sábado, 13 de diciembre de 2025

EL CONSERVADURISMO: TRAICIÓN DISFRAZADA DE TRADICIÓN

El conservadurismo moderno no es más que un lobo con piel de cordero, un vástago bastardo del liberalismo que, lejos de proteger el catolicismo, lo traiciona con cada paso.

Por Mar Mounier


Se presenta como defensor de la tradición, pero abraza principios liberales como la “libertad religiosa”, transformándose en un cómplice del mismo relativismo moral que dice combatir. Bajo su fachada ordenada y piadosa, esconde una claudicación ante el pluralismo, ese dogma liberal que disuelve la autoridad de la Iglesia y convierte la fe revelada en una opción más dentro del mercado espiritual.

La tan celebrada “libertad religiosa” no es una victoria católica, sino su derrota maquillada. Es el caballo de Troya del secularismo: permite que la Verdad absoluta “compita en igualdad de condiciones” con el error, allanando el camino al ateísmo militante, el indiferentismo y la apostasía. Basta mirar el Concordato de 1801 o Nostra Aetate (1965), documentos que en nombre del “diálogo” y la “paz” renunciaron a la supremacía doctrinal, dejando a la Iglesia desarmada frente a un mundo liberal.

¿Y los partidos democristianos? Son el ejemplo perfecto de esta traición: invocan “valores cristianos” mientras sirven al pluralismo liberal. En lugar de defender la realeza social de Cristo, han convertido a la fe en ornamento decorativo de un orden secular. ¿El resultado?: el colapso del catolicismo no es casualidad, es consecuencia directa de un conservadurismo que envenena lentamente con dosis controladas de liberalismo.

Las advertencias fueron muy claras. Pío IX, en Quanta Cura y el Syllabus, condenó sin titubeos la libertad religiosa absoluta como error incompatible con la fe. Ignorar esto no es progresismo: es apostasía en nombre de la “moderación”.

No nos dejemos engañar: ese “tolerar todo” que el conservadurismo predica no es caridad cristiana, es RENDICIÓN DISFRAZADA DE VIRTUD. Es el eco del viejo grito luciferino “Non Serviam”, refinado, maquillado, utilitarista, pero igual de letal. Porque donde todo es válido, nada es verdadero. Y cuando la Iglesia es solo una entre muchas, ya no es la Iglesia: es un museo.

El conservadurismo no defiende la fe, la neutraliza. No combate al liberalismo: lo perpetúa con sotana. Por eso, el catolicismo no puede confiar en éste, mucho menos tenerlo como aliado. Su cruzada no es por la Verdad, sino por una mentira insidiosa pero elegante. El conservadurismo moderno no es aliado del catolicismo: es su infiltrado más astuto, pues se presenta como su defensor, mientras disuelve su esencia, erosionando la Fe desde dentro.
 

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