miércoles, 24 de mayo de 2023

¿LA TUMBA VACÍA O SIN TUMBA?

Ni la cremación, ni la hidrólisis alcalina, ni el “compostaje” tratan los cuerpos como sagrados, como antiguos templos del Espíritu, sino como un problema de residuos sobre el que los humanos pueden tomar medidas deliberadamente destructivas.

Por el Profesor John M. Grondelski


Durante todo el tiempo pascual, la Iglesia celebra que Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre, resucitó de entre los muertos y ascendió al cielo en su cuerpo humano. La alegría de la Resurrección renueva de tal modo el mundo entero que la Iglesia necesita los cincuenta días de Pascua -días de, no después de Pascua- para celebrarla.

Jesús era un hombre de verdad con un cuerpo de verdad. Por eso el Evangelio del Viernes Santo hace tanto hincapié en que Juan (19:34-35) atestigua que de su costado traspasado manaba sangre y agua: su muerte no fue un juego ni una ilusión.

Y sí, un hombre real con un cuerpo humano real salió de la tumba. Jesús simplemente no “resucitó en los corazones y mentes de Sus discípulos”. Resucitó en Su cuerpo humano. Es un cuerpo cambiado, transfigurado - los Apóstoles, los discípulos en el camino a Emaús, María Magdalena, y otros discípulos todos al principio no lo reconocieron. Pero cuando María lo hizo, quiso tocarle... y es el tacto de Tomás el que le permitió reconocerle.

Y es ese cuerpo humano el que de alguna manera ascendió al Cielo para sentarse ahora a la derecha del Padre. Si alguien tiene alguna duda sobre la realidad corpórea de la Resurrección de Cristo, lea el pequeño libro “El Hijo de Dios”, en el que Karl Adam deja claro cómo nada que no fuera una resurrección corporal habría tenido sentido para los Apóstoles y los judíos de la época de Jesús.

Así que no es de extrañar que a principios de este año, el Comité de Doctrina de la Conferencia de Obispos Católicos de Estados Unidos (USCCB) publicara “Sobre la correcta disposición de los restos corporales”, un documento ocasionado por la difusión de métodos destructivos actualmente en boga para tratar los cuerpos humanos después de la muerte: la hidrólisis alcalina y el compostaje.

El primero sumerge un cuerpo en una mezcla química bajo calor y presión para convertirlo esencialmente en aguas residuales. El segundo envuelve los cuerpos en materiales biológicos cargados de bacterias con calor y oxigenación añadidos para acelerar su descomposición en compost. Ambos métodos aprovechan la “preocupación por el medio ambiente” al eliminar la tumba humana y “reciclar” al difunto.

Aunque algunas conferencias episcopales estatales se han opuesto tardíamente a estas prácticas, ésta es la primera declaración exhaustiva de por qué los católicos deben rechazarlas.

El documento comienza con dos extensas reflexiones sobre la Resurrección de Cristo y su relación con la nuestra. Repite la preferencia católica por el entierro, calificándolo de “costumbre piadosa” sin -sorprendentemente- señalar que es la imitación que el discípulo hace de su Maestro, que permaneció tres días en el sepulcro. Somos un pueblo pascual que aparentemente olvidó el Sábado Santo.

Los obispos señalan que la Iglesia actual no rechaza la cremación “a menos que se haya elegido por razones contrarias a la Doctrina Cristiana”, es decir, el rechazo de la Resurrección. (Volveré sobre esta concesión). Repiten las restricciones de un documento de la Santa Sede de 2016, Ad resurgendum cum Christo, en el sentido de que las cenizas deben ser enterradas, no esparcidas ni cosificadas de otro modo (por ejemplo, convertidas en joyas para “mantener a sus seres queridos cerca de usted”).

Los obispos estadounidenses parecen aprovechar la idea de que la cremación con enterramiento de las cenizas mantiene suficientemente la integridad corpórea de los restos, cosa que la hidrólisis alcalina o el compostaje no hacen. 

La hidrólisis produce aguas residuales calentadas. Un crematorio británico calienta la piscina municipal (véase la publicación en ingles aquí). El compostaje, aunque en teoría los residuos podrían enterrarse, hace que los restos humanos se mezclen inextricablemente con aceleradores biológicos de la descomposición (es decir, bacterias). 

El objetivo que se persigue con este método es utilitario: producir un producto “útil” -compost- que pueda reciclarse en el “círculo de la vida” del jardín. A los que les dan arcadas los tomates modificados genéticamente seguramente no les importará tragar filetes de ternera alimentada en un campo fertilizado con el tío Joe.

Los obispos señalan con razón que estos dos nuevos métodos de eliminación de restos denigran el cuerpo humano al tratarlo como carne rancia, una huella de carbono a la que hay que dar un “uso positivo”. Rompe intrínsecamente la distinción entre lo humano y lo no humano, no sólo a nivel de especie (animal), sino incluso a un nivel más fundamental, convirtiendo la materia humana en tierra. Es gnóstico: el cuerpo es subpersonal. Para el ateo, es el triunfo del hombre como producto químico y fluido por valor de 3,98 dólares; échale un poco de agua bendita y llámalo alma “cristiana” que abandona su arcilla, cuyos deudos muestran ahora su cuidado por nuestra casa común en crisis ecológica.

El documento aborda la idea de que ambos métodos borran la idea de un “lugar de descanso final”, un lugar donde visitar al ser querido. El gran escritor ruso León Tolstoi pensaba que el hombre necesitaba al menos dos metros de tierra.

No estoy convencido de que la distinción que hacen los obispos entre la cremación y estos métodos más radicales sea tan sólida como creen. El filósofo francés Damien Le Guay sostiene que las costumbres funerarias modernas están borrando de la memoria sociocultural la conciencia de la muerte y de los muertos. La adopción generalizada de la cremación, afirma, representa una ruptura radical con las ideas cristianas de encarnación y personificación, cuyas consecuencias no hemos reflexionado.

La cremación y estos otros métodos no tratan los cuerpos como sagrados, antiguos templos del Espíritu, sino como un problema de residuos sobre el que los humanos pueden tomar medidas afirmativa y deliberadamente destructivas. Las cenizas pueden, pero no tienen por qué ser enterradas: también hacen que la tumba sea opcional.

Jesús dejó una tumba vacía. El tío Joe ni siquiera tendrá eso.


The Catholic Thing



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