sábado, 21 de septiembre de 2024

CATECISMO DE TRENTO (1566) - EL SEPTIMO MANDAMIENTO

Los Párrocos explicarán continua y diligentemente la fuerza y el sentido de este mandamiento: No hurtarás.


DEL SEPTIMO MANDAMIENTO DEL DECALOGO

No hurtarás

Que fue costumbre antigua de la Iglesia repetir muchas veces a los fieles la fuerza y obligación de esta divina ley, lo muestra aquella invectiva del Apóstol contra los que afeaban mucho en otros estos vicios, en que ellos mismos se hallaban muy culpados. ¿Cómo pues, enseñas a otros, y no te lo enseñas a ti mismo? Predicando que no se debe hurtar, y hurtando tú. Por medio de esta doctrina no solo corregían este pecado frecuente en aquellos tiempos, sino que sosegaban alborotos y pleitos, y otras causas de males que suelen provenir de los hurtos. Hallándose también esta nuestra edad miserablemente oprimida, así de estos delitos, como de los trabajos y calamidades que proceden de ellos, instarán los Párrocos sobre este punto a imitación de los Santos Padres y Maestros de la disciplina Cristiana, y explicarán continua y diligentemente la fuerza y el sentido de este mandamiento. Y ante todo pondrán cuidado y diligencia grande en declarar el infinito amor de Dios para con los hombres: pues no solo defiende con los dos mandamientos: No matarás y No adulterarás, como con dos fuertes castillos nuestra vida, cuerpo, fama y estimación; sino que con éste: No  hurtarás, fortalece, y guarda como con un candado nuestras haciendas y bienes de fortuna. 

Porque, ¿qué otro sentido y significación pueden tener estas palabras, sino el que hemos dicho hablando de otros mandamientos? Esto es, que prohíbe el Señor se quiten o derroten por otro alguno estos nuestros bienes que están debajo de su protección. Este beneficio de la divina ley, cuando es más señalado, tanto más nos obliga a ser agradecidos al bienhechor. Y porque el mejor modo de dar gracias a su Majestad, y de corresponderle, es oír con mucho gusto sus mandamientos, y con igual afecto guardarlos y cumplirlos, han de ser excitados e inflamados los fieles a la observancia de este mandamiento. En dos partes se divide también, como los antecedentes. La primera, que veda el hurto, está clara y descubierta en él. El sentido y fuerza de la segunda, por la cual se nos manda, que seamos benignos y liberales con nuestros prójimos, está cubierta y oculta en la primera. De esta primera pues trataremos primero: No hurtarás.

Debe advertirse aquí, que por nombre de hurto se entiende, no solo cuando se quita una cosa a escondidas contra la voluntad de su dueño, sino también cuando se toma y se tiene cosa ajena contra la voluntad del dueño que lo sabe. Sino que pensemos, que el que prohíbe el hurto, no repruebe rapiñas hechas con violencia e injuria: cuando clama el Apóstol: Que los raptores no poseerán el reino de Dios: y escribiendo él mismo, que se ha de huir de todo trato y comunicación con ellos. 

Pero aunque son las rapiñas mayor pecado que el hurto, porque además de lo que quitan a uno, le hacen violencia, y le causan mayor ignominia, no se debe extrañar que este mandamiento de la divina ley venga señalado con el nombre de hurto, aunque más leve; y no con el de rapiña. Esto se hizo con suma razón. Porque el hurto es más común, y pertenece a más que las rapiñas: las que solo pueden ejecutar aquellos que aventajan a otros en poder y fuerzas. Y ninguno deja de ver que excluidos los pecados más leves de un mismo género, quedan prohibidos los más graves. 

Con varios nombres se significa esta injusta usurpación y uso de las cosas ajenas, por la diversidad de las mismas cosas que se quitan contra la voluntad, y a escusas de los dueños. Porque si a un particular se quita algo a escondidas, se llama hurto. Si se quita al común, se llama peculado. Si se roba un hombre libre o siervo ajeno, para servirse de él, se llama plagio. Hurtar cosa sagrada, se llama sacrilegio. Maldad que, aunque abominable y enorme, está tan cundida, que los bienes que piadosa y sabiamente estaban destinados, como necesarios para el culto divino, Ministros de la Iglesia, y socorro de pobres, se ven convertidos en conveniencias privadas y perniciosas liviandades. 

Además del hurto o la acción externa, se prohíbe también por esta ley de Dios el ánimo y voluntad de hurtar. Porque la ley es espiritual, y se endereza al alma, como fuente de los pensamientos y determinaciones: pues como dice el Señor por San Mateo: Del corazón salen los pensamientos malos, homicidios, adulterios, fornicaciones, hurtos y testimonios falsos

Que gran grave pecado sea el hurto, bastantemente lo muestra la misma fuerza y razón natural. Porque él es contrario a la justicia, queda a cada uno lo que es suyo: pues las distribuciones y señalamiento de bienes, establecidos desde el principio por derecho de las gentes, y confirmados por las leyes divinas y humanas, deben mantenerse con toda firmeza: de manera que tenga cada uno las cosas que le tocan de derecho, si no queremos transformar la sociedad humana. Porque como dice el Apóstol: Ni los ladrones, ni los avarientos, ni los dados al vino, ni los maldicentes, ni los raptores poseerán el Reino de Dios. Aunque lo grave y cruel de esta maldad se declara por las muchísimas consecuencias funestas que resultan del hurto. Porque de ahí nacen juicios temerarios, se dicen sin reparo muchas cosas de muchos, brotan odios, se traban enemistades, y a veces se ejecutan condenaciones injustísimas de hombres inocentes. 

¿Y qué diremos de la obligación puesta por Dios a todos, de satisfacer a quien se ha quitado alguna cosa? Porque como dice San Agustín: No se perdona el pecado si no se restituye lo quitado. Esta restitución cuan dificultosa sea al que está ya acostumbrado a enriquecerse de ajeno, además de lo que cada uno observa en otros, y de lo que puede alcanzar por sí, lo puede conocer de estas palabras del profeta Habacuc: ¡Ay de aquel que multiplica las cosas no suyas! ¿Hasta cuándo carga sobre sí lodo espeso?. Llama lodo espeso la posesión de cosas ajenas; del cual es dificultoso poder salir y desembarazarse los hombres. Los modos de hurtar son tantos y tan diversos, que es obra muy ardua contarlos. Por eso bastante será tratar de estos dos, el hurto y la rapiña; a los cuales, como a cabezas, se reducirá lo demás que dijéremos. Y a fin de detestarlos y apartar a los fieles de maldad tan perversa, pondrán los Párrocos cuanto cuidado y diligencia puedan. Pero pasemos a explicar las partes y modos diversos del hurto. 

También son ladrones los que compran cosas hurtadas, o retienen aquellas que han sido halladas, tomadas, o quitadas de algún modo. Porque dice San Agustín: Si hallaste una cosa, y no la devolviste, la hurtaste. Y si en manera ninguna se puede hallar el dueño, se debe dar a los pobres. Y el que no puede ser reducido a hacer esa restitución, bien acredita por el mismo hecho, que si pudiera, de cualquier parte hurtaría cualquier cosa. 

Con la misma maldad se encadenan los que comprando o vendiendo, se valen de fraudes y palabras engañosas, cuyos engaños vengará el Señor. Pero los más inicuos y malvados en este linaje de hurtos, son los que venden por sanas y buenas mercaderías falsas y corrompidas; o los que engañan a los compradores en el peso, medida, número, o vara. Porque en el Deuteronomio está escrito: No tendrás en un saco diversos pesos. Y en el Levítico: No queréis hacer cosa injusta en el juicio, en la regla, en el peso, en la medida. El peso fiel, las balanzas iguales, la medida justa, y el sextario cabal. Y en otra parte: Pesos diversos, es cosa abominable ante el Señor. La balanza engañosa no es buena

También es hurto manifiesto el de los jornaleros y artesanos, que piden entero el jornal, sin haber puesto de su parte el trabajo debido y justo. Ni se distinguen tampoco de los ladrones los criados desleales a sus señores, y guardas infieles de las cosas. Y aún son estos tanto más detestables, que los demás ladrones que están afuera, cuanto a estos se les cierra la puerta con las llaves, más para el ladrón de casa, no hay cosa cerrada ni oculta. 

Asimismo parece que cometen hurto los que sacan dinero con palabras fingidas y astutas, o con mendiguez engañosa, cuyo pecado es más grave por añadir al hurto la mentira. También se han de contar entre los ladrones los que estando asalariados para algún oficio particular o público, ponen poco, o ningún cuidado en cumplir con él, y solo procuran llevarse el jornal. Seguir a la muchedumbre restante de hurtos inventada por la avaricia, que como astuta sabe todos los modos de sacar dinero, sería obra larga, y como dijimos, muy dificultosa. 

Pasemos pues a tratar de la rapiña, que es la otra cabeza de estas maldades. Para esto el Párroco prevendrá antes al pueblo, que se acuerde de aquella sentencia del Apóstol: Los que quieren enriquecerse, caen en tentación, y en el lazo del diablo. Y que nunca den lugar a que sobre este punto se les pase este precepto. Cuantas cosas queréis que hagan con vosotros los hombres, hacerlas vosotros con ellos. Y que de continuo mediten aquel: Lo que tú aborreces que haga otro contigo, guárdate de jamás hacerlo tú con él. Las rapiñas pues están muy extendidas. Porque son rapiñeros los que no pagan el salario a sus jornaleros. A éstos llama a penitencia el Apóstol Santiago por estas palabras: Ea ya ahora ricos, llorad aullando por vuestras miserias, las que vendrán sobre vosotros. Y añade la causa de esta penitencia: He aquí el jornal de vuestros peones, que segaron vuestras mieses, y se le habéis defraudado, clama, y el clamor de ellos llegó a los oídos del Señor de los Ejércitos. Este linaje de rapiñas está muy reprobado en el Levítico, Deuteronomio, Malaquías y Tobías. En este pecado de rapiña están comprendidos los que no pagan a los Prelados de la Iglesia y a los Magistrados las alcabalas, tributos, diezmos, y otras cosas de esta calidad que se les deben, o las usurpan, y se las aplican a sí mismos. 

Aquí también pertenecen los usureros tiranos y cruelísimos en las rapiñas, que roban y despedazan con usuras a la miserable plebe. Es usura todo aquello que se percibe a más de la suerte y capital que se dio: sea dinero o cualquier otra cosa precio-estimable. Porque así está escrito en Ezequiel: No recibirás usura, ni más de lo que diste. Y el Señor por San Lucas: Dad prestado, no esperando de ahí cosa alguna. Gravísimo fue siempre este delito y muy aborrecido aún entre los gentiles. De aquí nació aquel dicho: ¿Qué es dar a usuras? ¿Qué, sino matar a un hombre? Porque los usureros o venden dos veces una cosa, o venden lo que no es.

Cometen también rapiña los Jueces interesados que tienen los juicios vendibles y sobornados con dinero y regalos, transforman las causas justas de los desvalidos y menesterosos, los que defraudan a sus acreedores, los que niegan la deuda y los que tomado plazo para pagar, compran géneros a crédito suyo o de otro y no cumplen con la palabra; serán condenados con el mismo delito de rapiña. Y se agrava su pecado, porque los mercaderes con ocasión de este desfalco y defraudación, lo venden todo más caro con gran perjuicio de la República, contra los cuales parece que está aquella sentencia de David: Tomará prestado el pecador y no pagará

¿Y qué diremos de aquellos ricos que ejecutan con gran rigor a los que no pueden pagar lo que les prestaron, y contra la prohibición de Dios le sacan en prendas aún aquellas cosas que necesitan para cubrir su cuerpo? Porque dice el Señor: Si tomaste en prenda el vestido de tu prójimo, se lo volverás antes que se ponga el sol. Porque solo esto tiene para cubrir sus carnes, ni tiene otra cosa en que dormir. Y si clamare a mí, le oiré, porque soy misericordioso. A una tan inhumana ejecución justamente llamaremos robo y por lo mismo rapiña. 

Del número de aquellos a quienes los Santos Padres llaman arrebatadores, son los que en tiempo de falta de pan esconden el trigo, y hacen que por su culpa sea más cara y más dificultosa la provisión. Y lo mismo se dice de todas las demás cosas necesarias para el sustento y la vida. Contra estos se endereza aquella maldición de Salomón: El que esconde los granos será maldito en los pueblos. Recargarán los Párrocos a éstos sobre sus maldades, se las afearán con libertad, y explicarán con extensión las penas que les están aparejadas por tales pecados. Estas son las cosas que se vedan. Ahora vengamos a las que se mandan. Entre ellas tiene el primer lugar la satisfacción o restitución. Porque no se perdona el pecado si no se restituye lo quitado

Más porque no solamente debe restituir el que hizo el hurto, a aquel a quien robó, sino que también están obligados con esta ley de la restitución todos los que fueron participantes en el hurto; debe manifestarse, quiénes son estos, que no pueden librarse de esta necesidad de satisfacer o restituir. De muchos géneros son. 

El primero es el de los que mandan hurtar: los cuales no solo son compañeros y autores de los hurtos, sino los más perversos en la raza de ladrones. 

El segundo es igual en voluntad a los primeros, aunque desigual en el poder, sin embargo debe ponerse en la misma lista de ladrones; y es el de aquellos, que ya que no pueden mandar, persuaden y atizan para que se haga el hurto. 

El tercero es el de los que consienten con los ladrones. 

El cuarto es el de aquellos que son participantes de los hurtos, y hacen ellos también de allí su logro; si tal pueden llamarse lo que, si no se arrepienten, los condena a tormentos eternos. De estos dijo David: Si veías al ladrón, corrías con él

El quinto género de ladrones es el de aquellos que pudiendo estorbar el hurto, tan lejos están de oponerse y hacer resistencia, que antes les franquean su licencia y permiso. 

El sexto es el de los que sabiendo de cierto que se hizo el hurto y dónde se hizo, no solo no lo descubren, sino que disimulan que lo saben. 

Y el último género es el que comprende a todos los ayudantes, guardas, patrocinadores, y a todos los que reciben y dan posada a los ladrones, todos los cuales deben satisfacer a aquellos a quienes se quitó alguna cosa. Y deben ser exhortados con toda eficacia a cumplir esta precisa obligación.

Y a la verdad, no están del todo libres de esta maldad los que aprueban y alaban los hurtos, como ni están ajenos de la misma culpa los hijos de familias que quitan dinero a sus padres, y a las mujeres que lo quitan a sus maridos. 

Mándasenos también por este precepto que tengamos misericordia de los pobres y menesterosos, y que aliviemos con nuestros bienes y piadosos oficios sus aflicciones y angustias. Y porque este asunto se debe tratar con la mayor frecuencia y extensión, tomarán los Párrocos lo que necesiten para desempeñar este cargo, de los libros de los Varones santísimos Cipriano, Crisóstomo y Gregorio Nacianceno, y de otros que escribieron esclarecidamente sobre la limosna. Porque deben ser inflamados los fieles al amor y prontitud de socorrer a los que tienen que vivir de la misericordia ajena. Y se les ha de enseñar también cuán necesario es hacer limosna: esto es, que seamos liberales con nuestros haberes y nuestro favor para con los necesitados, movidos de aquel argumento certísimo de que en el día del juicio ha de reprobar Dios y condenar a los fuegos eternos, a los que omitieron o no hicieron caso de las obras de misericordia, y que ha de introducir con muchas alabanzas en la Patria celestial a los que lo hicieron benignamente con los menesterosos. Una y otra es sentencia pronunciada por boca de Cristo Señor nuestro. Venid, benditos de mi Padre, y tomad posesión del Reino que os está preparado. Y: Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno

Se valdrán también los Sacerdotes de aquellos lugares que son acomodados para persuadir. Dad, y dárseos ha. Propondrán la promesa divina, que ciertamente no se puede pensar privilegio más amplio, ni más grandioso: Ninguno hay que deje casa, que no reciba cien veces tanto ahora en este tiempo, y en el siglo venidero la vida eterna. Añadirán lo que dijo Cristo nuestro Señor: Granjead amigos con el dinero de la maldad, para que cuando estas falten, os reciban en las moradas eternas (Luc. 16:9). Expondrán también los modos de cumplir esta obligación precisa: como que los que no puedan dar a los necesitados con que sustentar su vida, le den prestado siquiera según el orden de Cristo Señor nuestro: Prestad, no esperando por eso cosa alguna, pues es obra tan buena como lo expresó el Santo Rey David cuando dijo: Dichoso el hombre que se apiada y presta

Asimismo es muy propio de la piedad cristiana, si no hay por otra parte medios para hacer bien a los que necesitan sustentarse a costa de la misericordia ajena, y también para huir de estar ociosos, procurar con el trabajo, industria y obras de sus manos las cosas, con que pueda aliviarse la necesidad de los pobres. Para esto exhorta a todos con su ejemplo el Apóstol en la Epístola a los Tesalonicenses diciendo: Vosotros mismos sabéis en qué manera es menester imitarnos. Y a los mismos: Procurad estar quietos, y hacer vuestros negocios, y trabajar con vuestras manos, según os lo mande. Y a los Efesios: El que hurtaba, no hurte ya; antes bien trabaje con sus manos, lo cual es bueno, para que tenga con que socorrer al que parece necesidad

Deben también los pobres estrecharse lo posible, y abstenerse de los bienes ajenos para no hacerse pesados y molestos a otros. Esta templanza sobresale muchísimo en todos los Apóstoles, pero señaladamente se descubre en San Pablo, quien escribe así a los Tesalonicenses: Muy bien os acordáis, hermanos míos, de nuestro trabajo y fatiga: pues trabajando de día y de noche por no molestar a ninguno de vosotros, predicamos entre vosotros el Evangelio de Dios. Y lo mismo repite en otra parte: En trabajo y en fatiga obrando de día y de noche, a fin de no agravar a ninguno de vosotros.

Y para que el pueblo fiel cobre horror a todo este linaje de maldades perversas, convendrá que los Párrocos tomen de los Profetas y demás Libros Sagrados la detestación de los hurtos y rapiñas, y las horribles amenazas intimadas por Dios contra los que cometen semejantes delitos. Clama el profeta Amós: Oíd esto, los que atropelláis al pobre, y hacéis desfallecer a los necesitados de la tierra, diciendo: cuándo pasará el mes, y venderemos las mercancías, y el Sábado y abriremos el granero, achicaremos la medida, subiremos el precio, e introduciremos los pesos engañosos. A este mismo propósito hay muchas sentencias en Jeremías, en los Proverbios, y en el Eclesiástico. Y no se ha de dudar, que las semillas de los males con que se ve oprimida la edad presente, están encerradas por la mayor parte en estas causas. Y para que los fieles se acostumbren a ejercitarse en obras de largueza y benignidad con los necesitados y mendigos (que es lo que pertenece a la segunda parte de este mandamiento) propondrán los Párrocos los grandísimos premios que Dios promete dar así en esta vida como en la otra a los liberales y misericordiosos.

Y porque tampoco falta quien se excuse en los hurtos, se ha de advertir que no admitirá Dios excusa alguna de su pecado, y que en vez de aligerarle le harán por ella mucho más desmedido. Véanse las delicias insufribles de los Nobles. Estos piensan desvanecer su culpa alegando, que no se aprovechan de los bienes ajenos por codicia o avaricia; sino por mantener la grandeza de su familia y de sus antepasados, cuya estimación y dignidad se arruinaría, a no fortalecerse con el arrimo de las cosas ajenas. Debe sacarse a éstos de error tan pernicioso, y al mismo tiempo demostrarles que el medio único de conservar y acrecentar la abundancia, riquezas y gloria de sus Mayores, es obedecer a la voluntad de Dios y guardar sus mandamientos, y que despreciados estos, se deshacen en humo las riquezas, por muy fundadas y arraigadas que estén. Los Reyes son derrocados con precipitación del solio real y del supremo grado de honor; y a veces ocupan su lugar por disposición divina hombres de baja suerte, y que eran sus mayores enemigos. Es increíble cuánto se ensaña Dios contra los tales. Testigo de esto es Isaías por quien dice el Señor: Tus Príncipes son infieles,  camaradas de ladrones, todos aman las dádivas, y admiten los regalos. Por esto dice el Señor Dios de los Ejércitos, el fuerte de Israel: Ea que yo tomaré satisfacción de mis contrarios, y me vengaré de mis enemigos, y volveré mi mano sobre ti, y limpiaré tu escoria hasta lo más acrisolado

Otros hay que dicen, que no hurtan por mantener el lustre y gloria de su casa, sino por sustentarse con más comodidad y decencia. Estos deben ser reprendidos y enseñados, cuán impíos son sus procedimientos y discursos, cuando anteponen su comodidad a la voluntad y a la gloria de Dios, a quien ofendemos en gran manera quebrantando sus mandamientos. Aunque ¿qué conveniencia puede haber en el hurto, a quien se siguen tantos y tan grandes males? Porque sobre el ladrón, dice el Eclesiástico, está la confusión, el dolor y la pena. Pero demos que no lo pasen con descomodidad: el ladrón ultraja el nombre de Dios, resiste a su santísima voluntad, y desprecia sus divinas leyes, de cuya fuente nace todo error, toda maldad, y toda impiedad. 

¿Y qué diremos de aquellos ladrones que porfían, sobre que no pecan en manera ninguna, porque lo que quitan es de hombres ricos y acomodados, los que por ese hurto, ni padecen daño, ni lo advierten siquiera? Miserable por cierto y pestífera excusa. 

Piensa otro que se le debe pasar por disculpa, el que tiene costumbre de hurtar, y que ya es muy difícil dejar ese resabio y esa maña. Pero éste si no oyere al Apóstol, que dice: El que hurtaba, no hurte ya. Quiera o no quiera, tendrá también la costumbre de los tormentos eternos. 

Algunos también se excusan con que quitaron algo porque se les vino a mano la ocasión: pues ella hace al ladrón, según el proverbio común. Estos deben ser sacados de error tan perverso por la razón de que se debe resistir a los apetitos depravados. Porque si luego se ha de poner por obra lo que sugiere el antojo, ¿qué término, ni qué fin tendrían los pecados y maldades? Es pues feísima semejante defensa, o más bien confesión de suma de templanza e injusticia. Porque el que dice que no peca por no tener ocasión, viene como a decir, que siempre que la tenga pecará. 

También hay quien dice que hurta por vengarse, pues otros hicieron con él otro tanto. A estos se responde lo primero, que a ninguno es lícita la venganza: y demás de esto que ninguno puede ser juez en causa propia, y que mucho menos se le permite castigar los delitos que cometieron otros contra él. 

Últimamente piensan algunos que queda su hurto bastantemente defendido y cubierto por la razón de que estando cargados de deudas, no pueden desempeñarse ni pagar si no lo hurtan. A estos debe responderse, que no hay deuda más pesada ni que más abrume al linaje humano, que aquella de que hacemos memoria cada día en la oración del Señor, cuando decimos: Perdónanos nuestras deudas. Y así que es propio de hombre enteramente desatinado, querer más deber a Dios, esto es pecar más, para pagar lo que debe a los hombres, y que es mucho menor inconveniente ser echado en una cárcel, que ser encarcelado en los calabozos del infierno, y que es otrosí muchísimo más grave ser condenado en el juicio de Dios, que en el de los hombres. Y por lo tanto, que deben acogerse humildes al socorro y piedad de Dios, de quien pueden alcanzar lo que necesitan. Otros muchos linajes de excusas hay a las cuales podrán ocurrir fácilmente los Párrocos prudentes y cuidadosos de su oficio, para que al fin logren tener un pueblo seguidor de obras buenas.

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