sábado, 3 de agosto de 2024

¿SE ESTÁ CANCELANDO LA CULTURA DE LA CANCELACIÓN?

La cultura de la cancelación, otrora dominante en las redes sociales y el discurso público, muestra ahora graves signos de desgaste.

Por Gary Isbell


Esta tendencia consiste en denunciar y boicotear a personas u organizaciones por supuestas “malas acciones”. Está perdiendo fuerza en la conciencia colectiva.

La opinión pública ha comprendido desde hace tiempo que los graves males sociales deben ser denunciados y reprimidos. Sin embargo, la izquierda pretende anular todo lo que se opone a la libertad desenfrenada para gratificar las pasiones y fomentar la lucha de clases. La gente se ha cansado de esta práctica.

La opinión pública está cansada de la polarización

A los izquierdistas les encanta la polarización, la lucha y el conflicto porque es coherente con una filosofía que divide a la sociedad en “opresores” y “oprimidos”.

La cultura de la cancelación sirve como herramienta para contribuir a la destrucción de estructuras “opresoras” como la familia, las tradiciones cristianas y el libre mercado. Muchos reconocen ahora que la cultura de la cancelación suele provocar ataques injustificados y daños duraderos a la sociedad, en lugar de fomentar un cambio constructivo. Esta conciencia provoca un rechazo del frenesí emocional que estalla cuando alguien discrepa de los argumentos liberales.

De hecho, la cultura de la cancelación se ha nutrido de la creación de divisiones tajantes sin referencia alguna a una brújula moral que defina el bien y el mal, la realidad y la fantasía o la objetividad y la subjetividad. Todo es relativo, y cada persona define la verdad, la bondad y la belleza. Este pensamiento divide a la sociedad e imposibilita los debates basados en hechos, lógicos e inteligentes.

Estudios recientes revelan que la indignación y la división constantes en los medios de comunicación están provocando la fatiga del público. La mayoría de los ciudadanos cree que la cultura de la cancelación conduce a una sociedad más polarizada.

El debate lógico gana popularidad

En lugar de abrazar la cultura de la cancelación, cada vez más gente pide una respuesta racional al frenesí. Reconocen que los boicots irracionales o el escarnio público no pueden resolver problemas sociales complejos. Este cambio es evidente en el auge de plataformas y foros que fomentan el diálogo abierto y la crítica constructiva basada en principios y hechos.

Por ejemplo, los podcasts y canales de YouTube que exploran todos los aspectos de los temas controvertidos están ganando adeptos. Estas plataformas dan prioridad a la comprensión y a los hechos sobre los sentimientos y los juicios precipitados. Esta tendencia refleja un alejamiento del enfoque emocional de la cultura de la cancelación, basado en máximas liberales.

Las raíces izquierdistas de la cultura de la cancelación

La cultura de la cancelación está asociada a ideologías de izquierdas que celebran la lucha como medio para promover la “justicia social” y la “igualdad”. También creen que el fin justifica los medios. Tales métodos causan graves preocupaciones sobre la transparencia, la imparcialidad y el debido proceso. La oposición debe basarse en leyes y principios morales, en lugar de en tácticas de cancelación que recurren a la intimidación e incluso a la violencia.

El llamamiento emocional

De hecho, los izquierdistas son expertos en crear escenarios emocionales que lleven a sectores de la opinión pública a cancelar a alguien o algo basándose en los sentimientos. Aprovechando las plataformas de las redes sociales y utilizando el poder del contenido viral, elaboran narrativas que resuenan emocionalmente, movilizando rápidamente el sentimiento público a favor o en contra de un objetivo. Esta capacidad de generar indignación puede dar lugar a una importante presión social, que a veces desemboca en la rápida “cancelación” o incluso quiebra de una persona u organización.

Estas campañas cargadas de emotividad también pueden provocar reacciones en contra. El frenesí inicial por cancelar algo suele dar lugar a resultados desproporcionados e injustos. Cuando la situación se calma, el público puede reconocer esta injusticia e incluso manifestar su apoyo a la víctima.

Una de las principales críticas a la cultura de la cancelación es su desprecio por el debido proceso. A menudo se considera culpables a los individuos sin permitirles defenderse. Este enfoque viola una premisa fundamental de la justicia al no permitir el audi alteram partem (dejar que se escuche a la otra parte).

Las tácticas agresivas de la cultura de la cancelación también pueden alienar a posibles aliados. En lugar de fomentar una amplia coalición para abordar los problemas sociales, la cultura de la cancelación crea un ambiente de miedo y desconfianza.

Es menos probable que la gente participe en debates significativos o apoye causas controvertidas si teme ser cancelada. Un buen ejemplo de ello se da en las universidades. Se supone que la educación superior fomenta debates lógicos utilizando hechos, razones y principios a priori. Sin embargo, hay que seguir la línea woke o ser condenado al ostracismo y perseguido por discrepar de la masa.

Normas incoherentes

La cultura de la cancelación suele aplicar dos pesos y dos medidas. Las figuras de alto perfil con un capital social significativo pueden evitar la cancelación, mientras que otras con menos influencia se enfrentan a graves consecuencias por acciones menores. Esta incoherencia socava la credibilidad de la cultura de la cancelación y la expone como una herramienta para impulsar agendas específicas en lugar de promover principios universales de justicia para el bien común.

Activismo performativo

La cultura de la cancelación fomenta el activismo como ejercicio de pose social para ganar estatus más que como auténtica dedicación a una causa. Muchos individuos y organizaciones cancelan a otros para parecer virtuosos o socialmente conscientes sin hacer contribuciones significativas a las causas que defienden. Este aspecto diluye el impacto del activismo genuino y desplaza el foco de atención del cambio sustantivo a las muestras superficiales de indignación.

Todos estos factores están contribuyendo a la menguante influencia de la cultura de la cancelación. Los activistas sociales han fracasado a la hora de adoptar formas más constructivas de responsabilidad que den prioridad a la práctica de la virtud, el desarrollo de una cultura auténtica y la justicia. En cambio, han conseguido alienar a la opinión pública. Mientras la cultura de la cancelación funcione desprovista de la ley de Dios, la lógica y la razón, no es de extrañar que se haya convertido en otra herramienta liberal desgastada.


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