Por Monseñor De Segur (1862)
Por fuerte y vigorosa que sea tu constitución física ¡oh lector!, puede sucederte con frecuencia que experimentes una alteración de salud; la cual, aunque en nada muda aquella constitución, exige sin embargo que purifiques tu sangre, valiéndote para esto de los medicamentos. Pero para que estos produzcan buen efecto, es indispensable que sean administrados con pericia y prudencia: dejando a los médicos, que son los establecidos para esto, que hagan lo que les parezca conveniente. Ponerte en manos de charlatanes o empíricos, sería arruinar tu salud, para ir a parar en el cementerio.
Pues esto mismo es lo que sucede en la Iglesia. Divina como ella es, puede necesitar algunas reformas; porque ejerciendo su misión entre los hombres, sirviéndola hombres como ministros, entre estos y los fieles pueden haberse deslizado algunos defectos, de los inherentes a la flaqueza humana. En cuanto a la misma Iglesia, Jesucristo le ha prometido estar con ella hasta el fin del mundo, para mantener en ella la fe verdadera y la verdadera moral; y por consiguiente, por aquella promesa y por esta asistencia continua, la Iglesia es en la fe infalible, y en la moral santa.
Pero como ya he indicado, la Iglesia se compone de hombres. Hombres son el Papa, los Obispos, los sacerdotes y todos los fieles; y como hijos todos de Adán, viviendo todavía sobre la tierra, están individualmente sujetos a las debilidades e imperfecciones humanas.
Pero como ya he indicado, la Iglesia se compone de hombres. Hombres son el Papa, los Obispos, los sacerdotes y todos los fieles; y como hijos todos de Adán, viviendo todavía sobre la tierra, están individualmente sujetos a las debilidades e imperfecciones humanas.
Basta esta observación, para comprender en qué sentido la Iglesia ha tenido y tiene siempre necesidad de reformas. En la enseñanza de su fe nada tiene que variar, porque todo en ello es divino e inmutable, ni tampoco tiene nada que rectificar en su moral que es santa, ni en sus Sacramentos, por medio de los cuales ella santifica a los hombres. Antes, por el contrario, estos para reformarse deben avivar en sí la fe de la Iglesia y esforzarse en conformar su vida con la moral Católica, valiéndose para esto de los mismos Sacramentos.
Por aquí se ve cuán absurdo es querer hacer la reforma en la fe, en la moral y en los Sacramentos; cuando cabalmente de la santa inmutabilidad de estas cosas, ha de resultar la reforma de las costumbres, si los hombres que se han desviado de aquellas santas reglas, vuelven a conformarse con ellas: En efecto, no hay abuso que no provenga, o de desviarse de la fe inmutable de la Iglesia, o de violar su invariable moral, o de descuidarse del uso de sus Sacramentos; ni hay reforma posible si no se reanima la fe, se practica la moral y se hace uso de los Sacramentos.
En este sentido hace mil ochocientos años, que los Papas y los Concilios han trabajado sin descanso en la reforma de los varios puntos de disciplina; en que por la debilidad humana se hubiesen introducido faltas y abusos. Tal ha sido en particular la obra que se propuso llevar a efecto el célebre Concilio de Trento; el cual de verdad ha reformado la Iglesia.
Lutero y sus compañeros, han confundido en esta cuestión el fondo con la forma, esto es, lo divino e inmutable, con lo humano y variable. Ellos pretendiendo reformar el dogma, la regla de fe y la de las costumbres; en vez de hacer una reforma, hicieron una revolución desastrosa, que todo lo ha deformado y destruido.
Es que Lutero y sus colaboradores no son médicos sino charlatanes. Bajo pretexto de sacar un diente picado, han arrancado la mandíbula; y en lugar de dar un purgante, han administrado veneno.
En este sentido hace mil ochocientos años, que los Papas y los Concilios han trabajado sin descanso en la reforma de los varios puntos de disciplina; en que por la debilidad humana se hubiesen introducido faltas y abusos. Tal ha sido en particular la obra que se propuso llevar a efecto el célebre Concilio de Trento; el cual de verdad ha reformado la Iglesia.
Lutero y sus compañeros, han confundido en esta cuestión el fondo con la forma, esto es, lo divino e inmutable, con lo humano y variable. Ellos pretendiendo reformar el dogma, la regla de fe y la de las costumbres; en vez de hacer una reforma, hicieron una revolución desastrosa, que todo lo ha deformado y destruido.
Es que Lutero y sus colaboradores no son médicos sino charlatanes. Bajo pretexto de sacar un diente picado, han arrancado la mandíbula; y en lugar de dar un purgante, han administrado veneno.
Tomado del libro “Conversaciones sobre el protestantismo actual”, impreso en 1862.
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