INTRODUCCIÓN
Esta obrita tiene por objeto popularizar el conocimiento, y por consiguiente el amor y el culto del adorabilísimo y sacratísimo Corazón de Nuestro Señor Jesucristo. No se me oculta lo difícil que es poner al alcance de todos las verdades del orden místico, o en otros términos, la dificultad de iniciar a los entendimientos sencillos y a los niños en lo más intimo de nuestros sacrosantos misterios; pero es tan conveniente conseguirlo, que no vacilo en emprender esta obra en lo que respecta al sagrado Corazón de Jesús, confiado en el auxilio de la santísima Virgen, que tan predilectamente ama a los humildes y sencillos de corazón.
Si me cabe la dicha de lograr mi objeto, este librito podrá servir en gran manera a tantos y tantos sacerdotes, celosos misioneros, fervientes Religiosas, buenas y piadosas madres de familia que procuran por todos los medios hacer conocer, servir y amar de veras en torno suyo al Dios de su corazón y al Corazón de su Dios.
Vivimos en tiempos en que la piedad necesita más que nunca ser ilustrada y robustecida, y en que la doctrina es necesaria para sostener el amor. Habiendo Nuestro Señor presentado su divino Corazón para que en él encuentren un refugio las almas en las pruebas de estos últimos tiempos, me parece que este librito entra en sus misericordiosos designios, y sólo con este título me atrevo a contar con la bendición de Aquél por cuyo amor lo emprendo.
Varios de sus capítulos me han sido inspirados por una excelente obra del gran siervo de Dios, el venerable P. Eudes, uno de los sacerdotes de mayor celo apostólico en el siglo XVII. Abrasado de amor a los sagrados Corazones de Jesús y María, dice de ellos cosas maravillosas en su tratado del Corazón admirable de la Madre de Dios. A él tendrás que agradecérselo, lector amigo, si estas breves páginas te producen algún bien, como deseo.
MODO DE SANTIFICAR EL MES DEL SAGRADO CORAZÓN
Laudable costumbre, que quisiéramos ver extendida y religiosamente practicada, es la de consagrar un mes entero a alguna de las principales devociones aprobadas por la Iglesia, pues de los medios de honrar cualquier misterio, sea de nuestro Señor Jesucristo, de la Santísima Virgen o de algún Santo, es este indudablemente el más sencillo, más práctico y al alcance de todos. Ese corto ejercicio repetido todos los días durante un mes, esa piadosa lectura que nos presenta la misma verdad bajo todos sus aspectos, impregna poco a poco al alma de la gracia de Dios hasta llegar a sus profundidades; es como una lluvia suave y no interrumpida que penetra la tierra mejor que los fuertes aguaceros de una tempestad, abundantes, pero pasajeros.
Vemos, por ejemplo, que la admirable institución del mes de María ha contribuido eficazmente a propagar por todo el mundo el culto y amor a la santísima Virgen; y no faltan parroquias y familias que deben a tan santa y poética devoción su renovación completa.
Además del mes de Mayo, la piedad ha consagrado Enero a honrar los misterios de la santa Infancia de Jesús; Marzo a honrar de un modo especial a San José; Julio a venerar los misterios de la preciosa Sangre; Noviembre a ejercer la caridad con las benditas almas del purgatorio; Junio, en fin, a honrar al adorabilísimo Corazón de Jesús.
Así, pues, te recomiendo encarecidamente, piadoso lector, que no dejes de celebrar todos los años el mes del sagrado Corazón con la misma exactitud y devoción que el hermoso mes de María. La gracia del divino Corazón de Jesús es tan santificante, que de ella reportarás frutos copiosos de salvación. Si no puedes asistir a la Iglesia, celébralo en casa con tu familia; y si tampoco pudieres esto, celébralo solo en particular. Pero, por poco que puedas, procura celebrarlo en común; pues la oración así hecha tiene mayor eficacia, obliga más, proporciona mutua edificación, y hace que se recoja el fruto de la promesa que Jesucristo hizo a sus Discípulos: “Donde quiera que dos o tres estén reunidos en mi nombre, Yo estaré en medio de ellos”.
Para celebrar dignamente en casa el mes del sagrado Corazón, será bueno arregles un altarcito acomodando en él un crucifijo, o mejor una imagen del sagrado Corazón, y adornándolo con flores y luces. No desdeñes estos pequeños detalles, pues influyen poderosamente en la piedad, que necesita por lo común auxilios exteriores para dedicarse a las cosas de Dios. Deja, si puedes, encendida todo el mes una lamparilla delante la santa imagen, y no omitas un solo día el ejercicio acostumbrado, para cuya práctica puedes valerte de este librito.
Puesto de rodillas, y después de recogerte por algunos momentos, pensando que Dios te ve, haz la señal de la cruz, y reza la letanía del sagrado Corazón de Jesús que encontrarás al fin. Luego lee el capítulo correspondiente a cada día, y dedica algunos minutos a penetrarte bien de lo que hayas leído, a excitar en tu corazón sentimientos de adoración, de amor, de arrepentimiento, y a tomar algún buen propósito. Para terminar este ejercicio podrás rezar la hermosa letanía del inmaculado Corazón de María, el Acto de desagravios y el de consagración, que hallarás también al final.
Además de esto, harías muy bien en comulgar durante este mes con más frecuencia que de costumbre y con todo el fervor posible. No olvides que el viernes es un día especialmente consagrado al culto de tan amoroso Corazón, según el encargo expreso del mismo Jesucristo a su gran sierva Margarita María Alacoque. Acércate, pues, a la sagrada Mesa todos los viernes del mes para honrar especialmente al sagrado Corazón de Jesús y los misterios de su amor.
Haciéndolo así, satisfarás los deseos de nuestro amado Pontífice Pío IX, que tanta gloria ha dado al divino Corazón, y que no hace mucho, escribiendo a un obispo, le decía: “Nada deseamos tanto como ver a los fieles honrar, bajo el símbolo de su santísimo Corazón, la caridad de Jesucristo en su Pasión y en la institución de la Eucaristía; deleitarse continuamente en tan gratos recuerdos, y renovar continuamente su memoria”.
A ese amorosísimo Corazón acudamos con confianza; Corazón siempre inflamado de amor por nosotros, aunque tan mal correspondido; Corazón que encierra todos los tesoros de la misericordia divina; que encuentra sus mayores delicias en estar entre los hijos de los hombres; el más poderoso de todos los corazones, de los cuales dispone a su gusto, y cuyos más secretos resortes mueve; altar en el cual se ofrece el único sacrificio de los cristianos, en el cual deben nacer y vivificarse nuestros votos si queremos que lleguen hasta Dios, y a cuyas plantas aprenderemos la ciencia de las ciencias, la única necesaria, la ciencia del verdadero amor, de la verdadera felicidad.
1. Cómo Nuestro Señor Jesucristo reveló milagrosamente el misterio de su Sagrado Corazón por medio de la beata Margarita María Alacoque.
Esta santa Religiosa, que vivió en el siglo XVII, fue objeto de frecuentes y extraordinarias manifestaciones del adorabilísimo Corazón de Jesús. Pertenecía a una honrada familia de la magistratura, de Borgoña. Después de una juventud inocentísima y probada por todo género de trabajos, entró en 1671 en el monasterio de la Visitación de Paray-le-Monial a la edad de veintitrés años, y en él murió santamente en 1690.
Cuatro siglos antes Santa Gertrudis, abadesa benedictina de Heldelfs en Alemania, nos anunciaba la devoción al sagrado Corazón de Jesús como el gran remedio opuesto por Nuestro Señor a la decrepitud del mundo; pero Dios al parecer tenía predestinada a la beata Margarita María para ser el apóstol del culto al sagrado Corazón, y a ella efectivamente se debió, de un modo especial, con la aprobación de la Santa Sede, su propagación en la Iglesia. “A Margarita María -dice en efecto Pío IX en el decreto de beatificación- se dignó elegir el Señor para establecer y difundir entre los hombres un culto tan piadoso, saludable y legítimo”. Y la eligió por medio de admirables y milagrosas revelaciones que la Iglesia ha aprobado y que respiran el más puro amor de Dios.
Corría el año 1673. Hacía solamente dos que Margarita había abrazado el estado religioso, y era ya de una santidad consumada, brillando por su humildad, su caridad y toda suerte de virtudes. Un día, orando delante del Santísimo Sacramento, gozosa porque sus muchos quehaceres le permitían dedicar más tiempo que de costumbre a tan santa ocupación, se sintió tan poderosamente poseída de la presencia de Dios, que perdió el sentimiento de sí misma y de todo lo que la rodeaba.
“Me abandoné, dice, a ese divino Espíritu, entregando mi corazón a la fuerza de su amor.
Mi soberano dueño me hizo reposar largo tiempo sobre su divino pecho, donde me descubrió las maravillas de su amor y los secretos inefables de su sagrado Corazón. Me abrió por primera vez aquel divino Corazón de una manera tan real y sensible, que no me dejó lugar a ninguna duda tocante a la verdad de esta gracia.
Jesús me dijo: Mi divino Corazón está tan lleno de amor a los hombres, y a ti en particular, hija mía, que no pudiendo ya contener las llamas de su ardiente caridad, es preciso que las derrame por tu medio y que se manifieste a ellos para enriquecerlos con los tesoros que encierra. Te descubro el precio de estos tesoros, que contienen las gracias de santificación y salvación necesarias para sacar al mundo del abismo de la perdición. A pesar de tu indignidad e ignorancia, te he escogido para el cumplimiento de este gran designio, para que sea más manifiesto que soy yo quien lo hago todo.
Dicho esto, el Señor me pidió mi corazón. Yo le supliqué que lo tomara, y así lo hizo; y, poniéndolo junto a su Corazón adorable, me lo mostró como un átomo que se consumía en aquel horno encendido, Luego retirándolo de allí, como una ardiente llama en forma de corazón, volvió a ponerlo en su primer sitio, diciéndome: ‘He aquí, amada mía, una preciosa prenda de mi amor; he encerrado en tu costado una centellica de las más vivas llamas de este amor, para que te sirva de corazón y te consuma hasta el último momento de tu vida. Sus ardores no se extinguirían jamás. Y para dejarte una señal de que la gracia que acabo de hacerte no es una ilusión, y que debe ser el fundamento de las demás que seguirán, aunque haya cerrado la llaga de tu costado, sin embargo siempre sentirás allí dolor. Hasta hoy sólo te has llamado sierva mía; desde ahora te doy el nombre de Discípula muy amada de mi sagrado Corazón’.
Tan señalado favor -añade la beata Margarita- duró muchísimo tiempo. Yo no sabía si estaba en el cielo o en la tierra. Durante muchos días permanecí como embriagada, y de tal manera encendida y tan fuera de mí, que no podía pronunciar una sola palabra. No podía dormir, porque esta llaga, cuyo dolor me es precioso, me causaba tan vivos ardores que me consumía y me hacía arder viva. Me sentía tan llena de Dios, que no podía expresarlo a mi Superior como hubiera querido, a pesar de la pena y confusión que siento en decir semejantes favores.
Desde aquel día, cada primer viernes de mes, el sagrado Corazón de mi Jesús se me representaba como un sol brillante cuyos ardorosos rayos caían a plomo sobre mi corazón; y entonces me sentía abrasada de un fuego tan vivo que me parecía iba a reducirme a cenizas.
En aquellos momentos particularmente era cuando mi divino Maestro me instruía y descubría los secretos de su adorable Corazón”.
¡También nosotros, Jesús, Señor y Salvador nuestro, a pesar de nuestra indignidad y de nuestras miserias, o más bien a causa de las mismas, queremos estar expuestos a los benéficos rayos de vuestro Santísimo Corazón; queremos que esas llamas divinas consuman nuestra tibieza, y que nos purifiquen de todos nuestros pecados!
¡Oh Jesús, rocío del cielo, llama de amor y manantial de la gracia! ¡abrasad, purificad y poseed todo mi corazón! ¡Oh divino Amor! creced y reinad en mí; multiplicaos y reinad en toda la tierra como en el Paraíso de los Bienaventurados!
Continúa...
Mi soberano dueño me hizo reposar largo tiempo sobre su divino pecho, donde me descubrió las maravillas de su amor y los secretos inefables de su sagrado Corazón. Me abrió por primera vez aquel divino Corazón de una manera tan real y sensible, que no me dejó lugar a ninguna duda tocante a la verdad de esta gracia.
Jesús me dijo: Mi divino Corazón está tan lleno de amor a los hombres, y a ti en particular, hija mía, que no pudiendo ya contener las llamas de su ardiente caridad, es preciso que las derrame por tu medio y que se manifieste a ellos para enriquecerlos con los tesoros que encierra. Te descubro el precio de estos tesoros, que contienen las gracias de santificación y salvación necesarias para sacar al mundo del abismo de la perdición. A pesar de tu indignidad e ignorancia, te he escogido para el cumplimiento de este gran designio, para que sea más manifiesto que soy yo quien lo hago todo.
Dicho esto, el Señor me pidió mi corazón. Yo le supliqué que lo tomara, y así lo hizo; y, poniéndolo junto a su Corazón adorable, me lo mostró como un átomo que se consumía en aquel horno encendido, Luego retirándolo de allí, como una ardiente llama en forma de corazón, volvió a ponerlo en su primer sitio, diciéndome: ‘He aquí, amada mía, una preciosa prenda de mi amor; he encerrado en tu costado una centellica de las más vivas llamas de este amor, para que te sirva de corazón y te consuma hasta el último momento de tu vida. Sus ardores no se extinguirían jamás. Y para dejarte una señal de que la gracia que acabo de hacerte no es una ilusión, y que debe ser el fundamento de las demás que seguirán, aunque haya cerrado la llaga de tu costado, sin embargo siempre sentirás allí dolor. Hasta hoy sólo te has llamado sierva mía; desde ahora te doy el nombre de Discípula muy amada de mi sagrado Corazón’.
Tan señalado favor -añade la beata Margarita- duró muchísimo tiempo. Yo no sabía si estaba en el cielo o en la tierra. Durante muchos días permanecí como embriagada, y de tal manera encendida y tan fuera de mí, que no podía pronunciar una sola palabra. No podía dormir, porque esta llaga, cuyo dolor me es precioso, me causaba tan vivos ardores que me consumía y me hacía arder viva. Me sentía tan llena de Dios, que no podía expresarlo a mi Superior como hubiera querido, a pesar de la pena y confusión que siento en decir semejantes favores.
Desde aquel día, cada primer viernes de mes, el sagrado Corazón de mi Jesús se me representaba como un sol brillante cuyos ardorosos rayos caían a plomo sobre mi corazón; y entonces me sentía abrasada de un fuego tan vivo que me parecía iba a reducirme a cenizas.
En aquellos momentos particularmente era cuando mi divino Maestro me instruía y descubría los secretos de su adorable Corazón”.
¡También nosotros, Jesús, Señor y Salvador nuestro, a pesar de nuestra indignidad y de nuestras miserias, o más bien a causa de las mismas, queremos estar expuestos a los benéficos rayos de vuestro Santísimo Corazón; queremos que esas llamas divinas consuman nuestra tibieza, y que nos purifiquen de todos nuestros pecados!
¡Oh Jesús, rocío del cielo, llama de amor y manantial de la gracia! ¡abrasad, purificad y poseed todo mi corazón! ¡Oh divino Amor! creced y reinad en mí; multiplicaos y reinad en toda la tierra como en el Paraíso de los Bienaventurados!
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