Por Monseñor De Segur (1862)
De consiguiente, según ese falso principio, que es la base del protestantismo, los protestantes no pueden menos que aprobar las abominables y torpes locuras de tantas sectas que se apellidan evangélicas, desde la de los anabaptistas, hasta la de los mormones; las cuales se atreven a apoyar sus infamias, en textos no comprendidos de la Sagrada Escritura. Además, los protestantes están obligados a reconocer por legítimos hermanos suyos, por buenos y lógicos protestantes, a esos anabaptistas, a esos mormones, a esos innobles sectarios que son el oprobio de la humanidad.
¡Cuántas torpezas no han tomado por pretexto aquella palabra: “Creed y multiplicaos!” Los anabaptistas de Munster, y tras ellos otros muchos, sacaron de ahí que podían ejercer la poligamia. Lutero, Bucero y Melanchton, sacaron de no sé qué otro pasaje del Evangelio, que podían permitir a Felipe, Landgrave de Hesse, tener dos mujeres a la vez.
Siempre en nombre de la Escritura y de la palabra de Dios, Lutero excitó a los campesinos de Alemania a rebelarse contra los príncipes y después, espantado de su propia obra, excitó a los príncipes, para matar a los campesinos. Juan de Leyde descubrió, leyendo la Biblia, que debía casarse con once mujeres simultáneamente. Hermann vio en ella que él era el Mesías enviado de Dios. Nicolás, que todo lo que se refiere a la fe no es necesario; y que es necesario vivir en pecado, para que sobreabunde la gracia. Sympson pretende leer en la Biblia, que se debe andar desnudo por las calles, para mostrar a los ricos que deben despojarse de todo. Ricardo Hill halla también en ella, que el adulterio y el homicidio son cosas que operan para el bien; añadiendo que si a estos crímenes se añade el incesto, el que los cometa se hace más santo en la tierra y goza más en el cielo.
Lo confiesan los mismos protestantes honrados: no hay crimen ni abominación que no haya encontrado justificación en algún texto de la Sagrada Escritura, cuando se la interpreta sin sujeción a la tutelar autoridad de la Iglesia.
¿Pues qué debemos pensar de un principio, como este principio del protestantismo, que produce tales consecuencias?
Continúa...
Tomado del libro “Conversaciones sobre el protestantismo actual”, impreso en 1862.
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