El cambio de paradigma, es decir, poner el antropocentrismo pastoralista en lugar del cristocentrismo eclesiológico, y en consecuencia dejar de lado la doctrina, es característico de este pontificado. Tenemos otra triste prueba de ello con la recién publicada Constitución Praedicate Evangelium sobre la reforma de la Curia romana, con la que Francisco también expone su pensamiento sobre cómo debe ser la Iglesia católica. Pero este no es su proceso, sino que comenzó en la década de 1960, cuando los neomodernistas utilizaron el Concilio Vaticano II para engañar a la Jerarquía y cambiar la Iglesia desde adentro, como pretendía el proyecto modernista descrito por Buonaiuti, “Reformar Roma con Roma”. La Compañía de Jesús dirigida por el vasco Pedro Arrupe, en particular, decidió aplicar y difundir estos cambios revolucionarios lo más rápido posible, logrando encontrar una síntesis perfecta entre sus expertos expertos en el Vaticano II, el alemán Karl Rahner y el francés Henri de Lubac. Pedro Arrupe fue el verdadero mentor de Jorge Mario Bergoglio.
La Jesuitización de la Iglesia
Uno de los más grandes y santos pontífices de la historia fue sin duda Pío V, hijo fiel de Santo Domingo, quien nunca pensó, ni por un segundo, en “dominicar” a la Iglesia, porque ella es la más grande y Madre de todas las Órdenes Religiosas, no al revés.
Además, todos los que expresaron perplejidad -nosotros incluidos- sobre el nuevo papa (basta leer su biografía) señalaron su “voluntad jesuita”, y esto también fue motivo de preocupación, por varias razones.
Incluso el supersecular y ultrasiniestro diario online Huffington Post, comentando la constitución apostólica Praedicate evangelium, con la que el papa Francisco “reforma” -revoluciona- la Curia romana, sostiene que “es impresionante ver en blanco y negro la nueva estructura, de la que se sigue la de la Compañía de Jesús, los jesuitas”.
Incluso la periodista Angela Ambrogetti, en un artículo en ACI Stampa, señaló que la “reforma” - revolución - se estructura “según el esquema jerárquico tan querido por San Ignacio”, o “por lo tanto, la evangelización, la pastoral y la misión con gran atención a lo económico y una fuerte confirmación de la autoridad absoluta del papa”. Sin embargo, del espíritu ignaciano original y auténtico, esta constitución pastoral -y este pontificado- tiene muy poco.
“La Constitución pretende mandar al desván a Pastor Bonus de Juan Pablo II. Más que un enfoque jurídico, tiene uno solo enteramente pastoral”, explica el periodista. “Se puede ver desde la primera parte, centrada en la evangelización y la misión, más aún en una verdadera “conversión misionera”. Así, al final, “ha llegado el punto de inflexión “pastoralista” del papa Francisco”.
De hecho, el punto central del Praedicate evangelium es haber aplicado a la Curia romana “la tesis teológica actualmente predominante es la primacía de la pastoral sobre la doctrina”, como explica Stefano Fontana en La Nuova BQ. “El Dicasterio para la Evangelización también se coloca en una posición eminente con respecto a la Congregación, ahora Dicasterio para la doctrina de la fe”. Esto significa que, para Francisco, el anuncio del Evangelio precede a la Doctrina del Evangelio. “Considerar ahora la evangelización como anterior a la Doctrina y no conectada a ella de manera esencial representa un problema grave”, prosigue el prof. Fuente. “También el anuncio debe ser siempre plenamente doctrinal porque la Doctrina es el mismo Cristo que se anuncia, el Eterno Logos del Padre”.
Turno pastoril
Arrupe, además de ser el verdadero mentor del joven Jorge Mario Bergoglio, es quien logró unir los caminos de Rahner y de Lubac, cuando ambos se separaron a mediados de los 70 (siendo el alemán más radical que el francés), “reformando” -revolucionando- la Compañía con el nuevo paradigma del “espíritu” del Vaticano II y extendiéndolo hasta las fronteras extremas de la catolicidad.
Pero esto no hubiera sido posible si los jesuitas no hubieran perdido el espíritu de su santo fundador, Ignacio de Loyola, poco después de su muerte. No lo afirmamos nosotros, sino un gran santo, a saber, Carlos Borromeo, que “escribió a su confesor que la Compañía de Jesús, gobernada por líderes más políticos que religiosos, se estaba volviendo demasiado poderosa para conservar la moderación y la sumisión necesaria que debían tener… Dominan a reyes, príncipes y señores tanto en lo temporal como en lo espiritual. Esta institución “piadosa” ha perdido el espíritu que la animaba originalmente y por eso nos veremos obligados a abolirla...” (J. Huber, Les Jesuites, Sandoz et Fischbacher, París 1875).
La eclesiología de los jesuitas no es auténticamente católica, ya que no tienen una relación directa con la Iglesia, por lo que inmediatamente quisieron una relación privilegiada con el Romano Pontífice. Primero pertenecen a su Compañía, luego a la Iglesia. “La madre es la Compañía, y con una nos basta”, dijo el papa Francisco a sus hermanos de Centroamérica.
Rechazando a la Iglesia (como hizo Martín Lutero), o eludiéndola (como hacen los modernistas, especialmente los jesuitas), se crea así un Jesús a su imagen y semejanza, haciéndolo no el enviado del Padre Eterno sino “el sacerdote de la humanidad”, cuya misión no consiste en proclamar la Verdad y en la Redención de las almas, sino en realizar obras de solidaridad filantrópica como fin en sí mismas para hacer de esta tierra -la "casa común"- un lugar feliz y dichoso para toda humanidad, sin distinción de sexo, raza e incluso religión (Declaración de Abu Dabi).
El papa Francisco está llevando a cabo lo que su mentor Pedro Arrupe había difundido sobre toda la catolicidad en la década de 1970, haciendo de la Iglesia, la Esposa de Cristo -o mejor dicho, engañándose a sí mismo- servidora del mundo. Sin embargo, él mismo no se da cuenta de que él es parte del gran plan del Cielo que llevará al Triunfo del Inmaculado Corazón de María, cuando la confusión doctrinal termine en la Iglesia y venza a este mundo moderno ateo y anticristiano.
Cronicas de papa Francisco
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