Primera Parte
2. Su amplia complicidad con la herejía
Para los simples fieles resulta incomprensible que Vuestra Santidad, por un lado, con frecuencia y con toda apariencia de firmeza, reitere la fe católica, y por otro, dé rienda suelta a todas las herejías posibles e imaginables sin jamás dar pasos firmes contra aquellos que los conciben y propagan. Les gusta recordar vuestra Encíclica Mysterium Fidei de 1965, Sacerdotalis Coelibatus de 1967, vuestra Profesión de Fe y vuestra valiente Encíclica Humanae Vitae, ambas del mismo año 1968, pues éstas hacen eco de la auténtica Tradición Católica. A estos actos doctrinales de vuestro Magisterio Ordinario, por lo tanto, se suscriben –en su gran mayoría– con toda su fe. En consecuencia, han resentido amargamente la oposición organizada y la crítica sistemática a estas Actas de vuestro Magisterio por parte de tantos sacerdotes y obispos, incluso de jerarquías nacionales enteras. Tal insubordinación o afectación de ignorancia es profundamente chocante para lo mejor de vuestros hijos, pero ellos no están menos chocados de que Vos lo toleréis. El espíritu verdaderamente católico no comprende una actitud que, afirmando la verdad, no condene el error.
Del mismo modo, los fieles se asombran ante la creciente contradicción entre la enseñanza tradicional que, salvo excepciones ocasionales, oyen exponer en vuestras Alocuciones de los miércoles , y el torrente de locura que se enseña libremente en toda la Iglesia. Están asombrados de que el alboroto creado por los malos teólogos y los autodenominados moralistas contra vuestra encíclica Humanae Vitae os haya disuadido de escribir más encíclicas durante estos últimos cinco años, haciéndoos parecer como hubierais abandonado la lucha y dejado a vuestras ovejas en las manos de los falsos pastores...
Tal debilidad es algo que nadie puede entender, aunque puedan excusaros, aduciendo la dificultad de vuestra tarea, la dureza de los tiempos que vivimos, las amenazas de cisma... Tal confianza filial y paciencia sumisa por parte de los fieles sería algo bueno si no condujera a la creación de un contraste artificial y engañoso entre nuestros sacerdotes y obispos modernistas, por un lado, y Vuestra Santidad, por otro, cuyas enseñanzas y actos siguen considerándose uniformemente santos y tradicionales. Porque tal actitud representa una injusticia para con nuestros obispos y sacerdotes, la mayoría de los cuales habrían permanecido libres de culpa si Vos mismo los hubierais mantenido firmes en el camino recto de la ortodoxia. Vos mismo sois la primera y principal causa de la inexplicable tolerancia actual de toda forma de error en todos los niveles de la Iglesia. Por supuesto que no sois el único responsable, pero tenéis una responsabilidad especial y suprema porque los demás están, directa o indirectamente, siguiendo vuestro ejemplo o precepto.
Por eso, os acusamos de condonar seriamente todas las herejías que están surgiendo en todos los ámbitos y en todas partes de la Iglesia. Incluso aquellas herejías que no compartís de ninguna manera, que os llenan de horror, están recibiendo vuestro apoyo indirecto por el mero hecho de que no estáis dispuesto a imponer ninguna sanción contra ellas. Se sigue naturalmente que los peores traficantes de herejías se aprovechan de vuestra inercia para esparcir su veneno. Sois culpable por vuestra indiferencia, del mismo modo que el Papa Honorio mereció la terrible sanción de un Anatema. Pero esto no es todo, pues en muchos casos habéis ido más allá, mostrando algún favor hacia los maestros del error o de las novedades perniciosas. Es posible que les hayáis hecho un cumplido pasajero, o los hayáis rescatado de sus propios tribunales disciplinarios, o incluso los hayáis nombrado para algún nombramiento, como si sintierais la necesidad constante de manteneros a su lado, de mostrar vuestra amistad hacia ellos... como si os sintierais en simpatía con ellos en vuestra y su causa común de promover la Reforma Conciliar y establecer una nueva Iglesia.
Ya he dado las razones que subyacen a esta inacción y despreocupación de las que os hacéis cómplice. En primer lugar, estáis deseoso de quedar bien con todos los hombres, incluso los ateos y los comunistas, y este deseo de diálogo con los adversarios fuera de la Iglesia os lleva también a respetar y honrar a sus amigos dentro. Así, en vuestro deseo de reconciliación con los protestantes, no sólo evitáis toda mención de las condenas del pasado, sino también toda supresión, mediante una nueva condena, de la protestantización de la Iglesia que se está produciendo hoy. Y así sucesivamente. Esta tolerancia hacia todo constituye vuestro Liberalismo.
Una segunda razón, más profunda, es que estáis genuinamente convencido de que el lenguaje de nuestro dogma y disciplina canónica requiere una profunda revisión en aras del diálogo con el mundo, que debe adaptarse a los modos de vivir y de pensar actuales. Debido a que creéis esto, tenéis dudas al menos cuando os enfrentáis a formulaciones verdaderamente revolucionarias. Os preguntáis si, aunque hoy os parezcan demasiado extremas, no representarán las formas consagradas del mañana, una apariencia futurista de la Fe en lugar de su corrupción. Esta actitud es consecuencia de vuestro evolucionismo.
Por último, la razón principal de vuestro coqueteo con todo tipo de herejías radica en el hecho de que no hay ningún vínculo real entre vuestra utopía político-religiosa, por un lado, y vuestra fe religiosa en el sentido propio y dogmático de la palabra, por el otro: ocupan casilleros completamente separados en vuestra mente. No me atrevo a pensar que seáis plenamente consciente de esta contradicción entre ambas, porque en ese caso vuestra culpabilidad no tendría medida. Pero sois consciente de ello hasta el punto de que experimentáis un malestar constante, una sensación de ser arrastrado de un lado a otro: mientras que la Fe os parecería inútil y poco inspiradora, no habéis intentado injertar formalmente vuestra Utopía en vuestro Credo. Enseñáis la Fe tradicional los miércoles y la traicionáis los domingos. Pero sois consciente de la solidaridad y simpatía mutua entre vuestra propia utopía política y las herejías dogmáticas y morales predominantes que, sin embargo, no podéis suscribir. Y por eso las toleráis e incluso mostráis cierta simpatía activa hacia ellas. Aquí es donde entra vuestro modernismo.
TEILHARD DE CHARDIN
¿Por qué no habéis condenado a Teilhard? El inmenso daño causado por el teilhardismo es de conocimiento común hoy en día. Y, aunque la estrella del jesuita evolucionista puede haber palidecido considerablemente, esto no se debe a una toma de conciencia general de sus errores, sino más bien a que la opinión actual los ha superado con creces. No sólo no lo habéis condenado, sino que en el mismo momento en que todos esperaban de Vos alguna reacción a la campaña mundial que los Amigos de Teilhard estaban librando en su nombre, Vos reaccionasteis, no con un comentario claro, favorable o desfavorable, sino elogiándolo de manera sutil, destruyendo así los últimos baluartes.
Escuchamos que el 24 de febrero de 1966, en el curso de una visita a los Laboratorios Farmacéuticos, “El Santo Padre entonces hizo una referencia a Teilhard, quien había dado una explicación del universo y quien... había visto en el mundo sensorial evidencias de un principio inteligente al que sólo se podría hacer referencia como Dios. El hombre estaba aprendiendo a entablar 'este vasto diálogo con el universo y... estaba elevando un himno a Dios, creador y padre de todos”.
Los pocos extractos de vuestros comentarios, que se informaron en la prensa, fueron suficientes para ilustrar la afinidad entre el vago deísmo de Teilhard y vuestra propia forma de pensar. Su evolucionismo panteísta proporciona un escenario ideal para vuestro propio utopismo progresista, incompatible como debe ser necesariamente con vuestra fe verdadera católica. La convergencia de todos los hombres y todas las religiones hacia un solo objetivo de perfección ideal es también algo que os atrae.
Vos sois consciente de que la debilidad de vuestra filosofía, la que os hizo ser censurado por Roma, fue vuestro rechazo del Pecado Original, como totalmente incompatible con la idea de progreso continuo que forma vuestra piedra angular. Porque sí creéis en el Pecado Original: habéis recordado la doctrina en términos formales, de acuerdo con la enseñanza del Concilio de Trento, en el Simposio Teológico celebrado el 21 de julio de 1966; solo que, desafortunadamente, nadie prestó mucha atención a lo que dijisteis. Pero el hecho es que toda vuestra teoría de la Paz universal y el Progreso inevitable de la civilización mundial representa una contradicción de esa Fe que afirmasteis entonces y está completamente en línea con la herejía de Teilhard.
Podemos ir aún más lejos. El punto central de nuestra religión es la Cruz de Cristo, por la que somos redimidos: el Sacrificio Propiciatorio del Calvario, que es también el Sacrificio de la Misa. Este misterio es totalmente ajeno al panteísmo cósmico de Teilhard. Pero, salvando vuestro respeto, ¡parecería casi tan ajeno a vuestra propia visión personal del mundo y de la historia! Quizá os interese volver a leer vuestro Discurso ante las Naciones Unidas, su Discurso del 7 de diciembre de 1965 ante el Concilio, Ecclesiam Suam, Populorum Progressio, Octogesima Adveniens… La Cruz de Cristo tampoco tiene cabida en éstos, o recibe a lo sumo alguna alusión retórica. Porque vuestra filosofía también es aquella en la que el hombre avanza por sus propios esfuerzos. Para condenar a Teilhard habría que definir en qué radica su error. Y al definir su error también os estarías condenando a Vos mismo. Y así, cuando os negáis a condenarlo, e incluso a elogiarlo, aunque admitís que hay mucho de "fantasioso" en su filosofía, instintivamente estáis protegiendo también vuestros propios dichos, que incluyen las mismas nociones "fantasiosas" no especificadas. Y así, durante los últimos diez años, el teilhardismo ha estado corrompiendo la Fe y la Moral de la Iglesia y no muestra signos de ceder los micrófonos de nuestras iglesias parroquiales, excepto a aquellos que enseñan herejías aún peores.
¡Si he estado mintiendo, entonces condenad los errores de Teilhard!
EL CATECISMO HOLANDÉS
Toda la espantosa historia del Catecismo holandés, de sus problemas con Roma y de su difusión por todo el mundo a pesar de ello, es demasiado conocida como para que yo os la recuerde aquí. El asunto es uno de los más graves de los que han tenido lugar bajo vuestro pontificado.
Hay dos aspectos separados y contradictorios en la historia: los esfuerzos de Roma por suprimirla, por un lado, y vuestra propia debilidad, por el otro.
El primero es de conocimiento común, y le da crédito a Roma, su Curia y Cardenales. Y Vos mismo, en vuestro Credo, habéis dado respuesta punto por punto a todas las herejías contenidas en este llamado Catecismo. Recién entonces había sido invitado al Santo Oficio para la instrucción de mi Proceso, y puedo aseguraros que allí había una gran alegría ante la perspectiva de una inminente Defensa de la Verdadera Fe por parte del Papa. De hecho, se me aseguró discretamente que podía firmar mi retractación con plena confianza en el Papa que estaba a punto de restaurar la Fe en toda la Iglesia de una manera rotunda y maravillosa. Eso fue en mayo de 1968. Así que sabemos que todos los errores perniciosos de este Catecismo ya habían sido anotados y enumerados, y señalados los autores. Y el Papa había proclamado solemnemente su fe católica, en clara contradicción con ellos.
La otra cara de la historia está calculada para sumir a todos los buenos católicos en una profunda angustia: no saben qué decir en vuestro favor. Porque se hizo evidente que Vos estabais abandonando la lucha y admitiendo la derrota ante un puñado de teólogos modernistas que, al insultar así a la Curia y a sus dignos Cardenales, habían insultado también no sólo al propio Papa, ¡sino a toda la Iglesia y a Dios! Dejasteis que este libro venenoso se difundiera por toda la Iglesia sin insistir en ninguna de las correcciones exigidas por la Comisión Romana, sin atreveros a levantar un dedo en señal de reproche contra ninguno de los responsables inmediatos.
Durante este tiempo estuve haciendo un estudio detallado de la obra con el objetivo de defender las almas contra vuestro veneno mortal, pero fue para ser yo mismo, el repudiado por Vos, y no los autores. Como conclusión de mi estudio escribí las siguientes palabras: “El mismo silencio de la Suprema Autoridad de la Iglesia representa la colusión con las herejías y asesta un golpe mortal a la Fe. Aquellas Autoridades de la Iglesia que, en tiempos pasados, habían guardado silencio frente al cisma y la herejía, fueron luego declaradas culpables de herejía, como los Concilios de Rímini y Seleucia, y el Papa Honorio. La certeza inviolable de la Fe y la dignidad del Magisterio Supremo sólo pueden restaurarse condenando a los que han callado ante el error”.
Pero hicisteis más que quedaros en silencio... En poco tiempo os uniste al coro de admiración de las nuevas herejías. Italia tenía un nuevo Catecismo, basado en parte en el “famoso Catecismo holandés” y en parte en el de Isolotto, esa parroquia revolucionaria en Florencia que Vos conocéis bastante bien; y allí estaba vuestra voz derramando elogios sobre este retoño de las formas más extremas del Modernismo y el Progresismo: “Es un documento inspirado en la caridad del diálogo pedagógico que testimonia el deseo y el arte de hablar de manera sencilla y persuasiva, adecuada a la mentalidad del hombre moderno. Haremos bien en darle un lugar importante y en convertirlo en el punto de partida de una gran, armoniosa e incansable renovación de la catequesis para la presente generación. Esto exige que el Magisterio de la Iglesia presente un carácter funcional (?): le debemos nuestro respeto y confianza” (Discurso Papal a la Conferencia Episcopal Italiana, citado en La Croix, 11 de abril de 1970)
Mi comentario sobre esto, ciertamente polémico, fue el siguiente: “La Autoridad Suprema ha cedido y abandonado el campo a la herejía modernista. Como buen deportista, el Papa respeta y felicita a su oponente victorioso. ¡Qué noble y generoso que Roma aclamara así la herejía bátava! Pero, ¿qué ha pasado con el Credo de antaño?” ¡Que Dios me perdone mi tono virulento! Pero me invadió una santísima ira al pensar en aquellos miles y miles de almas ahora dejadas a merced de estos “asesinos de la fe” a los que vuestro amigo el cardenal Daniélou hace frecuentes referencias, sin embargo sin dar nombres. Estaba pensando cómo a través de vuestro “buen espíritu deportivo” estabais permitiendo que se pervirtieran las almas de vuestro pueblo.
Pero vuestro deseo de complacer no lo explica todo. Solo necesito volver a leer lo que escribí en ese momento en la CDN para entender por qué Vos habéis podido aceptar el Catecismo holandés: “En este Catecismo, Dios no aparece como esencialmente diferente del hombre y el mundo. Se le llama, ciertamente, “el Otro”, pero sólo como representante de alguna manera de la esencia misteriosa de nuestro ser… nunca como un Ser Trascendente, plena y soberanamente independiente con respecto a Su creación. En cambio, aparece como necesariamente de acuerdo con el hombre. El conflicto o la contradicción entre Dios y el hombre, o la posibilidad de una ruptura definitiva, parecen excluidas a priori. El pecado importa sólo en lo que se refiere a sus consecuencias visibles. Aparte de esto, se convierte en una cuestión de retórica. Dios siempre está del lado del hombre, preocupado sólo por su felicidad y luchando por ganarla para él. Tal relación descarta cualquier idea de castigo justo y deja lugar solo para un amor incondicional. Dios perdona cualquier cosa y todo; ¡Él perdona a todos los hombres y en todo momento, porque está lleno de amor!
Tal sistema no tiene lugar para el Misterio de la Redención... La religión se funde en la vida cotidiana, sin ninguna discontinuidad, aportándole un “suplemento espiritual”, la realización de las aspiraciones más íntimas del hombre”.
Permitidme detenerme aquí. Podría seguir repitiendo lo que escribí entonces... porque tenemos aquí la heterodoxia que corresponde a vuestra heteropraxia. Simplemente actuais como si el amor de Dios fuera incondicional, mientras que ellos lo dicen con muchas palabras. Actuais como si el “sentimiento religioso” fuera simplemente un suplemento espiritual que surge de la conciencia del hombre, cuando en realidad nos lo dicen. Y así sucesivamente.
Vos simplemente no podéis condenar el Catecismo holandés, como tampoco lo hace Teilhard. Sostenéis su libertad de pensamiento, porque también la necesitáis para vuestras propias ideas fantasiosas. Y el nuevo mundo de fraternidad que buscáis construir es incompatible con cualquier discusión de cuestiones dogmáticas. Pero la razón principal es que, aunque no os atreváis a admitirlo, el Modernismo humanista de este libro forma una excelente base doctrinal para vuestro propio humanismo progresista. De hecho, es una medida del éxito de este catecismo pervertido que vuestros propios delirios utópicos ya no parecen heréticos para nadie...
Si no he dicho la verdad, ¡entonces condenad el Catecismo holandés!
LAS NUEVAS CATEQUESIS
Mientras transcurrían todas estas discusiones, los Episcopados -esos entes colectivos sin rostro e irresponsables- de Francia, Canadá, Alemania, EEUU y de todas partes del mundo, lanzaban sus nuevos Catecismos para niños, todos absolutamente revolucionarios. Estos libros estaban destinados únicamente a servir como ayudas didácticas para un sistema de instrucción catequética viva basada en el inmanentismo puro, como lo mostré de manera concluyente en mi estudio sobre el Fonds Commun Obligatoire francés. Permitidme repetir algunos de los subtítulos de ese estudio: “El iluminismo reemplaza a la Fe ... La apelación a la ilusión de la experiencia religiosa vital ... La lectura de los 'signos de los tiempos' nutre este iluminismo”. Creedme, Santísimo Padre, cuando escribí esto, no estaba pensando en modo alguno en Vos, en vuestras repetidas apelaciones a la experiencia religiosa, a los “signos de los tiempos”, en vuestra implícita inspiración directa por “el Espíritu”... pero releyendo estas palabras, con las vuestras, la cercanía entre ambas se muestra contundente. Representa también vuestra filosofía, al menos vuestros sentimientos personales.
Este estudio está contenido en la CDN de abril de 1968, que fue precisamente cuando fui convocado a Roma para dar cuenta de mis críticas al Papa y al Concilio. ¿Quizás os hablaron de este pequeño episodio? En el curso de la primera sesión de la Instrucción de mi Proceso, presenté a los Jueces este Fonds Commun Obligatoire, y les dije que este texto, el anteproyecto de todos los nuevos textos catequéticos que iban a aparecer en breve, representaba una perversión sistemática de la Fe. Se negaron a tomar el libro, protestaron por la digresión y continuaron con mi Proceso. Pero, entre sesiones, uno de los consultores trató de tranquilizarme y muy solemnemente me aseguró que Roma no había permitido ni permitiría nunca la difusión de un catecismo manchado de herejía.
Pero aparecieron los catecismos. Dediqué toda mi energía a su refutación, por escrito, en la CRC, durante la segunda mitad de 1968 y también de boca en boca en el curso de una verdadera cruzada de conferencias dadas por toda Francia, junto con los padres Coache y Bárbara, los Hermanos de mi Comunidad y otros colaboradores ocasionales. Los salones llenos de gente fueron testigos de la angustia de aquellas familias católicas. ¿Por qué nuestro esfuerzo no tuvo éxito? Porque Vos os interpusisteis en el camino, Santísimo Padre. Vos elegisteis al Cardenal Lefebvre, miembro del Santo Oficio y uno de mis jueces, pero también el que, en su calidad de Presidente del Episcopado galicano, tenía la mayor responsabilidad en esta corrupción doctrinal, a presentarme un ultimátum para que me retractara y callara. Y cuando me negué a considerar a quien se había mostrado tan falso e indigno como representante autorizado de la Santa Sede, me aplicasteis vuestra ruda justicia, y fui declarado "inhabilitado", lo que puso fin a nuestra cruzada.
Por lo tanto, tengo buenas razones para decir que este envenenamiento de generaciones de pequeños católicos bautizados por estos numerosos nuevos catecismos, todos modernistas, progresistas, eróticos y subversivos, es obra vuestra. Sois el máximo responsable del asesinato espiritual de nuestros hijos. Cada una de estas almas -y se contarán por millones- es víctima de vuestro crimen.
De nada servirá que digáis, ante el Tribunal de Dios, que no sabíais nada al respecto. Tales excusas no se sostienen, allá arriba. Y si en algún momento presentáis tal excusa ante el Tribunal de Roma, yo mismo la impugnaré. Conozco bien a vuestros obispos, a nuestros sacerdotes, a nuestros catequistas bien intencionados. Si no hubiera sido por vuestro apoyo activo a ese puñado de envenenadores -ya conocidos y, de hecho, desplazados de sus puestos por Pío XII-, el buen y viejo Catecismo se habría seguido enseñando, con sus sólidos contenidos católicos y métodos de enseñanza que son mucho mejores que los de las obras actuales.
Y tampoco me citen el “Directorio Catequético Pastoral”, que no es más que una mezcla de verdad y falsedad a partes iguales. Los únicos que objetaron fueron los tradicionalistas, porque no tolerarán que ningún error se mezcle con la verdad. Si se permite que continúe la Nueva Catequesis, significará el fin de la Iglesia. Pero está claro que no será Su Santidad quien le ponga fin, pues está demasiado estrechamente enredada con su herejía personal, además de unas tres docenas más, todas ellas convergentes en ese Culto al Hombre que forma su propia religión.
Si digo mentiras, ¿por qué no condenáis estos perversos catecismos?
CONTRA EL CARDENAL OTTAVIANI
Vos sois consciente, Santísimo Padre, de toda la extensión de la lealtad de este anciano Cardenal a la persona del Papa como tal. Y que cuando, mofado por su defensa del Santo Oficio desde el comienzo de la Primera Sesión del Concilio Vaticano II, Vos le ordenasteis callar y hacer cualquier defensa de lo que estaba siendo atacado, él obedeció y no dijo más. Sólo se veía a sí mismo como el guardia armado fuera de servicio de vuestra fortaleza, el tesoro dentro del cual teníais la libertad de cambiar a voluntad, incluso de reemplazarlo por un montón de guijarros. Lo que sea que decidierais colocar allí, él lo defendería contra el enemigo de afuera. Que ese enemigo pudiera ser su propio amo, era para él inconcebible.
De acuerdo con su deber de guardia, escribió una Carta a los Obispos del mundo el 24 de julio de 1966, para alertarlos sobre diez errores graves u opiniones peligrosas que ya se habían difundido lo suficiente como para preocupar. La respuesta de los obispos franceses fue evasiva, mientras que la de los holandeses fue una defensa sistemática tanto de los “errores” contra los que se había emitido la advertencia como de quienes los difundían. El texto de esta respuesta (que se hizo pública en 1968) fue, por cierto, preparado por uno de los principales traficantes de herejías, el reverendo Schillebeeckx. Pero, temiendo lo peor y decidido a tomar precauciones anticipadas, tuvo el descaro de advertir a Roma que no recurriera a ninguna condena, ¡o de lo contrario...!
Fue en desafío a la Iglesia de Roma y a vuestra propia Autoridad Soberana que algunos de los puntos más importantes de la Fe habían sido así públicamente desafiados: las Fuentes de la Revelación, el carácter inmutable de las definiciones dogmáticas, la Divinidad de Cristo, la Virginidad física de María, el Santo Sacrificio de la Misa, el Sacramento de la Penitencia, el Pecado Original, y varios importantes principios morales y pastorales...
Pero os quedasteis de brazos cruzados. Habían lanzado su desafío, y hacer una ruptura formal habría significado admitir vuestra derrota. ¡Y este era el “Año de la Fe”! Yo mismo estoy bastante seguro de que no compartís uno solo de los errores denunciados por el Santo Oficio. Incluso llegasteis a expresar vuestras creencias en público: ¿por qué entonces os abstuvisteis de decir que eran vinculantes para toda la Iglesia? En cambio, escuchamos solemnes promesas de que nunca ejerceríais presión sobre nadie. ¿Pero no sois el Papa? Os comportáis como alguien que ha sido asaltado por la duda, pero decide conservar sus viejas creencias, ahora como meras opiniones personales. Quisiera pensar que vuestra fe es fuerte y firme y que sólo está viciada por vuestro liberalismo, ahogándose poco a poco en vuestros sueños sobre la Fe en el Hombre, el Amor del Hombre, el Culto del Hombre. Pero a los efectos prácticos es lo mismo que si hubierais perdido la fe. De hecho, es aún peor, porque vuestra opinión personal da a la gente una sensación de falsa seguridad con respecto a vuestras acciones como Papa.
El hecho es que vuestro Credo está siendo pisoteado en todas partes. Cualquiera, en cualquier parte, puede difundir la herejía que quiera, por escandalosa que sea la negación de nuestros dogmas o de nuestra ley moral. ¿De quién es la culpa? Vuestra, Santísimo Padre, pues fuisteis vos quien destruyó la vigilancia de la Curia, quien abatió al "gran Ottaviani", quien os habéis convertido en el protector de todas las herejías, que es vuestro deber desterrar de la Iglesia, aunque os cueste la vida.
¡Si me equivoco, condenad los diez errores defendidos por los obispos holandeses!
CONTRA EL CARDENAL WRIGHT
Esta es una historia mucho más reciente, y de la que Vos tenéis conocimiento de primera mano. Nosotros también lo sabemos, al dedillo, y la última palabra acaba de decirse. El Documento emanado de la Congregación para el Clero y relativo a algunas Actas de la Asamblea de Sacerdotes-Obispos de España de septiembre de 1971 constituye -permitidme la cita- “la más firme condena doctrinal del Modernismo y del Progresismo postconciliares. Se trata de un documento que permanecerá como parte de la Tradición permanente del Magisterio católico, y que ocupará su lugar junto a la última Acta indiscutible de ese Magisterio: la Encíclica Humani Generis de Pío XII, del 15 de agosto de 1950”.
Tal vez podamos continuar leyendo lo que escribí entonces, cuando todos los documentos se habían hecho públicos:
“Qué importa que el Cardenal Tarancón, líder del progresismo español, fuera salvado de los efectos de este golpe mortal por la intervención del Cardenal Villot, Secretario de Estado, y consolado calurosamente por el propio Papa. Ambos le aseguraron que no habían tenido conocimiento de este documento y que no le atribuía ninguna autoridad especial, pero ninguno se atrevió a decirle al cardenal Tarancón que tenía razón y que el cardenal Wright estaba equivocado.
Así que permanece el hecho de que fue el Cardenal Wright quien había escrito de acuerdo con la Fe. Si el Papa y su Secretario de Estado eligen fraternizar con Error, es asunto de ellos. Sin embargo, un rayo de Verdad ha aparecido para iluminar los cielos de Roma después de un largo período de oscuridad, y esto es suficiente para dar esperanza a la cristiandad. Roma ha hablado”.
Sí, pero cuando Roma habló fue a pesar vuestro. ¡Y después de que os hayais ido, ella hablará de nuevo!
No me desvío del tema de esta, mi Acta de Acusación, Santísimo Padre, si os reitero las Conclusiones de la Contrarreforma Católica, tal como las anoté después de citar el Documento pertinente:
1. Este es el aspecto más grave del presente asunto: Nadie ha querido negar que los actos de esta Asamblea española “parecen (en palabras del Documento) inaceptables tanto desde el punto de vista doctrinal como desde el pastoral” . Este hecho es demasiado evidente. La propia Asamblea fue irregular en extremo, como indica el Documento Romano... La ambigüedad intencional que caracteriza las declaraciones demuestra que era la mafia subversiva e hipócrita la que tenía mayoría en la Asamblea. Cuando el cardenal Wright se levantó para protestar, fue la propia Roma, fiel a su misión divina, la que se levantó contra esta doble herejía del neomodernismo doctrinal y del progresismo revolucionario.
2. Nos vemos obligados a admitir que, en última instancia, fue gracias a la intervención de Pablo VI y de su Secretario de Estado que esta mafia se salvó finalmente, de una manera que es un escándalo para el mundo entero. Y se salvó porque el mandato que tenía era el de la fidelidad al Vaticano II y a las Actas del actual Pontífice: "Sus diversas iniciativas para la renovación de la Iglesia emprendidas en conformidad con las directivas del Concilio Vaticano II y con los Documentos Pontificios..." Esta conformidad, afirmada por la Autoridad Suprema, de todos los errores, modernistas y revolucionarios, al Concilio y a los Actos del Papa -y en contradicción con toda la Tradición del Magisterio Romano- sirve para llevar la disensión al corazón mismo de la Iglesia, de Roma y del Papa mismo.
3. Algunos de nuestros lectores habrán notado la estrecha coincidencia -llegando a veces hasta el uso de expresiones idénticas- entre el estudio crítico de la Asamblea Española por el Cardenal Wright y el estudio crítico de las Actas del Vaticano II por la Contrarreforma Católica. El documento emitido por la Congregación para el Clero merece ser conservado como Acta del Magisterio Ordinario Romano en preparación del Concilio Vaticano III, que será el Concilio de la Restauración Católica.
La conclusión doctrinal es clara. Vos habéis tomado partido contra la fe católica, por simpatía y complicidad con el bando subversivo en España. La conclusión humana es desastrosa: Acabáis de nombrar a Mons. Romero de Lima, miembro de la mafia progresista española, Secretario de la Congregación para el Clero. Leemos que “él está entre el equipo empeñado en la 'Renovación Conciliar' que rodea al cardenal Tarancón. Se sabe que se había hecho un intento por parte de la Congregación para el Clero para impedir la elección de este último a la presidencia de la Conferencia Episcopal Española (asunto del 'Documento'). Hoy es un obispo español, amigo del Cardenal, quien estará al frente de las funciones de la Congregación para el Clero” (La Croix, 22 de marzo de 1973). Tenemos un proverbio que dice que “la venganza es un plato que se come frío”. Vuestros amigos no pueden esperar para vengarse, y siento gran lástima por los verdaderos servidores de la Iglesia que caen en vuestras manos. Pero la Verdad del Señor permanecerá para siempre.
TODO UN ENJAMBRE DE HEREJÍAS
¿Cuál es el punto de dar más y más ejemplos? Estos y muchos hechos igualmente bien establecidos, conocidos por todos los Obispos, Superiores de Órdenes, Directores de Seminarios, Rectores de universidades Católicas, son suficientes para mostrar a los que tienen alguna posición de autoridad en la Iglesia que, bajo el Papa Pablo VI, no deben condenar a nadie ni combatir ningún error o indisciplina. No debía haber "ninguna coacción, ninguna prohibición". Y así, la avalancha de herejía e impiedad comenzó a crecer repentina y simultáneamente en todo el mundo, hasta que hoy está golpeando de nuevo a la Iglesia, haciendo que se queje de que ¡el mundo se ha vuelto muy malvado!
La verdad es muy diferente, y un pequeño puñado de agitadores se ríe a espaldas de tres mil obispos y de la misma Roma.
¿Os acordáis de CARDONNEL? Cuando se le pidió, alrededor de mayo de 1968, que diera alguna explicación de sus escritos incendiarios, incluso sus mejores amigos comenzaron a alejarse de él, al darse cuenta de que había ido demasiado lejos. Si lo hubierais condenado entonces, lo habríais salvado. Y no habría habido protestas. Él mismo cuenta la historia en su libro: “ Me desposé con la Palabra”. En cambio, presentó su “Profesión de fe” –sin apenas intentar disimular su herejía– y se la presentó al cardenal Lefebvre, que era siempre el elegido para este tipo de tareas. Y leemos, en palabras del propio Cardonnel: “ Gracias a los buenos oficios del cardenal Lefebvre, el Papa me envió sus felicitaciones y buenos deseos para el futuro”.
Tras su rehabilitación, ha ido de mal en peor. Su último esfuerzo es una larga perorata llena de odio contra Dios Padre mismo, a quien compara con Hitler, Stalin, Satanás, y luego con "una bestia". ¿Veis adónde le habéis llevado con vuestro apoyo a su pecado y locura?
Si me equivoco, ¿por qué no condenáis este libro abominable?
¿Y SCHILLEBEECKX? Un buen día de octubre de 1968, se filtró la noticia de que la Congregación para la Doctrina de la Fe iba a examinar sus escritos. Fue su amigo Karl Rahner, encargado de su defensa, quien lo dijo a la prensa, desafiando la confidencialidad del Santo Oficio. La mafia del “Concilium” protestó violentamente contra semejante ataque a los derechos humanos, a la libertad de investigación, a la autonomía de los teólogos... pero difícilmente podría decirse que influyeron en la opinión general, que provocaron una protesta pública.
Sin embargo, Roma se retiró... ¿Os habíais asustado? Lo más vergonzoso de todo es que la Congregación negó haber abierto siquiera algún tipo de proceso doctrinal contra el teólogo holandés, y añadió el escandaloso comentario: “no hay ninguna razón particular por la que debería haberlo”. Y: “¡No ha habido tal proceso doctrinal desde 1800 por lo menos”, en el mismo momento en que, ciertamente como resultado de mi presión, ¡ellos estaban en medio del mío! La mayor parte de la declaración está redactada en términos tan vergonzosos y serviles que el Osservatore Romano se sintió incapaz de publicar el resto. Pero el hecho es que los escritos de Schillebeeckx contenían lo suficiente como para justificar un proceso doctrinal, y eso habría servido al mayor bien de la Iglesia y ayudado a librarla de todas las herejías.
¿Y HANS KUNG? Él y yo fuimos convocados ante el Santo Oficio al mismo tiempo. Yo fui; él se negó a ir. Y continuó como antes, criticando a la Iglesia y sus instituciones divinas, mientras se retrataba, sonriente, al lado del Papa. Continuó con su “actualización teológica”, y pisoteando vuestra Humanae Vitae. En su último libro “Infallible ? An Enquiry” (¿Infalible? Una Investigación) se propone destruir el dogma proclamado solemnemente por el Concilio Vaticano I. La traducción al italiano del libro acaba de ser publicada en la misma Roma. Si permitís esto, entonces sabemos que todo está permitido, incluso un ataque directo a vuestra propia función.
Vemos ahora por qué la Iglesia está llena de podredumbre, desde la Cabeza hasta abajo. La gente no sabe qué creer, o si debe creer en absoluto. Vuestro amigo el padre SIX, que solía ser perfectamente razonable hasta que lo nombraron miembro de una Secretaría de No Creyentes, ahora les dice que es natural y honesto no tener creencias, y que tenemos mucho que aprender de los ateos. Lo menciono entre cien otros porque es un discípulo vuestro y os cita en apoyo de esta afirmación y de su pronóstico de que el cristianismo tendrá que ceder en gran medida su lugar al ateísmo. Porque gracias a Vos y al Vaticano II, así nos dice, esto ya ha sido rehabilitado, y en eso tiene razón.
¡Luego está Dom Bernard BESRET, antiguo abad de Boquen la Thélème y sus tres monjes, que enseña que Cristo es Dios porque es totalmente hombre! Y HOURDIN, quien dijo a sus cientos de miles de lectores de una manera perfectamente práctica que “Jesús era el hijo de la Virgen María y de José el carpintero...” (Número de Navidad de 1971 de La Vie Catholique). ¡Y el Sr. CESBRON, el nuevo Presidente de Catholic Aid, que se niega a referirse a la Virgen María como Madre de Dios porque este título, proclamado en el Concilio de Éfeso en 431 dC, la convertiría en la “creadora del creador”! Luego tenemos al Rev. Xavier LEON-DUFOUR, quien cree que el Cuerpo de Jesús debe haberse desintegrado dentro de la tumba en dos días, porque no se pudo encontrar allí. “Resurrección” para él significa algo completamente diferente a la reanimación del mismo cuerpo... Y así sucesivamente.
Una y otra vez se nos dice que las nuevas ideas, las nuevas “investigaciones teológicas”, es decir, toda nueva forma de corrupción de la fe, son avaladas por el Concilio. ¡Y lo peor de todo es que esto es cierto! Los fieles están sometidos a un tormento espiritual continuo. La “catequesis” actual ya no reconoce ninguna distinción entre el cuerpo y el alma, ni la supervivencia personal después de la muerte. Ya no se enseña la existencia del Infierno, ni los sacerdotes hablan hoy de la Bienaventuranza del Cielo.
De hecho, ha logrado involucrar a su pueblo en su búsqueda de una utopía política. Su fe en Dios ha sido reemplazada por la fe en el hombre, y se han olvidado de buscar el Reino de Dios y la vida eterna, en su preocupación por la edificación de la ciudad terrenal. Han abandonado las iglesias porque sólo les preocupa el bienestar físico y el placer. Bajo el Papa Pablo VI, la Devoción se ha ido, dejando sólo la Cultura, y la Misa se ha convertido en el compartir del mismo pan en una comida amistosa.
El principal interés de nuestros sacerdotes, y no menos de nuestras monjas, vírgenes consagradas hasta ayer, es informarse cada vez más sobre el sexo. Aprender los hechos básicos no lleva mucho tiempo, y así pasan horas estudiándolo como un arte y una ciencia, con sus anomalías y perversiones antinaturales, junto con los diversos métodos de anticoncepción y aborto. Bajo el pontificado de Pablo VI, la Iglesia, antes admirada por el mundo por su continencia, lidera ahora la obsesión por el sexo; sus teólogos apoyan la liberalización del aborto.
BAJO EL PAPA Pablo VI, una frase que nos recuerda nuestro Credo: SUB PONTIO PILATO...
YA ES HORA DE ROMPER CON LA HEREJÍA
Cuando la Iglesia de todos los tiempos prohibió toda herejía y cisma, ¿actuó o no con rectitud, con justicia y con caridad? Era una ley suprema que aseguraba la salvaguarda de su Fe: que todo error, todo ataque al dogma, a la moral, a la liturgia, a los Sacramentos, a las instituciones de la Iglesia, fuera perseguido y suprimido, sin excepción alguna. La Fe fue sostenida por la Ley – la ley de la Iglesia y la ley del Estado Católico.
Habéis convertido el orden en un caos donde el mismo Papa, e igualmente el empleado más bajo de la oficina de un periódico, están transmitiendo sus propias teorías nuevas y descabelladas. Y cuanto más salvajes son, más nobles y apostólicos se dice que son. Solo aquellos que defienden la Fe son tratados con sospecha y desprecio. Si esto continúa, la Iglesia se arruinará.
Podría concluir aquí mi Liber... Ya hay bastante escrito para condenaros. Porque como sabéis, Santísimo Padre, toda verdadera reforma de la Iglesia, in capite et in membris, requiere primero que el Soberano Pontífice esté él mismo por encima de toda sospecha en materia de fe, y segundo, que no dude en atacar la herejía, dondequiera que se encuentre, incluso en los más altos niveles de la Iglesia.
Ambos requisitos os afectan directamente. Porque sois Vos mismo quien está a la vanguardia de toda herejía hoy, sois Vos quien la propaga o garantiza la indemnización de quienes lo hacen. Entonces, ¿cómo podéis seguir siendo la Cabeza de la Iglesia, siempre pura y por encima de toda sospecha, de la Iglesia que, con la ayuda de Nuestra Señora, aplastará bajo sus pies todas las herejías del mundo?
Continúa...
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