jueves, 4 de julio de 2024

ORGULLO Y PREJUICIO

La sodomía es un acto blasfemo, incluso un acto demoníaco, porque directamente ataca e insulta la sacramentalidad del matrimonio en el que la unión de Cristo con su Iglesia se muestra más visiblemente.

Por Fr. Thomas G. Weinandy, OFM, Cap.


Es una época extraña. Gran parte del mundo parece estar obsesionado con la homosexualidad, de una manera fanática y adictiva. El aire mismo de las concentraciones y desfiles del “orgullo” transmite un implícito pero feroz prejuicio anticristiano; una arrogante declaración de que “Hemos tomado el control de la cultura, y no nos pondrán trabas ni nos detendrán”. Y la sociedad, sobre todo la occidental, ha accedido fácilmente.

Lo que me preocupa casi tanto como esta militancia del “orgullo gay” es la ambigua respuesta de la Iglesia. Francisco ha lamentado el “aire” de cultura homosexual en el Vaticano y en los seminarios. Incluso ha empleado palabras despectivas, incendiarias e insultantes para referirse a los homosexuales y a los actos de sodomía: términos como “maricones” y “mariconería”.

Con los años, sin embargo, he aprendido, como muchos otros, que no hay que dar mucho crédito a lo que dice Francisco. Es lo que hace lo que revela sus verdaderas intenciones. Lo que ha hecho en relación con la homosexualidad es un claro testimonio de este principio hermenéutico.

Por ejemplo, nombró al cardenal Jean-Claude Hollerich relator general de la XVI Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos, es decir, del Sínodo sobre la Sinodalidad. Hollerich afirmó en una ocasión, aunque después mitigó un poco su postura, que la enseñanza magisterial y perenne de la Iglesia sobre la pecaminosidad intrínseca de los actos homosexuales es errónea y debe cambiar. “Creo que ya es hora de que hagamos una revisión fundamental de la doctrina”.

Robert McElroy, el obispo de San Diego, que fue nombrado cardenal por Francisco mientras que los arzobispos de San Francisco y Los Ángeles fueron pasados por alto, también ha emitido declaraciones revisionistas sobre los actos homosexuales, dando a entender que, dado lo que ahora hemos aprendido de las ciencias sociales en relación con la naturaleza humana, la homosexualidad necesita ser reconsiderada doctrinal y pastoralmente.

Del mismo modo que James Martin, S.J., confidente íntimo de Francisco, ha apoyado durante muchos años la cultura gay. Francisco se ha reunido e incluso ha aplaudido a los líderes de New Ways Ministry, un grupo condenado por el Vaticano hace décadas y criticado por la USCCB en 2010 por su defensa de los homosexuales.

Tras el rechazo de los obispos africanos a la bendición de parejas homosexuales (como permite el reciente documento Fiducia supplicans), Francisco restó importancia a su oposición afirmando que “la homosexualidad no forma parte de su cultura”. Pero la aceptabilidad de la sodomía no tiene nada que ver con la cultura de cada uno, al menos para un católico. Es objetivamente un pecado grave en sí mismo, no importa en qué cultura se cometa.

Recientemente, además, Francisco nombró al cardenal José Tolentino de Mendonça miembro del Dicasterio para la Doctrina de la Fe. De Mendonça ha prologado un libro de sor María Teresa Forcades i Vila en el que aboga por el aborto, argumentando que es compatible con el Evangelio. El cardenal alabó su “valentía”. También es autora de un libro titulado: “¡Todos somos diversos! A favor de una teología queer”.


La enseñanza de la Iglesia sobre estas cuestiones se fundamenta en la revelación bíblica, tal como se enseña desde los tiempos apostólicos. El Catecismo de la Iglesia Católica declara:
Basándose en la Sagrada Escritura, que presenta los actos homosexuales como actos de grave depravación, la tradición siempre ha declarado que “los actos homosexuales son intrínsecamente desordenados”. Son contrarios a la ley natural. Cierran el acto sexual al don de la vida. No proceden de una auténtica complementariedad afectiva y sexual. En ningún caso pueden ser aprobados.
Los actos homosexuales son “intrínsecamente desordenados”, es decir, “contrarios a la ley natural”, porque no están de acuerdo con la corporeidad física del hombre y de la mujer, cuyos genitales revelan fácilmente qué va dónde. Así, la sodomía es contraria a la complementariedad de los actos heterosexuales por los que el marido y la mujer se convierten en una sola carne con el fin de engendrar un hijo.

Además, y lo que es más importante, San Pablo considera el matrimonio como un gran misterio, ya que es un signo sacramental de la relación de Cristo con su esposa, la Iglesia. Cristo y su Iglesia forman un solo cuerpo por la comunión permanente del Espíritu Santo: el Cuerpo Místico de Cristo.

Desde este punto de vista, la sodomía es un acto blasfemo, incluso demoníaco, porque ataca e insulta directamente la sacramentalidad del matrimonio, en el que se manifiesta más visiblemente la unión de Cristo con su Iglesia. La sodomía se burla de esta realidad unitiva sacramental para gozo y deleite de Satanás.

Es preocupante que junio haya sido designado como el “mes del orgullo gay”, el mismo mes que la Iglesia dedica al Sagrado Corazón de Jesús. ¿Es sólo una coincidencia, o es una vez más un intento de Satanás de atacar el amor salvífico que Jesús tiene por la Iglesia y por toda la humanidad? Deberíamos rezar por todos los homosexuales activos y ponerlos en el Sagrado Corazón de Jesús, con la esperanza de que conozcan su amor y, al experimentar ese amor, se arrepientan de su pecado y se alegren de su salvación.


The Catholic Thing


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