jueves, 26 de diciembre de 2024

EL SAGRADO CORAZON DE JESUS (6)

Que los esfuerzos del infierno no han podido impedir el establecimiento y propagación del culto del Sagrado Corazón de Jesús.

Por Monseñor de Segur


Cuanto más excelente y provechoso para las almas fuese el culto del sagrado Corazón, más debía temerle el demonio e impedir su establecimiento por cuantos medios le fuera posible. Para su intento se sirvió principalmente de una nueva secta nacida del calvinismo, y que pronto, bajo el nombre de jansenismo, tomó en Francia proporciones desoladoras. Bajo pretexto de penitencia y austeridad, y de un retorno más perfecto a las primitivas tradiciones del Cristianismo, los jansenistas batían en brecha con todas sus fuerzas cuánto hay consolador y misericordioso en la Religión: la Comunión frecuente, la confianza en la misericordia divina, el amor y el culto de la Santísima Virgen, la magnificencia del culto divino. Aquellos herejes, de corazón de hielo, sin amor de Dios ni de los hombres, no podían ver con buenos ojos una devoción toda impregnada de amor, cual es la del sagrado Corazón. En una serie de abominables intrigas, de libelos difamatorios y de persecuciones más o menos abiertas, hicieron esfuerzos desesperados para ahogar en su cuna la devoción naciente del sagrado Corazón de Jesús. En su primer ensayo la representaron como supersticiosa, absurda, ridícula, impía; después intentaron sublevar contra ella el clero, los fieles y aún algunos doctores en Teología; trataron también de engañar a los obispos; se esforzaron en irritar contra ella al rey Luis XIV, lo cual lograron momentáneamente. Las iras de los herejes recayeron principalmente sobre la benemérita Compañía de Jesús, que en su celo ardiente y continuo por la salvación de las almas, había abrazado con amor muy digno de ella la devoción del Sagrado Corazón. La pobre sor Margarita María fue objeto de burla; y sus luminosas revelaciones, no obstante el examen y aprobación de la autoridad competente; aquellas revelaciones que Nuestro Señor había confirmado con milagros, fueron tildadas de delirios.

Ya antes la cólera del demonio y de los jansenistas se había concentrado sobre un santo misionero que la Providencia había suscitado para preparar los caminos a la beata Margarita María, y a la revelación propiamente dicha de los misterios del Corazón de Jesús. Era este el Padre Eudes, discípulo del cardenal de Berulle y del Padre Condren, y amigo de San Vicente de Paul, del venerable Olier y de lo más eminente en ciencia y virtud que tenía el clero en aquel siglo. Hacía más de cincuenta años que aquel admirable religioso, a quien el reverendo Olier llamaba “maravilla de su siglo” llenaba la Francia entera con sus predicaciones apostólicas, y propagaba a su paso con fervor verdaderamente inspirado el amor y el culto de los sagrados Corazones de Jesús y María. Esta era su devoción predilecta, que comunicaba, nо solamente a los pueblos, sino también al clero y a las Congregaciones religiosas. Con aprobación y bajo los auspicios del Episcopado, fundó una Congregación de misioneros, los padres Eudistas, especialmente dedicada a este culto de amor; fundó seminarios, capillas públicas, numerosas y florecientes cofradías que fueron aprobadas oficialmente por la Santa Sede, y esto cabalmente en la misma época que comenzaba Jesús a revelarse milagrosamente a la beata Margarita en el silencio del monasterio de Paray-le-Monial.

Con justa razón, por lo tanto, puede y debe llamarse también el Padre Eudes “apóstol del sagrado Corazón de Jesús”. Desde 1645 tuvo la dicha de ver que se le rendía culto solemne en los seminarios de su Congregación y en muchas casas religiosas; y en 1671 varios obispos franceses aprobaron y autorizaron en sus diócesis, siempre a instancias del Padre Eudes, tan admirable devoción, permitiendo se celebrase públicamente en honor del sagrado Corazón una fiesta con Misa y Oficio propios, que compuso aquel piadoso misionero, y que han sido aprobados en dos distintas ocasiones por la Santa Sede. En 1674, al tiempo que Nuestro Señor se revelaba de un modo tan esplendente a la beata Margarita María Alacoque, Clemente X daba por medio de seis Breves apostólicos la suprema sanción de la Santa Sede a la legitimidad del culto del sagrado Corazón.

El infierno se desencadenó más furioso que nunca contra el Padre Eudes, aprovechando la actitud verdaderamente sacerdotal que había tomado el santo misionero en las primeras contiendas con el galicanismo, que, como es sabido, habían nacido de las intrigas jansenistas. El generoso defensor de los derechos del amor a Jesucristo y de la autoridad de su Vicario, tuvo la gloria de sufrir el destierro y la persecución. Murió a la edad de más de ochenta años en olor de santidad. Como la palabra de Dios no puede faltar, no tardaron en verse cumplidas las promesas hechas a la venerable Alacoque, y el culto del sagrado Corazón se propagó maravillosamente por todas partes, produciendo abundantes frutos de gracia y conversión. Otorgados ya varios Breves de indulgencias por diversos Papas, y erigidas con autoridad de la Santa Sede muchísimas Congregaciones para honrar con particular culto al sagrado Corazón de Jesús, Clemente XIII concedió en 1765 Oficio y Misa propios del sagrado Corazón; elevándolos en seguida a la categoría de primera clase en el rito. Pio VI, en su memorable bula dogmática Auctorem fidei, condenó los errores e impugnaciones del jansenismo contra la devoción al Corazón divino de nuestro adorable Salvador. Pío VII, por un rescripto de 10 de Marzo de 1802, concedió indulgencias a los que se asociasen a esta devoción. Pío IX extendió en 1856 a la Iglesia universal la fiesta del sagrado Corazón, que ya se celebraba por privilegio casi en todas las diócesis; y por Breve de 19 de Agosto de 1864 llevó al honor de los altares a la beata Margarita María Alacoque. Finalmente, por siempre memorable será el año 1875, en que Pío IX, movido de su devoción al sacratísimo Corazón y de las multiplicadas súplicas del Episcopado y de algunos millones de fieles dispuso que todos los hijos de la Iglesia Católica se consagrasen solemnemente al sagrado Corazón de Jesús, dando a este objeto la sagrada Congregación de Ritos un decreto acompañado del acto de consagración, que lleva el sello de la aprobación del Jefe supremo de la Iglesia. El 16 de Junio del mismo año el cielo y la tierra contemplaron un solemne y magnífico espectáculo: el de todos los fieles del mundo entero, bajo el cayado de sus Pastores, ofreciéndose en los mismos términos, y en unión y por mediación del Soberano Pontífice, todos unidos en holocausto de perfecta y eterna consagración, al santísimo Corazón de Jesús. Así en el decurso de doscientos años, a la par de los ataques de los enemigos, ha seguido ganando terreno el mismo culto tan rudamente atacado, hasta el punto de llegar a ser considerada hoy la devoción al sagrado Corazón de Jesús, como la devoción providencial de los tiempos modernos.

También yo, amabilísimo Salvador mío, quiero consagrarme enteramente a vuestro adorable Corazón. Infundidme el espíritu de vuestra Iglesia, que es vuestro santo Espíritu, vuestro Espíritu de amor. En Él, a su luz divina, quiero aprender a conoceros, a adoraros, a serviros, a ganaros corazones, a consolaros de tantas ingratitudes, a desagraviaros de tantos ultrajes. Vivid en mi entendimiento por la fe, y por el amor en mi corazón, y dadme vida de amor. Reinad Vos, Señor, ahora y siempre en nuestras familias, en nuestros gobiernos, en nuestra ciencia, en nuestras artes, en nuestros ejércitos, en nuestros talleres, en nuestras costumbres, en nuestros cuerpos y en nuestras almas, en todo lo nuestro, siendo todo para todos, y todos únicamente de Vos, con Vos y para Vos en el tiempo y en la eternidad.


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