Por Phillip Mericle
“Un mundo feliz” está considerado un hito por su sorprendente descripción de un futuro distópico de ciencia ficción gobernado no por la opresión, sino por el placer. Publicado en 1932 por Aldous Huxley, este libro se convirtió en un clásico apreciado en los círculos literarios, tanto por su escritura como por su advertencia.
Huxley no escribió lo que veía como fantasía, sino como los frutos de las semillas que empezaban a brotar en su propia época. Un futuro que describe al hombre totalmente conquistado por sus apetitos pudo parecer antaño una obra de ficción; ahora, en el siglo XXI, parece inevitable.
Jardín de las delicias terrenales
Esta es la distopía de Huxley: un mundo de placeres aparentemente paradisíacos que ha abandonado por completo la moralidad y cualquier sentido de las cosas más nobles. En este futuro, la humanidad ha cambiado decididamente la dignidad por la gratificación vacía.
Todo empieza por la comodidad. Tener hijos es inconveniente, como lo son los sacrificios de ser madre o padre. Las dificultades y los trabajos que conlleva la crianza de los hijos suponen, naturalmente, una amenaza para una sociedad basada en la comodidad y el disfrute. Para evitarlo y garantizar un flujo constante de “ciudadanos” de calidad controlada, los seres humanos nacen en laboratorios, creados en tubos de ensayo para ajustarse a la sociedad por diseño.
Desde el nacimiento comienza el condicionamiento psicológico, refinado por la ciencia amoral para atrapar a los niños en una prisión mental de la que nunca podrán escapar en toda su vida, cautivos de tácticas de lavado de cerebro y condenados a existir como meros consumidores y objetos sexuales.
La hipersexualidad es la “norma” en este mundo. Se sexualiza a los niños desde pequeños para que pierdan cualquier posible sentido del pudor o la reserva. La promiscuidad se promociona como algo normal, incluso “sano”. Cualquier niño que se muestre reacio a participar en tales actos es visto como un grave problema y enviado lejos para un acondicionamiento especial. Las generaciones anteriores son vistas como incomprensiblemente mojigatas por haber “negado” a los niños su “diversión”.
Como adultos, los ciudadanos del mundo de Huxley son consumidores sin fin, condicionados a usar y desechar una corriente de productos de mal gusto. Ahorrar es perjudicar la prosperidad económica. Fabricar o mantener cosas de calidad es empobrecer las áreas de trabajo.
Todas las relaciones son insípidas y mediocres, un interminable revoloteo entre cotilleos superficiales y complacencias lascivas. Las orgías sustituyen a la religión, la única “altura” patética a la que puede aspirar este hombre futuro se encuentra en la glorificación de la carne. Todas las cruces se han cortado para que parezcan T, una referencia de culto al Modelo-T de Henry Ford, el comienzo de la producción en masa y de la sociedad eficiente, impulsada por el placer y materialista del futuro. La religión se ridiculiza como superstición de salvajes.
Con los avances ofrecidos por una ciencia impía, el hombre del futuro vive en perfecta salud y juventud hasta los 60 años, lo que le da décadas para disfrutar de un torrente casi interminable de placeres carnales. Por último, si surge alguna ansiedad que interfiera con sus placeres, es ahogada, amortiguada por una “droga milagrosa” científica llamada Soma que deja a su usuario en un estupor dichoso.
Este es el principio de la Mayor Felicidad aplicado y llevado a sus consecuencias lógicas: Todo lo que importa es la mayor cantidad de placer para el mayor número de personas. Ni Dios, ni espíritu, ni alma, ni concepto de pecado, ni penurias; las virtudes naturales del sacrificio, la gratificación tardía o el heroísmo no están permitidas. El dolor es una herejía: Todos se inclinan y degradan en el altar de su vientre hecho-dios.
Muerte a la vida
El subproducto inevitable del mundo del placer de Huxley es una cultura contraria a la vida misma.
Un pasaje particularmente abominable retrata lo que se denomina el “Simulacro maltusiano”, en el que las niñas son entrenadas para consumir anticonceptivos de forma instintiva, casi involuntaria, ante la más mínima posibilidad de embarazo. Cualquier “contratiempo” es inmediatamente abortado, y alrededor del 30% de las niñas son directamente esterilizadas, incapacitadas para dar a luz.
En este futuro, la monogamia es tabú. Salir con la misma persona más de una vez es visto por la sociedad con profunda sospecha. Incluso los términos “madre” y “padre” se consideran obscenos. Se considera que el placer existe por sí mismo. El lector tiene la impresión de que a los habitantes del mundo-estado de Huxley les confunde la idea misma del embarazo, como si vincular la sexualidad con la maternidad fuera una contradicción extraña, quizá cómica, de cómo “deberían” ser las cosas.
¿Es el mundo de Huxley tan diferente del nuestro?
Este es el espantoso futuro pintado por Huxley en 1932. Un mundo perpetuamente infantil: despreocupado por la muerte, atado a las cadenas mentales del condicionamiento, deliberadamente indefenso, dependiente de los sistemas tecnológicos y ahogado en el agradable olvido de las drogas, la promiscuidad y la música generada artificialmente.
Consideremos ahora el mundo en el que vivimos: una sociedad que intencionadamente hace a sus adultos psicológicamente infantiles, indefensos dependientes de la tecnología, educados y entrenados para aprobar lo que la sociedad les condiciona a aprobar y despreciar, esclavos de sus apetitos corporales, ahogados en interminables drogas y medicamentos, entrenados desde jóvenes para ver no sólo la promiscuidad sexual sino incluso la “identidad” sexual como un derecho supremo.
La nuestra es una sociedad que fuerza la sexualización de los niños, se ríe de la maternidad, se perturba con el sacrificio y ve el placer como el bien supremo. Un mundo que esteriliza a sus niñas y niños con el movimiento transgénero y desalienta las familias en nombre de la “superpoblación”. Un pueblo dominado por un Gobierno Mundial Único que pretende abarcar la tierra y asegurarse de que todos se sometan al adormecimiento mortecino de la naturaleza más baja del hombre.
¿Siguen siendo ciencia ficción las predicciones de Huxley?
Huxley vio en su época las semillas culturales de la abominación. Analizando las tendencias rebeldes de la década de 1920, observó el camino por el que se precipitaba el mundo y escribió esta advertencia. Si se trazara una línea de tiempo entre la época de Huxley y la de “Un mundo feliz”, se vería fácilmente cómo vamos por ese camino, si es que no hemos llegado ya a él.
Tal vez lo peor es que el propio Huxley parece no ver la manera de derrotar al monstruo que él mismo ha creado. El libro termina con el suicidio del “salvaje”, el único hombre que intentó, y fracasó, oponerse al océano de libertinaje.
Por la gracia de Dios, allá vamos.
Y nosotros, 90 años después, hacemos todo lo posible por separarnos de la gracia de Dios.
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