miércoles, 21 de agosto de 2024

JUDAÍSMO Y FRANCMASONERÍA (VI- Parte Final)

En otras épocas la prensa solía decir la verdad ...


JUDAÍSMO Y FRANCMASONERÍA

LA FRANCMASONERÍA ¿ES DE ORIGEN JUDAICO?

Por el padre Heurckmans S.J.

Barcelona, Librería y Tipografía Católica, Año 1887


CONCLUSIÓN

Acabamos de ver cuán natural es que los judíos preparen los caminos del Anticristo y cómo, bajo su dirección, la Logia y la Internacional llevan actualmente a cabo esta obra satánica.

¿No es asimismo verosímil que los judíos han sido los fundadores de la Francmasonería lo mismo que de la Internacional?

Por lo tanto, si nuestra hipótesis es cierta, cómo así parece indicarlo todo lo que precede, síguese: que todos los cristianos que pertenecen a la Logia o forman parte de su séquito por el Liberalismo, no son otra cosa que esclavos e instrumentos de los judíos; que esta vasta conspiración redunda por completo en provecho de los judíos, y prepara el triunfo final de éstos, triunfo que se alcanzará por medio de la destrucción de todo orden y de todo derecho aún reconocido, por un trastorno social universal, triunfo cuyo remate será el reino del Anticristo.


APÉNDICE

Vamos a transcribir algunos hechos y citas que apoyan nuestra tesis.

I.

En 1744 el Sr. Joly de Fleury, procurador general de Francia, contestaba al procurador del rey en Orleans, que le había denunciado la existencia de una Logia en ésta ciudad: “Hace más de dos siglos que se ha introducido este abuso en Inglaterra, donde subsiste casi al descubierto. Aún preténdese que es más antiguo y que tuvo su origen en Palestina, dónde algunos creen que se deriva de una especie de secta que se suscitó entre los judíos, la que predecía el restablecimiento del Templo de Salomón, y cuyos prosélitos llevaban por este motivo el nombre y los atributos de albañiles” (maçons)... (Revue des questions historiques, tomo XVIII, pag. 547, etc.).

II.

La Civiltá Cattolica, que de tantos años hasta acá viene dedicando notables estudios a la historia y al espíritu de la Francmasonería, dice en su número del 20 de Noviembre de 1886: “La Masonería, de origen casi enteramente judaico... aprovecha más que nadie a los judíos; les sirve de poderoso instrumento para chupar la sangre de los cristianos y arrebatarles su dinero; para extinguir o debilitar la Fe en Jesucristo”. Y más adelante en el mismo artículo: “Puede, pues, decirse, sin temor de equivocarse, que todo el simbolismo masónico está sacado de los libros judaicos, como puede decirse que toda la vida de la Francmasonería reside en el judaísmo moderno. Él es quien la sostiene, quien la dirige y la lleva a sus fines de dominación y de odio anticristiano”.


El Sr. Enrique de l'Epinois decía en abril de 1882 en la “Revue des questions historiques”: “Tan íntima es la alianza del Judaísmo y de la Francmasonería, que ha de concluirse, o que la Francmasonería se ha hecho judaica, o que el Judaísmo se ha hecho francmasón”. De esto a nuestra tesis no hay más que un paso.

III.

“Manifiesto es el origen judaico de la Francmasonería, y los judíos no pueden ser acusados de mucha disimulación en esta circunstancia. Jamás objeto más claro, en efecto, fue indicado bajo una más transparente alegoría. Ha sido precisa la mayor candidez para no comprender que al invitar a unirse para destruir la sociedad antigua, y reconstruir el Templo de Salomón, se invitaba a asegurar el triunfo de Israel”.

“Abrid cualquiera de sus Rituales, y todo os habla de la Judea” (Drumont, “France Juive”, II, pág. 312).

“Simpatía y ternura para Jerusalén y sus representantes; odio a Cristo y a los cristianos: en esto consiste la Masonería”
(Ibid, pág. 320).

“Parapetado tras esta máquina de guerra que la ocultaba (la Francmasonería), el judío pudo hacer el mal sin responsabilidad alguna” (Ibid.).

IV.

El Rdo. Lémann, a la vez que descarta la cuestión de los orígenes de la Francmasonería, refuta la opinión que presenta “a la nación judaica conducida por un príncipe oculto como una inmensa sociedad secreta que impulsa a su vez otras sociedades de la misma clase”. Por nuestra parte rechazamos como él esta tesis exagerada. Pero si, cómo dice, “es por desdicha de notoriedad histórica que contra Jesucristo, su Iglesia y sus obras, el antagonismo hebraico, anheloso de una revancha, lejos de desechar el concurso de las sociedades clandestinas, las ha utilizado constantemente más o menos, según sus propios intereses y en la medida que esas mismas sociedades secretas se prestaban para ello”; si de más de un siglo hasta acá el poder y la dirección de la Francmasonería está manifiestamente en manos de los judíos; si otras muchas razones vienen a añadirse a las anteriores, somos de parecer que debe atribuirse el origen de la Francmasonería al Judaísmo, no ciertamente al Judaísmo todo entero, sino por lo menos a un judaísmo pervertido. El Rdo. Lémann recuerda en la misma ocasión dos hechos que confirman nuestra hipótesis: la fundación de la secta de los martinistas por el judío Martín Paschalis en 1754, y la convocación del congreso de Willemsbad en 1781 por la iniciativa de Weisshaupt, fundador de la harto famosa secta del Imuminismo alemán. En este congreso las diferentes sociedades secretas llevaron a cabo su concentración en la Francmasonería (Consúltese “Le entré des Israélites dans la sociéte française et les états chrétienes”, por el Rdo. J. Lémann. Lecoffre, 1886. Lib. III. Cap. VI).

V.

La siguiente carta, sacada de los archivos de Friburgo y publicada por primera vez en el opúsculo “Les masons juifs et l'avenir”, Lovaina, 1884, fue dirigida en 1806 por un oficial piamontés al célebre autor de las “Memoires sur le Jacobinisme”, Barruel.


Es del mayor interés. Muchos de los asertos que contiene, asombrosos a primera vista, encuentran su confirmación en los documentos publicados en 1859 por Crétineau- Joly, y atestiguan claramente la acción oculta de los judíos sobre las sociedades secretas de Italia a principios de este siglo.

“Copia de una carta que yo, Agustín Barruel, canónigo honorario de Nuestra Señora, he recibido en París el 20 de Agosto de 1886


J. + M.

Florencia, 1ro de Agosto de 1806.

Muy señor mío: Hace meses que por casualidad tuve la dicha de tener noticia de la obra de Ud. titulada: Memoires des Jacobines. La he leído, o mejor, la he devorado con indecible placer, y he sacado de ella mucho fruto y no poca luz para mí propia conducta, tanto más cuanto he encontrado en ella pintadas exactamente muchísimas cosas de las que en el curso de mi vida he sido testigo ocular, sin que las comprendiera perfectamente. Reciba Ud., pues, señor mío, de un militar ignorante como yo, las más sinceras felicitaciones por su obra, que con justo título puede llamársela la obra por excelencia del último siglo. ¡Oh! ¡cuán bien ha desenmascarado Ud. a esas sectas infernales que preparan los caminos del Anticristo, y son los enemigos implacables no sólo de la religión cristiana, sino también de todo culto, de toda sociedad, de todo orden. Hay una, sin embargo, que sólo ha tocado Ud. ligeramente. Quizá lo ha hecho Ud. a propósito porque es la más conocida, y por consiguiente la menos de temer. A mi parecer, empero, es hoy el poder más formidable, si se considera sus grandes riquezas y la protección de que goza en casi todos los Estados de Europa. Comprende Ud. muy bien, señor mío, que me refiero a la secta judaica. En todas partes aparece separada y enemiga de las otras; pero en realidad no lo es. En efecto, basta que una de ellas se haga enemiga del nombre cristiano, para que la favorezca, la subvencione y la proteja; y ¿acaso no la hemos visto y la vemos todavía prodigar su dinero para sostener y moderar a los modernos sofistas, francmasones, jacobinos e iluminados? Los judíos, pues, con todos los otros sectarios, no forman más que una sola sección para aniquilar, si posible fuere, el nombre cristiano. Y no crea Ud. señor mío que todo esto sea exageración de mi parte. No afirmo cosa alguna que no me la hayan dicho los mismos judíos, y va Ud. a ver cómo.

Cuando en el Piamonte, mi Patria, ardía la revolución, tuve ocasión de frecuentarles y de tratar confidencialmente con ellos. Fueron ellos, sin embargo, los primeros en buscarme, y como a la sazón no era yo muy escrupuloso, fingí tramar con ellos íntima amistad, y llegué a decirles, suplicándoles el más riguroso secreto, que había nacido yo en Livornia, de una familia de hebreos, pero que niño aún había sido bautizado, y si bien en lo exterior vivía y obraba como los católicos, interiormente pensaba como aquellos de mi nación, por la cuál había conservado siempre profundo y secreto amor. Entonces me hicieron los mayores ofrecimientos y depositaron en mi toda su confianza.

Prometíanme hacerme ascender a general si quería entrar en la secta de los francmasones; mostráronme cantidades de oro y de plata que distribuían, me dijeron, a aquellos que abrazan su partido, y se empeñaron tres armas adornadas con signos masónicos, que acepté para no disgustarles, y obligarles cada vez más para que me revelasen sus secretos. Vea Ud. ahora, pues, lo que los principales y más ricos judíos me comunicaron en diversas circunstancias:

1. Que Manés y el infame Viejo de la Montaña procedían de su nación.

2. Que los francmasones y los iluminados habían sido fundados por dos judíos de quienes me dijeron los hombres, que por desgracia no recuerdo.

3. Que, en una palabra, de ellos tomaban su origen todas las sectas anticristianas, que eran a la sazón tan numerosas en la tierra, que contaban muchos millones de personas de todo sexo, edad, rango y condición.

4. Que en nuestra sola Italia tenían por partidarios más de cien eclesiásticos tanto seculares como regulares, entre los cuales se contaban no pocos párrocos, profesores públicos, prelados, algunos obispos y cardenales, y que no desesperaban de tener en no lejano día un Papa de su partido (suponiendo que fuese un cismático no es imposible)
(* ¿Hay duda alguna todavía en nuestros días para pensar que todos los “papas” desde Juan XXIII hasta el chanta porteño Bergoglio alias “Francisco” son producto de la infiltración judeomasónica en la Iglesia? Lo que no se sospechaba en el siglo XIX, y en ningún siglo a decir verdad, es que ese golpe diabólico fuera tan sutil: imponer la Apostasía por medio de una falsa obediencia, de un falso concilio, por parte de falsas autoridades, de falsos “papas”... Si queda alguna duda mis estimados lectores, temo decirles que no están leyendo con atención estas líneas).

5. Que asimismo en España contaban con gran número de partidarios aún entre el clero, a pesar de que en este reino todavía estaba en vigor la maldita Inquisición (* Nosotros transcribimos tal cual las palabras originales del autor, por supuesto que no compartimos en absoluto esta descripción y esta concepción que tiene este sacerdote de la Santa Inquisición Española, el tribunal más efectivo en la Historia de la Iglesia para conservar la pureza y la integridad de la Fe, de la cuál salieron muchas forma jurídicas utilizadas aún en el derecho actual. Veamos entonces como la Leyenda Negra del Liberalismo ya estaba calando hondo en la mentalidad Católica ya hace 200 años...).

6. Que la familia de los Borbones era su más grande enemigo, y que dentro de pocos años esperaban aniquilarla (* No la aniquilaron, hicieron algo mucho peor: la democratizaron y la laicizaron).

7. Que para mejor engañar a los cristianos, fingían que ellos mismos lo eran, viajando y pasando de un país a otro con falsos certificados de bautismo que compraban de ciertos párrocos codiciosos y corrompidos.

8. Que esperaban a fuerza de dinero y de intrigas obtener de todos los Gobiernos un estado civil como el que ya tenían en varios países.

9. Que gozando los derechos de cristianos como los demás, comprarían tantas casas y tierras como les fuera posible, y que por medio de la usura pronto lograrían despojar a los cristianos de sus bienes raíces y tesoros, como empieza ya a verificarse en Toscana, dónde los judíos ejercen impunemente la usura más exorbitante, y hacen inmensas y continuas adquisiciones, tanto en el campo como en las ciudades.

10. Que, por consiguiente, prometíanse en menos de un siglo ser dueños del mundo, abolir todas las otras sectas para hacer reinar la suya, convertir en sinagogas las iglesias de los cristianos, y reducir a estos a verdadera esclavitud.

Tales son, señor mío, los pérfidos designios de la nación judaica, como los he oído personalmente. Cierto que es imposible que logren efectuarlos todos, puesto que sin contrarios a las promesas infalibles de Jesucristo a su Iglesia, y a las profecías que anuncian claramente que este pueblo ingrato y obstinado debe andar errante y vagabundo, en el menosprecio y la esclavitud, hasta que conozca al verdadero Mesías a quien crucificó, y consuele en los últimos tiempos a la Iglesia abrazando la Fe.

Sin embargo pueden causar mucho daño si los gobiernos continúan favoreciéndolos como lo han hecho por espacio de muchos años. Sería muy de desear que una pluma enérgica y superior cómo la de Ud., hiciese abrir los ojos a dichos gobernantes y les instruyese para que una vez más redujesen a este pueblo a la abyección que merece y en la cual nuestros padres, más políticos y prudentes que nosotros, procuraron tenerlos constantemente. A esto, señor mío, le invito en mi nombre particular, suplicándole que perdone a un italiano, a un militar, los errores de todo género que encontrará Ud. en esta carta. Deseo que la mano de Dios le prodigue a Ud. recompensas por todos los escritos luminosos con que ha enriquecido a su Iglesia.

Reciba la más alta estima y el más profundo respeto, con el cual tengo el honor de ser su humildísimo y obedientísimo servidor,

JUAN BAUTISTA SIMONINI.

P. S. Si en este país puedo servirle a Ud. en algo, y si tiene necesidad de nuevas luces acerca del contenido de la presente, hágamelo saber, y será Ud. obedecido”.

Barruel puso a continuación de la carta las reflexiones siguientes:

“N. B. 1. Meditándolo mucho, el objeto de esta carta parecía increíble, y por lo menos, en sana crítica, ¡cuántas y cuántas pruebas exigiría, difíciles de adquirir! Guárdeme muy bien de publicar cosa semejante. Sin embargo, creí deber comunicarla al Cardenal Fesch, para que hiciera de ella el uso que creyera conveniente cerca del Emperador. Lo mismo hice con el Sr. Desmarest, para que lo comunicase al jefe de policía si lo juzgaba útil.

Creo que hice bien no publicando nada de esto. Mi objeto, al dar a conocer la carta a dichos personajes, era impedir el efecto que podía tener el Sanedrín que el Emperador había convocado en París. Aquello causó tanta mayor impresión en el Sr. Desmarest, cuando estaba a la sazón ocupado en investigaciones acerca de la conducta de los judíos, quienes, me dijo, eran en Alsacia peores que en Toscana. Hubiera querido quedarse con el original, pero se lo rehusé, reservándome enviarlo al Papa, como lo hice, suplicándole que mandase tomar acerca del Sr. Simonini los informes convenientes, para saber el grado de confianza que merecía su carta. Al cabo de algunos meses Su Santidad me comunicó por el Rdo. Tetta, su secretario, que todo abonaba la veracidad y la probidad de aquel que me había descubierto las cosas de que decía haber sido testigo. No habiéndome permitido las circunstancias tener correspondencia con el Sr. Simonini, creí debía guardar sobre el objeto de su carta profundo silencio, pues tenía por cierto que si se me creía, pudiera ocasionar una matanza de judíos, y que si no se me daba crédito, tanto y mejor valía no revelar cosa alguna.

2. A la llegada del rey hice poner en sus manos copia de la carta. Para concebir ese odio de los judíos contra los Reyes de Francia, es preciso remontarse hasta Felipe el Hermoso, quien en el año 1306 arrojó del país a todos los judíos y se apoderó de sus bienes. De ahí, en lo sucesivo, su causa común con los templarios despechados.- Origen del grado de Kadosch.

3. Por medio de un francmasón, iniciado en los grandes misterios de la secta, he sabido que había en ella muchos judíos, especialmente en los altos grados”.




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