no sólo el derecho, sino principalmente el deber de no tolerar, sino proscribir y condenar todos los errores, si así lo reclamaren la integridad de la fe y la salud de las almas; y a todo filósofo que quiera ser hijo de la Iglesia, y también a la filosofía, le incumbe el deber de no decir jamás nada contra lo que la Iglesia enseña y retractarse de aquello de que la Iglesia le avisare.
Y así sostenemos y declaramos que la sentencia que afirme lo contrario, es totalmente errónea, y en sumo grado injuriosa a la fe misma, a la Iglesia y a la autoridad de ésta.
PÍO IX, 1846-1878, CONCILIO VATICANO, 1869-1870:
De lo que resulta que ella misma, como una bandera levantada para las naciones (Is. XI, 12), no sólo invita a sí a los que todavía no han creído, sino que da a sus hijos la certeza de que la fe que profesan se apoya en fundamento firmísimo. A este testimonio se añade el auxilio eficaz de la virtud de lo alto. Porque el benignísimo Señor excita y ayuda con su gracia a los errantes, para que puedan llegar al conocimiento de la verdad (1 Tim. II,4), y a los que trasladó de las tinieblas a su luz admirable (1 Petr. II, 9), los confirma con su gracia para que perseveren en esa misma luz, no abandonándolos, si no es abandonado (v. 804). Por eso, no es en manera alguna igual la situación de aquéllos que por el don celeste de la fe se han adherido a la verdad católica y la de aquéllos que, llevados de opiniones humanas, siguen una religión falsa; porque los que han recibido la fe bajo el magisterio de la Iglesia no pueden jamás tener causa justa de cambiar o poner en duda esa misma fe (Can. 6). Siendo esto así, dando gracias a Dios Padre que nos hizo dignos de entrar a la parte de la herencia de los santos en la luz (Col. 1, 12), no descuidemos salvación tan grande, antes bien, mirando al autor y consumador de nuestra fe, Jesús, mantengamos inflexible la confesión de nuestra esperanza (Hebr. 12, 2; 10, 23) (D.1794).
LA INSTITUCIÓN ECUMENISTA
U.R.10 a). Es necesario que las instituciones de la sagrada teología y de las otras disciplinas, sobre todo las históricas, se expliquen también en sentido ecuménico, para que respondan lo más posible a la realidad.
LEÓN XIII, 1878-1903, DE LA CARTA TESTEM BENEVOLENTIAE, AL CARDENAL GIBBONS, DE 22 DE ENERO DE 1899:
El fundamento sobre el que se basan estas nuevas ideas es que, con el fin de atraer más fácilmente a la sabiduría católica a aquellos que disienten de ella, la Iglesia debe acercarse un poco más a la humanidad de este siglo ya maduro, aflojar su antigua severidad y hacer algunas concesiones a los gustos y opiniones recientemente introducidas entre los pueblos. Muchos piensan que estas concesiones deben ser hechas no sólo en asuntos de disciplina, sino también en las Doctrinas que conforman el “Depósito de la Fe”.
Y la historia de todas las edades pretéritas es testigo de que esta Sede Apostólica, a quien fue concedido no sólo el magisterio, sino también el régimen supremo de toda la Iglesia, se mantuvo constantemente adherida al mismo dogma, al mismo sentido, a la misma sentencia (Conc. Vaticano, v. 1800)… (D.1968).
LEÓN XIII: (SATIS COGNITUM):
[Cristo instituyó el magisterio] 20. Es, pues, incontestable, después de lo que acabamos de decir, que Jesucristo instituyó en la Iglesia un magisterio vivo, auténtico y además perpetuo, investido de su propia autoridad, revestido del espíritu de verdad, confirmado por milagros, y quiso, y muy severamente lo ordenó, que las enseñanzas doctrinales de ese magisterio fuesen recibidas como las suyas propias. Cuantas veces, por lo tanto, declare la palabra de ese magisterio que tal o cual verdad forma parte del conjunto de la doctrina divinamente revelada, cada cual debe creer con certidumbre que eso es verdad; pues si en cierto modo pudiera ser falso, se seguiría de ello, lo cual es evidentemente absurdo, que Dios mismo sería el autor del error de los hombres. “Señor, si estamos en el error, vos mismo nos habéis engañado” [60]. Alejado, pues, todo motivo de duda, ¿puede ser permitido a nadie rechazar alguna de esas verdades sin precipitarse abiertamente en la herejía, sin separarse de la Iglesia y sin repudiar en conjunto toda la doctrina cristiana?
PÍO IX: DE LA CARTA TUAS LIBENTER, Al Hermano Gregorio, Arzobispo de Mónaco y Freising, 21 de diciembre de 1863:
… Sabíamos también, Venerable Hermano, que algunos de los católicos que se dedican al cultivo de las disciplinas más severas, confiados demasiado en las fuerzas del ingenio humano, no temieron, ante los peligros de error, al afirmar la falaz y en modo alguno genuina libertad de la ciencia, fueran arrebatados más allá de los límites que no permite traspasar la obediencia debida al magisterio de la Iglesia, divinamente instituido para guardar la integridad de toda la verdad revelada. De donde ha resultado que esos católicos, míseramente engañados, llegaran a estar frecuentemente de acuerdo hasta conquienes claman y chillan contra los Decretos de esta Sede Apostólica y de nuestras Congregaciones, en que por ellos se impide el libre progreso de la ciencia (v. 1712), y se exponen al peligro de romper aquellos sagrados lazos de la obediencia con que por voluntad de Dios está ligados a esta misma Sede Apostólica, que fue constituida por Dios maestra y vengadora de la verdad (D.1679).
U.R.10 b) Es muy conveniente que los que han de ser pastores y sacerdotes se imbuyan de la teología elaborada de esta forma, con sumo cuidado, y no polémicamente, máxime en lo que respecta a las relaciones de los hermanos separados para con la Iglesia católica, ya que de la formación de los sacerdotes, sobre todo, depende la necesaria instrucción y formación espiritual de los fieles y de los religiosos.
PÍO XI: (MORTALIUM ÁNIMOS):
[La verdad revelada no admite transacciones] 8. [...]¿Deberíamos sufrir, lo que de hecho sería injusto, y la verdad divinamente revelada, ser objeto de compromiso? Porque aquí la cuestión es defender la verdad revelada. Jesucristo envió a sus apóstoles a todo el mundo para que pudieran impregnar a todas las naciones con la fe del Evangelio y, para que no se equivoquen, quiso que el Espíritu Santo los enseñara: ¿esta doctrina de los apóstoles se desvaneció completamente, o algunas veces fue ocultada en la Iglesia, cuyo gobernante y defensa es Dios mismo?
SAN AGATÓN, III CONCILIO DE CONSTANTINOPLA DE 680-681, VI ECUMÉNICO: CONTRA LOS MONOTELITAS:
Habiendo, pues, nosotros dispuesto esto en todas sus partes con toda exactitud y diligencia, determinamos que a nadie sea lícito presentar otra fe, o escribirla, o bien entregarla, o bien sentir o enseñarla de otra manera. Pero, los que se atrevieren a componer otra fe, o presentarla, o enseñarla, o bien entregar otro símbolo, a los que del helenismo, o del judaísmo, o de una herejía cualquiera quieren convertirse al conocimiento de la verdad; o se atrevieren a introducir novedad de expresión o invención de lenguaje para trastorno de lo que por nosotros ha sido ahora definido; éstos, si son obispos o clérigos, sean privados los obispos del episcopado y los clérigos de la clerecía; y si son monjes o laicos, sean anatematizados (D.293).
U.R.10 c) Es también conveniente que los católicos, empeñados en obras misioneras en las mismas tierras en que hay también otros cristianos, conozcan hoy sobre todo los problemas y los frutos que surgen del ecumenismo en su apostolado.
PÍO IX, 1846-1878, CONCILIO VATICANO DE 1869-1870:
[Argumento tomado del consentimiento de la Iglesia] En cumplir este cargo pastoral, nuestros antecesores pusieron empeño incansable, a fin de que la saludable doctrina de Cristo se propagara por todos los pueblos de la tierra, y con igual cuidado vigilaron que allí donde hubiera sido recibida, se conservara sincera y pura. Por lo cual, los obispos de todo el orbe, ora individualmente, ora congregados en Concilios, siguiendo la larga costumbre de las Iglesias y la forma de la antigua regla dieron cuenta particularmente a esta Sede Apostólica de aquellos peligros que surgían en cuestiones de fe, a fin de que allí señaladamente se resarcieran los daños de la fe, donde la fe no puede sufrir mengua (Cf. S. Bern. Epist. (190) ad Innoc. II (P.L. 182, 1053, D). Los Romanos Pontífices, por su parte, según lo persuadía la condición de los tiempos y de las circunstancias, ora por la convocación de Concilios universales o explorando el sentir de la Iglesia dispersa por el orbe, ora por sínodos particulares, ora empleando otros medios que la divina Providencia deparaba, definieron que habían de mantenerse aquellas cosas que, con la ayuda de Dios habían reconocido ser conformes a las Sagradas Escrituras y a las tradiciones Apostólicas… (D. 1836).
LA FORMA DE EXPRESAR Y DE PONER LA DOCTRINA DE LA FE
U.R. 11 a). En ningún caso debe ser obstáculo para el diálogo con los hermanos el sistema de exposición de la fe católica. Es totalmente necesario que se exponga con claridad toda la doctrina. Nada es tan ajeno al ecumenismo como el falso irenismo que pretendiera desvirtuar la pureza de la doctrina católica y oscurecer su genuino y verdadero sentido.
SIGUE EL CONC. VATICANO (I):
… pues no fue prometido a los sucesores de Pedro el Espíritu Santo para que por revelación suya manifestaran una nueva doctrina, sino para que, con su asistencia, santamente custodiaran y fielmente expusieran la revelación transmitida por los Apóstoles o depósito de la fe. Y ciertamente, la apostólica doctrina de ellos, todos los venerables Padres la han abrazado y los Santos Doctores ortodoxos venerado y seguido, sabiendo plenísimamente que esta Sede de San Pedro permanece siempre intacta de todo error, según la promesa de nuestro divino Salvador hecha al príncipe de sus discípulos: Yo he rogado por ti, a fin de que no desfallezca tu fe y tú, una vez convertido, confirma a tus hermanos (Lc. 22, 32).
Así, pues, este carisma de la verdad y de la fe nunca deficiente, fue divinamente conferido a Pedro y a sus sucesores en esta cátedra, para que desempeñaran su excelso cargo para la salvación de todos; para que toda la grey de Cristo, apartada por ellos del pasto venenoso del error, se alimentara con el de la doctrina celeste; para que, quitada la ocasión del cisma, la Iglesia entera se conserve una, y, apoyada en su fundamento, se mantenga firme contra las puertas del infierno (D.1837).
Y antes: el Concilio de Florencia definió: “Que el Romano Pontífice es verdadero vicario de Cristo y cabeza de toda la Iglesia y padre y maestro de todos los cristianos, y a él, en la persona de San Pedro, le fue entregada por nuestro Señor Jesucristo la plena potestad de apacentar, regir y gobernar a la Iglesia universal” (v. 694) (D.1835).
U.R.11 b) La fe católica hay que exponerla al mismo tiempo con más profundidad y con más rectitud, para que tanto por la forma como por las palabras pueda ser cabalmente comprendida también por los hermanos separados.
PÍO IX, CONCILIO VATICANO:
Y nuevamente está escrito: Tenemos palabra profética más firme, a la que hacéis bien en atender como a una antorcha que brilla en un lugar tenebroso (2 Petr. 1, 19).
[La fe es en sí misma un don de Dios] Mas aun cuando el asentimiento de la fe no sea en modo alguno un movimiento ciego del alma; nadie, sin embargo, “puede consentir a la predicación evangélica”, como es menester para conseguir la salvación, “sin la iluminación e inspiración del Espíritu Santo, que da a todos suavidad en consentir y creer a la verdad” (Conc. de Orange, v. 178 ss.). Por eso, la fe, aun cuando no obre por la caridad (cf. Gal. 5,6), es en sí misma un don de Dios, y su acto es obra que pertenece a la salvación; obra por la que el hombre presta a Dios mismo libre obediencia, consintiendo y cooperando su gracia, a la que podría resistir (cf. 797 s; Can. 5) (D. 1790-1791).
[Del doble orden de conocimiento] El perpetuo sentir de la Iglesia Católica sostuvo también y sostiene que hay un doble orden de conocimiento, distinto no sólo por su principio, sino también por su objeto; por su principio primeramente, porque en uno conocemos por razón, en otro por fe divina; por su objeto también, porque aparte aquellas cosas que la razón natural puede alcanzar; se nos proponen para creer misterios escondidos en Dios de los que, a no haber sido divinamente revelados, no se pudiera tener noticia (Can. 1). Por eso el Apóstol, que atestigua que Dios es conocido por los gentiles por medio de las cosas que han sido hechas (Rom. 1, 20); sin embargo, cuando habla de la gracia y de la verdad que ha sido hecha por medio de Jesucristo (cf. Ioh. 1, 17), manifiesta: Proclamamos la sabiduría de Dios en el misterio; sabiduría que está escondida, que Dios predestinó antes de los siglos para gloria nuestra, que ninguno de los príncipes de este mundo ha conocido…; pero a nosotros Dios nos la ha revelado por medio de su Espíritu. Porque el Espíritu, todo lo escudriña, aún las profundidades de Dios (1 Cor. 2, 7, 8, y 10). Y el Unigénito mismo alaba al Padre, porque escondió estas cosas a los sabios y prudentes y se las reveló a los pequeñuelos (cf. Mt. 11, 25) (D.1795).
LEÓN XIII (SATIS COGNITUM):
23. Pero así como la doctrina celestial no ha estado nunca abandonada al capricho o al juicio individual de los hombres, sino que ha sido primeramente enseñada por Jesús, después confiada exclusivamente al magisterio de que hemos hablado, tampoco al primero que llega entre el pueblo cristiano, sino a ciertos hombres escogidos ha sido dada por Dios la facultad de cumplir y administrar los divinos misterios y el poder de mandar y de gobernar. (D.1958).
PÍO IX, CONCILIO VATICANO:
• Así: [Canon.] Si alguno dijere que el bienaventurado Pedro Apóstol no fue constituido por Cristo Señor, príncipe de todos los Apóstoles y cabeza visible de toda la Iglesia militante, o que recibió directa e inmediatamente del mismo Señor nuestro Jesucristo solamente primado de honor, pero no de verdadera y propia jurisdicción, sea anatema (D.1823).
U.R.11 c) Finalmente, en el diálogo ecumenista los teólogos católicos, bien imbuidos de la doctrina de la Iglesia, al tratar con los hermanos separados de investigar los divinos misterios, deben proceder con amor a la verdad, con caridad y con humildad. Al confrontar las doctrinas no olviden que hay un orden o jerarquía de las verdades en la doctrina católica, por ser diversa su conexión con el fundamento de la fe cristiana. De esta forma se preparará el camino por donde todos se estimulen a proseguir con esta fraterna emulación hacia un conocimiento más profundo y una exposición más clara de las incalculables riquezas de Cristo (cfr. Ef. 3, 8).
PÍO XI (MORTALIUM ÁNIMOS):
[...] 9. Además de esto, en relación con las cosas que deben ser creídas, no es lícito utilizar esa distinción que algunos han considerado oportuno introducir entre los artículos de fe que son fundamentales y los que no lo son, como dicen, como si los primeros deben ser aceptados por todos, mientras que este último puede dejarse al libre consentimiento de los fieles: porque la virtud sobrenatural de la fe tiene una causa formal, es decir, la autoridad de Dios que revela, y esto no tiene tal distinción. Por esta razón es que todos los que verdaderamente creen en Cristo, creen en la Concepción de la Madre de Dios sin mancha del pecado original con la misma fe que creen en el misterio de la Trinidad y la Encarnación de nuestro Señor, así como hacen la autoridad de enseñanza infalible del Romano Pontífice, según el sentido en que fue definido por el Concilio Ecuménico del Vaticano. ¿Estas verdades no son igualmente seguras, o no se pueden creer, porque la Iglesia las ha sancionado y definido solemnemente, algunas en una época y otras en otra, incluso en aquellos tiempos inmediatamente anteriores al nuestro? ¿No los ha revelado Dios a todos?
LA COOPERACIÓN CON LOS HERMANOS SEPARADOS
U.R. 12. Todos los cristianos deben confesar delante del mundo entero su fe en Dios Uno y Trino, en el Hijo de Dios encarnado, Redentor y Señor nuestro, y con empeño común en su mutuo aprecio den testimonio de nuestra esperanza, que no confunde.
Como en esos tiempos se exige una colaboración amplísima en el campo social, todos los hombres son llamados a esta empresa común, sobre todo los que creen en Dios y aún más singularmente todos los cristianos, por verse honrados con el nombre de Cristo.
La cooperación de todos los cristianos expresa vivamente la unión con la que ya están vinculados y presenta con luz más radiante la imagen de Cristo Siervo. Esta cooperación, establecida ya en no pocas naciones, debe ir perfeccionándose más y más, sobre todo en las regiones desarrolladas social y técnicamente, ya en el justo aprecio de la dignidad de la persona humana, ya procurando el bien de la paz, ya en la aplicación social del Evangelio, ya en el progreso de las ciencias y de las artes con signo cristiano, ya en la aplicación de cualquier género de remedio contra los infortunios de nuestros tiempos, como son el hambre y las calamidades, el analfabetismo y la miseria, la escasez de viviendas y la distribución injusta de las riquezas.
Por medio de esta cooperación podrán advertir fácilmente todos los que creen en Cristo cómo pueden conocerse mejor unos a otros, apreciarse más y cómo se allana el camino para la unidad de los cristianos.
PÍO XI (MORTALIUM ANIMOS):
[Resbaladero hacia el indiferentismo] [...] 9. ¿Cómo una variedad tan grande de opiniones puede aclarar el camino para efectuar la unidad de la Iglesia? No lo sabemos; esa unidad solo puede surgir de una autoridad de enseñanza, una ley de creencia y una fe de cristianos. Pero sí sabemos que a partir de esto es un paso fácil hacia el abandono de la religión o el indiferencia y hacia el modernismo, como lo llaman. Aquellos que están infelizmente infectados con estos errores sostienen que la verdad dogmática no es absoluta sino relativa, es decir, está de acuerdo con las diferentes necesidades de tiempo y lugar y con las diversas tendencias de la mente, ya que no está contenida en la revelación inmutable, pero es capaz de acomodarse a la vida humana.
PÍO XI (MORTALIUM ANIMOS):
[Resbaladero hacia el indiferentismo] [...] 9. ¿Cómo una variedad tan grande de opiniones puede aclarar el camino para efectuar la unidad de la Iglesia? No lo sabemos; esa unidad solo puede surgir de una autoridad de enseñanza, una ley de creencia y una fe de cristianos. Pero sí sabemos que a partir de esto es un paso fácil hacia el abandono de la religión o el indiferencia y hacia el modernismo, como lo llaman. Aquellos que están infelizmente infectados con estos errores sostienen que la verdad dogmática no es absoluta sino relativa, es decir, está de acuerdo con las diferentes necesidades de tiempo y lugar y con las diversas tendencias de la mente, ya que no está contenida en la revelación inmutable, pero es capaz de acomodarse a la vida humana.
[Los católicos no pueden aprobarlo] [...] 2. Ciertamente, tales intentos pueden ser aprobados por católicos, fundados como están en esa falsa opinión que considera que todas las religiones son más o menos buenas y loables, ya que todas ellas de diferentes maneras manifiestan y significan ese sentido que es innato en todos nosotros, y por el cual somos conducidos a Dios y al reconocimiento obediente de Su gobierno. No solo los que sostienen esta opinión por error y engañan, sino que, al distorsionar la idea de la verdadera religión, la rechazan, y poco a poco se desvían al naturalismo y al ateísmo, como se le llama; de lo que se desprende claramente que quien apoya a quienes sostienen estas teorías e intenta realizarlas, abandonan por completo la religión divinamente revelada.
LEÓN XIII EN TESTEM BENEVOLENTIAE SOBRE EL AMERICANISMO:
Pero, querido hijo Nuestro, en el asunto del que estamos hablando, es más peligroso y más pernicioso para la Doctrina y la Disciplina Católicas aquel proyecto por el que los seguidores de la novedad sostienen que se debe introducir una suerte tal de libertad en la Iglesia que, disminuyendo de alguna manera su supervisión y cuidado, se permita a cada uno de los fieles ser más indulgente con sus propias ideas y con su propia actividad. Por lo demás, aquellos afirman que esto es requerido por el ejemplo dado con la libertad, recientemente introducida, que es ahora el derecho y fundamento de la comunidad civil.
PÍO IX EN QUANTO CONFICIAMUR MOERORE, A LOS OBISPOS DE ITALIA DE 10-VIII-1863:
Lejos, sin embargo, de los hijos de la Iglesia Católica ser jamás en modo alguno enemigos de los que no nos están unidos por los vínculos de la misma fe y caridad; al contrario, si aquellos son pobres o están enfermos o afligidos por cualesquiera otras miserias, esfuércense más bien en cumplir con ellos todos los deberes de la caridad cristiana y en ayudarlos siempre y, ante todo, pongan empeño por sacarlos de las tinieblas del error en que míseramente yacen y reducirlos a la verdad católica y a la madre amantísima, la Iglesia, que no cesa nunca de tenderles sus manos maternas y llamarlos nuevamente a su seno, a fin de que, fundados y firmes en la fe, esperanza y caridad y fructificando en toda obra buena (Col. 1, 10), consigan la eterna salvación. (D.1678).
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