Por el Prof. Plinio Corrêa de Oliveira
Datos biográficos:
San Isidoro de Sevilla fue Obispo y Doctor de la Iglesia, ilustre por su doctrina y santidad (c. 560-636). Iluminó España con su celo, Fe Católica y observancia de la disciplina eclesiástica. Nacido en Cartagena, España, fue considerado el hombre más culto de su época. Fue un escritor prolífico y luchó tenazmente contra los arrianos.
Su nombre brilla en una familia de santos: su hermano mayor San Leandro fue su predecesor inmediato en la Sede de Sevilla; mientras que un hermano menor, San Fulgencio, presidía el obispado de Astigi. Su hermana Florentina era monja y gobernó más de cuarenta conventos y mil religiosas.
En sus Obras Escogidas, hay un texto titulado “Lamentaciones de un pecador”. En él, San Isidoro aconseja:
“En todos vuestros actos, en todas vuestras obras, en todo vuestro comportamiento, imitad a los buenos; sed competidores de los santos, no perdáis de vista el heroísmo de los mártires, seguid el ejemplo de los justos. Es mi deseo que la vida y las enseñanzas de los santos sean para vosotros un estímulo para la virtud.
Es peligroso vivir entre malas personas; es dañino estar rodeado de aquellos con voluntades perversas. Os alimentareis de su infamia si os asociáis con los indignos. Es mejor sufrir el odio de las personas malas que su compañía. Análogamente, así como mucho bien proviene de la vida de los santos, mucho mal proviene de la vida de las malas personas, pues quien toca lo sucio se contamina”.
Comentarios del Prof. Plinio:
Para comentar este hermoso fragmento de San Isidoro, permítanme resaltar dos puntos.
En primer lugar, establece un vínculo profundo entre la conducta moral de un hombre y su comportamiento exterior, es decir, cómo se presenta el hombre y cómo aparece ante los demás. La idea básica es que todos deben presentarse ante los demás de acuerdo con un ideal moral católico. En otras palabras, nadie debería ser enteramente espontáneo y seguir sus primeros instintos incontrolados. Eso es revolucionario. Por su forma exterior de ser, su porte, su mirada, su caminar, su comportamiento, cada hombre debe simbolizar el ideal moral que persigue.
El presupuesto de San Isidoro es que, dado que tenemos pecado original, no es cierto que nuestra virtud aparecerá siempre cuando tratamos con los demás. Muchas veces la virtud no se manifiesta, sino que se nota nuestro lado malo. Por eso, debemos tener cuidado de expresar lo bueno y reprimir lo malo. Tenemos la obligación de suprimir nuestro lado malo en nuestro comportamiento externo. Esto no es hipocresía ni vanidad. Es una obligación de respeto a los demás y principalmente a Dios. Es una afirmación implícita de que el vicio que vive en nosotros no tiene derecho a aparecer a la luz del día.
Por lo tanto, tenemos que disciplinarnos y seguir una conducta exterior que refleje lo mejor de lo que somos interiormente. Si el hombre estuviera libre del pecado original, esto no sería necesario. Pero como existe el pecado original, debemos disciplinarnos y controlar nuestros malos impulsos.
Por eso, en cualquier civilización que alcanza cierto grado de perfección, los padres enseñan a sus hijos a tener buenas posturas y buenos modales para reflejar su ideal.
Datos biográficos:
San Isidoro de Sevilla fue Obispo y Doctor de la Iglesia, ilustre por su doctrina y santidad (c. 560-636). Iluminó España con su celo, Fe Católica y observancia de la disciplina eclesiástica. Nacido en Cartagena, España, fue considerado el hombre más culto de su época. Fue un escritor prolífico y luchó tenazmente contra los arrianos.
Su nombre brilla en una familia de santos: su hermano mayor San Leandro fue su predecesor inmediato en la Sede de Sevilla; mientras que un hermano menor, San Fulgencio, presidía el obispado de Astigi. Su hermana Florentina era monja y gobernó más de cuarenta conventos y mil religiosas.
En sus Obras Escogidas, hay un texto titulado “Lamentaciones de un pecador”. En él, San Isidoro aconseja:
“En todos vuestros actos, en todas vuestras obras, en todo vuestro comportamiento, imitad a los buenos; sed competidores de los santos, no perdáis de vista el heroísmo de los mártires, seguid el ejemplo de los justos. Es mi deseo que la vida y las enseñanzas de los santos sean para vosotros un estímulo para la virtud.
Tened buen espíritu, conservad vuestra buena reputación y no la menoscabéis con ninguna mala acción; no la dejéis caer en el deshonor.
Demostrad lo que pensáis con vuestro porte y vuestro caminar. Tened sencillez en la manera de presentaros, pureza en vuestro andar, gravedad en vuestros gestos, honradez en vuestro paso. No mostréis lascivia, arrogancia y superficialidad. La postura del cuerpo es el indicador de la mente. Vuestro andar, por lo tanto, no debe representar superficialidad; vuestro paso no debe afrentaros a vos mismo ni a vuestro prójimo.
No permitáis ser un espectáculo para las habladurías de los demás; no permitáis que se degrade vuestro honor. No os juntéis con gente vanidosa. Evitad a los malos; rechazad a los indolentes. Huid de relacionaros demasiado con los hombres, especialmente con los más inclinados al vicio.
Buscad a los buenos, desead su compañía. Buscad la compañía de los santos. Si compartís su modo de actuar, compartiréis su virtud. Si camináis con sabios, seréis sabio; si camináis con idiotas, seréis un idiota, pues las personas buscan a los de su misma calaña.
Comentarios del Prof. Plinio:
Para comentar este hermoso fragmento de San Isidoro, permítanme resaltar dos puntos.
En primer lugar, establece un vínculo profundo entre la conducta moral de un hombre y su comportamiento exterior, es decir, cómo se presenta el hombre y cómo aparece ante los demás. La idea básica es que todos deben presentarse ante los demás de acuerdo con un ideal moral católico. En otras palabras, nadie debería ser enteramente espontáneo y seguir sus primeros instintos incontrolados. Eso es revolucionario. Por su forma exterior de ser, su porte, su mirada, su caminar, su comportamiento, cada hombre debe simbolizar el ideal moral que persigue.
El presupuesto de San Isidoro es que, dado que tenemos pecado original, no es cierto que nuestra virtud aparecerá siempre cuando tratamos con los demás. Muchas veces la virtud no se manifiesta, sino que se nota nuestro lado malo. Por eso, debemos tener cuidado de expresar lo bueno y reprimir lo malo. Tenemos la obligación de suprimir nuestro lado malo en nuestro comportamiento externo. Esto no es hipocresía ni vanidad. Es una obligación de respeto a los demás y principalmente a Dios. Es una afirmación implícita de que el vicio que vive en nosotros no tiene derecho a aparecer a la luz del día.
Por lo tanto, tenemos que disciplinarnos y seguir una conducta exterior que refleje lo mejor de lo que somos interiormente. Si el hombre estuviera libre del pecado original, esto no sería necesario. Pero como existe el pecado original, debemos disciplinarnos y controlar nuestros malos impulsos.
Por eso, en cualquier civilización que alcanza cierto grado de perfección, los padres enseñan a sus hijos a tener buenas posturas y buenos modales para reflejar su ideal.
Escenas de la vida de San Isidoro
En segundo lugar, cuando San Isidoro habla de cómo se debe buscar el bien y evitar las malas compañías, implícitamente refuta la mentalidad progresista que afirma que los buenos deben mezclarse con los malos para “hacer apostolado”. Esto es un error. Si empezamos a asociarnos con aquellos que son malos, nosotros también nos volveremos malos.
Estas palabras de San Isidoro se oponen frontalmente al método progresista del “apostolado de conquista”, que predica que los católicos deben “llevar a Cristo al mundo”. Ésta era la mentalidad de los movimientos sociales estudiantiles y obreros que han inundado la Iglesia desde los años treinta. Sus partidarios predican que los católicos deberían buscar hombres y mujeres mundanos en sus propios círculos: en fábricas, estadios de fútbol o clubes nocturnos. El resultado práctico de tales experiencias fue que los sacerdotes-obreros que iban a las fábricas se volvieron comunistas; aquellos que iban a clubes nocturnos se relajaron moralmente y se comprometieron cada vez más en sus principios católicos. Grandes sectores de la Iglesia se contagiaron de esta mentalidad permisiva.
Aggiornamento del Vaticano II: El card. Lehmann con un traje ridículo y posando con mujeres vestidas indecentemente
Algo análogo ocurre con el aggiornamento del Vaticano II, es decir, la adaptación de la Iglesia Católica al mundo moderno. En lugar de cambiar el mundo y convertirlo al catolicismo, lo que está sucediendo es precisamente lo contrario: el mundo está conquistando a la Iglesia. Por todas partes vemos a sacerdotes y obispos abandonando sus respetables hábitos y sotanas y vistiendo ropas mundanas; vemos iglesias construidas con estilos artísticos modernos e imitando teatros, la misa convirtiéndose en un espectáculo para el público, la música popular invadiendo los santuarios y costumbres y vestimentas revolucionarias admitidas en todas partes para acomodar a la juventud.
San Isidoro de Sevilla pensaba lo contrario. Nos aconseja contener nuestra mala espontaneidad, ser siempre dignos. Sus consejos explican también el fracaso del aggiornamento: “De manera análoga, así como mucho bien proviene de la vida de los santos, mucho mal proviene de la vida de las personas malas, porque quien toca lo inmundo se contamina”.
Pidamos al gran San Isidoro de Sevilla que nos dé tanto la autodisciplina para presentar sólo los aspectos dignos de nuestras almas en nuestro comportamiento externo como el discernimiento para saber qué es bueno y qué es malo. Entonces deberíamos fomentar en nosotros la admiración por el bien y el deseo de seguirlo, y el rechazo por el mal y la determinación de resistirlo.
Continúa...
Artículos relacionados:
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Usted puede opinar pero siempre haciéndolo con respeto, de lo contrario el comentario será eliminado.