viernes, 30 de abril de 2021

EL VICEPRESIDENTE DEL EPISCOPADO ALEMÁN PIDE VOLVER A DEBATIR EL SACERDOCIO FEMENINO

Franz-Joseph Bode, arzobispo de Osnabrück, vuelve a la carga con la ordenación sacerdotal de las mujeres. ¿Qué parte de “NO” no entiende Su Ilustrísima?

Por Carlos Esteban

Los debates nunca terminan hasta que los progresistas se salen con la suya. Esa parece ser una de las conclusiones que se extraen de la insistencia de los renovadores para volver a asuntos ya solemnemente cerrados con todas las garantías del procedimiento eclesial.

Por ejemplo, el sacerdocio femenino, que San Juan Pablo II pronunció imposible de aprobar de la forma más rotunda y que ha sido luego confirmado como tal por el actual pontífice.

Da igual. Franz-Joseph Bode, vicepresidente de la Conferencia Episcopal Alemana, insistía el jueves en un encuentro online en que hay que debatir otra vez sobre el acceso de las mujeres al sacerdocio. Pero esta vez Bode señala que es un error seguir buscando razones teológicas para negar a las mujeres ese ‘derecho’, y que lo que hay que preguntarse es cuál es la intención de Jesús en este asunto. “No hay Iglesia sin mujeres”, añade el obispo, como si alguien fuera a negarlo.

En definitiva, parece como si el obispo no creyera que la Iglesia sepa interpretar la intención de Jesús en estos asuntos. Afirma Bode que sobre el argumento de que de la condición masculina de Jesús y los Apóstoles se deduce la limitación del sacerdocio a los hombres hay muchas posturas divergentes, como si la Iglesia fuera un club de debate.


InfoVaticana



VIDAS DE LOS HERMANOS

Publicamos el primer capítulo de un librito muy antiguo (1928) escrito por el fraile dominico Paulino Álvarez O.P. (1850-1939) en el cual relata la vida de los Hermanos Dominicos.


Este libro que puede intitularse Vidas de los Hermanos (de vitis fratum), fue compilado de las diversas relaciones que muchos religiosos temerosos de Dios y dignos de toda fe, escribieron a Humberto, quinto General de nuestra Orden. Consta de cinco partes: la primera contiene las cosas pertenecientes al origen de la Orden, la segunda refiere muchas cosas de nuestro padre Santo Domingo, las cuales no se hallan en su leyenda, la tercera trata del bienaventurado Fray Jordán, segundo General de la Orden, la cuarta del Progreso de los Hermanos y la quinta, de la salida de los Hermanos de este mundo.




Capítulo 1

QUE NUESTRA SEÑORA ALCANZÓ DE SU HIJO LA ORDEN DE PREDICADORES

I. Saben muy bien los cristianos que Nuestra Señora, la Virgen María, es solícita medianera entre su Hijo y el humano linaje, y protectora piadosísima por cuyos ruegos se aplaca la severidad de la divina Justicia, para que no perezcan los pecadores ante la cara de Dios, y por cuyas instancias se conceden al mundo grandes mercedes. Llámase por esta causa nube que, interpuesta entre Dios y los hombres, templa las iras del Señor, y llámase también propiciatoria a cuya vista perdona Dios nuestros delitos y derrama los muchos y grandes favores que su por su mediación pedimos. Entre estos es un principalísimo el haber alcanzado de la misericordia de Dios, para salud del género humano, nuestra santísima y gloriosa Orden, según a varios fue revelado.

II. Hubo un monje, antes de la institución de esta Orden, de muy santa vida, arreglada a las leyes de su profesión, el cual hallándose enfermo fue visitado del cielo y arrobado en éxtasis por espacio de tres días y tres noches continuas, sin sentido y sin movimiento alguno. Los monjes que cabe él estaban velando, juzgábanle difunto y se disponían para darle sepultura. Más he aquí que pasado aquel largo tiempo, los religiosos observaban que el creído difunto abre los ojos, despierta como de un sueño profundísimo y clava en ellos su vista asombrada. Poseídos de estupor, le miran también ellos y le preguntan qué le había pasado, que había visto, pero él no respondió otra cosa más que esta: "he tenido un breve éxtasis". Después de algunos años, fundada ya la Orden y diseminados por todo el mundo los Religiosos, llegaron dos de ellos a aquel país y entraron a predicar en la iglesia donde estaba aquel monje. Al verlos él, quedóse sorprendido como quien se encuentra de inesperada manera con la solución de un misterio que traía atormentado su espíritu. Preguntó con ansiedad quiénes eran aquellos Predicadores de hábito blanco, cuál era su misión, su familia religiosa y el nombre de su Orden, y enterado de todo, los llamó aparte después del sermón, y con ellos a varias otras personas sabias y discretas. Había llegado el momento de comprender las revelaciones de lo alto y descubrir lo que en su pecho llevaba encerrado, y dijo: "No puedo ocultar por más tiempo lo que benignamente plugo a Dios darme a conocer y que hasta el presente he callado, porque lo veo ya todo cumplido. Hace algún tiempo, arrebatado yo fuera de mí mismo por espacio de tres días y tres noches, ví a Nuestra Señora la Virgen María postrada de rodillas los tres días seguidos suplicando a su Hijo que no castigase al mundo, sino que le diese lugar de penitencia. Jesús se negaba y repitió la repulsa durante todo ese tiempo. La virgen instaba sin cesar pidiendo para los hombres indulgencia, hasta que rendido, Jesús le contestó: "Madre mía, ¿qué más puedo yo hacer por el mundo de lo que hice? Envié Patriarcas y apenas los atendieron, envié Profetas y apenas se corrigieron, vine después yo mismo en persona, y envié mis Apóstoles, y a mí y a ellos nos dieron muerte. Envié Mártires, Confesores, Doctores y otros muchos, y tampoco se enmendaron. No obstante, por tus ruegos (¿qué podré negarte yo a ti?), enviaré predicadores, pregoneros de la verdad, por cuyo medio se iluminen los pecadores y se arrepientan. Si así lo hacen me aplacaré; de otra suerte no queda remedio alguno; tomaré venganza de ellos y los arruinaré".


III. En confirmación de esta revelación se añade otro suceso semejante que un anciano y santo monje de la abadía del Buen Valle, Orden de Cister, diócesis de Viena, refirió a Fr. Humberto, que después fue Maestro General de la Orden de Predicadores. Lo refirió así: Cuando el Santísimo Señor Inocencio III, Papa, mandó doce abades cistercienses contra los herejes de Albi, uno de los abades, que iba acompañado de otro monje, al pasar por cierto sitio, observó que había una gran multitud de hombres y mujeres en derredor de un hombre resucitado dos días después de su muerte. Deseoso de conservar el decoro que a su hábito y a su Orden se debía, mandó a su abad que pasase adelante y se enterase de la verdad del hecho, y que si era cierto lo que se contaba del hombre resucitado, le preguntase con cautela que había visto digno de memoria en el otro mundo. Hízolo así el monje, y respondió el resucitado que entre otras cosas había visto a la Gloriosa Virgen María, Madre de Dios, arrodillada, las manos juntas, los ojos derramando lágrimas por espacio de tres días y tres noches, intercediendo por el género humano y diciendo al Divino Hijo: "Gracias te doy, Hijo mío, porque me elegiste por Madre tuya y Reina del Cielo, pero siento pena muy grande de ver que se condenan la mayor parte de aquellas almas por las cuales tanta pobreza, trabajos y fatigas sufriste. Ruégote pues, Hijo mío; por tu clemencia, que no se malogre tan inestimable beneficio; que no sea vana tu sangre derramada; que te apiades una vez más de las pobres almas". A lo cual contestó así el Hijo: "Madre piadosa, ¿qué más pude yo hacer por el mundo y no lo hice? ¿No mandé mis Patriarcas, Profetas, Apóstoles, Mártires, Confesores y Doctores de la Iglesia? ¿No me entregué yo mismo a la muerte por los hombres? ¿Acaso conviene salvar al pecador con el justo y al reo con el inocente? Mi justicia y majestad los repugnan. Soy misericordioso con los arrepentidos; pero soy justo con los réprobos. Dime Tú, Dulce Madre, dime qué quieres y te lo concederé". "Tú lo sabes, Hijo mío", respondió la Madre. "Tú lo sabes porque eres sabiduría infinita. Yo no te pido si no que pongas nuevo remedio al pueblo que peligra". Así suplicaba y replicaba la Madre de piedad a su Hijo durante tres días continuos. Por último, el día tercero, la tomó él por la mano con grande reverencia, la levantó y le dijo: "Yo sé que las almas perecen por falta de Predicadores que les partan el pan de la sagrada Doctrina. Accediendo a tus ruegos, enviaré al mundo nuevos nuncios, la Orden de Predicadores, los cuales llamarán al pueblo y lo traerán a las eternas solemnidades, después cerraremos la puerta a todos los perezosos, vanos y perversos". Dicho esto, y revestidos los Hermanos Predicadores, por el mismo Hijo, del hábito que ahora llevan, Hijo y Madre juntamente les echaron su bendición, les dieron la potestad de predicar el reino de Dios y les enviaron por el universo mundo. Cuéntase que el mencionado monje dijo en su monasterio: "Yo no veré a esos mensajeros de la Madre de Dios; pero si su Orden no se levantare después de mi muerte, borradme de vuestro calendario y no roguéis jamás por mi". Después que esta visión profética fue referida al Maestro Fr. Humberto, añadió el venerable anciano: "Vosotros mismos sois esos Predicadores a quienes el hombre resucitado aludía; debéis, pues, creer que vuestra Orden fue instituida a ruegos de la Gloriosa Virgen. Perpetuad con toda diligencia tan grande Orden, y venerad tiernamente a la Bienaventurada María, que es su primera autora". Por estas revelaciones, que una a otra se confirman, se ve claro que se hizo la palabra del Señor y se cumplio velozmente.

IV. Un religioso muy veraz de la Orden de los Menores, socio por largo tiempo del Bienaventurado Francisco, contó a varios de la Orden de Hermanos Predicadores, y uno de estos, a Jordán, Maestro General, que hallándose en Roma el Bienaventurado Domingo, instando al Papa que confirmase su Orden, cerca del año 1215, en que se celebró un Concilio Lateranense, vio, estando de noche en oración, al Señor sentado en su trono con tres lanzas en la mano a punto de arrojarlas contra el mundo. La Virgen Madre voló hacia él y se postró a sus pies pidiéndole misericordia para los redimidos. Pero el Hijo contestó: "¿No ves cuantas injurias me estan haciendo? Yo bien quisiera apiadarme, pero mi justicia no permite que los delitos queden sin castigo".
-"Sabes muy bien"- replicó la Madre -"porque nada ignoras, y yo, asimismo sé, de qué modo has de reducir los hombres a tu gracia. Tengo un siervo fiel que mandarás por el mundo para que anuncie tu palabra, y lloren las gentes su pecado, y lo detesten, y solo a tí, salvador de todos, amen en adelante. Otro siervo tengo además que será su compañero en esa obra de conversión". 
- "Acepto benigno tu palabra"- contestó el Hijo a la Madre -pero quiero que me presentes a esos dos que a tan alto fin están destinados".
Tomando entonces de la mano la Virgen al Bienaventurado Domingo, lo presentó a Jesucristo el cual dijo: "Cumplirá fielmente lo que esperas". Y lo mismo hizo con el Bienaventurado Francisco.


Estos dos santos se encontraron a la mañana siguiente, y aunque uno a otro jamás se habían visto, se reconocieron mutuamente por lo que la noche antes se les había revelado, arrojándose uno a otro, se abrazaron y besaron diciendo: "Seremos para siempre compañeros y hermanos, juntos andaremos, juntos pelearemos y nadie podrá con nosotros". Se contaron la visión tenida; su alma y su corazón fue uno mismo en Cristo Jesús, como lo fue y será, mediante el Señor, en sus hijos para siempre. Amén.

Continuará...


LA IGLESIA NO DEBERÍA VOLVER A LA "NORMALIDAD"

Lo que necesitamos ahora es un cambio que se aleje de los patrones de las décadas anteriores y corra hacia el fervor apostólico de la Iglesia primitiva.

Por Thomas Griffin

El declive de la Iglesia Católica estaba sucediendo rápidamente antes del covid-19 . Volver a los métodos que produjeron la disminución radical en la asistencia a la misa dominical junto con el bajo número de matrimonios, bautismos, catecúmenos y miembros en general que practican su fe sería ignorante y fatal. Lo que necesitamos ahora es un cambio que se aleje de los patrones de las décadas anteriores y corra hacia el fervor apostólico de la Iglesia primitiva.

Ahora que las restricciones gubernamentales y sus efectos están comenzando a aflojarse, hay un impulso para que la sociedad, el país y la iglesia vuelvan a la "normalidad". La afirmación implícita en esta noción es que la forma en que estas esferas estaban operando antes de la pandemia valió la pena. En lo que respecta a la Iglesia, la afirmación sería que los modos de funcionamiento "normales" tuvieron mucho éxito en la formación y el moldeado de discípulos intencionales. Sin embargo, lo opuesto es lo verdadero.

Tanto antes como después de la pandemia, un gran porcentaje de los fieles católicos decidió vivir su vida con Dios en su interior -en el mejor de los casos- o absolutamente ausente, en el peor. Se ha convertido en un lugar común para las parroquias canalizar a los niños a través de la formación en la fe y la preparación sacramental sabiendo y aceptando que entre la Primera Comunión y la Confirmación desaparecerán por un tiempo de la Iglesia y que después de la Confirmación, desaparecerán para siempre.

Algunas cifras muestran que una parte regresa para casarse en la Iglesia y luego se va de nuevo hasta que bautizan a sus hijos. Sin embargo, este ya no es el caso porque muchos candidatos al matrimonio vienen a la parroquia para apaciguar a sus padres o abuelos. Entonces, cuando les toca a ellos, no “imponen” la fe a sus propios hijos. Eso, junto con muchos otros factores que prevalecen en la cultura, resulta en el desmoronamiento de la fe. Por lo tanto, debemos aprovechar este tiempo como una oportunidad para reconstruir cómo existen, operan y sirven las parroquias a sus comunidades.

Dicho esto, quejarse de los problemas del pasado y ser negativo sobre el futuro no hará nada para aumentar el vigor de la fe. En lugar de simplemente regresar al status quo de cómo operamos, usemos esto como una oportunidad de oro para revitalizar la forma en que predicamos el poder del amor salvador de Cristo. La incapacidad temporal para nosotros de reunirnos para la adoración y la comunidad debería impulsarnos a preguntarnos cómo podemos crecer a partir de estas pruebas.

Primero, debemos crear una revisión en la forma en que enseñamos la fe a la próxima generación de discípulos. Desafortunadamente, la gran mayoría de los jóvenes que hacen contacto con la Iglesia Católica están en formación en la fe y preparación sacramental, no en nuestras escuelas católicas. Si bien debemos enfocarnos en implementar programas y currículos que sean académicamente desafiantes y espiritualmente vibrantes en nuestras escuelas católicas, debemos hacer un esfuerzo aún mayor para luchar contra la marea de fracaso en la formación de la fe.

Desechar, o más bien, aniquilar los libros de texto que seguimos usando en estos programas que diluyen la fe en el mejor de los casos o enseñan herejías en el peor. Centrar la educación religiosa en torno al Sacrificio de la Misa y convertirlo en un evento familiar. El tiempo de enseñar a los niños después de un día completo en su "escuela real" debe terminar. La mayoría de los estudiantes están en la escuela durante al menos 35 horas a la semana, nueve meses al año, mientras que están en la parroquia durante 35 horas, más o menos, durante todo el año. Trasladar la educación religiosa al sábado por la noche o al domingo antes o después de la misa sería una hazaña casi imposible, para los padres para hacer participar en la fe a sus hijos y acercar a la familia al altar del sacrificio.

Una educación en la fe que excluye la asistencia a misa es como pedirles a los estudiantes universitarios que se presenten en una clase que no tiene profesor. Podemos proporcionar a las familias las enseñanzas de la fe, pero es la presencia de Cristo la que transformará sus vidas.

Esto también debe lograrse a través de la comunicación con las comunidades de educación en el área circundante 
al hogar. Invítelos a eventos, pida a los padres que se ofrezcan como voluntarios para dar su testimonio y valide su deseo virtuoso de brindar a sus hijos un encuentro radical con Cristo. La educación en el hogar va en aumento y, a menudo, contiene focos de seguidores vigorosos del Señor que deberían encontrar un segundo hogar en la comunidad parroquial.

En segundo lugar, y más específicamente, hacer durante la preparación para los sacramentos del bautismo, la penitencia, la sagrada comunión, la confirmación y el matrimonio esfuerzos inspiradores y algo rigurosos. Desafíe a los candidatos a dar el siguiente paso en su vida de fe mientras les muestra que estos no son obstáculos por los que se salta para obtener un trofeo o tener un momento de graduación. Resalte y dé testimonio de la naturaleza trascendental y transformadora de la vida de los sacramentos de la Iglesia Católica.

El bautismo debe ser un momento de enseñanza y un recordatorio para todos los miembros de la familia sobre la acción salvadora de la cruz y la resurrección de Cristo. La Primera Penitencia debería ser una forma para que tanto los padres como los hijos mayores regresen al sacramento del perdón y experimenten la profunda misericordia de Jesús. La Sagrada Comunión no debe ser un evento único, sino un hábito de gracia engendrado por años de asistir a Misa como una unidad familiar. La Confirmación debería ser un momento de convocatoria para que los jóvenes sean dueños de la fe y sean ungidos para la misión.

La preparación matrimonial ha sido un fracaso épico durante décadas, y la mayoría de los ministerios diocesanos se centran más en la autoayuda y los juegos infantiles que en la naturaleza fructífera del matrimonio como sacramento. El cursillo pre-matrimonial es un momento particularmente potente cuando los jóvenes vienen a la Iglesia por una buena razón (amor) y generalmente son más receptivos a escuchar temas sobre el amor sacrificial, el encuentro y las demandas de la fe (de ahí, toda la misión de Jesucristo).

En tercer lugar, y lo más importante, tome la iniciativa de que la fe sea ​​algo más que solo los domingos. Un enfoque eucarístico es primordial porque no podemos pretender amar a alguien con quien no pasamos tiempo. La directiva de Jesús “hacer esto en memoria mía” es solo eso, una directiva que no es opcional. La naturaleza obligatoria de la adoración dominical no se da para controlarnos, sino simplemente en los términos de cualquier relación amorosa.

Además, debemos hacer que el domingo sea más que una simple hora que le damos a Dios. Las parroquias pueden crear una multitud de oportunidades después de las misas para dar a los necesitados y formar una comunidad de creyentes más vibrante. Organice una colecta de alimentos, patrocine una escuela en un país del tercer mundo que enseñe a niños hambrientos e implemente una serie de charlas sobre temas de fe. En pocas palabras, haga que las parroquias sean lugares de avanzada donde el Evangelio se viva radicalmente y donde la misión fluya directamente de las manos, los pies y el costado desgarrados y abiertos del Cristo crucificado en el Sacrificio de la Misa.

Lo “normal” ya no es lo suficientemente bueno para la Iglesia. Volvamos a las raíces de nuestra fe y seamos verdaderos discípulos de Jesús: no solo seguidores de nombre, sino estudiantes y misioneros que se mantienen tan cerca de los movimientos de Cristo en los caminos de nuestra vida que tenemos el polvo de Su pies sobre nosotros.

Entonces, y solo entonces, cesará el declive de la fe y el aumento de la santidad surgirá de una Iglesia que destruye todos los restos de “lo normal” por el bien de todo lo que es correcto y justo.


Crisis Magazine




jueves, 29 de abril de 2021

LA IGLESIA Y EL RITO

El abandono de muchos obispos y sacerdotes hacia sus fieles durante más de un año, aterrorizados en algunos casos por el virus y en otros, atacados de un civismo exacerbado que los llevó a ir mucho más allá de las normas impuestas por las autoridades, provocó que los templos en los que se celebraba la misa en el rito tradicional, y se da la comunión en la boca, vieran aumentar su feligresía en términos muy notables. 


Las iglesias de la FSSPX en Argentina han cuadriplicado, por lo bajo, sus fieles. En el priorato de Mendoza, por ejemplo, hay cinco sacerdotes que no dan abasto para atender todas las tareas que les demanda la feligresía, y esto no sucede en las parroquias “normales” de la arquidiócesis, que alojan dos sacerdotes, o tres en casos excepcionales, buena parte de ellos cercanos a la edad de la jubilación. Bendito virus que vino a exponer tantas de las bondades y pastoralidades que nos vendieron como frutos del Concilio.

Frente a esta situación, quienes han quedado en situación insegura, o tecleando para utilizar términos tangueros, han sido los sacerdotes denominados “línea media”, o “juanpablistas”; los que “sí, pero no tanto”; “está bien pero habría que ver”; “el rito de Pablo VI bien celebrado”, etc. Los que en este blog hemos definido con mayor o menor acierto como “neocones” (ver la editio princeps del diccionario neocon aquí). Es que a ellos han recurrido muchos fieles desencantados por los giros de la iglesia oficial a confesarles que han comenzado asistir con cierta regularidad a las misas de la misa tradicional debido a que en ellas pueden confesarse normalmente y recibir la comunión en la boca.

¿Qué hacer?, se preguntaron, y pareciera que han recibido de sus gurúes o chorepíscopos una respuesta estandarizada: “Está bien, puedes ir, pero recuerda que el rito no es la Iglesia, es lo que le dicen a los fieles. La típica respuesta que busca extremar las relativizaciones, a fin de salvar su fundamentalismo de permanecer siempre en el medio. En el fondo, lo que están diciendo es que el rito es algo accesorio, y la Iglesia es mucho más que una práctica ritual determinada para la celebración de los misterios de la fe. Ellos son los ecuánimes que ponen en su lugar a la liturgia evitando que absolutice a la Iglesia.

Ciertamente, la Iglesia es más que el rito. Quien es hijo de la Iglesia debe tener fe católica, practicar de las virtudes, amor a Dios y al prójimo, además de ir a misa. Más aún, en varias situación extremas de persecución, como la ocurrida en los países comunistas, los fieles subsistieron buen tiempo sin el rito. Sin embargo, la frase esconde también otra idea peligrosa: el rito, para línea media, es sólo una expresión de la Iglesia. Los cristianos dan culto a Dios a través de la liturgia, y los ritos en los que ésta se celebra son variopintos y circunstanciales. Lo importante es permanecer en la Iglesia, más allá de la accidentalidad del rito al que se asista. En pocas palabras, ellos dirán: “La batalla es por la Verdad; no nos entretengamos demasiado en cuestiones rituales”.

Y en esto veo yo un error grave, repetido una vez más por el neoconismo, y que desgloso en dos facetas.

La primera tiene que ver con el resabio jesuita que suelen tener todos los movimientos neocones. Sea Opus Dei, Legionarios, Miles Christi, IVE, seminario de San Rafael, o tantos otros del mismo género, no pueden desprenderse de la espiritualidad jesuita y el relegamiento a la que ésta condenó a la liturgia y a la contemplación en favor del activismo. Para ellos, la liturgia no es más que una cuestión ceremonial, análoga a la que se utilizaba en las cortes reales, de importancia relativa, y que puede ser modificado según cambian las modas y “sensibilidades” sociales. Sobre este tema vuelvo a recomendar el libro del benedictino dom Maurice Festiguére, sobre el que escribí un post que pueden leer aquí, titulado La liturgie catholique. Essai d’une synthèse (Abbaye de Maredsous, 1913), y al que el P. Navatel, S.J, respondió en un largo artículo en la revista Esprit.

La segunda es de orden metafísico. La aserción en discusión podría reducirse a estos términos: la Iglesia es sustancial; el rito es accidental. El problema es que aplican estos conceptos de acuerdo a la vulgata que ciertos manuales neotomistas han expandido, según la cual los “accidentes son accidentales”, es decir, secundarios cuando no insignificantes, y de una importancia relativa. Y esto es un error sobre el que Aristóteles y Santo Tomás alertarían rápidamente. Los accidentes son la expresión de la sustancia; ellos dicen la sustancia y la sustancia es dicha por ellos. Desaparecidos o mutilados los accidentes, desaparece o es mutilado el conocimiento de la sustancia. Sobre este tema hay mucho escrito por buenos filósofos y no es este el lugar para honduras metafísicas. Sin embargo, me permitiré una vulgarización de la cuestión.

Todos sabemos lo que es un elefante: un paquidermo de gran tamaño, de color gris, con una larga trompa, grandes orejas y rabo corto, entre otras características. Todas estas propiedades son accidentes. La trompa no es el elefante, pero ¿qué quedaría de un elefante sin trompa? ¿O si, en vez trompa, se le adhiriera un hocico de jirafa? Y si, dado que los accidentes son secundarios, en vez de color gris fuese rayado como una cebra y tuviera orejas de buey? ¿Sería eso un elefante? ¿Quién lo reconocería como tal? Ese paquidermo sería irreconocible, porque el ser o la sustancia elefante se expresa en sus accidentes.

La Iglesia no es el rito, y el elefante no es la trompa, pero un elefante sin trompa es un pobre y desgraciado elefante.


Wanderer



¿QUÉ NOS ENSEÑAN HOY LAS CRÍTICAS SIN RESPUESTA A AMORIS LAETITIA?

Esta práctica de gobierno contradictoria corre el riesgo de llevar a la Iglesia hacia un cisma grave, o más bien hacia un proceso de fragmentación religiosa que podría tener consecuencias catastróficas. 

Por Roberto de Mattei


Hace cinco años, el 8 de abril de 2016, se publicó la Exhortación apostólica postsinodal Amoris Laetitia, el documento más controvertido del pontificado del Papa Francisco. Este documento es el resultado de un proceso iniciado por la intervención del cardenal Walter Kasper en el consistorio de febrero de 2014. La tesis del cardenal Kasper sobre cómo la Iglesia debe renovar su praxis matrimonial formó el leitmotiv de los dos sínodos sobre la familia en 2014 y 2015. Desafortunadamente, la exhortación final Amoris Laetitia resultó ser incluso peor que el informe del cardenal Kasper. Mientras que el cardenal alemán había hecho algunas preguntas, Amoris Laetitia ofreció la respuesta, abriendo la puerta a divorciados vueltos a casar y autorizando implícitamente más cohabitaciones. Por eso, en 2017, el filósofo Josef Seifert llegó a decir que Amoris Laetitia “tiene la consecuencia lógica de destruir toda la doctrina moral católica”.

Sin embargo, las innumerables críticas a Amoris Laetitia -en libros, artículos, entrevistas- han hecho historia incluso más que el propio documento. Entre estas críticas, destacan dos de forma particular. La primera es el Dubia presentada al Papa y a la Congregación para la Doctrina de la Fe el 19 de septiembre de 2016 por los cardenales Walter Brandmüller, Raymond Burke, Carlo Caffarra, Joachim Meisner; la segunda es la Correctio filialis de haeresibus propagatis, dirigida al papa Francisco el 11 de agosto de 2017 por más de 60 eruditos católicos y pastores de la Iglesia, que, al mes de la publicación del documento, se convirtieron en 216 teólogos, profesores y eruditos de la Iglesia de todas las nacionalidades.

Tanto la Dubia como la Correctio filialis han tenido un impacto mundial, pero ninguno de estos documentos ha recibido respuesta; a pesar de que el 25 de abril de 2017 los cuatro autores de la “Dubia” solicitaron audiencia al papa Francisco, dos de los cuales (Caffarra y Meisner) ya han fallecido. La negativa del Sucesor de Pedro a recibir a los cardenales que son sus consejeros parece inexplicable, tanto más cuanto que Francisco quiso hacer de la “acogida” la marca de su pontificado, afirmando en una de sus primeras homilías (25 de mayo de 2013), que “Los cristianos que preguntan… nunca deberían encontrar puertas cerradas”. Por otra parte, el 15 de marzo de 2021, Luis Cardenal Ladaria, Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, en respuesta a un dubium con respecto a la pregunta “¿Tiene la Iglesia el poder de bendecir las uniones de personas del mismo sexo?”, definió la bendición de las uniones homosexuales como “ilícita”, dado que “no hay absolutamente ningún fundamento para considerar que las uniones homosexuales sean de alguna manera similar o incluso remotamente análoga al plan de Dios para el matrimonio y la familia”. Esta declaración, que reafirmó la doctrina católica, provocó una explosión de disensión, especialmente en Alemania. El silencio sobre las cuestiones planteadas por la Dubia y Correctio filialis, en cambio, ha provocado una gran exasperación en el mundo católico tradicional.

Esta práctica de gobierno contradictoria corre el riesgo de llevar a la Iglesia hacia un cisma grave, o más bien hacia un proceso de fragmentación religiosa que podría tener consecuencias catastróficas. La responsabilidad principal de esta situación recae en el pastor supremo, y no en el rebaño desconcertado. Seguramente aumentará el número de ovejas enloquecidas hasta que Roma haga oír su voz de forma clara y definitiva. En esta confusión, la publicación de dos libros serios y bien documentados que ofrecen una imagen sombría de la tragedia religiosa actual, es aún más oportuna.

La primera, compilada por Voice of the Family (en inglés), es una publicación electrónica titulada Las preocupaciones sin respuesta sobre Amoris Laetitia: por qué la exhortación apostólica sigue siendo un peligro para las almas. Un equipo de Voice of the Family estuvo presente en Roma tanto en el Sínodo Extraordinario de octubre de 2014 como en el Sínodo Ordinario de octubre de 2015. Voice of the Family produjo análisis en profundidad de los documentos sinodales más importantes desde la perspectiva de la pro-vida y defensores de la familia y los distribuyó a cardenales y obispos de todo el mundo. De hecho, como señala la introducción al volumen, “hay declaraciones en Amoris Laetitia que contradicen directamente la enseñanza autorizada de la Iglesia Católica, y hay más declaraciones que la socavan sin contradecirla directamente”.

El segundo volumen (en inglés), Defendiendo la fe contra las herejías presentes, está editado por los profesores John RT Lamont y Claudio Pierantoni y tiene un prefacio del arzobispo Carlo Maria Viganò. Ambas obras contienen los textos de las Dubia y filialis Correcio. El libro La Voz de la Familia también incluye “Censuras teológicas contra Amoris Laetitia” de cuarenta y cinco teólogos y la “Declaración de las verdades sobre algunos de los errores más comunes en la vida de la Iglesia de nuestro tiempo de mayo de 2019”. El libro de Lamont y Pierantoni también contiene la "Carta abierta a los obispos de la Iglesia católica", "Un llamamiento a los cardenales de la Iglesia católica" y la protesta "Contra recentia sacrilegia". En su introducción, John Lamont recuerda cómo surgieron estos documentos; el libro también incluye contribuciones de Anna M. Silvas, P. John Hunwicke, Claudio Pierantoni, Claire Chretien, Roberto de Mattei, Robert Fastiggi y Dawn Eden Goldstein, Joseph Shaw, Michael Sirilla, Edward Peters, Edward Feser, P. Brian Harrison, John Rist , Peter A. Kwasniewski, Maike Hickson, Thomas G. Weinandy, OFM Cap, Pauper Peregrinus y el propio profesor Lamont.

Releer estos textos hoy es instructivo, tanto en términos de forma como de fondo. En los últimos años, la sustancia teológica de los temas se ha perdido y el lenguaje a menudo se ha vuelto tosco y agresivo. Estas dos colecciones de documentos, por otro lado, nos ayudan a comprender cómo hablan los católicos dentro de la Iglesia. Es una lástima ver una pérdida de esta sustancia teológica y estilo equilibrado en las controversias que han surgido con respecto a la vacunación contra Covid-19. En este debate, algunos críticos de Amoris Laetitia han sido acusados ​​de inconsistencia por aceptar las declaraciones de la Congregación para la Doctrina de la Fe sobre vacunas emitidas en 2008 y 2015. La respuesta a esta objeción es simple. Los firmantes del Correctio filialis nunca criticaron la autoridad del papa ni de la Congregación para la Doctrina de la Fe, porque la Iglesia es una sociedad jerárquica y no puede prescindir de una autoridad suprema. En cambio, criticaron un documento promulgado por la autoridad suprema, encontrándolo en contradicción con el Magisterio de la Iglesia anterior. De acuerdo con las verdades teológicas y morales, el tribunal supremo es la conciencia; pero se requiere un principio o norma objetivo externo sobre el que pueda fundamentarse la conciencia. Esta ley exterior la afirma la Iglesia a través de su Magisterio que es, en este sentido, la norma próxima de nuestra fe. Si esto se expresa de manera equívoca o ambigua, negando incluso implícitamente a nivel práctico una verdad de fe, concerniente, por ejemplo, a la unión conyugal, los católicos tienen el deber de recordar que la doctrina sobre el matrimonio sacramental no puede ser modificada por ninguna autoridad eclesiástica, ni siquiera por el Sumo Pontífice. Los que critican Amoris Laetitia no utilizan su propia conciencia como punto de referencia, sino el eterno Magisterio de la Iglesia.

La víspera de posibles cismas no es el momento de dividir el mundo católico sino de unirlo sobre la base de la Tradición de la Iglesia. Claudio Pierantoni en sus “Reflexiones sobre un nuevo diálogo entre católicos tradicionalistas y conservadores”, explica cuántos documentos presentados en el libro que editó con John Lamont son el resultado del feliz encuentro entre los representantes del “tradicionalismo católico” y el “catolicismo conservador” de cuyas filas proviene. “Que este libro sea un testimonio y un ejemplo del esfuerzo conjunto que se ha realizado en los últimos cuatro años, y un estímulo para los próximos años”, escribe. Hago mío el deseo del profesor Pierantoni: formar, en estos tiempos difíciles, “un nuevo frente de ortodoxia más compacto”. Lo que se necesita es una convergencia y alianza de diferentes iniciativas de clérigos y laicos, cada uno a su nivel y según las posibilidades de que disponga, para afrontar el caos que nos amenaza, confiando nosotros mismos y el éxito de nuestra batalla a la ayuda de Dios, sin quien ningún éxito será posible jamás. Los dos libros que se acaban de publicar señalan el camino.





MONS. HECTOR AGUER: “PROBLEMAS CRÓNICOS DE LA ARGENTINA”

Monseñor Héctor Aguer, Arzobispo Emérito de La Plata, reseñó algunos de los que considera “problemas crónicos de la Argentina” desde la recuperación de la democracia.


“Han pasado 37 años desde la recuperación de la democracia, un período que se inició con nobles auspicios pero al cabo de todo este tiempo creo que tendríamos que reconocer problemas serios, actuales y que, por supuesto, tienen sus raíces y que habría que afrontar con serenidad, con decisión.

En primer lugar: la Argentina no tiene moneda. Parece brutal decir esto pero es así. Por eso aparece la circulación de criptomonedas, cripto quiere decir escondidas, o la obsesión del dólar que tiene ya una larga historia entre nosotros. En definitiva se está revelando eso de que el peso ha sido destruido por las sucesivas devaluaciones, inflaciones y el peso no existe.

Otra cosa: tenemos Fuerzas Armadas. Sabemos que están cumpliendo una labor interesante de acción social pero pregunto: ¿esa es la misión de las Fuerzas Armadas? Algunos hasta dice que más que armadas son desarmadas cuando en realidad todo eso debe sustentarse en una política de defensa nacional. ¿Existe?.

Otro tema es el crecimiento del Estado. Se han multiplicado los ministerios, secretarías, subsecretarías, direcciones, comisiones, lo cual permite observar que el Estado se ha convertido en un monstruo elefantiásico y eso significa un costo fenomenal. ¿Quién paga todo eso? Nosotros los ciudadanos pagamos todo eso.

Ahora se habla del “costo de la política” y habría que diferenciar si es de la política o de los políticos. ¿Cómo es posible que haya legisladores que tienen 20 o 30 asesores? Realmente no era así en los mejores momentos de nuestra historia. Ciertamente no era así.

También este eso que genéricamente se llama “corrupción” Podemos decir que la corrupción es una enfermedad que recorre todos los estadios de la vida social pero en el orden político es muy serio. Conocemos casos de políticos corruptos, algunos que zafan fácilmente de la cárcel o estando condenados obtienen la prisión domiciliaria, etc. Este es otro problema que se debe atacar. Cómo los ciudadanos o el hombre común que trabaja, que se rompe la vida para sostener a su familia, va a preocuparse por ser honesto si aquellos que deben dar el ejemplo no lo son-

Otra cosa que vemos es que el ejercicio electoral no basta para que exista una democracia. Es un elemento importante por cierto pero votamos cada dos años y eso, ¿en qué queda finalmente?. Por otra parte los partidos políticos están acostumbrados a eso de que ganan una elección, comienzan el gobierno y ya están preparando la elección siguiente. Eso no es sano y pienso que hay que reacomodar la vida política pensando en las características de una verdadera democracia.

En 1944, el Papa Pío XII dedicó el mensaje de Navidad a hablar sobre la democracia y hacía allí una distinción fundamental entre pueblo y masa. Si lo que en verdad llamamos pueblo es en realidad una masa, la democracia no puede ser auténtica. La democracia requiere la organicidad de un verdadero pueblo y por tanto también la formación. Hoy día, la formación de los jóvenes, aún desde los chicos en la escuela, ¿es lo que debe ser? Sabemos que las familias huyen de la escuela estatal porque los chicos terminan el ciclo primario sin saber leer y escribir correctamente. Y el ciclo secundario ha sufrido tantas transformaciones, reformas y reformas, que finalmente no se sabe qué es.

Todo esto son problemas fundamentales que debemos resolver para que nuestra sociedad se encarrile de un modo verdaderamente democrático. ¿A quién le digo esto? Nos los decimos a todos, porque todos tenemos que hacernos conscientes de que esto es así y debemos difundirlo con serenidad, sin faltar el respeto a nadie, pero no tenemos que tener miedo de decir siempre la verdad.


miércoles, 28 de abril de 2021

SAN LUIS DE MONTFORT Y NUESTRA LUCHA POR EL TRIUNFO DE MARÍA

“Nunca se extraviará quien reza el rosario todos los días. Esta es una declaración que con mucho gusto firmaría con mi sangre”.
- San Luis de Montfort

Por Ben Broussard

El anciano sacerdote enfermo llegó a Roussay para predicar una misión. Subió al púlpito de la iglesia parroquial y, tras una breve oración, empezó a hablar. Esta pequeña ciudad en el oeste de Francia constaba de varios edificios en ruinas, el más destacado de los cuales era esta iglesia con un bar ruidoso justo al lado. Cuando el predicador alzó la voz, los borrachos pudieron escuchar el sermón, y los feligreses pudieron escuchar el estruendo proveniente del bar.

Sabiendo esto, los habitantes del bar intentaron perturbar su sermón gritando insultos a la congregación y burlándose de ellos por sus hábitos más limpios.

El sacerdote terminó el sermón con mucha calma, dio a la gente su bendición y salió de la iglesia. Cuando se fue, aunque con las manos vacías y solo, entró directamente en el bar. Un testigo describe lo que sucedió a continuación:
El padre no dijo nada, excepto con los puños. Por primera vez desde que llegó a Roussay, los hombres tuvieron la oportunidad de ver cuán grandes y de sentir cuán duros eran esos puños. Los derribó y los dejó yaciendo. Volcó mesas y sillas. Rompió vasos. Caminó sobre los cuerpos de matones aturdidos y serios, y se fue lentamente calle arriba.

Autocontrol perfecto

San Luis de Montfort tenía sólo cuarenta años en el momento del incidente mencionado anteriormente. Debido a una vida de sacrificio y penitencia, su cuerpo fue desgastado por muchos trabajos. Pero este “anciano sacerdote enfermo” había desarrollado una reputación bien merecida como un predicador ardiente lleno de celo por las almas.

Su tiempo en Roussay ilustra el equilibrio total que manifestó a lo largo de su vida. En el segundo día de su misión en Roussay, un hombre borracho irrumpió en la iglesia y se paró en el pasillo gritando insultos a San Luis. El padre dejó tranquilamente el púlpito y se acercó al hombre. Todos esperaban que reaccionara como lo había hecho el día anterior, dándole una paliza que no olvidaría pronto. Para su gran asombro, el padre de Montfort se arrodilló ante el hombre y le pidió perdón por cualquier cosa que hubiera hecho para ofenderlo.

El hombre estaba aturdido y casi se derrumbó antes de salir corriendo de la iglesia entristecido. San Luis volvió tranquilamente al púlpito y terminó su sermón como si nada hubiera pasado.

En 1700, cuando San Luis fue ordenado, Francia sufrió grandes crisis. El movimiento herético conocido como jansenismo se había arraigado en todos los rincones del reino. Trabajando para cambiar la Iglesia desde adentro, los jansenistas predicaban nociones falsas de piedad. Donde prevalecía su influencia, la gente se mantenía alejada de los sacramentos. Esta herejía contagió a laicos, sacerdotes y obispos por igual. Las devociones católicas que alguna vez fueron vibrantes, como el rosario y las procesiones marianas, fueron condenadas como prácticas idólatras. Al mismo tiempo, la decadencia dominaba todas las clases sociales, marcada por un anhelo de placeres groseros y entretenimientos de todo tipo. Estos libertinos que buscaban una vida de comodidad y lujo contrastaban mucho con los jansenistas, aunque los dos nunca se condenaron entre sí.

El perfecto equilibrio de San Luis de Montfort inspiró a grandes multitudes y se ganó muchos enemigos. Como predijo en numerosas ocasiones, el diablo trabajaría incesantemente para borrar su influencia de la historia. Sin embargo, aunque olvidado durante muchos años, la Divina Providencia levantó a este Apóstol de María para tener su mayor impacto en nuestro tiempo. Trescientos años después de su muerte en 1716, su influencia eterna y su intercesión constante dan una gran fuerza para nuestras muchas batallas. Como profetizó, las luchas de hoy culminarán con la gran victoria del Reino de María.


Encontrando su camino

Saint Louis de Montfort nació en 1673 y fue el mayor de dieciocho hermanos, diez de los cuales murieron en la infancia. 


Desde muy joven mostró una gran piedad, pasando largas horas en oración ante una estatua de la Santísima Virgen en la iglesia de Rennes. Incluso de niño, su celo se podía ver en las horas que dedicaba a enseñar catecismo a otros niños. Inspirado por las historias del Abbé Julien Bellier, quien había viajado como misionero, el joven Louis comenzó sus estudios en el seminario con el objetivo de difundir la devoción a María, su "Buena Madre".

“Nunca se extraviará quien reza el rosario todos los días. Esta es una declaración que con mucho gusto firmaría con mi sangre”.
- San Luis de Montfort

Luis se entregó por completo a su vocación, consagrándose a Jesús a través de María y prometiendo no conservar ninguna posesión personal. Caminó 190 millas desde Rennes a París para comenzar sus estudios, y rápidamente se ganó la admiración de sus compañeros de estudios por su celo y seriedad. Su piedad se ganó la ira de muchos de sus superiores, muchos de los cuales estaban infectados con el espíritu jansenista. Hicieron todo lo que pudieron para retrasar su ordenación, aunque era un estudiante brillante y seminarista modelo. Después de la ordenación, pasó más de un año antes de que le dieran una primera asignación.

Un hospital de Poitiers fue el primer viñedo del padre de Montfort. Habiendo caminado allí desde París para asumir su nueva asignación, incluso los pobres se emocionaron ante la lamentable visión que hizo al llegar a la capilla. Sin darse cuenta de que era su nuevo capellán, hicieron una colecta para él, aunque estaban necesitados. Su caridad fue bien recompensada, ya que el padre de Montfort se ocuparía personalmente de cada paciente, a menudo curando las heridas abiertas y pasando largas horas consolando a los moribundos. Sus misiones tuvieron un gran éxito, inspirando a los pobres a pedir una asignación más permanente para el "bondadoso Padre de Montfort". El obispo lo nombró capellán de un hospital local.

Fue durante esta misión providencial cuando la Beata María Luisa Trichet acudió al Padre de Montfort para la confesión. Preguntó: "¿Quién te envió a mí?". Cuando Marie-Louise respondió que su hermana le sugirió que se confesara, él respondió: "No, fue la Santísima Virgen quien te envió a mí". Más tarde se convirtió en la primera de sus “Hijas de la Sabiduría” y también fue nombrada primera madre superiora del convento.

Como sucedería a lo largo de su vida, los problemas siguieron a sus buenas obras. Los que estaban resentidos por su ejemplo serio difundieron rumores falsos, especialmente de la familia indignada de Maria-Luisa, que se había convertido en su seguidora. El obispo le prohibió ofrecer misa, lo que le obligó a seguir adelante. Caminó hasta París, pero un breve ministerio en un hospital allí también duró poco.


Peregrinación a Roma

El padre de Montfort, al ver pocas perspectivas en Francia, caminó más de 1.000 millas hasta Roma para una audiencia con Clemente XI. Rogó al Santo Padre que lo enviara a Canadá como misionero. El Papa Clemente, impresionado por este sacerdote mendigo de extraordinaria santidad, lo nombró Misionero Apostólico y lo envió de regreso a Francia.

Monte Saint-Michel

Lleno de gratitud por conocer la Divina Voluntad, el Padre de Montfort regresó a Francia y pasó varias semanas en el Monte Saint-Michel. Como escribió más tarde: "Usé mi tiempo para orar a este arcángel para obtener de él la gracia de ganar almas para Dios, confirmar a los que ya están en la gracia de Dios y luchar contra Satanás y el pecado".

Marchando hacia el noroeste, el padre de Montfort inició su rigurosa misión. En todos los pueblos sucedía lo mismo: llegaba y predicaba misiones en la iglesia parroquial. La gente, movida con remordimiento, acudía en masa a los sacramentos y participaba en procesiones públicas para confrontar el respeto humano. Para mostrar su seriedad, los libros malos se apilaron frente a la iglesia parroquial. El padre de Montfort prendía fuego a las pilas, dirigiendo a la multitud en alegres himnos para mostrar su deleite en abrazar la virtud.


Soldado de la Reina

Con el porte serio de un soldado endurecido, nunca se vio al padre de Montfort sin su mayor arma: el rosario. A menudo enfatizaba su confianza en el poder del rosario: “Nunca se extraviará quien reza el rosario todos los días. Esta es una declaración que con mucho gusto firmaría con mi sangre”.

Mientras predicaba una misión en Rennes, un tal Monsieur D'Orville se quejaba del ruido proveniente de la gente inmoral de la plaza del pueblo, que estaba al otro lado del muro desde donde su familia se reunía todas las noches para rezar el rosario. El piadoso sacerdote ofreció una solución: “Coloque un nicho en la pared con una estatua de Nuestra Señora frente a la plaza, y reúnase frente a ella para rezar en la plaza pública...” . Inquieto por la idea, Monsieur D'Orville colocó la estatua en el nicho y se reunió la noche siguiente en la plaza para rezar el rosario con su familia. Su esposa lideró los misterios mientras él montaba guardia con un látigo para mantener a raya las agresiones de los jóvenes matones. Después de rezar así durante algún tiempo, el rosario de la plaza pública se convirtió en un atractivo curioso. La gente acudía en masa a rezar, como si estuvieran teniendo lugar grandes ceremonias en la iglesia, y pronto cesaron los desórdenes en la plaza.


Construyendo un Calvario

Tomando muy en serio el ejemplo de Nuestro Señor, el gran misionero nunca perdió la oportunidad de asumir el sufrimiento físico. El ayuno frecuente, usar camisas rústicas, cadenas debajo de la ropa y ser torturado por demonios que le robarían el sueño, eran su destino constante. Pero estos palidecieron en comparación con los sufrimientos espirituales que soportó.

Después de haber dado una misión muy eficaz, la gente estaba entusiasmada y había construido una de las famosas pirámides de material inmoral y herético para quemar. Justo cuando el padre de Montfort estaba terminando el último sermón de la misión y se preparaba para salir a quemar la pila, llegó el vicario de la diócesis y le prohibió continuar.

El padre de Montfort bajó inmediatamente del púlpito y se arrodilló para recibir una reprimenda del vicario. Cuando se corrió la voz de que la pila de libros inmorales no se iba a quemar, bandas de muchachos malvados convergieron sobre la pila y huyeron con el material malo.

Cuando el padre de Montfort se enteró de lo sucedido, comentó: “¿Por qué no me han quitado la vida antes que envenenar a tantos de estos pequeños? Si pudiera volver a comprar esos libros e imágenes malvados derramando mi sangre, derramaría hasta la última gota”.


Otra costumbre del padre de Montfort consistía en construir una escena del Calvario en el punto más alto que domina un pueblo una vez cumplida una misión. En Pontchateau, cuando anunció su determinación de construir un calvario monumental en una colina vecina, la idea fue recibida con entusiasmo por los habitantes. Durante quince meses entre 200 y 400 campesinos trabajaron diariamente sin retribución. ¡La Cruz terminada tenía más de quince metros de altura! El día de la dedicación, el rey ordenó que se demoliera toda la escena y que la tierra volviera a su estado anterior. Los jansenistas habían convencido al rey de que se estaba erigiendo una base para una invasión británica, y durante varios meses 500 campesinos, vigilados por una compañía de soldados, se vieron obligados a realizar la obra de destrucción. El padre de Montfort no se molestó al recibir esta humillante noticia, exclamando sólo: “Esperábamos construir aquí un Calvario. Construyámoslo en nuestros corazones. ¡Bendito sea Dios!”


Gran Amigo de la Cruz

Desde el inicio de sus misiones, el padre de Montfort reunió a los enfermos y a los que sufrían en lo que se llamaría los Amigos de la Cruz. En su primera misión en Poitiers, los enfermos y los que sufrían se reunían bajo su dirección, dirigidos en oración por una mujer ciega. En su primera reunión, tomó una cruz tosca hecha de dos simples piezas de madera y la colocó en la pared de la capilla, diciendo para que todos oyeran: "He aquí, tu única regla".

En su Carta Circular a los Amigos de la Cruz, plasma en palabras su magnífica imitación de Nuestro Salvador que difundió por toda Francia:
Amigos de la Cruz, ustedes son como cruzados unidos para luchar contra el mundo... Sean valientes y luchen con valentía... Los espíritus malignos se unen para destruirlos; deben estar unidos para aplastarlos. Los avaros se unen para hacer dinero y amasar oro y plata; deben aunar vuestros esfuerzos para adquirir los tesoros eternos escondidos en la Cruz. Los buscadores de placeres se unen para divertirse; deben estar unidos para sufrir. Ustedes se llaman a sí mismos "Amigos de la Cruz", ¡Qué título tan glorioso! Debo confesar que me encanta y me cautiva. Es más brillante que el sol, más alto que los cielos, más magnífico y resplandeciente que todos los títulos otorgados a reyes y emperadores. Es el título glorioso de Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre. Es el título genuino de un cristiano.

Esclavo de Maria

Un año antes de su muerte, estaba tan consumido por el amor y la presencia de Nuestra Señora, que experimentó una especie de Transfiguración ante una congregación en La Rochelle a la que estaba hablando. Así describe la escena uno de sus primeros biógrafos:
Sucedió que mientras hablaba, resplandeció sobre él, como antaño en el rostro de san Esteban, un reflejo de la gloria de su Señor transfigurado. De repente, su rostro gastado y consumido... se volvió luminoso. Rayos de gloria parecían salir de él... de modo que incluso los que estaban acostumbrados a mirarlo lo conocían solo por su voz.

Se paró allí ante todos ellos, este sincero heraldo del nombre de María, y ellos vieron su gloria, la gloria dada por el “Padre de las luces” a los que aman y sirven a la Madre de Su Hijo.
Con la muerte del padre de Montfort, se le entregó una humilde tumba junto a sus padres en Saint Laurent-sur-Sèvre. En el momento de su muerte había sido expulsado de todas las diócesis menos dos, Francia tenía más de 170 en ese momento. Como predijo durante su vida, el diablo hizo todo lo que estuvo a su alcance para evitar que se difundieran los prolíficos escritos de este gran sacerdote.


Verdadera devoción

Más de cien años después, alguien rebuscó en una caja de libros antiguos y encontró un manuscrito titulado Tratado sobre la verdadera devoción a la Santísima Virgen. La Verdadera Devoción a María pronto se extendió por todas partes, traducida a decenas de idiomas e inspirando a innumerables católicos a seguir el camino sublime trazado por este humilde sacerdote. Un renovado interés y una profunda renovación espiritual impulsarían eventualmente al padre de Montfort a ser reconocido como un gran santo y Doctor de la Iglesia, canonizado por el Papa Pío XII en 1947.

En esta obra maestra espiritual, San Luis de Montfort muestra la idea de la esclavitud espiritual a través de la Consagración Total a Jesús a través de María como medio para realizar el reino de Nuestro Señor Jesucristo en la tierra.

El profesor Plinio Corrêa de Oliveira ofrece un conmovedor resumen de este aspecto más importante de la espiritualidad de San Luis de Montfort:
San Luis de Montfort propone que los fieles se consagren libremente a la Santísima Virgen como “esclavos del amor”, entregándole sus cuerpos y almas, sus bienes, tanto interiores como exteriores, e incluso el valor de todas sus buenas acciones, pasadas, presentes y futuras, para que Nuestra Señora disponga de ellos para mayor gloria de Dios, en el tiempo y en la eternidad. A cambio, como madre sublime, la Virgen obtiene para sus “esclavos del amor” las gracias de Dios que elevan sus intelectos a la comprensión más lúcida de los temas más elevados de la Fe, que otorgan a sus voluntades una fuerza angelical para elevarse libremente a esos ideales y vencer todos los obstáculos interiores y exteriores que se les oponen indebidamente.

La “esclavitud del amor” es, pues, para todos los fieles, esa libertad angelical y suprema con la que la Virgen nos espera en los umbrales del siglo XXI, sonriente y atractiva, invitándonos a su reinado, según su promesa en Fátima: "Finalmente, mi Inmaculado Corazón triunfará".
Hablando a nuestros días, San Luis nos asegura la certeza de este triunfo: “Me siento más inspirado que nunca para creer y esperar el pleno cumplimiento del deseo que está profundamente grabado en mi corazón y por lo que he rezado a Dios por muchos años, es decir, que en un futuro cercano o lejano la Santísima Virgen tendrá más hijos, siervos y esclavos del amor que nunca, y que por ellos Jesús, mi querido Señor, reinará más que nunca en el corazón de los hombres”.

Trescientos años después de su muerte, el gran San Luis de Montfort continúa su lucha por el reinado de María intercediendo por nosotros en nuestras luchas diarias. Manteniendo nuestros ojos en el premio, que sus palabras resuenen en nuestras almas mientras oramos diariamente para que Nuestro Señor apresure la victoria para el reinado triunfal de Su Madre:
El Espíritu Santo, encontrando de nuevo a su amado Esposo presente en las almas, descenderá sobre ellas con gran poder. Los llenará de sus dones, especialmente de sabiduría, mediante los cuales producirán maravillas de gracia. Mi querida amiga, ¿cuándo llegará ese tiempo feliz, esa edad de María, cuando muchas almas, elegidas por María y entregadas por el Dios Altísimo, se esconderán por completo en el fondo de su alma, convirtiéndose en copias vivientes de ella, amando y glorificando a Jesús? Ese día amanecerá solo cuando la devoción que enseño sea comprendida y puesta en práctica . Ut adveniat regnum tuum, adveniat regnum Mariae: "¡Señor, que venga tu reino, que venga el reino de María!"

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LA HISTORIA DE NUESTRA SEÑORA DE GENAZZANO

A pocas millas de la ciudad de Roma, se encuentra Genazzano, una ciudad rica en historia y bendecida con la presencia de una pintura milagrosa de la Santísima Virgen que tiene una historia asombrosa.


Los orígenes de Genazzano se remontan a la época de los emperadores romanos. Debido a su proximidad a Roma, la ciudad fue elegida por muchos patricios y cortesanos imperiales como lugar para sus villas de campo. Los vastos jardines que rodeaban estas villas a menudo servían de escenario para fiestas perversas, juegos paganos y rituales paganos en honor a los dioses a quienes los romanos atribuían la fertilidad de sus campos.

Una de estas celebraciones se realizaba cada 25 de abril en honor a la diosa Flora o Venus. Para este evento, personas de todas las clases sociales, libres y esclavos, patricios y plebeyos, se reunieron para una gran fiesta. Esta práctica se disolvió gradualmente y los templos cayeron en ruinas a medida que el aliento vivificante del cristianismo regeneraba a los pueblos de Europa.

En el siglo III se ordenó construir un santuario dedicado a la Madre de Dios bajo la tierna advocación de la Madre del Buen Consejo sobre las ruinas de los templos romanos.

Con el paso de los años, la ciudad se hizo más poblada y el santuario creció en fama. Durante la Edad Media, los franciscanos y los agustinos fundaron monasterios cercanos. Con el paso de los años, el primitivo templo erigido en honor a la Madre del Buen Consejo comenzó a mostrar signos de deterioro. Además, como el santuario era pequeño, los fieles construyeron iglesias más grandes y ricas para sus funciones solemnes.

En 1356, aproximadamente un siglo antes de la aparición del cuadro milagroso que introduciría a Genazzano en los anales de las maravillas de la Iglesia, el príncipe Pietro Giordan Colonna, cuya familia había adquirido el señorío de la ciudad, asignó la iglesia más antigua de la ciudad y su parroquia al cuidado de los Ermitaños de San Agustín. Los fieles tendrían así la asistencia pastoral necesaria y se podrían realizar reparaciones en la antigua iglesia.

Aunque las oraciones de los fieles se intensificaron, las dificultades económicas impidieron la necesaria y urgente restauración del antiguo templo. Pero la Madre que da sabios consejos en cada circunstancia y atiende con atención las necesidades de los hombres, eligió a una Agustina de la Tercera Orden, Petruccia de Nocera, para realizar un prodigio sobrenatural que produciría la ansiada restauración.

Beata Petruccia de Nocera

Petruccia se había quedado con una modesta fortuna tras la muerte de su marido en 1436. Viviendo sola, dedicó la mayor parte de su tiempo a la oración y los servicios en la iglesia de la Madre del Buen Consejo. La entristeció ver el estado deplorable de las instalaciones sagradas, y rezó fervientemente para que fueran restauradas. Finalmente, decidió tomar la iniciativa. Después de obtener el permiso de los frailes, donó sus bienes para iniciar la restauración con la esperanza de que otros ayudaran a completarla una vez comenzada.

Se elaboró ​​un plan para la construcción de una magnífica iglesia. Sin embargo, una vez iniciada aquella ardua empresa, Petruccia, que ya tenía ochenta años, se dio cuenta de que su generosa oferta apenas alcanzaba para completar la primera fase de la nueva construcción. Para empeorar las cosas, nadie vino a ayudar.

Para su consternación, el edificio apenas se había elevado un metro cuando la construcción se detuvo debido a la falta de recursos. Sus amigos y vecinos comenzaron a ridiculizarla y los detractores la acusaron de imprudencia. Otros la reprendieron severamente en público. A todos ellos les decía: “Mis queridos hijos, no le den demasiada importancia a esta aparente desgracia. Les aseguro que antes de mi muerte la Santísima Virgen y nuestro santo padre Agustín terminarán la iglesia iniciada por mí”.

El 25 de abril de 1467, fiesta del patrón de la ciudad, San Marcos, se inició una celebración solemne con la Misa. Era sábado, y la multitud comenzó a congregarse frente a la iglesia de la Madre del Buen Consejo. La única nota discrepante en la celebración fue la obra inconclusa de Petruccia.

Alrededor de las cuatro de la tarde, todos escucharon los acordes de una hermosa melodía que parecía venir del cielo. La gente miró hacia las torres de las iglesias y vio una nube blanca que brillaba con mil rayos luminosos; gradualmente se acercó a la multitud estupefacta al son de una melodía excepcionalmente hermosa. La nube descendió sobre la iglesia de la Madre del Buen Consejo y se posó sobre el muro de la inacabada capilla de San Biagio, que había comenzado Petruccia.

De repente, las campanas de la vieja torre empezaron a sonar solas, y las otras campanas del pueblo sonaron milagrosamente al unísono. Los rayos que emanaban de la pequeña nube se desvanecieron y la nube misma se desvaneció gradualmente, revelando un hermoso objeto a la mirada encantada de los espectadores. Era una pintura que representaba a Nuestra Señora sosteniendo tiernamente a su Divino Hijo en sus brazos. Casi de inmediato, la Virgen María comenzó a curar a los enfermos y a otorgar innumerables consuelos, cuyo recuerdo quedó registrado para la posteridad por la autoridad eclesiástica local.


La noticia del cuadro y sus milagros se extendió por toda la provincia y más allá, atrayendo a multitudes. Algunas ciudades formaron entusiastas procesiones para ver la imagen que la gente llamó la Virgen del Paraíso por su entrada celestial a la ciudad. Se donaron numerosas limosnas como respuesta a la confianza inquebrantable que Nuestra Señora había inspirado en Petruccia.

En medio del entusiasmo general causado por la pintura, Nuestra Señora quiso divulgar el verdadero origen del maravilloso fresco a sus devotos. Dos extranjeros llamados Giorgio y De Sclavis entraron en la ciudad entre un grupo de peregrinos que habían venido de Roma. Llevaban ropas extrañas y hablaban una lengua extranjera, diciendo que habían llegado a Roma a principios de ese año desde Albania. Si bien la mayoría de la gente se había negado a creer su historia, tenía un significado especial para los habitantes de Genazzano.

* * *

Enero de 1467 vio la muerte del último gran líder albanés, George Castriota, más conocido como Scanderbeg. Criado por un jefe albanés, se colocó a la cabeza de su propio pueblo.

Posteriormente, Scanderbeg infligió asombrosas derrotas al ejército turco y ocupó fortalezas en toda Albania.

Con la muerte de Scanderbeg, el ejército turco, finalmente libre del León de la Guerra fulminante, se abalanzó sobre Albania, ocupando todas sus fortalezas, ciudades y provincias con la excepción de Scutari, en el norte del país.

Sin embargo, la capacidad de resistencia de la ciudad era limitada y se esperaba su captura en cualquier momento. Con su caída, Albania sería derrotada. Ante esta perspectiva, quienes quisieron practicar su fe en tierras cristianas iniciaron un triste éxodo. Giorgio y De Sclavis también estudiaron la posibilidad de huir, pero algo los retuvo en Scutari, donde había una pequeña iglesia, considerada el santuario de todo el reino albanés. En esta iglesia los fieles veneraban un cuadro de Nuestra Señora que había descendido misteriosamente de los cielos doscientos años antes.

Según la tradición, procedía del este. Habiendo derramado innumerables gracias sobre toda la población, su iglesia se convirtió en el principal centro de peregrinación de Albania. El mismo Scanderbeg había visitado este santuario más de una vez para pedir ardientemente la victoria en la batalla. Ahora el santuario estaba amenazado con una destrucción y profanación inminentes.

Los dos albaneses estaban desgarrados por la idea de dejar el gran tesoro de Albania en manos del enemigo para huir del terror turco. En su perplejidad, fueron a la vieja iglesia para pedirle a su Santísima Madre el buen consejo que necesitaban.

Esa noche, el Consolador de los Afligidos los inspiró a ambos mientras dormían. Les ordenó que se prepararan para salir de su país, que nunca volverían a ver. Añadió que el fresco milagroso también iba a dejar a Scutari hacia otro país para escapar de la profanación a manos de los turcos. Finalmente, les ordenó que siguieran la pintura a donde fuera.

A la mañana siguiente, los dos amigos fueron al santuario. En cierto momento vieron cómo el cuadro se desprendía de la pared en la que había estado colgado durante dos siglos. Dejando su nicho, flotó por un momento y luego fue envuelto repentinamente en una nube blanca a través de la cual la imagen continuó siendo visible.


La pintura del peregrino salió de la iglesia y los alrededores de Scutari. Viajó lentamente por el aire a una altitud considerable y avanzó en dirección al mar Adriático a una velocidad que permitió que los dos caminantes lo siguieran; después de recorrer unas veinticuatro millas, llegaron a la costa.


La historia de Nuestra Señora de Genazzano

Sin detenerse, la imagen abandonó la tierra y avanzó sobre las aguas mientras los fieles Giorgio y De Sclavis continuaban siguiéndola, caminando sobre las olas como lo había hecho su Divino Maestro en el lago Genesareth. Cuando caía la noche, la misteriosa nube, que los había protegido con su sombra del calor del sol durante el día, los guiaba de noche con luz, como la columna de fuego en el desierto que guió a los judíos en su éxodo de Egipto.

Viajaron día y noche hasta llegar a la costa italiana. Allí continuaron siguiendo el cuadro milagroso, escalando montañas, vadeando ríos y atravesando valles. Finalmente, llegaron a la vasta llanura de Lazio desde donde pudieron ver las torres y cúpulas de Roma. Al llegar a las puertas de la ciudad, la nube desapareció repentinamente ante sus ojos decepcionados.

Giorgio y De Sclavis comenzaron a registrar la ciudad, yendo de iglesia en iglesia preguntando si el cuadro había descendido allí. Todos sus intentos por encontrar la pintura fracasaron, y los romanos miraron con incredulidad a los dos extranjeros y su extraña historia.

Poco después, llegaron a Roma noticias asombrosas: una imagen de Nuestra Señora había aparecido en los cielos de Genazzano con el sonido de una música hermosa y se había posado sobre la pared de una iglesia que estaba siendo reconstruida. Los dos albaneses se apresuraron a encontrar el tesoro amado de su país milagrosamente suspendido en el aire junto a la pared de la capilla donde permanece hasta el día de hoy.

Aunque algunos habitantes encontraron difícil de creer la historia de los extraños, una investigación cuidadosa más tarde demostró que los dos estaban diciendo la verdad y que la imagen era de hecho la misma que adornaba el santuario en Scutari.

* *

Así María Santísima, con la humilde participación de un piadoso Tercer Orden Agustino a un lado del Adriático y dos fieles albaneses al otro, transportó su misterioso fresco desde la infeliz y desdichada Albania a una pequeña ciudad muy cercana al corazón de la cristiandad. Comenzando su recorrido histórico desde ese pequeño santuario albanés, que no había elegido por casualidad, cruzó el mar para derramar sobre el mundo un nuevo torrente de gracias bajo la invocación de la Madre del Buen Consejo.


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LA PACIENCIA DE RAFAELA

Tienen nuevo cura en el pueblo. Se ha marchado D. Jesús y ha llegado un sacerdote nuevo. Normal. Eso ya se sabe que pasa...

Por el padre Jorge González Guadalix


"Es un sacerdote", me dice Rafaela, "que está poniendo la parroquia patas arriba". Muy bien, o sea, le dije, que tenéis más actividad pastoral y más acciones evangelizadoras y caritativas que nunca, que está removiendo las raíces de la fe. Supongo que estaréis tan contentos, ya era hora. Pero no, parece que no van por ahí las cosas.

De hecho, me dice, las mismas misas o menos. Gente en la iglesia, poca. Poca y cabreada.

Patas arriba la iglesia, pero sólo en lo material. Aquellos sillones antiguos, tapizados en terciopelo rojo, han ido al vertedero, y ha pedido dinero para comprar otros de madera. La imagen de la Virgen niña, que compraron las hijas de María con tanto esfuerzo, ha desaparecido del templo. La Virgen del Carmen, tan querida, ha cambiado de sitio y ahora está en una peana nueva. Dinero perdido en aquellos seis candelabros de pie de bronce que se compraron con el dinero de la fiesta de dos o tres años. Demasiado ostentosos. Ha comprado seis para colocar sobre el altar. Y ahora pide dinero para renovar los muebles de la sacristía, porque los que tenemos ahora, que se compraron en tus tiempos, no le parecen bien.

Me dice Rafaela:

"El altar mayor lo he visto cambiar de lugar al menos cuatro veces. Estuvo donde está, luego en mitad de la nave para ser más comunitarios, volvió al presbiterio, descendió al crucero y ahora está otra vez en el ábside. He visto derribar el coro de madera porque sí y he visto levantarlo. La pila bautismal, en tres sitios, hasta quedar de macetero en el exterior y otra vez dentro. Dos o tres veces cambio en la sede. Cambio en el lugar de las imágenes. Cada cura quiere ornamentos diferentes. Lo que uno hace, el otro lo reforma, lo que uno compra, otro vende. Este pide dinero para hacer y el siguiente más dinero para deshacer o reformar.

Los curas hacéis y deshacéis, pero siempre con el dinero de los demás. Cada uno necesita dejar su cagadita".

Tiene más razón no que un santo, sino que toda la corte celestial. Lo he visto muchas veces. Demasiadas. Los curas, por lo menos algunos, sino muchos, entramos demasiadas veces a las parroquias como elefante en bazar y desde el desprecio más absoluto a las ideas, las tradiciones, las costumbres y el dinero de la gente, que ve cómo, año tras año, pagan las mismas cosas, los mismos caprichos, las más extravagantes ocurrencias de los señores curas, a los que encima no se puede decir nada porque para eso son los curas.

Evidentemente menos gente y más desilusionada. Nos lo ganamos a pulso.


De profesión, cura






lunes, 26 de abril de 2021

¿QUIENES FUERON LOS ALBIGENSES?

Los albigenses fueron una secta hereje durante la Edad Media que surgió y se desarrolló en la ciudad de Albi, en el sur de Francia.


El nombre de albigenses, que les dio el Concilio de Tours (1163) prevaleció hacia el fin del Siglo XII y fue durante mucho tiempo aplicado a todos los herejes del sur de Francia. También se les llamó cátaros (katharos, puro), aunque en realidad fueron sólo una rama del movimiento cátaro. 


Principios Doctrinales 

Los albigenses afirmaban la coexistencia de dos principios opuestos entre sí, uno bueno, y el otro malo. El primero es el creador del mundo espiritual, el segundo del material. El mal principio es la fuente de todo mal; fenómenos naturales, bien ordinarios como el crecimiento de las plantas, o bien extraordinarios como los terremotos, al igual que los desórdenes morales (guerra), deben serle atribuidos. Él creó el cuerpo humano y es el autor del pecado, que nace de la materia y no del espíritu. El Antiguo Testamento debe serle parcial o totalmente atribuido; mientras que el Nuevo Testamento es la revelación del Dios benefactor. Este último es el creador de las almas humanas, a las que el mal principio encerró en cuerpos materiales tras haberles engañado para dejar el reino de la luz. Esta tierra es un lugar de castigo, el único infierno que existe para el alma humana. El castigo, sin embargo, no es eterno; pues todas las almas, al ser de naturaleza divina, deben ser liberadas a la larga. Para llevar a cabo esta liberación Dios envió a la tierra a Jesucristo, quien, aunque perfectísimo, como el Espíritu Santo, es aun así una mera criatura. El Redentor no habría podido tomar un cuerpo humano genuino, porque de ese modo habría caído bajo el control del principio del mal. Su cuerpo fue, por tanto, de esencia celestial, y con ella penetró por la oreja de María. Sólo aparentemente nació de ella y sólo aparentemente padeció. Su redención no fue operativa, sino solamente instructiva. Para disfrutar de sus beneficios, uno debía hacerse miembro de la Iglesia de Cristo (los Albigenses). Aquí abajo, no son los sacramentos católicos sino la peculiar ceremonia de los albigenses conocida como consolamentum, o “consolación”, la que purifica el alma de todo pecado y asegura su inmediata vuelta al cielo. La resurrección del cuerpo no tendrá lugar, puesto que por su naturaleza toda carne es mala.


Principios Morales 

El dualismo de los albigenses fue también la base de su enseñanza moral. El hombre, enseñaban, es una contradicción viviente. De ahí que la liberación del alma de su cautividad en el cuerpo sea la verdadera finalidad de nuestro ser. Para alcanzar ésta, el suicidio es recomendable; era costumbre entre ellos en la forma de la endura (inanición). La extinción de la vida corporal en el mayor grado compatible con la existencia humana es también una finalidad perfecta. Como la generación propaga la esclavitud del alma al cuerpo, debe practicarse la castidad perpetua. La relación matrimonial es ilegal; el concubinato, al ser de naturaleza menos permanente, es preferible al matrimonio. El abandono de la mujer por su marido, o viceversa, es deseable. La generación era aborrecida por los albigenses incluso en el reino animal. Por consiguiente, se ordenaba la abstención de todo alimento animal, excepto el pescado. Su creencia en la metempsicosis, o trasmigración de las almas, resultado lógico de su rechazo del purgatorio, suministra otra explicación para la misma abstinencia. A esta práctica añadieron largos y rigurosos ayunos. La necesidad de absoluta fidelidad a la secta era fuertemente inculcada. La guerra y el castigo capital eran absolutamente condenados.


Origen e historia

El contacto del Cristianismo con la mente y las religiones orientales había producido varias sectas (Gnósticos, Maniqueos, Paulicianos, Bogomiles) cuyas doctrinas eran semejantes a los dogmas de los albigenses. Pero la relación histórica entre los nuevos herejes y sus predecesores no se puede averiguar claramente. En Francia, donde fueron introducidas por una mujer de Italia, las doctrinas neo-maniqueas se difundieron secretamente durante varios años antes de que aparecieran, casi simultáneamente, cerca de Toulouse y en el sínodo de Orléans (1022). A los que las proponían se les hizo sufrir incluso la pena de muerte. 

El Concilio de Arras (1025), el de Charroux, departamento de Vienne (ca. 1028), y el de Reims (1049) tuvieron que tratar de la herejía. En el de Beauvais (1114) se suscitó el caso de los neo-maniqueos de la diócesis de Soissons, pero se remitió al concilio a celebrar poco después en esta ciudad. El Petrobrusianismo se familiarizó ahora en el sur con algunos de los dogmas de los albigenses. Su condena por el Concilio de Toulouse (1119) no evitó que el mal se extendiera. 

Castillos que fueron ocupados por los cátaros en el extremo oriental de los Pirineos, cerca de la costa mediterránea de Languedoc-Rosellón

El Papa Eugenio III (1145-53) envió un legado, el cardenal Alberico de Ostia, a Languedoc (1145), y San Bernardo secundó los esfuerzos del legado. Pero su predicación no produjo efectos duraderos. El Concilio de Reims (1148) excomulgó a los protectores “de los herejes de Gascuña y Provenza”. El de Tours (1163) decretó que los albigenses debían ser encarcelados y sus propiedades confiscadas. 

Se celebró una discusión religiosa en Lombez (1165), con el habitual resultado insatisfactorio de tales conferencias. Dos años después, los albigenses celebraron un concilio general en Toulouse, su principal centro de actividad. El cardenal legado Pedro hizo otro intento de arreglo pacífico (1178), pero fue recibido con burlas. El Tercer Concilio Ecuménico de Letrán (1179) renovó las severas medidas anteriores y publicó un llamamiento a usar la fuerza contra los herejes, que estaban saqueando y devastando Albi, Toulouse, y los alrededores. A la muerte (1194) del católico conde de Toulouse, Raimundo V, su sucesión recayó en Raimundo VI (1194-1222), que favorecía la herejía. Con el acceso de Inocencio III (1198) la obra de conversión y represión fue emprendida vigorosamente. En 1205-6 tres acontecimientos auguraban el buen éxito de los esfuerzos hechos en esa dirección. Raimundo VI, frente a las amenazadoras operaciones militares emprendidas contra él por Inocencio III, prometió bajo juramento desterrar de sus dominios a los disidentes. El monje Fulco de Marsella, anteriormente un trovador, se convirtió ahora en arzobispo de Toulouse (1205-31). Dos españoles, Diego, obispo de Osma y su compañero, Domingo de Guzmán (Santo Domingo), volviendo de Roma, visitaron a los legados papales en Montpellier. Por consejo suyo el excesivo esplendor externo de los predicadores católicos, que ofendía a los herejes, fue reemplazado por una austeridad apostólica. Se reanudaron las disputas religiosas. 

Santo Domingo y los Albigenses


Santo Domingo, percibiendo las grandes ventajas derivadas para sus oponentes de la cooperación de mujeres, fundó (1206) en Pouille, cerca de Carcasona, una congregación religiosa para mujeres, cuyo objeto era la educación de las chicas más pobres de la nobleza. No mucho después de esto fundó la Orden Dominicana. Inocencio III, en vista de la inmensa extensión de la herejía, que infectaba unas 1000 ciudades o pueblos, pidió ayuda (1207) al rey de Francia, como soberano del condado de Toulouse, para utilizar la fuerza. Renovó su apelación al recibir la noticia del asesinato de su legado, Pierre de Castelnau, un monje cisterciense (1208), que a juzgar por las apariencias, atribuyó a Raimundo VI. Numerosos barones del norte de Francia, Alemania, y Bélgica se unieron a la cruzada, se puso a los legados papales al frente de la expedición, Arnaldo, abad del Císter, y dos obispos. Raimundo VI, aún bajo la pena de excomunión pronunciada contra él por Pierre de Castelnau, ofreció ahora someterse, se reconcilió con la Iglesia, y se puso en campaña contra sus antiguos amigos. Roger, vizconde de Béziers, fue atacado en primer lugar, y sus principales fortalezas; Béziers y Carcasona, fueron tomadas (1209). Las monstruosas palabras: “Matadlos a todos; Dios reconocerá a los suyos”, que supuestamente habría proferido el legado papal en la captura de Béziers, no fueron pronunciadas nunca (Tamizey de Larroque, “Rev. des quest. hist.” 1866, I, 168-91). 

Ruinas de la fortaleza construida por los duques de Albi, que posteriormente fue la sede ocupada por Simón de Monfort 


Se le dio a Simón de Monfort, conde de Leicester, el control del territorio conquistado, y se convirtió en el caudillo militar de la cruzada. En el Concilio de Aviñón (1209) Raimundo VI fue de nuevo excomulgado por no cumplir las condiciones de la reconciliación eclesiástica. Fue a Roma en persona, y el Papa ordenó una investigación. Tras infructuosos intentos en el Concilio de Arles (1211) de un acuerdo entre los legados papales y el conde de Toulouse, éste abandonó el concilio y se preparó a resistir. Fue declarado enemigo de la Iglesia y sus posesiones dadas como prenda a cualquiera que las conquistara. 

Lavaur, departamento del Tarn, cayó en 1211, en medio de una terrible carnicería, en manos de los cruzados. Estos, exasperados por la rumoreada matanza de 6.000 de sus seguidores, no perdonaron ni edad ni sexo. La cruzada degeneró ahora en una guerra de conquista, e Inocencio III, a pesar de sus esfuerzos, fue impotente para volverla a llevar a su finalidad original. 

Pedro de Aragón, cuñado de Raimundo, se interpuso para obtener su perdón, pero sin éxito. Entonces tomó las armas para defenderle. Las tropas de Pedro y de Simón de Montfort se enfrentaron en Muret (1213). Pedro fue derrotado y muerto. Los aliados del rey caído estaban tan debilitados ahora que ofrecieron someterse. El Papa envió como su representante al cardenal-diácono Pedro de Santa María in Aquiro, quien llevó a cabo sólo parte de sus instrucciones, recibiendo de hecho a Raimundo, a los habitantes de Toulouse, y a otros de vuelta en la Iglesia, pero promoviendo al mismo tiempo los planes de conquista de Simón. Este jefe continuó la guerra y fue nombrado por el Concilio de Montpellier (1215) señor de todo el territorio adquirido. El Papa, informado de que era el único medio efectivo de aplastar la herejía, aprobó la elección. 

A la muerte de Simón (1218), su hijo Amalrico heredó sus derechos y continuó la guerra pero con poco éxito. Finalmente el territorio fue cedido casi totalmente al rey de Francia tanto por Amalrico como por Raimundo VII, mientras que el Concilio de Toulouse (1229) confiaba a la Inquisición, que pronto pasó a manos de los Dominicos (1233), la represión de la herejía albigense. La herejía desapareció hacia el fin del Siglo XIV.


Organización y liturgia

Los miembros de la secta se dividían en dos clases: Los “perfectos”(perfecti) y los meros “creyentes” (credentes). Los “perfectos” eran los que se habían sometido al rito de iniciación (consolamentum). Eran pocos en número y eran los únicos obligados a la observancia de la rígida ley moral arriba descrita. Mientras que los miembros femeninos de esta clase no viajaban, los hombres iban, por parejas, de sitio en sitio, realizando la ceremonia de iniciación. El único lazo que ligaba a los “creyentes” al albigenismo era la promesa de recibir el consolamentum antes de la muerte. Eran muy numerosos, podían casarse, hacer la guerra, etc., y generalmente cumplían los diez mandamientos. Muchos seguían siendo “creyentes” durante años y sólo se iniciaban en su lecho de muerte. Si la enfermedad no terminaba fatalmente, la inanición o el veneno impedían con bastante frecuencia subsiguientes transgresiones morales. En algunos casos la reconsolatio se administraba a los que, tras la iniciación, habían recaído en el pecado. 

La jerarquía consistía en obispos y diáconos. La existencia de una Papa albigense no es universalmente admitida. Los obispos eran elegidos de entre los “perfectos”. Tenían dos ayudantes, el hijo mayor y el menor (filius major y filius minor), y eran sucedidos generalmente por el primero. El consolamentum, o ceremonia de iniciación, era una especie de bautismo espiritual, análogo en rito y equivalente en significado a varios de los sacramentos católicos (Bautismo, Penitencia, Orden). 

Su recepción, de la que estaban excluidos los niños, era precedida, si era posible, por un cuidadoso estudio religioso y prácticas penitenciales. En este periodo de preparación, los candidatos realizaban ceremonias que tenían un chocante parecido con el antiguo catecumenado cristiano. El rito esencial del consolamentum era la imposición de manos. El compromiso que los “creyentes” tomaban para ser iniciados antes de la muerte era conocido como la convenenza (promesa).


Actitud de la Iglesia 

Propiamente hablando, el albigenismo no fue una herejía cristiana, sino una religión extra-cristiana. La autoridad eclesiástica, después de que la persuasión hubo fracasado, adoptó una dirección de severa represión, que condujo a veces a lamentables excesos. Simón de Montfort tuvo al principio buenas intenciones, pero después utilizó el pretexto de la religión para usurpar el territorio de los condes de Toulouse. La pena de muerte fue, realmente, infligida demasiado libremente a los albigenses, pero debe recordarse que el código penal de la época era considerablemente más riguroso que el nuestro, y que los excesos fueron a veces provocados.

Raimundo VI y su sucesor, Raimundo VII, estaban siempre dispuestos, cuando estaban en apuros, a prometer, pero nunca a enmendarse seriamente. El Papa Inocencio III estaba justificado al decir que los albigenses eran “peores que los sarracenos”; y aun así aconsejó moderación y desaprobó la egoísta política adoptada por Simón de Montfort. Lo que la Iglesia combatía eran principios que conducían directamente no sólo a la ruina del cristianismo, sino a la propia extinción de la raza humana.

N.A. Weber