Por Monseñor De Segur (1862)
Hay dos señales infalibles para conocer si un hombre que se presenta para reformar la Iglesia, es verdaderamente enviado de Dios. Esas dos señales son la santidad y el don de milagros.
En cuanto a santidad no hay qué hablar tratándose de Lutero y Calvino. Ya hemos visto que ellos eran bajo este aspecto, tanto que hasta los mismos protestantes instruidos y honrados, se sonrojan cuando se mueve delante de ellos conversación sobre esta materia.
En cuanto a milagros, bien hubieran querido hacerlos los heresiarcas; pero es más fácil formar una secta, que hacer un milagro. Erasmo, que era satírico mordaz, hacía observar que “todos ellos juntos no habían podido curar ni a un caballo rengo”.
Sin embargo, Calvino quiso una vez hacer el ensayo de cierto milagrillo, pero el golpe dio en falso. Había pagado a un hombre para hacerse el muerto, con el objeto de simular que le resucitaba; pero cuando llegó al lugar de la farsa, seguido de una multitud curiosa, a la cual había anunciado modestamente esta prueba postiza de su misión, la justicia de Dios había herido al compadre; y Calvino estuvo para morirse de miedo, encontrando de veras muerto al que solo debía ser supuesto difunto. Esta historia es auténtica y sabida de todos.
Lutero salía del paso por otra puerta. Si le pedían que probase con alguna obra milagrosa que hablaba en nombre de Dios; respondía con un torrente de injurias, llamando borrico, turco, perro y puerco endiablado, al infeliz que le había pedido semejante cosa.
Habiendo, pues, fallado los milagros así como la santidad a los padres de la llamada Reforma es claro que Dios no los había enviado.
Pero entonces ¿de qué espíritu estaban ellos animados? Del espíritu de orgullo, del espíritu de sensualidad, del espíritu revolucionario, que se rebela contra Cristo y contra la obra de Cristo; en una palabra el espíritu infernal que engendra todas las herejías, es el verdadero padre de la anarquía protestante. Vos ex patre diabolo estis (San Juan VIII, 44).
Tomado del libro “Conversaciones sobre el protestantismo actual”, impreso en 1862.
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