Por José Antonio Ureta
El contexto histórico de la lucha familiar
La lucha contra el matrimonio cristiano no es nueva; tiene profundas raíces históricas. Comenzó con la introducción del divorcio durante la Revolución Protestante, evolucionó con la promulgación del matrimonio civil durante la Revolución Francesa y ganó impulso con la noción del amor libre durante los primeros años de Lenin en el poder. En los años treinta, las discusiones en torno al control de la natalidad y la anticoncepción cobraron importancia, y Pío XI respondió con la encíclica Casti Connubii, que defendía el matrimonio tradicional.
Sin embargo, la verdadera aceleración de esta batalla se remonta a la revolución sexual de los años sesenta, catalizada por acontecimientos como las protestas de mayo de 1968 en París. Este movimiento, con su lema de “Está prohibido prohibir”, no sólo desafió las normas existentes en torno al matrimonio, sino que también abrió las puertas al movimiento homosexual. Cuando muchos países occidentales comenzaron a legalizar el “matrimonio” entre personas del mismo sexo, el foco se desplazó hacia la ideología de género, lo que complicó aún más las opiniones sociales sobre la sexualidad.
Alison Jaggar, una destacada académica feminista estadounidense, afirmó sin rodeos: “El fin de la familia biológica también eliminará la necesidad de la represión sexual. La homosexualidad masculina, el lesbianismo y las relaciones sexuales extramatrimoniales ya no se considerarán opciones alternativas desde el punto de vista liberal… La humanidad podría finalmente volver a su sexualidad natural, polimorfa y perversa”.
El surgimiento del movimiento por los “derechos” de los homosexuales, en particular después de acontecimientos como los disturbios de Stonewall en 1969, marcó un momento crucial en la batalla por “el reconocimiento” y “la aceptación”. Los primeros defensores del movimiento reconocieron que la cuestión subyacente no era sólo la cuestión de los “derechos legales”, sino también la de alterar las percepciones sociales de la moralidad en sí. Paul Varnell, un periodista pro homosexual, articuló este punto, haciendo hincapié en que cambiar el juicio moral sobre la homosexualidad era esencial para el éxito del movimiento.
Pero para que esta maniobra tuviera éxito, la homosexualidad tenía que ser aceptada por las distintas religiones, en particular por el cristianismo. Para lograrlo, el movimiento homosexual ha creado, desde los años setenta, numerosas asociaciones destinadas específicamente a este fin. Una de las más activas en la actualidad es el movimiento Soulforce, que hace veinte años describía su misión de la siguiente manera:
“Creemos que la religión se ha convertido en la principal fuente de información falsa e incendiaria sobre las personas lesbianas, gays, bisexuales y transexuales. Los cristianos fundamentalistas enseñan que estamos ‘enfermos’ y somos ‘pecadores’… La mayoría de las denominaciones conservadoras y liberales se niegan a casarnos o a ordenarnos para el ministerio. La Iglesia Católica Romana enseña que nuestra orientación es ‘objetivamente desordenada’ y que nuestros actos de intimidad son ‘intrínsecamente malos’… Creemos que estas enseñanzas conducen a la discriminación, el sufrimiento y la muerte. Nuestro objetivo es enfrentar y eventualmente reemplazar estas trágicas falsedades con la verdad de que también somos hijos de Dios, creados, amados y aceptados por Dios exactamente como somos”.
La lucha en el seno de la Iglesia: un panorama histórico
El primer caballo de Troya que penetró en la ciudadela católica en un intento de reemplazar la Enseñanza Católica Tradicional con la nueva formulación lgbt fue un jesuita estadounidense, el “padre” John J. McNeill. En su libro The Church and the Homosexual (La Iglesia y el homosexual), McNeill propuso ideas radicales contrarias a la Enseñanza Católica Tradicional, afirmando que la orientación homosexual podía verse como parte del diseño de Dios y las relaciones homosexuales como “mediadoras de la presencia de Dios en nuestro mundo”.
En 1977, la Sociedad Teológica Católica de Estados Unidos encargó al “padre” Anthony Kosnik la edición de una obra colectiva en la que se afirmaba que la ética sexual de la Biblia debía contextualizarse, argumentando en contra de la idea de verdades morales absolutas. Esto llevó a que los “teólogos” progresistas reevaluaran el modo en que la Iglesia abordaba las cuestiones de la sexualidad, el amor y las relaciones, en particular las relacionadas con las personas atraídas por el mismo sexo.
Esta evolución del “discurso teológico” en los círculos católicos progresistas favoreció la creación de “grupos de apoyo” dentro de la Iglesia bajo el pretexto de brindar “apoyo pastoral” a las personas con atracción hacia el mismo sexo. La formación de grupos como Dignity en 1971 marcó un avance significativo. A pesar de la resistencia inicial, este tipo de organizaciones proliferaron en todo el mundo, promoviendo la idea de que las relaciones homosexuales podían ser “expresiones válidas de amor”.
El surgimiento de estos grupos de defensa y sus fundamentos ideológicos plantearon un dilema para la Iglesia. Si bien las enseñanzas tradicionales de la Iglesia seguían siendo claras, la influencia de los cambios sociales y las presiones internas llevaron a una división cada vez mayor.
En 1975, la Congregación para la Doctrina de la Fe emitió una declaración en la que reiteraba que las relaciones homosexuales no son justificables en el contexto de las enseñanzas de la Iglesia según las cuales las relaciones sexuales deben producirse dentro de los confines del matrimonio entre un hombre y una mujer, con la finalidad primordial de la procreación. Reafirmaba que la Doctrina Católica siempre ha considerado los actos homosexuales como gravemente pecaminosos, una opinión sostenida por el Catecismo de la Iglesia Católica: Basándose en la Sagrada Escritura, que los presenta como graves depravaciones, la Tradición siempre ha declarado que 'los actos homosexuales son intrínsecamente desordenados' (2357). Además, la atracción hacia el mismo sexo de la que derivan es 'objetivamente desordenada' (2358).
A esto le siguió la carta del cardenal Ratzinger a los obispos en 1986, que advertía contra las presiones para normalizar el comportamiento homosexual dentro de la Iglesia.
El “cambio de paradigma” de Francisco sobre la homosexualidad y sus repercusiones en el Reino Unido
Con la ascensión al poder de Francisco, se hizo evidente un cambio significativo en la postura del Vaticano respecto de las cuestiones lgbt. Sus comentarios durante una conferencia de prensa en 2013, “Si una persona es homosexual y busca al Señor con buena voluntad, ¿quién soy yo para juzgar?”, causaron conmoción en la Iglesia y en el resto del mundo. Muchos interpretaron estas declaraciones como una señal de aceptación, que indicaba un posible “cambio en la postura” de la Iglesia respecto de la homosexualidad.
Este cambio es perceptible, por ejemplo, en el programa de educación sexual Life to the Full promovido por el Servicio de Educación Católica, una agencia de la Conferencia Episcopal Católica de Inglaterra y Gales. Sus videos para niños de 9 a 16 años socavan la enseñanza católica y la inocencia de los niños al tergiversar u omitir por completo la enseñanza católica sobre la moralidad sexual y quebrantar su reserva natural y su sentido de la vergüenza. Los presentadores de los videos hablan con aprobación de las leyes que imponen las uniones civiles, las uniones entre personas del mismo sexo y el transexualismo, y subrayan que el “matrimonio” entre personas del mismo sexo y la adopción de niños por “parejas” homosexuales son legales en el Reino Unido, dando la impresión de que el único pecado grave que la Iglesia asocia con la homosexualidad es el “prejuicio” contra las personas homosexuales.
El movimiento homosexual quería gestos más expresivos de apertura por parte de la Iglesia católica, como la bendición pública por parte de los sacerdotes de las “parejas” homosexuales. Tras estudiar la cuestión, la Congregación para la Doctrina de la Fe, entonces presidida por el cardenal Ladaria, publicó el 15 de marzo de 2021 un Responsum, en el que se afirma que las bendiciones requieren, además de la recta intención de quien las pide, que lo bendecido esté “objetiva y positivamente ordenado a recibir y expresar la gracia, según los designios de Dios inscritos en la Creación y revelados plenamente por Cristo Señor”.
La controversia en torno a Fiducia Supplicans
El ex Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, el cardenal Gerhard Müller, se apresuró a publicar una nota en la que afirmaba que el documento representa un “salto doctrinal” porque “ningún texto bíblico, ni ninguno de los Padres y Doctores de la Iglesia, ni ningún documento anterior del Magisterio apoya sus conclusiones”. Y concluyó categóricamente: “Bendecir una realidad contraria a la creación no sólo es imposible, sino blasfemo”.
Por su parte, el cardenal Robert Sarah, ex prefecto de la Congregación para el Culto Divino, llamó a las conferencias episcopales y a todos los obispos a oponerse a Fiducia Supplicans. “Quien lo hace no se opone al papa Francisco”, afirmó, “sino que se opone firme y radicalmente a una herejía que daña gravemente a la Iglesia, Cuerpo de Cristo, porque es contraria a la fe y a la tradición católica”.
La batalla continua por el matrimonio y la familia
En conclusión, debemos resistir la aplicación de la Fiducia Supplicans, tal como San Pablo resistió a San Pedro cuando éste quiso reintroducir en la Iglesia primitiva prácticas sinagogales que escandalizaban a los fieles gentiles. O como San Atanasio resistió al Papa Libero y a la gran mayoría del episcopado del siglo IV que había sucumbido a la herejía arriana. Fue perseguido, pero hoy brilla en el firmamento de la Iglesia como una de sus estrellas más brillantes.
Nuestro empeño es el mismo: participar en la batalla final entre el Señor y el reino de Satanás, que, como escribió Sor Lucía al Cardenal Caffarra, “será sobre el matrimonio y la familia”. Debemos luchar con valentía, sabiendo que “Nuestra Señora ya le ha aplastado la cabeza”.
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