IX
LA IGLESIA, NUESTRA FELICIDAD
“Señor, bueno es estarnos aquí” (Mat. 17: 4), dijo Pedro, transportado de entusiasmo, a Nuestro Señor, cuando lo vio rodeado de gloria y transfigurado entre esplendores celestiales. Mucha razón tenía Pedro para hablar así. Sin embargo, quedar en el Tabor no era posible. No se encuentra en la tierra el eterno Tabor. Sólo en el cielo tendrá completa significación la exclamación del apóstol Pedro: “bien estamos aquí”; allí estaremos bien, en compañía de Dios y de todos los Santos. La vida terrestre sólo es preparación para la gloria que nos espera en la eternidad. No obstante, podemos también decir con alguna verdad: “bueno es estarnos aquí”, esto es, en el reino de la felicidad, que es la Santa Iglesia Católica. ¿Por qué? Porque la Iglesia es el reino de la verdad.
La Iglesia, reino de la verdad. - La verdad es el gran tesoro, que Cristo trajo del cielo, y lo depositó en su Iglesia. La verdad tiene en la Iglesia su defensora, su fiel intérprete y su propagadora.
a) Cuestiones científicas. El espíritu humano creado para la verdad, sólo en el conocimiento y posesión de ella encuentra reposo. Lo que da valor a las creencias es la verdad. En la religión es absolutamente indispensable. La verdad tiene en Dios su origen. Dios es la verdad. Por eso el estudio profundo de las cosas debe conducir al conocimiento de Dios. Una ciencia, aunque así se titule, será falsa, cuando no se ajusta a los dictámenes de la verdad. La verdadera ciencia, como expresión de la verdad, debe necesariamente conducir al hombre hacia Dios. Este es el mayor encanto que ofrece el estudio, y el que tenga oportunidad para dedicarse a él, debe aprovecharla, puesto que el estudio serio es un servicio prestado a la verdad y a Dios.
b) Cuestiones eternas. Si merece la ciencia nuestro afecto y afición, mucho más deben interesarnos las cuestiones vitales y eternas. Al rico y al pobre, al chino, al europeo y al esquimal, al negro y al blanco, a todos deben interesar sobre manera las preguntas: ¿Para qué estoy en este mundo? ¿Qué será de mí después de esta vida? ¿Cuál es mi eterno destino? ¿Hay un Dios que me creó y que me quiere para sí? El mundo está en evolución continua. Los hombres mudan de opinión y de costumbres. Cada día trae nuevas invenciones y descubrimientos. Sólo las cuestiones arriba propuestas son invariables, constantes y permanentes. El corazón humano exige una solución clara, concisa, indudable. Solo la verdad le satisface. ¿Quién le dará la respuesta deseada? ¿Quién atestiguará al hombre, de acuerdo con la eterna verdad, quién lo creó, para qué fue creado, cuál es su destino y cuáles son los medios de conseguirlo?
c) Solución en la Iglesia. Solamente la Iglesia Católica, fundada por Nuestro Señor Jesucristo. Sólo ella es la depositaria de la eterna verdad que vino del cielo. Sólo a ella prometió Cristo su asistencia hasta el fin de los siglos. Sólo en la Iglesia Católica se encuentra la verdad, con toda claridad y solidez, sin que haya vacilaciones, dudas ni divergencias de opinión. Bueno es estarnos en ella, pues en su compañía estamos con la verdad. Ella es la fortaleza contra la cual combaten en vano las huestes enemigas. Es la roca que pulveriza las olas que la embisten furibundas. Es el arca, en cuyo seno navegamos sosegadamente, a cubierto de todo peligro de diluvio de errores y pecados. Bueno es estar en la Iglesia, llamada por Cristo, su reino: Reino del cielo, de la gracia y de la verdad.
Conservémonos siempre fieles a la Iglesia, y a su sombra encontraremos la paz, el sosiego y la salvación.
Tomado del libro “Salió el sembrador” del padre Juan B. Lehmann de la Congregación del Verbo Divino, edición 1944.
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