jueves, 25 de mayo de 2023

DE APÓSTATAS A PAGANOS

Los apóstatas de ayer
tienen hoy hijos paganos,
que recibirán la fe
como hicieron los romanos.


Por Bruno M.


A veces, engañados por una cierta desesperanza realimentada por los medios de comunicación, nos obsesionamos con las cosas malas que acontecen en el mundo y en la Iglesia, sin recordar el principio clave de interpretación de los acontecimientos que debería estar grabado a fuego en nuestros televisores, monitores y teléfonos: todo sucede para el bien de los que aman a Dios (Rm 8,26).

Ese “todo”, aunque parezca mentira, incluye los grandes males que sufre hoy la Iglesia. Cuando Dios los permite, es por algo, pensando sacar de ellos un bien mayor. Incluso la crisis de la Iglesia en nuestra época está dentro del plan de salvación de Dios, porque nada se escapa a su poder. Cristo es el Señor de la historia y no hay otro.

Por supuesto, ese plan de salvación de Dios no lo entenderemos del todo hasta el cielo, cuando contemplemos cara a cara a su Autor. Ya en esta tierra, sin embargo, podemos vislumbrar algunos bienes que la providencia es capaz de sacar de los males causados por el pecado del hombre, incluso cuando esos males parecen no tener mezcla de bien alguno.

Por ejemplo, sería difícil pensar en algo más grave que la apostasía de millones y millones de católicos en todo el Occidente, donde los cristianos han pasado de ser la inmensa mayoría a una minoría despreciada por gobernantes, leyes y medios de comunicación. De alguna forma, dejándonos llevar por la locura o, peor aún, por la comodidad y el hastío, hemos conseguido derribar lo que tantos siglos, tantos esfuerzos y tantos mártires costó construir: la civilización cristiana.

¿Puede Dios sacar algo bueno de esto? Sin duda, y para muestra un botón. Los hijos suelen parecerse a los padres, pero, en este caso, hay un aspecto fundamental en que no existe ese parecido: los hijos de esos apóstatas no son apóstatas como ellos, sino paganos. Los hijos no han abandonado el cristianismo, porque no han llegado a conocerlo. Han sido educados en el agnosticismo práctico que constituye la variante moderna del paganismo, con todas sus supersticiones y creencias más o menos disparatadas. Basta hablar con algunos de ellos para ver que desconocen las doctrinas cristianas más básicas y que el catolicismo les resulta tan exótico y ajeno como el chamanismo africano o el jainismo de Majavira.

Ya sé que, a primera vista, esto no parece un motivo para alegrarse, hasta que nos damos cuenta de algo fundamental: el apóstata rechaza activamente a Dios. Seducido por las pasiones, dominado por el ennui o envenenado por ideologías anticristianas, ha vomitado la fe. Equivocadamente o no, cree que ya ha probado lo que es el cristianismo y que no le ha convencido. Por eso es mucho más difícil que se convierta otra vez.

Para los paganos, en cambio, la vida simplemente carece de sentido. Tengamos en cuenta que todo eso que nos horroriza de la sociedad actual es, simplemente, el mundo que vuelve a caer en la desesperación y la tristeza del paganismo. La cultura pagana, sin rumbo ni guía, oscilaba entre la soberbia resignada del estoicismo y el desenfreno despreocupado del epicureísmo, que no eran más que dos respuestas necesariamente insatisfactorias al mismo sinsentido de la vida y de la muerte. Por eso las crueldades y las inmoralidades más terribles eran el pan de cada día, como empiezan a serlo de nuevo entre nosotros.

Los nuevos paganos, al igual que los antiguos, de alguna manera se dan cuenta de todo esto, aunque no sepan cómo explicarlo ni mucho menos cómo escapar de ese callejón sin salida. En ese contexto, el anuncio del cristianismo puede ser para ellos algo nuevo y por estrenar, una esperanza sorprendente, una buena noticia, que es lo característico del Evangelio: Dios existe y no nos ha abandonado a nuestra suerte, sino que su Hijo ha entrado en la historia para salvarnos, amándonos como nadie nos ha amado nunca, hasta dar su propia vida por las nuestras. La vida tiene un propósito. El mundo no está regido por leyes ciegas e inexorables, el azar y una naturaleza cruel, sino por la providencia amorosa del Padre eterno.

Un mundo formado por paganos no es algo nuevo para la Iglesia. La Iglesia surgió precisamente en un mundo así y, como todos sabemos, lo que hizo fue conquistarlo para Cristo. Es cierto que tardó siglos y siglos en llevar a cabo esa gran hazaña, la más grande que ha visto la historia, pero eso es lo de menos. Para Dios, mil años son como un día y un día es como mil años. No tenemos prisa. Se hizo una vez y, con la gracia de Dios, se hará de nuevo si hace falta y si el Señor no vuelve antes.


Espada de Doble Filo


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