viernes, 25 de octubre de 2024

QUÉ SE DEBE PENSAR DE LA LIBERTAD DE PENSAR (23)

Bajo la pena de incurrir en el desorden; y de merecer la condenación, estamos obligados a pensar conforme a la verdad y nada más que la verdad.

Por Monseñor De Segur (1862)


La libertad de pensar, es un contrasentido. Tan poco libres somos para pensar sin regla, como para obrar sin regla. Bajo la pena de incurrir en el desorden; y de merecer la condenación, estamos obligados a pensar conforme a la verdad y nada más que la verdad; así como debemos hacer el bien, nada más que el bien. ¿No es esto evidente?

¿Quién es libre para pensar que cinco y cinco no son diez? ¿Quién es libre para pensar que la parte es mayor que el todo, que el vicio es mejor que la virtud, que Carlomagno no ha existido, etc. etc.? ¿Y por qué no se puede pensar esto, sino porque lo contrario es la verdad?

Este principio universal que gobierna a la inteligencia humana, se aplica en primer lugar y con toda su fuerza a las verdades religiosas, porque ellas son las más importantes de todas las verdades. Los misterios de la fe cristiana, los dogmas católicos de la Santísima Trinidad, de la Encarnación del Hijo de Dios, del pecado original, de la redención, de la gracia, de la Iglesia, de la eternidad, del fuego del infierno y de la bienaventuranza del cielo etc. etc.; en una palabra todos los artículos del Catecismo Católico, están impuestos a nuestro entendimiento, porque son verdades; y como en ningún orden podemos nosotros ser libres para discutir la verdad, una vez conocida, con mayor razón no podemos dejar de admitir las verdades católicas. Estamos seguros de que son verdades, porque Dios las ha revelado, porque Jesucristo ha encomendado la enseñanza de ellas a la Iglesia; y porque en esta enseñanza la ha hecho infalible, prometiéndole su continua asistencia. De consiguiente esa libertad de pensar que es el alma del protestantismo y de la moderna filosofía racionalista, no pasa de ser una de esas imposibilidades, que solo pueden ser admitidas por la ligereza y la superficialidad. Para un hombre de entendimiento claro y de un juicio sólido, que no se paga de meras palabras, esa libertad de pensar, es en lógica un absurdo y en moral un pecado.

Lo mismo sucede con la libertad de conciencia y la libertad de decirlo todo y hacerlo todo. ¡Libertades! Sí, son libertades pero que conducen directamente al infierno, sino se las sujeta a la regla trazada en su divina enseñanza por Cristo y su Iglesia.

La autoridad católica, lejos de destruir el pensamiento humano, le protege y vivifica. Esa autoridad es la de la verdad cuya inmutabilidad no corta el vuelo de la razón, pues no hace otra cosa que evitar sus extravíos. La autoridad de la Iglesia en lo tocante a la religión hace con el entendimiento humano siempre expuesto a descaminarse, ya porque engañe al hombre su imaginación, siempre loca, ya porque le arrastre el corazón subyugado por las pasiones, lo que un ayo hace con los niños, lo que un tutor con los jóvenes y lo que todo buen gobierno con sus subordinados; esto es, impedirles el mal, para el que ni hay ni puede haber libertad. Y entiéndase que al decir religión se comprende toda clase de doctrinas que directa o indirectamente se relacionan con ella, ya sean filosóficas o científicas, políticas, etc.

En la Iglesia es, donde únicamente encuentra el espíritu humano, al abrigo de la autoridad, la verdadera libertad de pensar.


Tomado del libro “Conversaciones sobre el protestantismo actual”, impreso en 1862.




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